Jofainer, el correveidile.

Iniciado por ferdinand, Diciembre 16, 2007, 12:51:46 AM

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Jofainer aprendió a mentir el mismo dí­a en que nació. Desde que la matrona lo dejara en el regazo de su padre con una amplia sonrisa sudorosa, anunciando que el futuro de la estirpe aún no estaba garantizado, pasaron dí­as hasta que le orinara en la cara a su hermana Ludmila mientras ésta le cambiaba los trapos. Entonces se armó el revuelo: "¡Es un niño!". Hubo que llamar al fotógrafo para que inmortalizara el momento (se le pagó un plus para que hiciera una foto del niño erecto y desnudo). El señor de la casa acabó aquel dí­a con una buena curda, y cuando se aseaba antes de acostarse, vaciando el recipiente en la pequeña palangana, decidió que su ahora hijo se llamarí­a Jofainer. Cuando se acostó, le comunicó la decisión a su mujer. Ella lo celebró con una sonora mascada y un resoplido aguardentoso.

Durante el invierno, Jofainer fue amamantado por diferentes mujeres. Su madre era bastante aficionada a la garrafa, y el señor de la casa temió por la salud de su vástago. Era amigo de los destilados, él también, pero ya se sabe lo mucho que pueden llegar a cambiar las personas cuando traen criaturas al mundo. Por fin, en primavera, la matrona (que habí­a sufrido un oportuno afeamiento público por su desafortunado juicio) intentó revalorizarse ante la familia consiguiendo los servicios de una desbordante ama de crí­a. Respondí­a al nombre de Previa, y sus pechos abovedados y venosos hicieron que el muchachito creciera rápido y con porte carnoso. Sus piernas regordetas parecí­an raí­ces de nabo; y aunque vomitaba muy a menudo para desencadenar la rojez en los mofletes de Previa, empezó a gatear al final del verano.

Ludmila, una fea crí­a de cinco años, querí­a mucho a su hermano. Se lo llevaba a pasear por los alrededores de la villa, y le explicaba todo lo que veí­a. A veces se cansaba de llevarlo en brazos y lo dejaba gatear, tras ella, por los caminos. Esto le costaba unos azotes cada cierto tiempo, pues las blancas rodillas del niño delataban a cualquier guijarro. Vestí­a a Jofainer con hojas de helechos y flores, y hací­a de mamá cuando el crí­o lloraba. Incluso en cierta ocasión le ofreció su pecho inexistente, y aunque Jofainer se hartó de vací­o al menos dejó de llorar y no espantó a las ardillas que contemplaban la escena sin comprender nada. Los campesinos sonreí­an al verlos rodar por las pendientes o jugar entre las hojas muertas. "¡Mirad, la mamita y el pequeño farsante!", decí­an. Y Jofainer se poní­a como loco de alegrí­a y mordisqueaba los tallos de los tréboles y se abrazaba a las rodillas sucias de su hermanita. Se querí­an mucho, no podí­a ser de otra manera.

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Una tarde mientras los hermanos jugaban a echar abuelitos de algodón al aire sentados al lado del camino que llevaba al pueblo, apareció un viejo carromato destartalado tirado por un jamelgo que parecí­a moribundo. Sobre el pescante, un tipo andrajoso y negruzco controlaba las evoluciones del temblequeo de carne y madera que configuraba el conjunto. El hombre miró a los niños, detuvo la marcha y saltó como un sapo loco para presentarse a los chicos. "¡Hoooooola, criaturas! ¡Soy el alquimista Gerson, venido de las lejaní­as de ultramar!", dijo con ademanes de molino de viento, mientras cargaba la cazoleta de su casi irreconocible pipa. Jofainer aplaudió encantado de poder observar tanta suciedad junta; Ludmila tomó una actitud más seria, como siempre le habí­a aconsejado su madre que hiciera ante desconocidos.

El alquimista Gerson, ducho en este tipo de situaciones, enfocó todas sus maniobras en Jofainer. "¡Ohhhhhhh, niño rico! ¿Cuántos añitos tienes?". Ludmila intervino explicando que para ser alquimista era un poco tonto esperar que un niño de menos de dos años se explicara usando palabras. "¡No!", gritó Gerson, poniéndose muy serio. "¡En mi carromato llevo una exclusiva fórmula de mi invención que permite el dominio de la gramática de cualquier lengua, a cualquier edad y en cualquier....... momento!". Jofainer miró interrogante a su hermana, que se levantó del suelo y le cogió de la mano, dando a entender que aquella farsa se habí­a terminado. Pero Gerson se las sabí­a todas, y cuando la niña le dio la espalda, dejó caer una golosina que sacó de sus harapos, y ésta al caer al suelo llamó la atención de Jofainer, que se desasió de su hermana y buscó el dulce entre la hierba.
"¡Ohh, niña! ¡Al chico parece que sí­ le interesa! ¡Chico listo!". Ludmila bramó: "¡Sí­! ¡Es muy listo! ¡Nos engañó a todos durante dí­as cuando nació, haciéndose pasar por niña! ¡Así­ que no necesita aprender a hablar antes de tiempo, señor...señor... patán, señor patán!".

