Ojos (¿y otros relatos de mucho miedo?)

Iniciado por Dionisio Aerofagita, Diciembre 13, 2007, 12:50:32 AM

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Dionisio Aerofagita

La verdad es que no es de mucho miedo. No hay manera de escribir relatos de miedo, me parece dificilí­simo. Pero os dejo aquí­ uno de mis intentos, reciclado y recompuesto, lleno de lugares comunes y de mi obsesión por los ojos. Pueden dejar aquí­ sus intentos o en realidad lo que les dé la gana, si así­ lo desean.
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OJOS

Uno de mis tí­os -cuyo nombre no es preciso mencionar- es profesor de Fí­sica en una Universidad americana; naturalmente, siempre se ha mostrado muy escéptico en lo que refiere a los “fenómenos paranormales” y al mundillo esotérico. Su escepticismo se convierte en amable e ingeniosa burla durante la comida del dí­a de Navidad; invariablemente a la hora del postre nos ponemos verdaderamente serios y contamos historias verí­dicas de fantasmas, presagios funestos, brujerí­a maléfica y relojes que se detienen al morir el abuelo. El año pasado, sin embargo, cuando llegó la hora del postre y mi otro tí­o carraspeó y sugirió comenzar con las Profecí­as de san Malaquí­as, no expresó ningún comentario irónico; ni siquiera sonrió maliciosamente, como acostumbraba a hacer cuando no encontraba suficiente inspiración. De hecho, en ese mismo momento nos dimos cuenta de que aquel año traí­a un aspecto un poco extraño, pálido y tembloroso y que no dejaba de mirar hacia atrás obsesivamente. Después de mucho insistirle, conseguimos que nos contara lo que le habí­a pasado. Y lo hizo, aunque de manera mucho más minuciosa de lo que yo se lo cuento a ustedes.

Mi tí­o â€"viudo y sin hijos- es una de esas personas amantes de la soledad y el silencio. Es aficionado a pintar y la verdad es que no se le da mal. Cada verano suele alquilar una casa en algún pueblo perdido para dedicarse con tranquilidad a su pasión. Hay un lugar en la costa cantábrica donde el viajero puede contemplar de vez en cuando caserí­os viejos pero no tradicionales â€"construidos quizás al estilo de los años 20- normalmente abandonados y ruinosos, que aunque no son muy grandes presentan un cierto aire señorial, pero a la vez decadente y ajado. Atraí­do por el misterio que proyectan estas estructuras, supo de una que se encontraba relativamente bien cuidada y se alquilaba y decidió que, entre caserí­os y paisajes, el lugar serí­a apropiado para pintar y pasear.

En aquella casa lo recibió el propietario, a quien vamos a llamar M. Se trataba de un hombre alto y moreno, de unos cincuenta años, que a mi tí­o le inspiró poca confianza porque se prodigaba excesivamente en halagos. Al parecer, el señor M marchaba a vivir al extranjero reclamado por obligaciones laborales, y de los asuntos de esta casa y otras propiedades se encargarí­a en adelante una inmobiliaria de... M le enseñó la casa a mi tí­o, al cual le pareció espaciosa y bastante acogedora. En un momento del recorrido, mi pariente preguntó si habí­a alguien más en la casa, pues le habí­a parecido escuchar débilmente un ruido, o quizás sentir sólo una presencia tras una pequeña puerta de madera. El señor M dijo que no habí­a nadie y menos allí­, en esa antigua bodega donde guardaban viejos trastos y los cuadros de su hermano. Como es natural, mi tí­o se interesó por los cuadros, y M le explicó que su hermano era el antiguo dueño de la casa, de muy buen corazón, aunque el pobre no andaba muy bien de la cabeza, que se distraí­a pintando cuadros abstractos. Al parecer, se escapó de la casa hace ya 15 años y tuvieron que declarar su fallecimiento por no tener noticia alguna de su paradero. Lo siento mucho, dijo mi tí­o y el señor M no tardó en marcharse de allí­ para siempre.

