Intrusismo en la intimidad del menor a nuestro cargo.

Iniciado por manzanita de triana, Diciembre 07, 2007, 03:32:54 PM

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Nunca a ninguna de las dos (clave y espía)
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Bic

En realidad son dos artí­culos y un articulillo, hélos aquí­:

LA DIFíCIL TAREA DE EDUCAR A LOS ADOLESCENTES

Vigilar o espiar
¿Deben los padres supervisar los e-mails y SMS para saber qué hacen sus hijos?


JAVIER RICOU  - Lleida

El consumo de drogas o el peligro que acecha a un menor tras un contacto a través de un chat justifican, para la padres, una vigilancia los medios que ahora utilizan los adolescentes para comunicarse. Los menores piensan todo lo contrario: nadie, ni siquiera sus padres, tiene derecho a mirar los mensajes de su teléfono móvil, a entrar en su correo electrónico ni a rastrear sus conversaciones en el chat o el Messenger. Para los menores, ese control supone una intromisión en su intimidad. Ante esta situación propiciada por el uso de las nuevas tecnologí­as el dilema de muchos padres radica en saber dónde está la lí­nea que marca el lí­mite entre vigilar y espiar.

Javi, Sergio, Estefaní­a, Vero y Clara estudian en el IES Jaume Mercader de Igualada (Anoia). Tienen entre 16 y 17 años y los cinco confiesan que se enfadarí­an mucho si descubriesen que sus padres miran los mensajes de su móvil o el correo de su ordenador. Lo considerarí­an un atentado contra su intimidad. "Vale que sea mi madre - afirma Estefaní­a-, pero eso no le da ningún derecho a espiar mi vida". "Lo que hay en esos mensajes del móvil y el ordenador es muy í­ntimo y nadie tiene derecho a mirarlo sin permiso", ratifica Javi.

¿Los padres que miran esos mensajes espí­an a sus hijos? Juan Antonio Planas, presidente de la Confederación de Organizaciones de Psicopedagogí­a y Orientación de España, considera que el término espiar suena muy duro cuando se usa en un debate sobre el control que ejercen los padres sobre sus hijos y prefiere hablar de supervisar.Para Planas, resulta básico para la educación de los hijos que estos se sientan controlados en su etapa adolescente.

Este psicopedagogo defiende que la supervisión es un deber de los padres, que no deben limitar su vigilancia, sobre todo si sospechan que ocurre algo extraño, como podrí­a ser que ese niño o niña tuviese problemas con las drogas. Cuando ese control se convierte en obsesión - hay padres que contratan a detectives o colocan localizadores en los teléfonos móviles de sus hijos- "es porque la confianza se ha roto y todas las otras armas necesarias para una buena educación han fallado".

Javi, Sergio, Estefaní­a, Clara y Vero están convencidos de que sus padres no miran los mensajes de sus teléfonos ni entran en sus ordenadores. Sólo Dani, que ha dejado de estudiar pero aún no tiene trabajo y vive en el domicilio familiar, confiesa que sabe que su madre ha rebuscado en más de una ocasión en su ropa: "Cuando lo hací­a era porque sabí­a que fumaba porros y más de una vez me ha encontrado alguna china de hachí­s y la ha tirado", indica el joven.

Planas, que trabaja como orientador en un instituto de Zaragoza, revela que cada vez hay más consultas de padres que piden asesoramiento sobre cómo vigilar a sus hijos. Él aconseja que esa supervisión se haga de una forma muy discreta. "Lo prudente - afirma- es callarse e ir recogiendo pruebas y actuando en consecuencia cuando existen sospechas de que nuestro hijo consume drogas o tiene otro problema. Hay que moverse con la malicia que otorga la edad".

Pero el dilema, indican algunas familias consultadas por La Vanguardia,llega cuando hay que decidir qué hacer con la información obtenida, a escondidas, en un mensaje de su móvil o del ordenador. El hijo o hija va a descubrir que ha sido espiado y eso puede empeorar mucho más las cosas. Muchas veces, indican estas familias, callan la información, aun cuando afecte también a amigos de sus hijos.

José Antonio Gabelas, experto en nuevas tecnologí­as y profesor de Comunicación Audiovisual de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), indica que el uso generalizado de los teléfonos móviles y de internet que hacen los adolescentes ha provocado el choque entre dos derechos. "Por una parte, los padres están obligados a educar a sus hijos y, por otra, esos adolescentes tienen derecho a una intimidad, que exigen conscientes de que muchas cosas que escriben en un chat o en el Messenger son confidenciales ya que usan esos medios para expresar sentimientos que no se atreven a exteriorizar de viva voz", añade Gabelas.

