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Citas citables

Iniciado por Mikel Otsuka, Mayo 05, 2007, 12:41:39 PM

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Quercus Cistensis

Pelazo nivel Boris Johnson

Scardanelli

Como dize Aristótiles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenení§ia; la otra cosa era
por aver juntamiento con fenbra plazentera.

Quercus Cistensis

Los cí­nicos sois como payasos que reis por fuera y llorais por dentro.  :P.
Pelazo nivel Boris Johnson

Scardanelli

Y los anti-cí­nicos sois como mujeres barbudas que por fuera tonteais con el domador y por dentro deseais al hombre bala.
Como dize Aristótiles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenení§ia; la otra cosa era
por aver juntamiento con fenbra plazentera.

ENNAS

Pertenecí­an estos seres a esa clase bastarda compuesta de personas incultas que han llegado a elevarse y de personas inteligentes que han decaí­do, que está entre la clase llamada media y la inferior, y que combina algunos de los defectos de la segunda con casi todos los vicios de la primera, sin tener el generoso impulso del obrero, ni el honesto orden del burgués.

Eran de esa clase de naturalezas pequeñas que llegan con facilidad a ser monstruosas. [...]

[...] su inteligencia le alcanzaba justo para leer literatura barata. Al envejecer fue sólo una mujer gorda y mala que leí­a novelas estúpidas. Pero no se leen necedades impunemente[...]

No basta ser malo para prosperar.


Los miserables Victor Hugo, 1862. Extraido de la página 35 de este pdf:

http://www.claseshistoria.com/general/pdf/miserables.pdf

Y no es la única gran cita genial de una historia inmensa, por mucho que el autor cargara la mano en las partes más sensibleras. Cuan distinto del bestsellero Alejandro Dumas padre con "El conde de Montecristo", apreciable novela de aventuras, donde para variar, ninguno de sus protagonistas son buenos; pero donde todo es un juego de ricoshombres chinchándose unos a otros sin el menor interés por la sociedad real (de su época) y afanoso sólo de proporcionar un rato de evasión en base a las urdimbres del poder, como en su otra gran novela "Los tres mosqueteros".

http://www.ataun.net/BIBLIOTECAGRATUITA/Cl%C3%A1sicos%20en%20Espa%C3%B1ol/Alejandro%20Dumas/El%20conde%20de%20Montecristo.pdf

Por contra "los miserables" se centra por sobre todo en los fracasados de la vida, nada hay de épico ni heroí­co, como mucho de estoico y resignado/vagamente esperanzado ante un futuro que todos presumí­amos mejor hasta que llegaron los liberales de Tatcher y Reagan a arrasar con el futuro de la humanidad y del planeta. Puestos a elegir entre estas dos glorias de la literatura francesa, antes la de Victor Hugo.

Pieza cabaretesca del musical anglo. La parte en azul, que no garantizo que sea correcta la apreciareí­s en el ví­deo a partir del minuto 2:30:

Madame Thenandier: Master of the house? Isn't worth me spit!
`Comforter, philosopher' and lifelong shit!
Cunning little brain, regular Voltaire
Thinks he's quite a lover but there's not much there
What a cruel trick of nature landed me with such a louse
God knows how I've lasted living with this bastard in the house!

Monsieur Thenardier & Drinkers: Master of the house!

Mme. Thenardier: Master and a half!

M. Thenardier & Drinkers: Comforter, philosopher

Mme. Thenardier: Ah, don't make me laugh!

M. Thenardier & Drinkers: Servant to the poor, butler to the great

Mme. Thenardier: Hypocrite and toady and inebriate!

M. Thenardier & Drinkers: Everybody bless the landlord!
Everybody bless his spouse!

M. Thenardier: Everybody raise a glass

Mme. Thenardier: Raise it up the master's arse

All: Everybody raise a glass to the Master of the House!


Espero que no haya que traducí­roslo.

https://www.youtube.com/watch?v=7k6uqhKEAOM

§

Cita de: Mikel Otsuka en Mayo 05, 2007, 01:30:23 PM
A mí­ no me importa a qué raza pertenece: si es blanco, negro o amarillo. Es un hombre y no puede haber nada peor.
Mark Twain

Comentario: no hay comentario.

Oh, qué grande. Me recuerda a mí­ cuando me digo: yo no soy racista, a mí­ me apestan todos por igual.

ENNAS

La esclavitud en nuestros tiempos León Tolstói, 1900.

"Era cierto que por una mera subsistencia, la gente, que se considera libre, pensó necesario entregarse a un trabajo tal, al cual en los dí­as de la servidumbre ningún dueño de esclavos, por cruel que fuese, enviarí­a a sus esclavos. Y no sólo los dueños de esclavos, ningún cochero enviarí­a a su caballo a tal trabajo porque los caballos cuestan dinero, y serí­aun desperdicio que por un trabajo excesivo de treinta y siete horas se acortase la vida de un valioso animal`...]

Esta maravillosa ceguera que cae sobre la gente de nuestro cí­rculo puede explicarse sólo por el hecho que cuando la gente se comporta mal siempre inventan una filosofí­a de la vida que representa sus malas acciones no como malas del todo, sino únicamente como resultado de inalterables leyes lejos de nuestro control. En los tiempos antiguos tal punto de vista de la vida se hallaba en la teorí­a de que existí­a un deseo inescrutable e inalterable de Dios que ordenaba a unos hombres una posición humilde y de duro trabajo, y a otros una posición elevada y con disfrute de las cosas buenas de la vida. Sobre este tema se escribió una cantidad enorme de libros y se predicó una innumerable cantidad de sermones. El tema se trataba desde todo ángulo posible. Se demostró que Dios habí­a creado diferentes clases de gente: esclavos y amos; y que ambos debí­an estar satisfechos con su posición. Se demostró además que serí­a mejor para los esclavos en el otro mundo; y luego se mostraba que aunque los esclavos eran esclavos, y debí­an permanecer así­, su condición no serí­a tan mala si sus amos fueran bondadosos con ellos. Luego vino la última explicación, después de la emancipación, que la riqueza era encomendada por Dios a algunos para que usaran parte en obras buenas; y así­ no era perjudicial que algunos fueran ricos y otros pobres. Estas explicaciones satisficieron a los ricos y a los pobres (especialmente a los ricos) por mucho tiempo. Pero el dí­a llegó cuando las explicaciones no eran satisfactorias, especialmente para los pobres, que empezaron a entender su posición. Entonces se necesitaban nuevas explicaciones. Y fueron producidas exactamente cuando se necesitaban. Estas nuevas explicaciones vinieron en forma de ciencia; la economí­a polí­tica declaró que habí­a descubierto las leyes que regulan la división del trabajo y la distribución de los productos del trabajo entre los hombres. Estas leyes, de acuerdo a esa ciencia son: que ladivisión del trabajo y el disfrute de sus productos depende de la oferta y la demanda, del capital, renta, salarios, valores, utilidades, etc.; en general, en leyes inalterables que gobiernan las actividades económicas del hombre. Pronto se escribieron numerosos libros y panfletos sobre este tema y se dictaron conferencias y se han publicado tratados y predicado sermones sobre el tema anterior; y todaví­a, sin cesar, se escriben montañas de panfletos y libros, y se dictan conferencias; y todos estos libros y conferencias son tan oscuros e ininteligibles como los tratados y sermones teológicos; y todos ellos, como los tratados teológicos, completamente logran su objetivo; esto es, dan una explicación tal del orden de las cosas existentes que justifica a algunos el abstenerse de trabajar y de vivir del trabajo de otros. El hecho es que la investigación de esta pseudo-ciencia ha sido llevada a mostrar el orden general de las cosas, no la condición de las gentes en un pequeño paí­s bajo circunstancias excepcionales â€" Inglaterra al final del siglo XVIII y comienzos del XIXâ€" y este hecho no aminoró en lo más mí­nimo la aceptación como válida de los resultados a los cuales llegaron los investigadores, ni la similar aceptación aminora las disputas y desacuerdos interminables entre los que estudian dicha ciencia y son incapaces de ponerse de acuerdo en cuanto al significado de renta, plusvalí­a, ganancias, etc. Sólo se ha reconocido una posición fundamental para todos, y esta es que las relaciones entre los hombres están condicionadas, no por lo que la gente considera correcto o incorrecto, sino por lo que es ventajoso para losque están en posición ventajosa.Se admite como verdad sin duda, que si en una sociedad aparecen muchos ladrones que quitan a los trabajadores el fruto de su trabajo esto sucede no porque los ladrones actúen incorrectamente sino porque así­ son las inevitables leyes económicas, que sólo pueden modificarse lentamente por un proceso evolucionario indicado por la ciencia; y por lo tanto,de acuerdo a la guí­a de la ciencia, los que pertenecen a la clase de ladrones, o reducidores de mercancí­as robadas, pueden calmadamente continuar usando las cosas obtenidas por medio del robo. Aunque la mayorí­a de las gentes de nuestro mundo no conocen los detalles de estas tranquilizadoras explicaciones cientí­ficas, como tampoco conocieron los detalles de las explicaciones teológicas, que justificaban su posición, sin embargo saben que hay una explicación, que los cientí­ficos, los sabios, han comprobado muy convincentemente, y continúan comprobándolo, que el orden existente es el que debe ser, y que por lo tanto debemos vivir bajo este orden sin tratar de alterarlo. Solamente de esta manera puedo explicar la extraordinaria ceguera de la gente de bien de nuestra sociedad, que sinceramente desea el bienestar de los animales, pero que con conciencia tranquila devoran las vidas de sus hermanos"


http://es.scribd.com/doc/50948672/Tolstoi-La-Esclavitud-de-nuestros-tiempos

ENNAS

De gubernatione Dei fue publicado por Salviano de Marsella en el año 450 con el afán de intentar explicar por qué a pesar de que el Imperio Romano habí­a adoptado la única fé verdadera (año 313) todo iba a peor año tras año. Hombre de la pujante Iglesia, se responde diciendo que tenemos lo que nos merecemos por nuestros pecados.