No tardó mucho en bajar a la bodega, que estaba provista de iluminación eléctrica, aunque débil y rudimentaria. Inmediatamente se sintió incómodo. Algo así­ como un nudo en el estómago. También se sentí­a observado, espiado por una mirada cargada de maldad y de odio. Pensó que el sitio era un poco húmedo pero no tan horrible como para despertar miedos subconscientes. Guiado por su mentalidad racional y analí­tica, pronto encontró la causa de su desconcierto. Al fondo, en una pared habí­a un cuadro aparentemente abstracto que daba la impresión de haber sido pintado apresuradamente y con poca técnica; digo aparentemente abstracto porque después de mucho observar, resolvió que en realidad se esforzaba en representarunos ojos. Y el cuadro no estaba tan mal conseguido si se miraba detenidamente: era una mirada terrible, la de unos ojos hinchados y enrojecidos por sobresalientes vasos sanguí­neos. Conseguí­a expresar al mismo tiempo la más profunda desesperación y una enorme violencia contenida: daba la sensación de ser a la vez una llamada y un aviso de muerte. Mi tí­o sufrió un escalofrí­o muy a su pesar y se compadeció del pobre hombre de historia tan triste que habí­a pintado aquello. Cuando revisó el resto de los cuadros de la bodega, ninguno tan genial, se dio cuenta del curioso efecto óptico que habí­a conseguido el autor con los ojos. Estuvieras donde estuvieras, siempre daba la sensación de que te contemplaban directamente; daba la impresión de que las pupilas se moví­an siguiéndote, y que el ojo entero palpitaba de dolor. Esto sucede, como es sabido, con muchos cuadros, pero el efecto conseguido con aquellos ojos era verdaderamente asombroso.

Aquella noche se despertó de madrugada, envuelto en la oscuridad, y se sintió repentinamente asfixiado por la falta de luz. Sólo recuperó el aliento cuando encendió la lámpara de la mesilla de noche. Cuando estaba otra vez medio dormido sintió un asqueroso tacto en la frente, algo viscoso y húmedo, que erróneamente atribuyó a sus perdidas ensoñaciones.

Aquel dí­a no pudo concentrarse para pintar. Cada vez que tomaba el pincel o el carboncillo se dejaba llevar por una repentina intuición y pintaba ojos. Sólo ojos por todos lados. Aquel cuadro le estaba obsesionando. Por eso no pudo evitar bajar a verlo otra vez a la bodega, encontrarse con esa mirada asesina de rabia acumulada durante años. El dí­a anterior no le habí­a parecido que el cuadro usara tanto el rojo. La impresión, absolutamente irracional, por cierto, era que aquella mañana los ojos aparecí­an teñidos de un rojo bastante sanguinolento.

La siguiente noche fue peor. Mi tí­o, a pesar de su racionalismo es un poco hipocondrí­aco, aunque lo tiene bastante controlado. Se acostó tarde y no podí­a conciliar el sueño. Sentí­a su respiración, la circulación de la sangre y el palpitar de todo su cuerpo; le daba la sensación de que todo se iba a parar de pronto si se dormí­a. Además se sentí­a oprimido, encerrado entre paredes oscuras, como si no hubiera salida. Nuevamente, para tranquilizarse, encendí­a la luz, y observaba que la puerta y la ventana estaban abiertas, que el aire estaba limpio y no habí­a problemas de ventilación. Pero cuando volví­a a apagar se sentí­a nuevamente atrapado en algún lugar, y casi le parecí­a escuchar una débil respiración pareja a la suya.

El médico, por supuesto le dijo que no tení­a ningún problema respiratorio; que se relajara, disfrutara y se dedicara a pasear por la playa y a pintar. Como si fuera tan fácil pintar con los ojos acechantes de la bodega, reapareciendo malignos en el papel y en el lienzo. Tení­a que ser más fuerte que esos absurdos miedos. Pensó que lo más conveniente serí­a destruir el cuadro (seguro que al lejano señor M no le importarí­a deshacerse de un ejemplar tan horripilante). Bajó a la bodega corriendo, fortalecido por su repentina idea. Una vez más se sintió pequeño, débil y tembloroso ante el fuego de esos enormes ojos (ayer no parecí­an tan grandes) en la luz inconsistente e irreal de la bodega. Le costó acercarse a los ojos y, según nos confesó, algunas veces incluso retrocedió. Quitó el cuadro de la pared, con un grito, para contemplar una morbosa y repugnante burla.

Alguien habí­a pintado en la pared, detrás del cuadro, de forma aún más rudimentaria y sólo con pintura roja unos ojos muy parecidos. Volvió la mirada al cuadro: aquellos ojos no eran tan terribles después de todo; sin el apoyo de la pared se veí­an sin fortaleza, menos reales. Subió de nuevo, echó el cuadro a la chimenea (un olor terrible y pútrido llenó la habitación, al parecer los materiales eran de baja calidad), y volvió a la bodega con los materiales que utilizaba para borrar la pintura de sus cuadros. Vaya si tardó en salir la maldita pintura roja de la pared, aunque al final lo consiguió (excepto por una débil silueta del todo insignificante).