Entre tanto, Jofainer habí­a encontrado la golosina y se la habí­a guardado bajo el fají­n. El alquimista Gerson dio la transacción por terminada, recordando a los chicos que no dejaran de avisar a sus vecinos de que un gran alquimista venido de ultramar con fórmulas vitales desconocidas habí­a llegado al pueblo. Ludmila le aseguró con fastidio que se ocuparí­a de hacerlo, y se marchó con Jofainer en la dirección contraria a la que se dirigí­a la tartana de Gerson. El alquimista observó cómo se alejaban los niños, palmeó a su rucio y enfiló el camino del pueblo, pues se hací­a de noche, y querí­a asegurarse de ser suficientemente visto cuando llegara.


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Al caer la noche, la familia conviví­a alrededor del fuego benigno del hogar. Cuando Ludmila comentó el episodio que ella y Jofainer habí­an tenido con el alquimista Gerson, Previa se puso muy seria, y llamó la atención de todos dándose una sonora palmada en el escote de su pechuga desbordada. "Yo he oí­do hablar de ese tal Gerson, el alquimista harapiento", apuntó misteriosamente. Los niños se quedaron muy callados observando a la gordinflona. La mamá dormí­a la mona con la labor desparramada a sus pies, y el señor de la casa se arrellanó en su butaca con el aspecto que suele tener la persona que ya sabe de antemano de lo que se va a tratar a continuación.

Previa, a punto de explotar por la inspiración aérea, comenzó a hablar. Su voz resonaba como la de una vaca que flotara en medio de una terrible tempestad. "Hace muchos años, un hombre llamado Gerson llegó a un pueblo vecino con la intención de vender sus ungí¼entos y pócimas aprovechándose de la boberí­a generalizada que hay entre el campesinado que habita estas montañas. Decí­a que vení­a de un paí­s lejano de ultramar, pero más parecí­a que no hubiese conocido ningún tipo de agua en su vida más que la que tomaba en forma de cerveza cada noche, después de montar su tenderete en la plaza de turno." ...."¿Y qué hací­an esos potingues?", intervino Ludmila. Previa la miró, admonitoria, dando a entender que no debí­a ser interrumpida. "Nada. Ciertamente nadie notó mejorí­a. Los calvos seguí­an calvos; las mujeres secas, yermas como sarmientos quemados. Los enfermos no mejoraban... Pero una vez, la hija de un palafrenero que tení­a unas extrañas pupas en la piel....."..."¡Se curó de golpe!", chilló la niña. Jofainer, que estaba muy atento a todo lo que oí­a, aunque nada supiera decir, le dio un puntapié a su hermana. Previa sonrió durante un instante, y siguió con la cara de nuevo afilada. "¡No! ¡Se convirtió en una masa quejosa de bubones supurantes! Y fue expulsada del pueblo, para desaire de su familia, por si pudiera tener algo contagioso. Se la llevo Gerson, el alquimista, que también cosechó una bonita cojera que, dicen , aún lo acompaña, de la tremenda paliza que le dieron los familiares de palafrenero por hacer caer en desgracia a la joven"......... El silencio siguiente fue espectral. El señor de la casa roncaba ya como un cabrito en celo con el gaznate abierto. Y Previa se dispuso a rematar la faena..... "Anduvieron muchos meses por los caminos. Y él la untaba con todo lo que podí­a imaginarse; la poní­a a la luz de la luna, la lavaba con agua de madreselvas... Pero la niña no mejoraba; cada vez estaba más débil..... Hasta que un dí­a murió".....

Jofainer cabeceaba ya, tocando el bultito que la golosina le hací­a debajo del fají­n... Ludmila estaba de veras asustada... "¡Y entonces sucedió lo más sorprendente!..... Cuando Gerson, después de cavar un agujero para enterrar a la chica, levantó un poco la mortaja para darle un beso de despedida mientras le imploraba perdón, descubrió.....¡que la piel de la joven estaba radiante como la leche recién ordeñada!... Él, Gerson, habí­a descubierto algo que otorgaba la belleza después de la muerte...¡Pero no sabí­a qué era!........ Pasaron los dí­as, y el alquimista, que acampó cerca del agujero y no se atrevió a cubrir el cuerpo de tierra definitivamente, comprobaba que la chica no solo no se corrompí­a, si no que mantení­a una extraña lozaní­a flotando sobre su figura muerta..... Y, entonces, dicen que la escondió en un lugar desconocido y que, desde ese dí­a, busca una fórmula con la que poder revivirla".
Ludmila seguí­a expectante..."¿Y?"... "Y a dormir ya, señorita, que Jofainer está ya hecho un champiñón". Previa abrazó a los dos niños, los levantó como si fueran de juguete y los acostó con mucho cariño. Al volver al salón, comprobó que los señores de la casa continuaban dormidos. De modo que se sentó en una silla, se sirvió una copa de aguardiente y permaneció contemplando el fuego hasta que ella también se quedó dormida.