Pero aún con ésto, poniendo en claro que el pretende salvar el ideal (el sistema funciona, tú no), muestra los comportamientos abusivos de los poderosos y la caida en la miseria de la mayorí­a de la población. Menciona de pasada el fenómeno de los bagaudae, revueltas organizadas por bandas compuestas de esclavos huidos, hombres libres arruinados y desertores de las legiones que aterrorizarí­an a los poderosos de Hispania y Galia entre los años 281 y 448.


"Nuestras desgracias, nuestras debilidades, nuestras ruinas y cautividades, la pena que constituye una servidumbre sin tregua, son testimonio de un mal servidor y de un buen señor. ¿Porqué un mal servidor? porque con toda evidencia yo sufro, al menos en parte, lo que merezco. ¿Porqué un buen señor? porque él nos muestra lo que merecemos y sin embargo no nos lo inflinge. El prefiere corregirnos con un castigo pleno de clemencia y de benignidad, antes que hacernos perecer. Nosotros, si se mira en relación a nuestros crí­menes, somos dignos del suplicio de la muerte; pero él, inclinándose más a la misericordia que a la severidad, quiere reformarnos por la moderación de una sanción clemente, más bien que destruirnos con el golpe de una justa represión...

¿Pero, por qué hablar de esto con tanto escrúpulo y alegóricamente, cuando no sólo los robos, sino aún los mismos bandidajes de los ricos son puestos en evidencia por los crí­menes más notorios? Porque ¿quién, en proximidad de un rico no ha sido reducido a la pobreza, arrojado entre los pobres? Porque las usurpaciones de los poderosos hacen que los débiles pierdan sus bienes o incluso se pierden ellos con sus propios bienes. Tampoco es sin justicia que la Palabra divina da testimonio de unos y otros cuando dice: "Como la presa del león es el onagro en el desierto, así­ la pastura de los ricos son los pobres" (Eclesiástico 13, 19-23). A fin de cuentas, no son solamente los pobres, sino la casi totalidad del género humano quien padece esta tiraní­a.

¿Acaso la dignidad de la clase elevada es otra cosa sino la puesta en subasta de las ciudades? Y la prefectura de algunos, a quienes no nombraré, ¿es otra cosa para ellos que un coto de caza? No hay peor estrago para la gente pobre que el poder polí­tico: las cargas públicas son compradas por un pequeño número de personas y deben ser pagadas con la ruina de todos; ¿qué puede haber más escandaloso e inicuo que esto? Los miserables pagan el precio de los cargos que no compran: ellos ignoran la compra pero conocen el pago. Para que un pequeño número sea ilustre, el mundo está convulsionado; la elevación de un solo hombre es la ruina de toda la tierra. Lo saben bien todas las provincias; lo saben las provincias de Hispania a las cuales ya no les queda sino el nombre; lo saben las de ífrica, que han dejado de existir; lo saben las Galias, que han sido devastadas -aunque no por todos- y que conservan aún un tenue aliento de vida, porque han sido nutridas por la integridad de unos pocos, aunque devastadas al mismo tiempo por la rapacidad de muchos...

En estos tiempos los pobres son arruinados, las viudas gimen, los huérfanos son pisoteados; tanto que la mayorí­a de ellos, nacidos en familias conocidas, y educados como personas libres, huyen a refugiarse entre los enemigos para no morir bajo los golpes de la persecución pública. Sin duda buscan entre los bárbaros la humanidad de los romanos, puesto que no pueden soportar más entre los romanos una inhumanidad propia de bárbaros. Y aunque sean grandes las diferencias respecto a aquellos entre los cuales se refugian, sea por la religión, como por la lengua e incluso, si se me permite decirlo, por el olor fétido que exhalan los cuerpos y los vestidos de los bárbaros, ellos prefieren no obstante sufrir entre aquellos pueblos tales diferencias de costumbres, que padecer la injusticia desencadenada entre los romanos. Ellos emigran, pues, de todas partes y se dirigen hacia los godos, hacia los bagaudes o hacia los otros bárbaros que dominan por doquier, y no se arrepienten en absoluto de haber emigrado. En efecto, prefieren vivir libres bajo una apariencia de esclavitud que ser esclavos bajo una apariencia de libertad.

De este modo al tí­tulo de ciudadano romano, otrora tan estimado y adquirido a tan alto precio, hoy se lo repudia y se huye de él; hoy es mirado no solamente como vil, sin incluso como abominable.

¿Y qué testimonio puede manifestar más claramente la iniquidad romana, que el ver a muchí­simos ciudadanos honestos y nobles, que habrí­an debido encontrar en el derecho de ciudadaní­a romano el esplendor y la gloria más altas, reducidos ahora por la crueldad y la injusticia romanas a no querer ser más romanos? De esto se deriva el hecho de que aún aquellos que no se refugian entre los bárbaros son obligados a vivir como tales; tal es el caso de gran parte de los hispanos y de una parte no despreciable de los galos, y en fin, de todos aquellos a quienes en todo el mundo romano, la injusticia romana los ha llevado a dejar de ser romanos...

Lo que hay de más vergonzoso y penoso es que las cargas generales no son soportadas por todos; antes bien, las tasas impuestas por los ricos pesan sobre los pobres diablos: los más débiles llevan las cargas de los más fuertes. La única razón que impide a los miserables el pagar los impuestos es que la carga es más pesada que sus fuerzas. Ellos sufren dos cosas diferentes y opuestas: se les tiene envidia y viven en la indigencia; se les tiene envidia, habida cuenta de las tasas que se les imponen; viven en la indigencia, habida cuenta de lo que deben pagar. Considerando lo que pagan creerí­amos que se encuentran en la abundancia; considerando lo que poseen, encontraremos que viven en la indigencia. ¿Quién podrí­a evaluar semejante injusticia? Ellos pagan como ricos y experimentan una indigencia propia de mendigos; más aún, a veces, los ricos inventan impuestos que son pagados por los pobres."

ENNAS

"El hombre no vive únicamente su vida personal como individuo, sino que también, consciente o inconscientemente, participa de la de su época y de la de sus contemporáneos. Aunque inclinado a considerar las bases generales e impersonales de su existencia como bases inmediatas, como naturales, y a permanecer alejado de la idea de ejercer contra ellas una crí­tica, el buen Hans Castorp es posible que sintiese vagamente su bienestar moral un poco afectado por sus defectos. El individuo puede idear toda clase de objetivos personales, de fines, de esperanzas, de perspectivas, de los cuales saca un impulso para los grandes esfuerzos de su actividad; pero cuando lo impersonal que le rodea, cuando la época misma, a pesar de su agitación, está falta de objetivos y de esperanzas, cuando a la pregunta planteada, consciente o inconscientemente, pero al fin planteada de alguna manera, sobre el sentido supremo más allá de lo personal y de lo incondicionado, de todo esfuerzo y de toda actividad, se responde con el silencio del vací­o, este estado de cosas paralizará justamente los esfuerzos de un carácter recto, y esta influencia, más allá del alma y de la moral, se extenderá hasta la parte fí­sica y orgánica del individuo. Para estar dispuesto a realizar un esfuerzo considerable que rebase la medida de lo que comúnmente se practica, sin que la época pueda dar una contestación satisfactoria a la pregunta «¿para qué?», es preciso un aislamiento y una pureza moral que son raros y una naturaleza heroica o
de vitalidad particularmente robusta. Hans Castorp no poseí­a ni lo uno ni lo otro, no era, por lo tanto, más que un hombre; un hombre, en uno de sus sentidos más honrosos."


La montaña mágica Thomas Mann, 1924.

Amazonia

#264
No se si se puede dar opinion en este hilo (si no es asi, ruego se me borre).

Lo que ha escrito Ennas, me da que pensar en que tenemos dos yoes, el yo personal y el yo colectivo.
El yo colectivo, seguramente no actuaria de la misma forma en diferentes epocas, lo haria el yo personal¿?, pues tampoco, porque el yo personal, siempre estara influido por el yo colectivo, y la epoca en que nos toca vivir, las costumbres, la decision sobre lo aceptable o no aceptable en cada epoca....da susto solo pensarlo.

Asi pues, nadie somos dueños de nuestros logros,ni tenemos porque culparnos por nuestros propios fracasos, es decir, yo....no soy yo, y si algo algo inapropiado, tampoco eso parte de mi, si no de mi mezcolanzas de yoes y mis circunstancias.

Eso me exculpa de todo, mira que bien.


ENNAS

"Morir no importa. Pero es horrible no vivir."

Jean Valjean en Los Miserables. Ví­ctor Hugo, 1862.

"No es sólo una fatiga del cuerpo y el espí­ritu gastados por las exigencias de la vida (pues para ésta el sencillo repaso serí­a el remedio más reconstituyente), sino también algo que atañe al alma: la conciencia de la duración, la vivencia del tiempo, que amenaza perderse en una monotoní­a persistente, la conciencia de que ella misma se halla emparentada y unida al sentimiento de la vida y que la una no puede ser debilitada sin que la otra sufra y se debilite a su vez. Se han difundido muchos conceptos erróneos sobre la naturaleza del hastí­o. Se cree que la novedad y el carácter interesante de su contenido «hacen pasar» el tiempo, es decir, lo abrevian, mientras que la monotoní­a y el vací­o alargan a veces el instante y la hora patéticamente. Pero esto es inexacto, pues, siendo en ocasiones así­, la monotoní­a y el vací­o pueden abreviar y acelerar vastas extensiones de tiempo hasta reducirlas a la nada. Por el contrario, un contenido rico e interesante es sin duda capaz de abreviar una hora e incluso un dí­a, pero, considerado en conjunto, confiere al paso del tiempo amplitud, peso y solidez, de manera que los años ricos en acontecimientos pasan con mayor lentitud que los años pobres, vací­os y ligeros, que el viento barre y se alejan volando. El hastí­o es, pues, en realidad, una representación enfermiza de la brevedad del tiempo provocada por la monotoní­a. Los grandes perí­odos de tiempo, cuando su curso es de una monotoní­a ininterrumpida, llegan a encogerse en una medida que espanta mortalmente al espí­ritu. Cuando los dí­as son semejantes entre sí­, no constituyen más que un solo dí­a, y con una uniformidad perfecta la vida más larga serí­a vivida como muy breve y pasarí­a en un momento. La costumbre es una somnolencia o, al menos, un debilitamiento de la conciencia del tiempo, y cuando los años de la niñez son vividos lentamente y luego la vida se desarrolla cada vez más deprisa y se precipita, es también debido a la costumbre. Sabemos perfectamente que la inserción de nuevas costumbres es el único medio de que disponemos para mantenernos vivos, para refrescar nuestra percepción del tiempo, para obtener, en definitiva, un rejuvenecimiento, una confirmación, una mayor lentitud de nuestra experiencia del tiempo y, por ello, la renovación de nuestro sentimiento de la vida en general."