Pensó que ya se sentí­a más tranquilo, pero no fue así­. Cuando llevaba un tiempo intentando dormir le pareció sentir un tacto helado en las mejillas, en las cejas, en la nariz, helado y afilado como un cuchillo porque comprendió repentinamente que alguien le estaba arrancando los ojos. Cuando encendió la luz no habí­a cuchillo ni nada especial y sus ojos seguí­an en su sitio. Volvió a acostarse y volvió a sentir el tacto del cuchillo una y otra vez. Mi tí­o dice que no sabe cuánto tiempo duró el horror, pero que desde luego que fueron varias horas. La última vez casi se habí­a dormido del todo, olvidando su inquietud, cuando de pronto sintió un dolor especialmente agudo. Cuando se miró en el espejo, una pequeña herida manaba un hilillo de sangre muy cerca de los ojos. ¿Se habrí­a herido a sí­ mismo de alguna manera con esas obsesiones nocturnas?

Reunió valor para bajar a la maldita bodega. Para comprobar que alrededor de la débil silueta de pintura se habí­a acumulado la humedad de una extraña manera. Además, no habí­a visto antes esos pequeños hongos que crecí­an en muchos lugares de la capa de humedad formando de nuevo la silueta de unos ojos. Era imposible que hubieran crecido tan rápido ¿o no? Sabí­a mucho de Fí­sica pero poco de hongos. Seguí­a sintiendo la desesperación y el odio, la maldad. Alguien le observaba detrás de la pared. Comprendió que el problema no era el cuadro.

¡Al diablo lo que opine el propietario! Ese mismo dí­a los albañiles del pueblo tiraron la pared. No es necesario decir a quién pertenecí­a el esqueleto podrido que encontraron en la diminuta habitación secreta que habí­a tras la pared, aferrado a ella. Seguramente murió emparedado; aunque tal vez se desangró o murió de otra manera, porque posteriormente el forense encontró marcas en el cráneo, alrededor de las cuencas de los ojos, quizás producidas por el cuchillo oxidado que habí­a en el suelo. Posiblemente era su hermano, el señor M el que le habí­a arrancado los ojos con sus propias manos. Ojos que, de todas formas, no le hubieran servido de nada en la profunda oscuridad de las asfixiantes paredes.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Rednuts

La idea está bien, pero las cursivas quedan un poco como cuando Lovecraft intentaba remarcar el mal rollo de la criatura gomosa e inefable del final de todos sus relatos. Crí­tica tipográfica o lo que sea.
Tú no tienes convicciones porque tú eres de Málaga

Don Pésimo

No olvidemos que este relato ha sido pensado (y por lo tanto así­ tiene que sonar) en perfecto y fuerte acento gaditano, lo que constituye un elemento no por obvio menos novedoso en la construcción del Terror.
Me cago en el Sistema Solar

Dionisio Aerofagita

Cita de: Redneck en Diciembre 13, 2007, 10:35:30 AM
La idea está bien, pero las cursivas quedan un poco como cuando Lovecraft intentaba remarcar el mal rollo de la criatura gomosa e inefable del final de todos sus relatos. Crí­tica tipográfica o lo que sea.

Exactamente es eso. Lovecraft mola.
Creo que era el Unamuno de mi avatar (¿Kultura se escribe con K?) el que criticaba las cursivas diciendo algo así­ como que para qué destacar así­ lo importante, que todo lo que él escribí­a erea importante y entonces deberí­a escribirlo todo en cursivas. O algo así­. Yo no llego a la importancia de Unamuno, así­ que uno puede leerse el relato ignorando todo lo que no sea cursiva y entonces cagarse de miedo puro
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Rednuts

Evocar a Dionisio departiendo sobre constructos culturales mientras gesticula y vocaliza como Chiquito de la Calzada actúa sobre la mente humana como el enfrentarse a los horrores abismales y de geometrí­a no euclidiana del mencionado Lovecraft. Lo conseguisteis.
Tú no tienes convicciones porque tú eres de Málaga

Dionisio Aerofagita


El potencial terrorí­fico del acento gaditano ha sido injustamente olvidado por todo esto de los chistes. Bajo esa superficie amable, se ocultan secretos insondables.