Observar resulta a veces, en opinión de este profesor, más fructí­fero que vigilar o espiar. Gabelas también justifica, sin embargo, que un padre o una madre lleguen hasta donde haga falta (mirar el móvil, el ordenador o registrar la ropa) si tienen sospechas de que su hijo tiene algún problema.

Estefaní­a, Clara y Javi no comparten esa teorí­a. "Si mi madre sospecha que hago algo malo, lo que quiero es que me lo pregunte y no que vigile o mire mis cosas", coinciden en afirmar estos adolescentes. Pero eso no parece tan fácil, ya que, como admiten ellos mismos, no lo explican todo a sus padres. Vero confiesa que esconde cosas en su habitación para que no las encuentren. Dice que esto responde más al temor de una incursión de sus hermanos pequeños que de sus padres. Pero la afirmación demuestra que no está del todo segura de que alguien rebusque entre sus cosas cuando no está en casa.

Javier Elzo, catedrático de Sociologí­a en la Universidad de Deusto, considera que una vigilancia extrema a un hijo sólo está justificada "cuando hay razones, más o menos fundadas, de que se puede mover en cí­rculos próximos a la delincuencia". La obsesión por el control de los hijos es consecuencia, añade este sociólogo, de falta de comunicación en casa y es propio de unos padres agobiados, inmersos en la sociedad del miedo, que delegan casi todas sus responsabilidades a la Administración y se apuran a las primeras de cambio". José Antonio Gabelas comparte esta teorí­a: "La imagen que se ha creado de los adolescentes es, a veces, muy negativa (alcohol, droga, peleas…). Eso alarma a los padres y desde el miedo resulta imposible educar", concluye.


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Sospechosos en edad de comer´chuches´


JAVIER RICOU  - Lleida

El servicio cuesta entre dos y tres mil euros y en tres o cuatro dí­as se suelen obtener las por norma general, sospechas. La contratación de detectives privados por parte de familias que quieren saber qué hacen sus hijos adolescentes aumenta año tras año, hasta el punto de que estos servicios concentran ya el diez por ciento del trabajo encargado a las agencias que realizan todo tipo de investigaciones, tal y como indica Jordi Briñol, vicepresidente del Col · legi de Detectius Privats de Catalunya.

La mayorí­a de las familias que acuden a los despachos de detectives llega con un sentimiento de culpa. "Lo primero que se preguntan es si estarán vulnerando los derechos de su hija o hijo - afirma Briñol-, pero al final acaban contratando el servicio porque, por encima de todo, prevalece la obligación de ejercer de padre o madre". Las sospechas de consumo de drogas concentran la mayorí­a de las peticiones de vigilancia, aunque también se están dando cada vez más casos de contactos con personas extrañas establecidos a partir de chats por internet, revela el mismo detective.

El problema para estos investigadores privados es infiltrarse en los ambientes de los adolescentes - la mayorí­a tiene entre 14 y 18 años- sin llamar la atención. Aunque por norma general las sospechas se resuelven en pocos dí­as. "El adolescente suele ir siempre a los mismos sitios y si hace algo malo lo descubres en seguida, ya que son muy previsibles", indica Jordi Briñol.

Este detective considera que su trabajo está ayudando a muchas familias, ya que con estas investigaciones conocen dónde está el problema y eso les permite reconducir la situación. Lo complicado, revela Briñol, es explicar a esa hija o hijo que la información se ha obtenido contratando a un detective privado. "Nosotros aconsejamos que antes de desvelar ese detalle se utilicen otras fórmulas como que ha sido alguien cercano a la familia el que ha alertado a los padres de esa situación. Lo del detective y la presentación de pruebas sólo deberí­a usarse cuando ese menor reitere su negativa a admitir los hechos", añade el detective.

Jordi Briñol deja muy claro que lo que hacen esos padres al contratar a un detective es proteger a sus hijos, ya que en la práctica totalidad de los asuntos - principalmente en los que se plantea un problema con las drogas- las sospechas se confirman. Briñol revela que en algunos de los casos que ha investigado su agencia los padres habí­an empezado ya a vigilar a sus hijos por cuenta propia. Uno de los sistemas más extendidos es el teléfono dotado con un localizador que se regala al hijo y permite saber en todo momento dónde está. Es una tecnologí­a fácil de adquirir sin necesidad de recurrir a un detective. También hay programas espí­a en internet que permiten a los padres saber qué páginas visitan sus hijos e incluso leer lo que escriben en la red.