La montaña mágica. Thomas Mann, 1924.

ENNAS

Los Buddenbrook. Thomas Mann, 1901.

"El reverendo Trieschke de Berlí­n, apodado Trieschke el Lacrimoso porque no habí­a domingo en que no se echase a llorar en el punto adecuado del sermón, se caracterizaba por su cara pálida, sus ojos enrojecidos y una mandí­bula muy parecida a la de un caballo. Se encontraba alojado en casa de los Buddenbrook por ocho o diez dí­as, dirigí­a las reuniones pí­as diarias y parecí­a haber hecho una apuesta con la pobre Clotilde para ver quién comí­a más de los dos...

Trieschke el Lacrimoso se enamoró de Tony.Y no precisamente de su alma inmortal, ¡oh, no!, sino de su labio superior un poco abultado, su espléndida cabellera, sus bellos ojos y sus bonitas curvas. Así­ pues, aquel hombre de Dios, con mujer y cuatro hijos en Berlí­n, se las ingenió para, con uno de los criados, hacer llegar hasta el dormitorio de Tony de la segunda planta una cartita en la que los extractos de la Biblia se mezclaban con una serie de originales e í­ntimas ternezas. Tony la encontró al irse a la cama, la leyó y, muy decidida, bajó con ella en mano al dormitorio de la consulesa en la entreplanta y no tuvo vergí¼enza ninguna en leer en voz bien alta el escrito del reverendo a la luz de las velas. A partir de entonces, la presencia de Trieschke el Lacrimoso en la Mengstrasse resultó impensable."


Thomas Mann no se consideraba un genio a la altura de un Goethe o un Nietzsche, a cambio presumí­a de su trabajo disciplinado, de su estudio exhaustivo (pese a ser autodidacta) y de su profunda reflexión, germánicos valores todos ellos que daban como resultado una prosa densa y prolija. Si uno se acerca a él desde sus pequeños libros -"Señor y perro", "Muerte en Venecia" ve a un escritor culto pero previsible, que no asume riesgos y se queda en el mero ejercicio de estilo.

Pero ya os conté lo maravillosa que es "La Montaña Mágica", de hecho me quedé corto. Claro que ese libro lo escribió cuando ya se le estaban cayendo en pedazos la certezas. Y yo andaba detrás de "Doctor Faustus" otro libro aún más posterior donde Mann, un wagneriano confeso, explicaba y alababa la música dodecafónica como auténtica y verdadera continuación de la música clásica.

En su lugar me topé con la obra maestra de su juventud, cuando no era más que el hijo de buena familia y tení­a ideas conservadoras. Y he de deciros que es otra maravilla que os animo a leerla acá:

https://filologiaunlp.files.wordpress.com/2013/03/mann-thomas-los-buddenbrook.pdf

https://www.youtube.com/watch?v=exC-Y9AYye0


"no hemos nacido para aquello que nuestros ojos cortos de vista consideran nuestra pequeña felicidad personal, pues no existimos en el mundo de manera aislada, independiente, desligada de los demás, sino que somos eslabones de una cadena"

Con esta frase en mente la pobre Tony Buddenbrook renuncia al amor de su vida -un estudiante izquierdista, un perroflauta- para satisfacer a su padre y a la compañí­a casándose con un atildado comerciante hamburgués al que desprecia pero que siempre tiene buenas palabras para todos y que, pese a que nadie sabe de donde sale su fortuna, parece tenerla y en grandes cantidades.

Pero con el paso de los capí­tulos nos enteramos que el marido es un Pequeño Nicolás que con la ayuda de un banquero Miguel Blesa vive a crédito haciendo pensar a todos que los Buddenbrook cubrirán sus contí­nuas pérdidas. Así­ hasta que la situación revienta. Es decorazonador enterarse de como los socios hamburgueses de la casa, habiendo sido sableados por el Pequeño Nicolás, prefirieron seguir el engaño urdido por Miguel Blesa para satisfacer sus pequeñas deudas con la dote de la boda, antes que avisar del gorrón que metí­an los Buddenbrook en casa. Pero peor es que después ninguno se reformara y le siguieran prestando dinero esperando que el suegro volviera a salvar al Pequeño Nicolás. Éso es lo peor.

O lo serí­a si no fuera por el banquero Miguel Blesa, un auténtico psicópata os lo juro, que cuando el viejo Buddenbrook se niega a asumir la deuda del yerno no tiene empacho en contarle como se han estado aprovechando todos de él y tildarle de tonto. Para el banquero parece ser que lo más importante no es las pérdidas que tendrá con la quiebra, sino demostrar que él es el más listo, que está por encima del resto.

"Ay, sí­, ésa era la cuestión: ¡ésa era la gran pregunta de siempre, la que lo atormentaba desde que tení­a uso de razón! La vida era dura y la vida del comerciante, que se desarrollaba al margen del sentimentalismo y las contemplaciones, vení­a a ser un sí­mbolo de la vida en un sentido amplio. ¿Eran tan firmes como los de sus antecesores los cimientos de Thomas Buddenbrook en aquella vida práctica y dura? ¡Cuántas veces, desde siempre, habí­a tenido motivos para dudar de ello! Cuántas veces, desde su juventud, habí­a debido reprimir sus sentimientos para amoldarlos a esa vida... Conferirles mayor dureza, sufrir esa dureza y, además, no sentirla como tal sino como algo que habí­a de darse por supuesto en su vida... ¿Es que no lo aprenderí­a nunca? Recordaba la impresión que le habí­a causado la catástrofe de 1866 y evocaba el inefable sentimiento de dolor que le habí­a invadido entonces. Habí­a perdido una elevada suma de dinero... pero, ¡ay!, eso no habí­a sido lo más insoportable. Por primera vez en su vida, habí­a sentido en sus propias carnes y en toda su magnitud la cruda brutalidad de ese mundo de los negocios, en el que todos los buenos sentimientos, la dulzura y la amabilidad se desvanecen ante un salvaje instinto de conservación a costa de lo que hiciera falta; en el que la desgracia sufrida por los amigos, aun por los mejores amigos, no despierta compasión, sufrimiento compartido, sino... desconfianza, una desconfianza frí­a y pertinaz. ¿Es que no lo sabí­a ya antes? ¿Cómo podí­a asombrarse de ello a esas alturas? ¡Cómo le habí­an avergonzado después, en horas mejores y más fuertes, aquellas noches en vela, indignado, asqueado y profundamente herido por la odiosa dureza sin escrúpulos de la vida!"

Y esta cita que parece escrita ex professo para la ocasión, para irnos contando una historia de comerciantes burgueses, es en realidad un juego literario más profundo que el lector sólo descubre al final, cuando el patriarca de la familia reflexiona sobre la obra magna del filósofo Arthur Schopenhauer, "El mundo como voluntad y representación". Juego literario que es triple pues el último de los Buddenbrook tiene como amigo del colegio a un pequeño conde que relée una y otra ver el cuentito de Edgar Allan Poe "El hundimiento de la casa Usher".

Este libro que podrí­a parecer un culebrón sobre las desgracias de una rica familia, en realidad es una ficcionalización de la filosofí­a de Schopenhauer, un hombre hosco y misántropo que encontró en los vedas hindús y el taoí­smo el modo de satisfacer sus pulsiones naturales siendo una de éllas oponerse a su archirrival de facultad Hegel. Allí­ donde el padre de la dialéctica proponí­a optimismo en el progreso y su célebre método tres-en-uno para entender el mundo, el de Danzig en su pesimismo vital, fruto no sólo de su educación pietista, postulaba la inquebrantable irracionalidad de la vida que no es sino miseria, dolor y sufrimiento, de paso proclamaba también que Hegel era un tonto a las tres, cosa patente en cuanto uno piensa un poco en su célebre (de Hegel) "todo lo racional es real, lo real es racional". Con todo era Hegel el que tení­a sus clases llenas a rebosar, mientras Schopenhauer, que la verdad era un penas, apenas tení­a cinco alumnos.

Acá tenéis la obra del filósofo, se que es un despropósito pedir que os leáis a dos alemanes plúmbeos a la vez, pero por si os interesa Schopenhauer habla abiertamente de sexo.

http://juango.es/Arthur%20Schopenhauer%20-%20El%20mundo%20como%20voluntad%20y%20representaci%F3n.pdf

https://www.youtube.com/watch?v=2JgMt8GWdyU

Y encima pongo a Wagner, manda narices. Pero viene al caso como epí­tome de los capí­tulos musicales que ocupan gran parte del final explicando la diferencia entre contrapunto y armoní­a.

Podrí­a hablaros sobre lo gracioso que resulta ver a las empigorotadas damas del Báltico escandalizarse sobre los muniqueses a los que consideran perezosos, dejados, juergistas, patanes carentes de modales y distinción, que hablan una jerigonza que difí­cilmente se puede considerar alemán y ni cocinar como Dios manda saben, sólo sirven para trasegar cantidades descomunales de su cerveza Hofbrau. Todo a cuenta del segundo matrimonio de Tony Buddenbrook, con un hombre que atractivo no es, distinguido tampoco, pero al menos es de posibles.

Pero prefiero este párrafo donde un siglo antes de que se inventaran Twitter o Facebook, Thomas Mann ya nos advertí­a de la llegada de un tipo preocupado solo por sí­ mismo y por lucirse ante los demás.