Imaginad una invocación a engendros tentaculares con geometrí­as no euclidianas pronunciado en perfecto acento gaditano (eso sí­, pronúnciese en cursivas):

Pisha, pisha almorranah de Ictí­neo

Llénaos de pavor y entonces enloqueced. ía, ía, Shub Niggurath es nada comparado con esto.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Rednuts

En el Puerto de Santa Marí­a hay quien mezcló su simiente con extrañas criaturas marinas, y ocultan ahora su prole hí­brida en sótanos y desvanes.
Tú no tienes convicciones porque tú eres de Málaga

Dolordebarriga

A mí­  me ha gustado Dioni. Escribir cuentos de terror es sumamente difí­cil por eso entiendo que plagies, fusiles, imites, homenajees a uno de los grandes maestros del género.

10d100 de cordura para ti.

Tú Nyarlotep mola más;

Dolordebarriga
"Yo siempre documento lo que digo"

Dionisio Aerofagita

Cita de: Dolordebarriga en Diciembre 15, 2007, 09:42:31 PM
A mí­  me ha gustado Dioni. Escribir cuentos de terror es sumamente difí­cil por eso entiendo que plagies, fusiles, imites, homenajees a uno de los grandes maestros del género.

10d100 de cordura para ti.

Tú Nyarlotep mola más;

Dolordebarriga

¿A Lovecraft? No. A mí­ me gusta Lovecraft pero creo que no hay mucho de él en ese relato, salvo las abominables cursivas, que tampoco fueron invento suyo. Eso no quiere decir que no me haya copiado de inspirado en nadie; cuando escribí­ la primera versión me acababa de leer un libro de relatos de M.R. James, que, eso sí­, era un autor muy querido por Lovecraft. Ese sí­ que está bastante "homenajeado".
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Dolordebarriga

Historia narradas de adelante para atrás, caserones solitarios cerca del mar, pesadillas recurrentes, terrores velados, bodegas siniestras... coño!!!, si sólo te ha faltado sacar a un par de profundos jugando al dominó para acabar de cerrar el cí­rculo.

Que habrás homenajeado a quien te haya dado la real gana Dioni, pero el rarito de Providence ahora mismo se anda revolviendo en la tumba.

Y que si, que me ha gustado, que tu cuento valdrí­a para una partidita de Cthulhu.

Por cierto, no tengo el gusto de conocer a M.R. James, cuéntame, si te apetece, algo sobre él.


Tú, un grupo de profundos cántabros serí­a la hostia;

Dolordebarriga
"Yo siempre documento lo que digo"

Dionisio Aerofagita

Cita de: Dolordebarriga en Diciembre 15, 2007, 10:48:08 PM
Historia narradas de adelante para atrás, caserones solitarios cerca del mar, pesadillas recurrentes, terrores velados, bodegas siniestras... coño!!!, si sólo te ha faltado sacar a un par de profundos jugando al dominó para acabar de cerrar el cí­rculo.

Ups. Tal vez se me colara inadvertidamente mientras intentaba copiar a James.

Citar
Por cierto, no tengo el gusto de conocer a M.R. James, cuéntame, si te apetece, algo sobre él.

http://es.wikipedia.org/wiki/Montague_Rhodes_James

Es un escritor inglés de principios del siglo XX, famoso por sus relatos de fantasmas. Están todos recopilados en castellano en uno de los libracos de Valdemar: Corazones Perdidos, que fue el que me animó a escribir el relato, aparte de una serie de acontecimientos verí­dicos que no me atrevo a mencionar (sólo digo que viví­a en el Puerto de Santa Marí­a). Me pareció ameno y entretenido, directo y seco en el estilo, bueno con las ideas y en algún caso, incluso me dio miedo.

Lovecraft tiene un texto sobre él en su Supernatural Horror in Literature, donde comenta con bastante detalle su obra en tono apologético:

http://www.yankeeclassic.com/miskatonic/library/stacks/literature/lovecraft/essays/supernat/supern10.htm


Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Dolordebarriga

Gracias Dioni, si además me consigues un enlace a un e-book de este señor en castellano prometo lamerte el glande cuando te enfrasques en alguna discusión sin sentido con algunos de los presuntos pesos pesados de esta casa.