Javier Elzo, catedrático de Sociologí­a de la Universidad de Deusto, considera que estos medios de vigilancia nacidos con las nuevas tecnologí­as sólo deberí­an utilizarse en casos muy extremos. Pero los que realmente se muestran sorprendidos por la existencia de padres que utilizan estos métodos de control son los adolescentes. Javi, Sergio, Estefaní­a, Vero, Clara y Dani, estudiantes de Igualada, no atinan a contestar cómo reaccionarí­an si se enteraran de que sus padres los vigilan con alguna de estas tecnologí­as.


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Un control materno ejemplar

El control de los contenidos del ordenador de un adolescente por parte de su madre resultó clave para descubrir las vejaciones padecidas por una escolar con sí­ndrome de Down por parte de varios de sus compañeros de clase en un colegio de Sevilla. La reacción de esa mujer, que alertó a la dirección del centro escolar de la existencia de esas imágenes, provocó que la policí­a detuviese a su propio hijo, que habí­a participado - junto con ocho compañeros- en la grabación de ese ví­deo. La Asociación del Sí­ndrome de Down de Sevilla agradeció la valentí­a de esta mujer, ya que por norma general lo que hacen las familias que se encuentran ante una situación parecida es ocultar los hechos cuando comprueban que en ellos está implicado un hijo propio. En el caso de Sevilla los nueve adolescentes pagaron esas vejaciones infligidas a una compañera - a la que dedicaron duros comentarios mientras la grababan- con horas de trabajo social en un centro de atención a niños con sí­ndrome de Down.

P & L
Los libros son finitos, los encuentros sexuales son finitos, pero el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz.

manzanita de triana

Gracias, Bic. Mañana me voy a extender bastante comentando lo que has colgado (hoy estoy fatal de la cabeza, vamos, agotada literalmente y venga a moquear, además de horrorizada porque mañana así­ tenga 40º C de fiebre tampoco puedo faltar al curro) si mejoro.

Otra cosa, lo mismo no debí­ colgar aquí­ ese post. Lo hice por si derivaba en temas técnicos. Neo, no tengas problemas (que sé que no  :) ) en moverlo al general si lo ves apropiado, aunque yo lo preferirí­a mantener aquí­.

Neo

Si prefieres que se quede aquí­, aquí­ estará. No me molesta en lo absoluto, y yo también pensé que podí­a derivar en alguna sugerencia técnica.
What do I know about knowing stuff?

manzanita de triana

Cita de: Neo en Diciembre 10, 2007, 10:01:39 PM
Si prefieres que se quede aquí­, aquí­ estará. No me molesta en lo absoluto, y yo también pensé que podí­a derivar en alguna sugerencia técnica.

Gracias, pero si ves oportuno moverlo, no problem. En realidad problemas técnicos no tengo, de eso se ocupa mi "chico" que sabe hacerlo y se lo podrí­a instalar  a amigos muy cercanos si se lo pidieran - alguno ya tantea- (de ahí­ surgió el tema moral); pero comprendo que no todos tienen mis facilidades y preferí­ mezclar lo técnico con lo moral. Por ahora no tengo sospechas de que mi hija menor se "endrogue" o cuelgue fotos suyas en bikini para deleite de pederastras, y la mayor ya es muy mayor para que le tomen el pelo por internet, y si lo hacen pues es mayorcita, ella misma si hace el gili. Pero juro por Dios que al primer achispamiento de la peque (con pupilas raras) se instala por el padre que me engendró*.

Aparte, en este subforo puede ser interesante, ya que se disgregan los hilos menos que en el general, plantear cuestiones éticas sobre la sociedad de la información si te parece, independientemente de que su base sea servir para lo que es: soporte técnico.

* Venga, desbarro y os cuento una de mi infancia: mi padre era bastante conocido y tení­a bastantes empleados. Con 14 años me robaron el monedero (llevarí­a yo como mucho 200 pelas, Sicilia 1980): rápidamente vino un trabajador suyo a devolvérmelo diciendo que lo habí­a encontrado en una papelera y se dió cuenta que era yo, pero que no se lo contara, porfaplis, a mi padre. Evidentemente, me habian robado sus colegas y se acojonó al ver mi foto y nombre en el DNI.

La historia queda ahí­, yo me callé cual puta (bueno, no, luego el chico y sus coleguis hicieron un butrón en una oficina de mi padre un año después y los pillaron. Encima, no habí­a ni un duro, ¡menudo era papá!) pero a que lo me refiero es que antes al ser pueblerinos y de barrio pues estabas controlado; le contaban en el mercado a tu madre las andanzas y zapatazo al canto. Ahora que estamos tan globalizados y superinterneteados si se ven atisbos de problemas (drogas, relaciones con mayores de edad por ejemplo) veo estupendo controlar el IM, menseger y lo que haga falta; pero en eso me explayaré mañana como le dije a Bic).