"â€"Sí­ â€"dijo Tomâ€", entiendo muy bien lo que quieres decir,Tony. Christian es profundamente indiscreto..., pero es difí­cil de expresar. Carece de eso que podrí­amos denominar equilibrio, equilibrio personal. Por un lado, no es capaz de mantener la compostura cuando otras personas manifiestan sus sentimientos demasiado abiertamente. Es superior a sus fuerzas, no es capaz de disimular, pierde los nervios por completo. Pero luego, por otro lado, también puede perder la contenance cuando él mismo se pone a dar todo lujo de detalles sobre sus intimidades.A veces, casi resulta inquietante. ¿No es similar a cuando uno delira por la fiebre? El delirio también provoca esa falta de compostura y de pudor... Ay, lo que sucede es que Christian está demasiado pendiente de sí­ mismo, de sus procesos interiores. A veces es como si lo poseyera una verdadera maní­a por analizar y verbalizar hasta los procesos mentales más í­nfimos y profundos... Detalles a los que una persona sensata no prestarí­a ninguna atención, de los que no querrí­a saber nada por la sencilla razón de que se avergonzarí­a de contarlos. Ese afán de contarlo todo revela una tremenda falta de pudor, Tony... Por ejemplo, cualquier otra persona podrí­a decir también que le apasiona el teatro, pero lo dirí­a en otro tono, dándole menos importancia..., en resumen: con más humildad. Christian, en cambio, lo proclama a los cuatro vientos como si quisiera decir: ¿Acaso mi pasión por el teatro no es algo sumamente especial e interesante? Parece que se bate con las palabras, que lucha por expresar algo en extremo refinado, secreto y exclusivo de él... Una cosa te digo â€"prosiguió tras un breve silencio, echando la colilla al fuego a través de la reja de la estufaâ€": yo también he reflexionado alguna vez acerca de esta angustiada, vanidosa y malsana inclinación a analizar mis propios procesos interiores, porque antes yo también la sentí­a. Pero me he dado cuenta de que no conduce sino a la confusión, la ociosidad y el desequilibrio.Y la rectitud, el equilibrio es lo principal para mí­. Siempre habrá personas en las que esté justificado ese constante interés por sí­ mismas, esa constante observación de sus sentimientos: poetas capaces de recrear una vida interior privilegiada en acertadas y bellas palabras, y de enriquecer con ello los sentimientos de los demás. Pero nosotros no somos más que simples comerciantes, querida mí­a; el resultado de nuestra introspección es insignificante hasta un punto descorazonador. Todo lo más, conseguimos decir que nos causa un placer especial oí­r cómo comienzan a afinar los instrumentos en el teatro, y que no nos atrevemos a querer tragar... Pero, ¡demonios!, no tenemos más remedio que sentarnos a trabajar y hacer algo de provecho, igual que lo hicieron nuestros antepasados.."

Animáos a leer al menos "Los Buddenbrook", es magní­fico, de verdad, aunque su autor se quite méritos. El otro me lo estoy leyendo ahora así­ que no hay resumen.


Creation Gore Vidal, 1981.

Bueno sabéis que ando a la caza de libros de este autor estadounidense, y encontré este enlace a una descarga en word que está en inglés.

https://phillipkay.files.wordpress.com/2011/07/creation.doc

En su estilo liviano y ameno nos habla del mundo en el siglo V antes de Cristo desde el punto de vista de un cortesano del Imperio Persa.

Así­ nos hace saber que las guerras médicas fueron en realidad un conflicto interno griego en que los persas se vieron envueltos sin querer, todo a causa del incendio de Sardes, uno de los centros comerciales persas (en la actual Turquí­a) por los atenienses. Nos muestra las dobleces de los más celebrados héroes griegos, así­, Milcí­ades el vencedor en Maratón habí­a estado al servicio de los persas; Temí­stocles, vencedor de Salamina, finalizó sus dí­as como consejero del Shahanshah; y el rey espartano Pausanias, vencedor en Platea fué ejecutado por traición por aceptar sobornos de Persépolis.

No es mejor la situación anterior donde todos los tiranos griegos estaban a sueldo de Persia y comí­an en la mesa del Rey de Reyes. Basaban su poder en satisfacer las demandas del pueblo gracias al oro persa, demagogia pura. Claro que si las palabras tirano y demagogia suenan tan mal en nuestros oí­dos es porque tení­an y tienen la enemiga de las élites. Y los persas, astutos, ante las primeras revueltas de las ciudades jonias en Asia convinieron en fomentar la democracia en las polis, entendiendo democracia como el gobierno participativo de las élites y sólo de estas.

La celebrada democracia ateniense, pues, es un invento persa. Donde los oligarcas de buena familia que habí­an dado sagas de tiranos refugiados en Persia pero curiosamente eran proespartanos, competí­an con el supuesto partido popular, formado por atenienses de pura sangre pero menguados recursos (Pericles y Sócrates entre éllos) que de puertas afuera predicaba patriotismo y llegaba a acuerdos secretos de cooperación con el malvado archienemigo asiático. Y mientras el grueso de la población ateniense, bien por ser mujeres, bien por ser niños, bien por ser esclavos, bien por ser extranjeros, o bien por tener un trabajo que hacer cosa propia de gentes de sangre impura, quedaban al margen de la majestuosa democracia.

No menos ajetreada es la vida en el mayor Imperio conocido hasta esa época. A la habitual sospecha de que Darí­o usurpó el poder al legí­timo hijo de Ciro el Grande calificándole de impostor (lo que explicarí­a las revueltas de todas las provincias contra él a la muerte de Smerdis) añade Gore Vidal el hecho de que Cambises murió por una herida que se autoinflingió con su espada, siendo que su portaespadas y hombre de cofianza era el propio Dario. Por no hablar del hecho de que Ciro el Grande siempre se proclamo descendiente de Teispes, jamás mencionó a Aquemenes. A la final la legitimidad de Darí­o vino dada por desposarse con todas las hijas de Ciro, muy especialmente Atossa, auténtica forjadora del Imperio Aqueménida, que no sólo colocó a su hijo, el muy infatuado Jerjes como sucesor, sino que le buscó una esposa en principio tan capaz como élla, la cruel Amestris, que causarí­a gran quebranto al imperio con sus celos, aunque conseguirí­a salvar la dinastí­a elevando a su segundo hijo Artajerjes al trono, a costa del primogénito.

Más estos hechos, que mal que bien son de dominio común entre los estudiantes, siendo interesantes y contados con abundancia de chismorreos , no son nada ante la posibilidad de descubrir otros mundos y otras culturas.

Así­ nuestro imposible protagonista atraviesa el Indo aprovechando que la fructí­fera satrapí­a de Gandhara está en manos de los persas y se planta en el Ganges justo a tiempo para conocer al Buda, que no le llama la atención, pero sobre todo, para ver el ascenso del Imperio de Magadha una ciudad del curso bajo del cauce sagrado que unificó todo el norte de la India hasta el mar de Bengala. Desde los parricidios iniciales en la declinante Kosala y en la pujante Magadha hasta el enfrentamiento final pasando por las innumeras y extenuantes guerras contra la confederación de repúblicas de Liccavi.



Es decir al igual que cuando habla de griegos o persas, Gore Vidal explica que la explosión de talento que vivió la Humanidad en aquel siglo no fue un hecho fortuito y casual sino que hubo unas bases polí­ticas y económicas que permitieron el surgimiento de tantos prohombres del saber humano.

Y para corroborar esta afirmación traslada el protagonista a la China de aquel entonces, donde tiene oportunidad de conocer la triste disolución del Imperio Zhou en ducados y baroní­as perpetuamente temerosos del vecino, mientras el emperador que no impera ni en su palacio escenifica nombramientos y vasallajes. En tan decadente situación conoce a quién se rinde a la realidad y la evade, Lao-Tsé, y a quién combate por recuperar la antigua grandeza, Confucio y se decanta claramente por el segundo, al paso que nos mantiene al tanto de las intrigas en su ducado original de Lu.



"-¿Cuáles son las cuatro peores cosas?
El Maestro dijo:
-La crueldad. Dejar al pueblo en su natural ignorancia, y condenarlo a muerte por obrar mal.
La opresión. Obligarle a cumplir inmediatamente sus mandatos sin previo aviso.
La inhumanidad. Dar órdenes vagamente y exigir un cumplimiento exacto.
La mezquindad. Regatear al conceder recompensas a los que son dignos de ella. "

"Un pueblo gobernado despóticamente y en el que se mantiene el orden por medio de castigos, puede evitar la infracción de la ley pero perderá su sentido moral."

"El hombre principal socorre al necesitado, pero no añade nada a la opulencia del poderoso."


Todas estás y otras iguamente edificantes citas de Confucio las encontraréis acá:

http://ellibrodurmiente.org/wp-content/uploads/2011/08/Pedro-Guirao-Analectas-de-Confucio.pdf

Es un libro muy bello, el "Creación" de Gore Vidal, aunque esté en inglés y con la horrible letra del Word también os animo a pasar un gran rato con él; es como jugar al Civilization.

ENNAS

El inmortal Jorge Luis Borges, 1947.

Salomon saith. There is no new thing upon the earth. So that as Plato had and imagination, that all knowledge was but remembrance; so Salomon giveth his sentence, that all novelty is but oblivion.
FRANCIS BACON: Essays LVIII.

En Londres, a principios del mes de junio de 1929, el anticuario Joseph Carthapilus, de Esmirna, ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor (1715-1720) de la Ilí­ada de Pope. La princesa los adquirió; al recibirlos, cambió unas palabras con él. Era, nos dice, un hombre consumido y terroso, de ojos grises y barba gris, de rasgos singularmente vagos. Se manejaba con fluidez e ignorancia en diversas lenguas; en muy pocos minutos pasó del francés al inglés y de inglés a una conjunción enigmática de español de Salónica y de portugués de Macao. En octubre, la princesa oyó por un pasajero del Zeus que Cartaphilus habí­a muerto en el mar, al regresar a Esmirna, y que lo habí­an enterrado en la isla de Ios. En el último tomo de la Ilí­ada halló éste manuscrito.