Tú, bisines y eso;

Dolordebarriga
"Yo siempre documento lo que digo"

Shizuka

Cita de: Don Pésimo en Diciembre 13, 2007, 11:14:29 AM
No olvidemos que este relato ha sido pensado (y por lo tanto así­ tiene que sonar) en perfecto y fuerte acento gaditano, lo que constituye un elemento no por obvio menos novedoso en la construcción del Terror.

Es usted un aguafiestas, batrachÄ­um; ya casi habí­a olvidado lo de Dionisio.

Ahora me costará un mundo volver a leerle sin los prejuicios de antaño.

S.

[Pese a todo es bueno el relato, panda de crí­ticos de medio pelo]

carbono

Dionisio, está muy bien el relato. El género de terror es tela de complicado. No obstante, un relato no es necesariamente algo que se acaba al primer envite. Quizá puedes irlo mejorando si te da por ahí­.

Yo veo posibles mejoras en cómo se detallan los miedos. Has hablado del de tu tí­o con un estilo un pelí­n periodí­stico. Si profundizas en la descripción de lo que tú sientes cuando crees que alguien (inexistente) te roza el cuello y la espalda, y lo pones en boca del prota de la historia, entonces más miedo para el lector. Seguro.

Un saludo.

Dionisio Aerofagita

Todo eso de Lovecraft, las cursivas y las pesadillas me han traí­do a la memoria otro viejo relato mí­o, a dos voces que se entremezclan a través de las cursivas. Aquí­ no pretendí­a exactamente encajar en el género, pero algo de eso tiene.
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PASAJERO
[...] Tras de aquel sueño corrí­
con el dulce y loco empeño
de ser tu esclavo y tu dueño.
Pero aún tú no me contaste
por qué camino llegaste
a penetrar en mi sueño   
MANUEL MACHADO   

Lunes,  7:00 a.m:

Aúlla el despertador y sus estrepitosos chillidos te empujan con violencia hacia la realidad, como cada mañana. Casi siempre te levantas despacio, acostumbrándote gradualmente al pensamiento lógico de la vida consciente, como quien sale bruscamente de la oscuridad a la luz y retrocede deslumbrado. Pero hoy te incorporas inmediatamente, preso de una extraña inquietud, los ojos azules bien abiertos. Esta vez huí­as de algo... ese sueño que ya no recuerdo, que ya he olvidado, ese sueño que no era una pesadilla pero tal vez más peligroso, aunque no haya explicación para hacerme sudar frí­o, para hacerme huir... Para hacerte huir, pero no sabes que ya no puedes escapar, así­ que no le das demasiada importancia y sigues tu vida como si nada hubiera pasado.

Apenas una hora después conduces tu coche camino del trabajo no quiero quedarme sólo con mis pensamientos... no ahora... pensamientos... no soporto  pensar en esa idea horrible, totalmente vací­a de contenido, siniestra y hueca, imposible, que invade mi mente, y lucha por llenarla de nada, por eso... hay que pensar en otra cosa... sí­, en Isa ahora tan lejos de mí­ en Hamburgo, practicando el idioma y probablemente poniéndome los cuernos con los alemanes, pero no me hace gracia y otra vez está ahí­ esa idea indeterminada, amorfa, desconocida que desdibuja la cara de mi novia por más que desafine tarareando canciones de los Rolling... Exacto, música.

Y enciendes la radio buscando entretener tus oí­dos (música de baile, años 80) para no escuchar ese zumbido que no viene de ninguna parte; sin éxito porque el zumbido es profundo y está en todas partes, aunque creo que habí­a dicho (pensado) que no vení­a de ninguna... o no fui yo... Tus pensamientos se entremezclan para escurrirse e ir desapareciendo, huidizos: la oficina (nada), el cabrón del jefe (nada), la juerga del sábado o aquella burda pelí­cula de ciencia-ficción que te tragaste anoche. Nada. Nada. Nada. En medio de la absurda sensación de vací­o, por un instante -sólo por un instante- aquella idea se llena con una imagen única y dinámica de tu sueño de anoche.