El original está redactado en inglés y abunda en latinismos. La versión que ofrecemos es literal.

I

Que yo recuerde, mis trabajos comenzaron en un jardí­n de Tebas Hekatómpylos, cuando Diocleciano era emperador. Yo habí­a militado (sin gloria) en las recientes guerras egipcias, yo era tribuno de una legión que estuvo acuartelada en Berenice, frente al Mar Rojo: la fiebre y la magia consumieron a muchos hombres que codiciaban magnánimos el acero. Los mauritanos fueron vencidos; la tierra que antes ocuparon las ciudades rebeldes fue dedicada eternamente a los dioses plutónicos; Alejandrí­a, debelada, imploró en vano la misericordia del César; antes de un año las legiones reportaron el triunfo, pero yo logré apenas divisar el rostro de Marte. Esa privación me dolió y fue tal vez la causa de que yo me arrojara a descubrir, por temerosos y difusos desiertos, la secreta Ciudad de los Inmortales.

Mis trabajos empezaron, he referido, en un jardí­n de Tebas. Toda esa noche no dormí­, pues algo estaba combatiendo en mi corazón. Me levanté poco antes del alba; mis esclavos dormí­an, la Luna tení­a el mismo color de la infinita arena. Un jinete rendido y ensangrentado vení­a del Oriente. A unos pasos de mí­, rodó del caballo. Con una tenue voz insaciable me preguntó en latí­n el nombre del rí­o que bañaba los muros de la ciudad. Le respndí­ que era el Egipto, que alimentan las lluvias. Otro es el rí­o que persigo, replicó tristemente, el rí­o secreto que purifica de la muerte a los hombres. Oscura sangre le manaba del pecho. Me dijo que su patria era una montaña que está del otro lado del Ganges y que en esa montaña era fama que si alguien caminara hasta el Occidente, donde se acaba el mundo, llegarí­a al rí­o cuyas aguas dan la inmortalidad. Agregó que en la margen ulterior se eleva la Ciudad de los Inmortales, ricas en baluartes y anfiteatros y templos. Antes de la aurora murió, pero yo determiné descubrir la ciudad y su rí­o. Interrogados por el verdugo, algunos prisioneros mauritanos confirmaron la relación del viajero; alguien recordó la llanura elí­sea, en el término de la tierra, donde la vida de los hombres es perdurable; alguien, las cumbres donde nace el Pactolo, cuyos moradores viven un siglo. En Roma, conversé con filósofos que sintieron que dilatar la vida de los hombres era dilatar su agoní­a y multiplicar el número de sus muertes. Ignoro si creí­ alguna vez en la Ciudad de los Inmortales: pienso que entonces me bastó la tarea de buscarla. Flavio, procónsul de Getulia, me entregó doscientos soldados para la empresa. También recluté mercenarios, que se dijeron conocedores de los caminos y que fueron los primeros en desertar.

Los hechos ulteriores han deformado hasta lo inextricable el recuerdo de nuestras primeras jornadas. Partimos de Arsinoe y entramos en el abrasado desierto. Atravesamos el paí­s de los trogloditas, que devoran serpientes y carecen del comercio de la palabra; el de los garamantes, que tienen mujeres en común y se nutren de Leones; el de los augilas, que sólo veneran el Tártaro. Fatigamos otros desiertos, donde es negra la arena, donde el viajero debe usurpar las horas de la noche, pues el fervor del dí­a es intolerable. De lejos divisé la montaña que dio nombre al Océano: en sus laderas crece el euforbio, que anula los venenos; en la cumbre habitan los sátiros, nación de hombres ferales y rústicos, inclinados a la lujuria. Que en esas regiones bárbaras, donde la tierra es madre de monstruos, pudieran albergar en su seno una ciudad famosa, a todos nos pareció inconcebible. Proseguimos la marcha, pues hubiera sido una afrenta retroceder. Algunos temerarios durmieron con la cara expuesta a la Luna; la fiebre los ardió; en el agua depravada de las cisternas, otros bebieron la locura y la muerte. Entonces comenzaron las deserciones; muy poco después, los motines.Para reprimirlos, no vacilé ante el ejercicio de la severidad. Procedí­ rectamente, pero un centurión me advirtió que los sediciosos (ávidos de vengar la crucifixión de uno de ellos) maquinaban mi muerte. Hui del campamento, con los pocos soldados que me eran fieles. En el desierto los perdí­, entre los remolinos de arena y la vasta noche. Una flecha cretense me laceró. Varios dí­as erré sin encontrar agua, o un solo enorme dí­a multiplicado por el sol, por la sed y por el temor de la sed. Dejé el camino al arbitrio de mi caballo. En en alba, la lejaní­a se erizó de pirámides y de torres. Insoportablemente soñé con un exiguo y ní­tido laberinto: en el centro habí­a un cántaro; mis manos casi lo tocaban, mis ojos lo veí­an, pero tan intrincadas y perplejas eran las curvas que yo sabí­a que iba a morir antes de alcanzarlo.

II

Al desenredarme por fin de esa pesadilla, me vi tirado y maniatado en un oblongo nicho de piedra, no mayor que una sepultura común, superficialmente excavado en el agrio declive de una montaña. Los lados eran húmedos, antes pulidos por el tiempo que por la industria. Sentí­ en el pecho un doloroso latido, sentí­ que me abrasaba la sed. Me asomé y grité débilmente. Al pie de la montaña se dilataba sin rumor un arroyo impuro, entorpecido por escombros y arena; en la opuesta margen resplandecí­a (bajo el último sol o bajo el primero) la evidente Ciudad de los Inmortales. Vi muros, arcos, frontispicios y foros: el fundamento era una meseta de piedra. Un centenar de nichos irregulares, análogos al mí­o, surcaban la montaña y el valle. En la arena habí­a pozos de poca hondura; de esos mezquinos agujeros (y de los nichos) emergí­an hombres de piel gris, de barba negligente, desnudos. Creí­ reconocerlos: pertenecí­an a la estirpe bestial de los trogloditas, que infestan las riberas del golfo Arábigo y las grutas etiópicas; no me maravillé de que no hablaran y de que devoraran serpientes.

La urgencia de la sed me hizo temerario. Consideré que estaba a unos treinta pies de la arena; me tiré, cerrados los ojos, atadas a la espalda las manos, montaña abajo. Hundí­ la cara ensangrentada en el agua oscura. Bebí­ como se abrevan los animales. Antes de perderme otra vez en el sueño y en los delirios, inexplicablemente repetí­ unas palabras griegas: los ricos teucros de Zelea que beben el agua negra del Esepo...

No sé cuántos dí­as y noches rodaron sobre mí­. Doloroso, incapaz de recuperar el abrigo de las cavernas, desnudo en la ignorada arena, dejé que la Luna y el Sol jugaran con mi aciago destino. Los trogloditas, infantiles en la barbarie, no me ayudaron a sobrevivir o a morir. En vano les rogué que me dieran muerte. Un dí­a, con el filo de un pedernal rompí­ mis ligaduras. Otro, me levanté y pude mendigar o robar - yo, Marco Flaminio Rufo, tribuno militar de una de las legiones de Roma - mi primera detestada ración de carne de serpiente.

La codicia de ver a los Inmortales, de tocar la sobrehumana Ciudad, casi me vedaba dormir. Como si penetraran mi propósito, no dormí­an tampoco los trogloditas: al principio inferí­ que me vigilaban; luego, que se habí­an contagiado de mi inquietud, como podrí­an contagiarse los perros. Para alejarme de la bárbara aldea elegí­ la más pública de las horas, la declinación de la tarde, cuando casi todos los hombres emergen de las grietas y de los pozos y miran el Poniente, sin verlo. Oré en voz alta, menos para suplicar el favor divino que para intimidar a la tribu con palabras articuladas. Atravesé el arroyo que los médanos entorpecen y me dirigí­ a la Ciudad. Confusamente me siguieron dos o tres hombres. Eran (como los otro de ese linaje) de menguada estatura; no inspiraban temor, sino repulsión. Debí­ rodear algunas hondonadas irregulares que me parecieron canteras; ofuscado por la grandeza de la Ciudad, yo la habí­a creí­do cercana. Hacia la medianoche, pisé, erizada de formas idolátricas en la arena amarilla, la negra sombra de sus muros. Me detuvo una especie de horror sagrado. Tan abominadas del hombre son la novedad y el desierto, que me alegré de que uno de los trogloditas me hubiera acompañado hasta el fin. Cerré los ojos y aguardé (sin dormir) que relumbrara el dí­a.

He dicho que la Ciudad estaba fundada sobre una meseta de piedra. Esta meseta comparable a un acantilado no era menos ardua que sus muros. En vano fatigué mis pasos: el negro basamento no descubrí­a la menor irregularidad, los muros invariables no parecí­an consentir una sola puerta. La fuerza del dí­a hizo que yo me refugiara en una caverna; en el fondo habí­a un pozo, en el pozo una escalera que se abismaba hacia la tiniebla inferior. Bajé; por un caos de sórdidas galerí­as llegué a una vasta cámara circular, apenas visible. Habí­a nueve puertas en aquel sótano; ocho daban a un laberinto que falazmente desembocaba en la misma cámara; la novena (a través de otro laberinto) daba a una segunda cámara circular, igual a la primera. Ignoro el número total de las cámaras; mi desventura y mi ansiedad las multiplicaron. El silencio era hostil y casi perfecto; otro rumor no habí­a en esas profundas redes de piedra que un viento subterráneo, cuya causa no descubrí­; sin ruido se perdí­an entre las grietas hilos de agua herrumbrada. Horriblemente me habitué a ese dudoso mundo; consideré increí­ble que pudiera existir otra cosa que sótanos provistos de nueve puertas y que sótanos largos que se bifurcan. Ignoro el tiempo que debí­ caminar bajo tierra; sé que alguna vez confundí­, en la misma nostalgia, la atroz idea de los bárbaros y mi ciudad natal, entre los racimos.

En el fondo de un corredor, un no provisto muro me cerró el paso, una remota luz cayó sobre mí­. Alcé los ofuscados ojos: en lo vertiginoso, en lo altí­simo, vi un cí­rculo de luz tan azul que pudo parecerme púrpura. Unos peldaños de metal escalaban el muro. La fatiga me relajaba, pero subí­, sólo deteniéndome a veces para torpemente sollozar de felicidad. Fui divisando capiteles y astrálagos, frontones triangulares y bóvedas, confusas pompas del granito y del mármol. Así­ me fue deparado ascender de la ciega región de negros laberintos entretejidos a la resplandeciente Ciudad.

Emergí­ a una suerte de plazoleta; mejor dicho, de patio. Lo rodeaba un solo edificio de forma irregular y altura variable; a ese edificio heterogéneo pertenecí­an las diversas cúpulas y columnas. Antes que ningún otro rasgo de ese monumento increí­ble, me suspendió lo antiquí­simo de su fábrica. Sentí­ que era anterior a los hombres, anterior a la Tierra. Esa notoria antigí¼edad (aunque terrible de algún modo para los ojos) me pareció adecuada al trabajo de obreros inmortales. Cautelosamente al principio, con indiferencia después, con desesperación al fin, erré por escaleras y pavimentos del inextricable palacio. (Después averigí¼é que eran inconstantes la extensión y la altura de los peldaños, hecho que me hizo comprender la singular fatiga que me infundieron.) Este palacio es fábrica de los dioses, pensé primeramente. Exploré los inhabitados recintos y corregí­: Los dioses que lo edificaron han muerto. Noté sus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban locos. Lo dije, bien lo sé, con una incomprensible reprobación, que era casi un remordimiento, con más horror intelectual que miedo sensible. A la impresión de enorme antigí¼edad se agregaron otras: la de lo interminable, la de lo atroz, la de los complejamente insensato. Yo habí­a cruzado un laberinto, pero la ní­tida Ciudad de los Inmortales me atemorizó y repugnó. Un laberinto es una casa labrada para confundir a los hombres; su arquitectura, pródiga en simetrí­as, está subordinada a ese fin. En el palacio que imperfectamente exploré, la arquitectura carecí­a de fin. Abundaban el corredor sin salida, la alta ventana inalcanzable, la aparatosa puerta que daba a una celda o a un pozo, las increí­bles escaleras inversas, con los peldaños y balaustrada hacia abajo. Otras, adheridas aéreamente al costado de un muro monumental, morí­an sin llegar a ninguna parte, al cabo de dos o tres giros,en la tiniebla superior de las cúpulas. Ignoro si todos los ejemplos que he enumerado son literales; sé que durante muchos años infestaron mis pesadillas; no puedo saber ya si tal o cual rasgo es una transcripción de la realidad o de las formas que desatinaron mis noches. Esta Ciudad (pensé) es tan horrible que su mera existencia y perduración, aunque en el centro de un desierto secreto, contamina el pasado y el porvenir y de algún modo compromete a los astros. Mientras perdure, nadie en el mundo podrá ser valeroso o feliz. No quiero describirla; un caos de palabras heterogéneas, un cuerpo de tigre o de toro, en el que pulularan monstruosamente, conjugados y odiándose, dientes, órganos y cabezas, pueden (tal vez) ser imágenes aproximativas.

No recuerdo las etapas de mi regreso, entre los polvorientos y húmedos hipogeos. Únicamente sé que no me abandonaba el temor de que, al salir del último laberinto, me rodeara otra vez la nefanda Ciudad de los Inmortales. Nada más puedo recordar. Ese olvido, ahora insuperable, fue quizá voluntario; quizá las circunstancias de mi evasión fueron tan ingratas que, en algún dí­a no menos olvidado también, he jurado olvidarlas.

III

Quienes hayan leí­do con atención el relato de mis trabajos, recordarán que un hombre de la tribu me siguió como un perro podrí­a seguirme, hasta la sombra irregular de los muros. Cuando salí­ del último sótano, lo encontré en la boca de la caverna. Estaba tirado en la arena, donde trazaba torpemente y borraba una hilera de signos, que eran como letras de los sueños, que uno está a punto de entender y luego se juntan. Al principio, creí­ que se trataba de una escritura bárbara; después vi que es absurdo imaginar que hombres que no llegaron a la palabra lleguen a la escritura. Además, ninguna de las formas era igual a otra, lo cual excluí­a o alejaba la posibilidad de que fueran simbólicas. El hombre las trazaba, las miraba y las corregí­a. De golpe, como si le fastidiara ese juego, las borró con la palma y el antebrazo. Me miró, no pareció reconocerme. Sin embargo, tan grande era el alivio que me inundaba (o tan grande y medrosa mi soledad) que di en pensar que ese rudimental troglodita, que me miraba desde el suelo de la caverna, habí­a estado esperándome. El Sol caldeaba la llanura; cuando emprendimos el viaje de regreso a la aldea, bajo las primeras estrellas, la arena era ardorosa bajo los pies. El troglodita me precedió; esa noche concebí­ el propósito de enseñarle a reconocer, y acaso a repetir, algunas palabras. El perro y el caballo (reflexioné) son capaces de lo primero; muchas aves, como el ruiseñor de los Césares, de lo último. Por muy basto que fuera el entendimiento de un hombre, siempre serí­a superior al de los irracionales.

La humildad y miseria el troglodita me trajeron a la memoria la imagen de Argos, el viejo perro moribundo de la Odisea, y así­ le puse el nombre de Argos y traté de enseñárselo. Fracasé y volví­ a fracasar. Los arbitrios, el rigor y la obstinaión fueron del todo vanos. Inmóvil, con los ojos inertes, no parecí­a percibir los sonidos que yo procuraba inculcarle. A unos pasos de mí­, era como si estuviera muy lejos. Echado en la arena, como una pequeña y ruinosa esfinge de lava, dejaba que sobre él giraran los cielos, desde el crepúsculo del dí­a hasta el de la noche. Juzgué imposible que no se percatara de mi propósito. Recordé que es fama entre los etí­opes que los monos deliberadamente no hablan para que no los obliguen a trabajar y atribuí­ a suspicacia o a temor el silencio de Argos. De esa imaginación pasé a otras, aún más extravagantes. Pensé que Argos y yo participábamos de universos distintos; pensé que nuestras percepciones eran iguales, pero que Argos las combinaba de otra manera y construí­a con ellas otros objetos; pensé que acaso no habí­a objetos para él, sino un vertiginoso y continuo juego de impresiones breví­simas. Pensé en un mundo sin memoria, sin tiempo, consideré la posibilidad de un lenguaje que ignorara los sustantivos, un lenguaje de verbos impersonales o de indeclinables epí­tetos. Así­ fueron muriendo los dí­as y con los dí­as los años, pero algo parecido a la felicidad ocurrió una mañana. Llovió, con lentitud poderosa.

Las noches del desierto pueden ser frí­as, pero aquélla habí­a sido un fuego. Soñé que un rí­o de Tesalia (a cuyas aguas yo habí­a restituido un pez de oro) vení­a a rescatarme; sobre la roja arena y la negra piedra yo lo oí­a acercarse; la frescura del aire y el rumor atareado de la lluvia me despertaron. Corrí­ desnudo a recibirla. Declinaba la noche; bajo las nubes amarillas la tribu, no menos dichosa que yo, se ofrecí­a a los ví­vios aguaceros en una especie de éxtasis. Parecí­an coribantes a quienes posee la divinidad. Argos, puestos los ojos en la esfera, gemí­a; raudales le rodaban por la cara; no sólo de agua, sino (después lo supe) de lágrimas. Argos, le grité, Argos.

Entonces, con mansa admiración, como si descubriera una cosa perdida y olvidada hace mucho tiempo, Argos balbuceó estas palabras: Argos, perro de Ulises. Y después, también sin mirarme: Este perro tirado en el estiércol.

Fácilmente aceptamos la realidad, acaso porque intuimos que nada es real. Le pregunté qué sabí­a de la Odisea. La práctica del griego le era penosa; tuve que repetir la pregunta.

Muy poco, dijo. Menos que el rapsoda más pobre. Ya habrán pasado mil cien años desde que la inventé.

IV

Todo me fue dilucidado aquel dí­a. Los trogloditas eran los Inmortales; el riacho de aguas arenosas, el Rí­o que buscaba el jinete. En cuanto a la ciudad cuyo nombre se habí­a dilatado hasta el Ganges, nueve siglos harí­a que los Inmortales la habí­an asolado. Con las reliquias de su ruina erigieron, en el mismo lugar, la desatinada ciudad que yo recorrí­: suerte de parodia o reverso y también templo de los dioses irracionales que manejan el mundo y de los que nada sabemos, salvo que no se parecen al hombre. Aquella fundación fue el último sí­mbolo a que condescendieron los Inmortales; marca una etapa en que, juzgando que toda empresa es vana, determinaron vivir en el pensamiento, en la pura especulación. Erigieron la fábrica, la olvidaron y fueron a morar en las cuevas. Absortos, casi no percibí­an el mundo fí­sico.

Esas cosas Homero las refirió, como quien habla con un niño. También me refirió su vejez y el postrer viaje que emprendió, movido, como Ulises, por el propósito de llegar a los hombres que no saben lo que es el mar ni comen carne sazonada con sal ni sospechan lo que es un remo. Habitó un siglo en la Ciudad de los Inmortales. Cuando la derribaron, aconsejó la fundación de la otra. Ello no debe sorprendernos; es fama que después de cantar la guerra de Ilión, cantó la guerra de las ranas y los ratones. Fue como un dios que creara el cosmos y luego el caos.