Vagabas por unas escabrosas montañas junto a un grupo de gente. Los conocí­as, pero sólo en aquel momento, cuando soñabas y no ahora que evocas el sueño. El paisaje no se parecí­a a ninguno que hubieras visitado, era completamente creación de tu imaginación; en esta última apreciación te equivocas, a causa quizás de tu excesivo orgullo. Te separaste del grupo, y, sin saber cómo, encontraste una cueva débilmente iluminada; ante ti un brillante y enorme huevo deformado, grande como una cabeza humana. Desprendí­a una luz de un color que no recuerdas (quizás no lo recuerdas porque no lo habí­as visto jamás), pero que tení­a algo que ver con el ocaso: violáceo, rojizo, azul, blanco... No sabí­as la razón, pero sí­ que tení­as que cogerlo (tal era la lógica del sueño). Sentiste su tacto como un pinchazo y sufriste un segundo de eterno (dulce) dolor hasta que el huevo desapareció. Después...

Frenas en seco, a punto de chocar contra un camión de una conocida marca de yogurts, abstraí­do en tu visión oní­rica. Abres la ventana y ves como el humano se baja del camión y empieza a gritar, verborreico, haciendo grandes aspavientos. Tú en cambio sólo escuchas otra vez el molesto zumbido que todo lo cubre.

Durante el resto del dí­a intentas ocupar tu mente, tratas de no quedarte sólo, te entregas a una actividad frenética, siempre huyendo de un lado para otro... Miedo... ¿por qué tengo miedo?... ¿de quién?... Miedo de tu propio ser, y de algo que ahora forma parte de él, pero aún no lo sabes. Miedo de mí­.

La vertiginosa carrera acaba al final del dí­a. Esta noche te quedas solo. Solo en tu cama, sumergido en un tenebroso mundo dónde sólo hay un vací­o inconmensurable.

Martes. 7:05 a.m:
   
Noche siniestra de silencios que gritan. Noche de sudores, y de sueños que te hablan de muerte y que provocan en ti una indefinida nostalgia de hechos que nunca han podido ocurrir.
   
Ahora te examinas en el espejo, mientras te afeitas, y te ves asustado como un ratoncillo (como un jugoso ratoncillo). Tu imagen te contempla por un instante con una mirada extraña... y quizás maliciosa.  Pero lo peor para ti son esas "cosas" de color verdoso que te han empezado a crecer en algunas partes del cuerpo. Una vez vestido, no has cambiado casi nada, pero por alguna razón te cuesta reconocerte si yo no soy ese ¿dónde estoy yo?. ¿Quien soy yo? De pronto te sientes inundado de rabia, de una rabia casi inhumana ¡Carne! ¡Sangre! Sin ser dueño de tus actos, te ves a ti mismo corriendo por el pasillo y dando portazos hasta llegar a la nevera presa de una pasión incontenible. Antes de ir a trabajar te das un atracón de carne cruda.

Te cuesta olvidar la secreta vergí¼enza, la culpabilidad por tu acto inexplicable, a pesar de que no has hecho daño a nadie todaví­a no he hecho daño a nadie, todaví­a... matar... no es bueno... matar... creo que debo de ir al psiquiatra... algo he leí­do u oí­do, tiene que ser un trastorno psicosomático o algo por el estilo... una enfermedad, nada que ver con el sueño del huevo aquel con el color del ocaso... esas manchas verdes...

De tu estupor te saca Alberto como otras veces con otra broma cruel y ofensiva. A veces lo hace: atacarte para que todos se rí­an, porque sabe que tú te vas a callar; Alberto tiene un puesto superior al tuyo en la oficina, y es por supuesto más listo, más guapo y más simpático que tú. Cuando Alberto abre la boca todo el mundo le escucha, y tú esbozas sólo una media sonrisa y continuas tecleando hasta que pase el temporal. Hoy no. Contestas con una desmesurada crueldad que no creí­as tener (pero la tienes, te lo aseguro, yo sólo te empujo un poco); metes por medio, por supuesto a su querida esposa Lisa  (siempre habí­as pensado esa respuesta, la habí­as planeado en secreto, casi sin saberlo). A él le duele y por un momento parece que va a pegarte, mientras todos callan. Pero se pone ligeramente amarillo y responde con una hipócrita sonrisa de vencido y una débil frase, mientras se marcha entre cuchicheos. Y tú te sientes pletórico de fuerza, poderoso, por encima de él. Por eso olvidas el incidente de esta mañana y la carne cruda.