Ser inmortal es baladí­; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal. He notado que, pese a las religiones, esa convicción es rarí­sima. Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todos los demás, en número infinito, a premiarlo o castigarlo Más razonable me parece la rueda de ciertas religiones del Indostán; en esa rueda, que no tiene principio ni fin, cada vida es efecto de la anterior y engendra la siguiente, pero ninguna determina el conjunto... Adoctrinada por un ejercicio de siglos, la república de hombres inmortales habí­a logrado la perfección de la tolerancia y casi con desdén. Sabí­a que en un plazo infinito le ocurren a todo hombre todas las cosas. Por sus pasadas o futuras virtudes, todo hombre es acreedor a toda bondad, pero también a toda traición, por sus infamias del pasado o del porvenir. Así­ como en los juegos de azar las cifras pares y las cifras impares tienden al equilibrio, así­ también se anulan y se corrigen el ingenio y la estolidez, y acaso el rústico poema del Cid es el contrapeso exigido por un solo epí­teto de las Églogas o por una sentencia de Heráclito. El pensamiento más fugaz obedece a un dibujo invisible y puede coronar, o inaugurar, una forma secreta. Sé de quienes obraban el mal para que en los siglos futuros resultara el bien, o hubiera resultado en los ya pretéritos... Encarados así­, todos nuestros actos son justos, pero también son indiferentes. No hay méritos morales o intelectuales. Homero compuso la Odisea; postulado un plazo infinito, con infinitas circunstancias y cambios, lo imposible es no componer, siquiera una vez, la Odisea. Nadie es alguien, un solo hombre inmortal es todos los hombres. Como Cornelio Agrippa, soy dios, soy héroe, soy filósofo, soy demonio y soy mundo, lo cual es una fatigosa manera de decir que no soy.

El concepto del mundo como sistema de precisas compensaciones influyó vastamente en los Inmortales. En primer término, los hizo invulnerables a la piedad. He mencionado las antiguas canteras que rompí­an los campos de la otra margen; un hombre se despeñó en la más honda; no podí­a lastimarse ni morir, pero lo abrasaba la sed; antes de que le arrojaran una cuerda pasaron setenta años. Tampoco interesaba el propio destino. El cuerpo no era más que un sumiso animal doméstico y le bastaba, cada mes, la limosna de unas horas de sueño, de un poco de agua y de una piltrafa de carne. Que nadie quiera rebajarnos a ascetas. No hay placer más complejo que el pensamiento y a él nos entregábamos. A veces, un estí­mulo extraordinario nos restituí­a al mundo fí­sico. Por ejemplo, aquella mañana, el viejo goce elemental de la lluvia. Esos lapsos eran rarí­simos; todos los Inmortales eran capaces de perfecta quietud; recuerdo alguno a quien jamás he visto de pie: un pájaro anidaba en su pecho.

Entre los corolarios de la doctrina de que no hay cosa que no esté compensada por otra, hay uno de muy poca importancia teórica, pero que nos indujo, a fines o a principios del siglo X, a dispersarnos por la faz de la Tierra. Cabe en estas palabras Existe un rí­o cuyas aguas dan la inmortalidad; en alguna región habrá otro rí­o cuyas aguas la borren. El número de rí­os no es infinito; un viajero inmortal que recorra el mundo acabará, algún dí­a, por haber bebido de todos. Nos propusimos descubrir ese rí­o.

La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres. Éstos se conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse como el rostro de un sueño. Todo, entre los mortales, tiene el valor de lo irrecuperable y de lo azaroso. Entre los Inmortales, en cambio, cada acto (y cada pensamiento) es el eco de otros que en el pasado lo antecedieron, sin principio visible, o el fiel presagio de otros que en el futuro lo repetirán hasta el vértigo. No hay cosa que no esté como perdida entre infatigables espejos. Nada puede ocurrir una sola vez, nada es preciosamente precario. Lo elegí­aco, lo grave, lo ceremonial, no rigen para los Inmortales. Homero y yo nos separamos en las puertas del Tánger; creo que no nos dijimos adiós.

V

Recorrí­ nuevos reinos, nuevos imperios. En el otoño de 1066 milité en el puente de Stamford, ya no recuerdo si en las filas de Harold, que no tardó en hallar su destino, o en las de aquel infausto Harald Hardrada que conquistó seis pies de tierra inglesa, o un poco más. En el séptimo siglo de la Héjira, en el arrabal de Bulaq, transcribí­ con pausada caligrafí­a, en un idioma que he olvidado, en un alfabeto que ignoro, los siete viajes de Simbad y la historia de la Ciudad de Bronce. En un patio de la cárcel de Samarcanda he jugado muchí­simo al ajedrez. En Bikanir he profesado la astrologí­a y también en Bohemia. En 1683 estuve en Kolozsvár y después en Leipzig. En Aberdeen, en 1714, me suscribí­ a los seis volúmenes de la Ilí­ada de Pope; sé que los frecuenté con deleite. Hacia 1729 discutí­ el origen de ese poema con un profesor de retórica, llamado, creo, Giambattista; sus razones me parecieron irrefutables. El 4 de octubre de 1921, el Patna, que me conducí­a a Bombay, tuvo que fondear en un puerto de la costa eritrea 1. Bajé; recordé otras mañanas muy antiguas, también frente al Mar Rojo, cuando yo era tribuno de Roma y la fiebre y la magia y la inacción consumí­an a los soldados. En las afueras vi un caudal de agua clara; la probé, movido por la costumbre. Al repechar el margen, un árbol espinoso me laceró el dorso de la mano. El inusitado dolor me pareció muy vivo. Incrédulo, silencioso y feliz, contemplé la preciosa formación de una lenta gota de sangre. De nuevo soy mortal, me repetí­, de nuevo me parezco a todos los hombres. Esa noche dormí­ hasta el amanecer.

...He revisado al cabo de un año, estas páginas. Me constan que se ajustan a la verdad, pero en los primeros capí­tulos, y aun en ciertos párrafos de los otros, creo percibir algo falso. Ello es obra, tal vez, del abuso de rasgos circunstanciales, procedimiento que aprendí­ en los poetas y que todo lo contamina de falsedad, ya que esos rasgos pueden abundar en los hechos, pero no en su memoria... Creo, sin embargo, haber descubierto una razón más í­ntima. La escribiré; no importa que me juzguen fantástico.

La historia que he narrado parece irreal, porque en ella se mezclan los sucesos de dos hombres distintos. En el primer capí­tulo, el jinete quiere saber el nombre del rí­o que baña las murallas de Tebas; Flaminio Rufo, que antes ha dado a la ciudad el epí­teto de Hekatómpylos, dice que el rí­o es el Egipto; ninguna de esas locuciones es adecuada a él, sino a Homero, que hace mención expresa en la Ilí­ada, de Tebas Hekatómpylos, y en la Odisea, por boca de Proteo y de Ulises, dice invariablemente Egipto por Nilo. En el capí­tulo segundo, el romano, al beber el agua inmortal, pronuncia unas palabras en griego; esas palabras son homéricas y pueden buscarse en el fin del famoso catálogo de las naves. Después, en el vertiginoso palacio, habla de "una reprobación que era casi un remordimiento"; esas palabras corresponden a Homero, que habí­a proyectado ese horror. Tales anomalí­as me inquietaron; otras, de orden estético, me permitieron descubrir la verdad. El último capí­tulo las incluye; ahí­ está escrito que milité en el puente de Stamford, que transcribí­, en Bulaq, los viajes de Simbad el Marino y que me suscribí­, en Aberdeen, a la Ilí­ada inglesa de Pope. Se lee inter alia: "En Bikanir he profesado la astrologí­a y también en Bohemia". Ninguno de esos testimonios es falso; lo significativo es el hecho de haberlos destacado. El primero de todos parece convenir a un hombre de guerra, pero luego se advierte que el narrador no repara en lo bélico y sí­ en la suerte de los hombres. Los que siguen son más curiosos. Una oscura razón elemental me obligó a registrarlos; lo hice porque sabí­a que eran patéticos. No lo son, dichos por el romano Flaminio Rufo. Lo son, dichos por Homero; es raro que éste copie, en el siglo trece, las aventuras de Simbad, de otro Ulises, y descubra, a la vuelta de muchos siglos, en un reino boreal y un idioma bárbaro, las formas de su Ilí­ada. En cuanto a la oración que recoge el nombre de Bikanir, se ve que la ha fabricado un hombre de letras, ganoso (como el autor del catálogo de las naves) de mostrar vocablos espléndidos 2.

Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron sí­mbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto.

Postdata de 1950

Entre los comentarios que ha despertado la publicación anterior, el más curioso, ya que no el más urbano, bí­blicamente se titula A coat of many colours (Manchester, 1948) y es obra de la tenací­sima pluma del doctor Nahum Cordovero. Abarca unas cien páginas. Habla de los centones griegos, de los centones de la baja latinidad, de Ben Jonson, que definió a sus contemporáneos con retazos de Séneca, del Virgilius evangelizans, de Alexander Ross, de los artificios de George Moore y de Eliot, y finalmente, de "la narración atribuida al anticuario Joseph Cartaphilus". Denuncia, en el primer capí­tulo, breves interpolaciones de Plinio (Historia naturalis, V, 8); en el segundo, de Thomas de Quincey (Writings, III, 439); en el tercero, de una epí­stola de Descartes al embajador Pierre Chanut; en el cuarto, de Bernard Shaw (Back to Methuselah, V). Infiere de esas intrusiones, o hurtos, que todo el documento es apócrifo.

A mi entender, la conclusión es inadmisible. Cuando se acerca el fin, escribió Cartaphilus, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos.

A Cecilia Ingenieros.

oOo

1. Hay una tachadura en el manuscrito; quizás el nombre del puerto ha sido borrado.

2. Ernesto Sábato sugiere que el « Geambattista » que discutió la formación de la Ilí­ada con el anticuario Cartaphilus es Geambattista Vico; ese italiano defendí­a que Homero es un personaje simbólico, a la manera de Plutón o de Aquiles.

ENNAS

Diario de la rosa Ursula K. Le Guin, 1976.

30 de agosto.

La doctora Nades me recomienda que escriba un diario sobre mi trabajo. Opina que si se sigue cuidadosamente, cuando vuelves a leerlo puedes recordar observaciones, advertir errores y aprender de ellos, y observar el progreso o las desviaciones del pensamiento positivo, pudiendo así­ corregir el curso de tu tarea mediante un proceso de regeneración.