Miércoles. 11:04 a.m:

Horrible, todo es horrible, nauseas ante el asco de no sé exactamente qué. Me mareo, voy al servicio. La oficina es hoy para ti un lugar extranjero o incluso aliení­gena. Todo, todo te molesta, en especial los detalles más í­nfimos. Horrible, por ejemplo,  el camino de ida. Las cosas más comunes y sencillas (coche, árbol, rueda, casa...) te parecen seres vivos y terribles que laten y lloran desesperadamente, seres odiosos, irreales. Después el tacto del ordenador te resulta tremendamente repugnante, y los colores, algo asqueroso, ninguno como ese dulce color del ocaso. Hace horas que un dolor lacerante invadió tu cabeza y otra vez ese dichoso zumbido ¿de dónde viene?

Lo peor de todo son los humanos. Los odias con toda tu alma, criaturas pequeñas y miserables, débiles, absurdos, irreales. Es mentira. Todo es engaño. Mira a Alberto, evitándote mientras piensa como hundirte (quizás una conversación con el cabrón del jefe), o a Miguel y Rosa, criticando a Alberto en tu presencia, porque saben que lo odias, aunque tú sabes que con Alberto hablarán de ti. Horrible, horrible ¡Estúpidos! Es cierto, amigo mí­o que son estúpidos. Tanto que casi no han reparado hoy en tus gafas de sol. Gafas para ocultar los ojos, porque ya no tienes iris ni pupilas, y tus ojos son ambos de un uniforme color violáceo. El mismo que tení­a el huevo del ocaso que hallaste en la gruta viajando entre sueños.

Ahora estás parado frente a la consulta del médico. Quizás puedas contarle lo del zumbido, el dolor y el deseo de carne cruda. Puede que te dé alguna explicación para tus ojos, y para esas cosas verdes que siguen creciendo. Quizás sólo te diga una sarta de tonterí­as o se asuste, o descubra que eres una amenaza para la humanidad y decida avisar a la policí­a o incluso al ejército. En cualquier caso el médico es otro humano estúpido, un debilucho no es real, no lo necesito porque ahora soy más fuerte (sientes como tu fuerza fí­sica está creciendo estos dí­as). El hormigueo del poder recorre tu cuerpo, y eso no te hace feliz, pero sientes una euforia similar a la embriaguez me gusta. Capaz de todo, como sí­ hubiera sido seducido por el Diablo: "I will give you those things you thought unreal" vuelves a casa, riendo con carcajadas estremecedoras (no reconoces en esa risa a la tuya, siempre discreta, irónica, silenciosa).

Jueves. 1:07 p.m:

¿Quién eres?  Mi propia pesadilla   No entiendo    Lo sé  ¿por qué estás en mi cabeza, susurrándome?  Porque soy un pasajero  ¿de dónde?  De ti   ¡Tú me haces esto!  Nada es de mi mundo, todo lo saco de ti  ¡Yo no soy así­!    Eso creí­as  ¿Y tú, como eres?  Como tú   ¡Quiero ser normal otra vez!   ¿De verdad quieres?

Te levantas de la cama. Huyendo patéticamente de mí­, que estoy dentro de ti. En un arranque de furia destrozas el espejo, para no ver el color purpúreo y azul que ha tomado toda tu piel. Para no ver como algunos de los tentáculos verdosos de tu cuerpo han crecido hasta hacer imposible que puedas vestirte como un humano esos sueños terribles, aquello que... durmiendo hasta la una... ya no llego al trabajo, pero no puedo ir al trabajo así­. Ayer pensaba que era fuerte. Cada dí­a que pasa yo soy más débil y eso es más fuerte.

No pueden molestarte. Aunque hoy tu voz es chirriante, haces un esfuerzo para hablar como antes. Dejas mentiras en el contestador: He tenido que ausentarme urgentemente durante unos dí­as con motivo del fallecimiento de mi madre en Badajoz. Si quiere dejar algún mensaje, hágalo cuando oiga la señal. Los humanos siempre callan ante la muerte. Siempre miran para otro lado. Buena excusa. ¡Cállate, pasajero!, ¡Déjame en paz!   Es demasiado tarde para ti.

Todo el dí­a enjaulado en tu casa como un animal. Cuando la luna rasga el firmamento vuelvo a susurrarte y tienes que salir para hacerme callar. En el jardí­n huele a sangre circulando... un ratón. Ahora eres ágil y rápido, certero asesino. No basta con la carne cruda (no basta con la carne muerta). Es fácil y rápido cazar el ratoncillo de tu jardí­n, devorarlo vivo. Demasiado poco, pero basta por hoy. Tus (mis) estrepitosas carcajadas resuenan en la oscuridad.

Viernes 6:32 p.m:

¿De quién son esos pensamientos, pasajero? No mí­os. Me asaltan... y  casi nunca los entiendo. Me duele la cabeza y el zumbido, no, mi cabeza no puede entenderlos, captarlos... son demasiado extraños... no humanos. Pero sí­ malvados malvados porque no te pertenecen; porque no son de aquí­. Son mí­os. Yo, a veces intento traspasarlos a palabras humanas, como ahora cuando te susurro. Piensa que tener que hacerlo es para mí­ también una pesadilla. Pesadilla... debe ser una... ¡Estos recuerdos no son mí­os! ¿Cuáles son? Sueños... realidad... ficción... no distingo.   Te acercas a los cajones, con tu terrible fuerza los destrozas, y te aferras con tus recién nacidas garras amarillas tan cruelmente afiladas a tu viejo álbum de fotos, que casi no recuerdas un niño repelente, debilucho y enfermizo, decorado como un árbol de Navidad para su Primera Comunión ¡No soy yo! quién... ¡mujeres sebosas! mi perro de quién... Luchas incansablemente, cada recuerdo un tesoro, tratando de encontrar tu vida.

Tu vida, compañero, se entremezcla con la mí­a. Porque somos la misma cosa. Por eso ahora tu boca es enorme y con tres filas de dientes asesinos, sobre todo los colmillos. Por eso, el hambre vuelve esta noche y tú te atreves a traspasar la valla de tu jardí­n cuando los humanos duermen; un par de gatos del barrio apenas calman tu sed de vida. Tu odio. Mañana...

Sábado 10:00 p.m:

Casi no eres tú. Es difí­cil reconocer a una persona en la informe masa azulada y tentacular en que te has convertido ya no distingues muy bien mis pensamientos de los mí­os. No sé cuál era mi manera de vivir, de pensar, de sentir, me he traicionado... la batalla en mi cabeza. Batalla perdida ¡Está perdida! ¡De quién es la ira, pasajero!, ¿mí­a o tuya? ¿por qué razón no soy yo?   

Tú creí­as, orgulloso, que el paisaje de tu sueño era creación de tu imaginación. Pero en el fondo sabí­as... sabí­as la verdad. ¿O no te parecí­an reales los sueños cuando los sufrí­as? Alguna vez, incluso te despertabas, te vestí­as y comentabas con alguien tu sueño en el desayuno, con risas y buen humor pero eso también era un sueño, se desvanecí­a, y entonces volví­as a despertar, ahora a la realidad. Ridí­culas por supuesto las vagas explicaciones de los cientí­ficos de tu mundo. Más cercanas a la realidad las de los chamanes y brujos. Porque los sueños son otra realidad, o quizás otra forma de mirar la realidad, nunca lo he sabido. Y así­, cada noche viajáis huyendo de vuestro mundo racional y cuadriculado a otros lugares más translúcidos o puede que interiores. Allí­ vivimos y morimos otras criaturas, a veces luminosas como vuestros ideales más brillantes, otras veces terrorí­ficas, como yo y también como vuestras peores pesadillas. Porque también somos vosotros, vivimos fuera y dentro de vosotros.

Y nosotros también necesitamos huir, salir de nuestro mundo caótico, variable, desorganizado; estructurarnos. Aunque deformemos la realidad a nuestro paso. Aunque no podamos atravesar la barrera. No podemos sin vuestra ayuda, porque algunas veces somos pasajeros de vuestras mentes, ya que vuestras mentes somos. Sueños Parásitos, a veces enloquecidos por la inmutabilidad de las leyes fí­sicas, soñando, o viviendo crueles pesadillas, como es mi caso. Pero volvamos a tí­...

Domingo, 11:53 p.m:

Ya no soy. Tú eres todo mí­, pasajero. Mi cuerpo: criatura monstruosa, enorme e imposible, cambiante, deforme; color del ocaso. Tentáculos devorando la masa encefálica de Alberto... Pobre Alberto, asesinado por mi odio y mi hambre. Mi mente olvidada, perdida, desvanecida en un océano de pensamientos terribles, desconocidos y crueles, extraterrestres. Soy una plaga destructora, un huracán asesino en el mundo. Irreconocible. No me encuentro. Sólo de mí­ queda esta débil vocecilla que escuchas, pasajero. Encerrada entre huesos y gelatinas, orgullo y odio. Pero una voz al fin y al cabo. Ya no existo, pero quién sabe si lograré despertar mañana.





Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.