Prometo escribir todas las noches en este cuaderno y volverlo a leer al final de cada semana.

Me gustarí­a haberlo hecho mientras fui ayudante, pero ahora es todaví­a más importante puesto que tengo mis propios pacientes.

Desde ayer tengo seis pacientes, toda una carga para una psicoscopista, pero cuatro de ellos son los niños autistas con los que he estado trabajando todo el año para el estudio que realiza la doctora Nades para el Departamento Nacional de Psiquiatrí­a (mis notas al respecto se hallan en los archivos psi de la clí­nica). Los otros dos acaban de ser admitidos.

Ana Jest, cuarenta y seis años, empleada en una panaderí­a, casada, sin hijos, diagnóstico: depresión, enviada por la policí­a local (intento de suicidio).

Flores Sorde, treinta y seis años, ingeniero, soltero, sin diagnóstico, enviado por el TRTU (conducta psicopática: violenta).

La doctora Nades dice que es importante que escriba las cosas todas las noches tal como me sucedieron durante el trabajo: la espontaneidad es más informativa al examinarse una misma (igual que en autopsicoscopia). Dice que es mejor escribirlo, no grabarlo, y conservarlo en privado para que no lo redacte pensando que otra persona va a leerlo. Es difí­cil. Nunca antes he escrito nada sólo para mí­. ¡Sigo haciéndolo como si fuera para la doctora Nades! Si el diario es útil, quizá pueda enseñárselo a ella algún dí­a y pedirle consejo.

Creo que Ana Jest se halla en una depresión menopáusica y que una terapia hormonal bastará. ¡Bien! Veamos lo mala que soy pronosticando.

Mañana trabajaré con los dos pacientes en el psicoscopio. Es excitante tener mis propios enfermos. Estoy impaciente por empezar. Aunque, claro, el trabajo en equipo fue muy educativo. Análisis material psicos de once a diecisiete horas. Nota: ¡Ajustar el detector cerebral en siguiente sesión! Concreción visual débil. Muy poco auditiva, sensibilidad débil, imagen corporal errática. Análisis de laboratorio sobre equilibrio hormonal, mañana.

Resulta sorprendente cuán vulgar es la mente de muchas personas. Claro que la pobre mujer está en una depresión grave. La entrada en la dimensión Con fue nebulosa e incoherente, y la dimensión Incon estaba muy abierta, pero oscura. ¡Y las cosas que salieron de la oscuridad fueron tan triviales! Un par de zapatos viejos y la palabra "geografí­a". Y los zapatos eran difusos, un simple esquema de un-par-de-zapa tos, quizá de hombre o quizá de mujer, tal vez azules oscuros o tal vez marrones. Es un tipo definitivamente visual pero no ve nada con claridad. No mucha gente lo hace. Es deprimente. Cuando yo era estudiante de primer año solí­a pensar en lo maravillosas que serí­an otras mentes, en lo fantástico que serí­a compartir todo aquel mundo distinto, los diferentes coloridos de sus pasiones e ideas. ¡Qué ingenua!

La primera vez que me di cuenta fue en la clase de la doctora Ramia. Estudiábamos una grabación de una persona muy famosa, próspera, y advertí­ que el sujeto nunca habí­a mirado o tocado un árbol, no conocí­a ninguna diferencia entre un roble y un álamo, o ni siquiera entre una margarita y una rosa. Para él todo era simplemente "árboles" o "flores", percibidos esquemáticamente. Lo mismo sucedí­a con los rostros de las personas, aunque tení­a trucos para diferenciarlos; fundamentalmente, aquel tipo veí­a los nombres, como una etiqueta, y no las caras. Se trataba de una mente Abstracta, por supuesto, pero aún puede ser peor con los Concretos, cuyas percepciones se presentan en una especie de todo indefinido: sopa de arvejas con un par de zapatos dentro.

¿Me estoy "adaptando"? He estado todo el dí­a estudiando los pensamientos de una deprimida y me he deprimido. Más arriba he escrito "Es deprimente". Ya veo el valor de este diario. Sé que soy superimpresionable.

Claro, por eso soy una buena psicoscopista. Pero es peligroso.

Ninguna sesión con F. Sorde hoy, puesto que el efecto sedante no ha desaparecido. Los enviados por la TRTU suelen estar tan drogados que no se los puede someter a examen durante varios dí­as.

Mañana a las cuatro sesión psicoscópica de rapidez visual con Ana J. ¡Mejor me acuesto!

1 de septiembre.

La doctora Nades dice que lo que escribí­ ayer es justo lo que ella tení­a en mente y me invitó a mostrarle este diario otra vez cuando tenga dudas. Pensamientos espontáneos, no los datos técnicos, que en cualquier caso están registrados en los archivos. Sin tachar nada. La sinceridad es muy importante.

El sueño de Ana fue interesante pero patético. ¡El lobo que se convertí­a en una torta! Una torta desagradable, confusa, tosca... Su visualidad es más clara en sueños, pero el tono de sensibilidad permanece bajo (pero recuerda: tú contribuyes al efecto, no lo interpretas). Hoy inicié la terapia hormonal.

F. Sorde despertó, pero demasiado confuso para someterle a una sesión psicos. Asustado. Se negó a comer. Se quejó del costado. Creí­ que estaba dudoso sobre el tipo de hospital que es este y le expliqué que él estaba fí­sicamente bien. Contestó: "¿Cómo demonios lo sabe?", y tení­a toda la razón, porque llevaba puesta la camisa de fuerza por causa de la notación V en su informe. Lo examiné y descubrí­ magulladuras y contusión. El examen por rayos X que pedí­ mostró dos costillas rotas. Expliqué al paciente que habí­a estado en unas condiciones en las que fue preciso inmovilizarle para evitar que se autolesionara. Dijo: "Cada vez que uno de ellos me hací­a una pregunta, el otro me daba una patada". Repitió esto varias veces, colérico y confuso. ¿Sistema paranoico delusivo? Si no cesa cuando las drogas desaparezcan, procederé de acuerdo con esta suposición. Responde muy bien hacia mi persona, preguntó mi nombre cuando lo visité con la placa de rayos X y accedió a comer. Me vi obligada a excusarme ante él. No es un buen principio con un paranoico. La lesión de las costillas debí­a haber estado consignada en su informe por la agencia que lo envió o por el médico que lo admitió. Este tipo de negligencias es molesto.

Pero también hay buenas noticias. Rina (sujeto 4 del estudio sobre autismo) vio hoy una frase en primera persona. Surgió de repente, en primer término de la alta Con, en caracteres sencillos y muy negros: Quiero dormir en la habitación grande. (Duerme sola debido al problema de las heces.) La frase permaneció clara durante unos cinco segundos. Ella la leí­a en su mente igual que yo en la pantalla holográfica. Hubo una subverbalización débil, pero no subvocalización, nada en el audio. Todaví­a no ha hablado, ni siquiera para sí­ misma, en primera persona. Expliqué todo el asunto a Tí­o y él le preguntó a Rina después de la sesión: "Rina, ¿dónde quieres dormir?". "Rina duerme en la habitación grande." Ningún pronombre, ninguna comunicación. Pero uno de estos dí­as ella dirá Yo quiero... en voz alta. Y en base a esto podrá, quizás, desarrollar finalmente una personalidad. Quiero, luego existo.

Hay mucho miedo. ¿Por qué hay tanto miedo allí­?

4 de septiembre.

Fui a la ciudad aprovechando mis dos dí­as de descanso. Estuve con B. en su nuevo piso del norte de la ribera. ¡¡¡Tres habitaciones para ella sola!!! Pero en realidad no me gustan esos viejos edificios, hay ratas y cucarachas. Parecen tan antiguos y extraños... como si los años del hambre estuvieran todaví­a allí­, aguardando. Fue agradable volver aquí­, a mi pequeña habitación, toda para mí­ pero con otras muy cerca, en la misma planta, con amigas y colegas. Extrañé el escribir en este cuaderno. Formo hábitos con mucha rapidez. Tendencia compulsiva.

Ana mejoró mucho: vestida, peinada, estaba tejiendo. Pero la sesión fue floja. Le pedí­ que pensara en tortas y la gruesa torta-lobo, tosca, monótona, surgió ocupando toda la dimensión Incon, mientras en la Con Ana intentaba, obedientemente, visualizar un delicioso pastel de queso. No estaba del todo mal: colores y rasgos ya más vigorosos. Sigo deseando que todo quede en un simple tratamiento hormonal. Claro que ellos sugerirán terapia electroconvulsiva, y un coanálisis del material psicoscópico serí­a perfectamente posible. Deberemos empezar con la torta-lobo, etc. ¿Pero hay motivo para ello? Ella ha estado haciendo pan durante veinticuatro años y su estado fí­sico es deficiente. No puede cambiar su situación. Con un buen equilibrio hormonal podrí­a, al menos, soportarla.

F. Sorde: tranquilo pero aún suspicaz. Extrema reacción de miedo cuando le dije que debí­amos iniciar la primera sesión. Para apaciguarlo me senté y le hablé sobre la naturaleza y funcionamiento del psicoscopio. Escuchó atentamente.

-¿Sólo empleará el psicoscopio? -preguntó.
-Sí­.
-¿No habrá electroshock?
-No.
-¿Me lo promete?

Le expliqué que soy una psicoscopista y que nunca he manejado el equipo de terapia electroconvulsiva, que pertenece a un departamento completamente distinto. Le dije que mi trabajo con él serí­a diagnóstico, no terapéutico. Siguió escuchando con atención. Se trata de una persona instruida y entiende la diferencia entre conceptos tales como "diagnóstico" y "terapéutica". Es curioso que me pidiera una promesa. Eso no concuerda con un modelo paranoico, no se piden promesas a gente que no es de tu confianza. Me acompañó dócilmente pero se detuvo al entrar en la sala de psicoscopí­a y palideció al ver el aparato. Expliqué el chiste de la doctora Aven sobre el sillón del dentista, que ella siempre empleó con los pacientes nerviosos. Y F. S. comentó: "¡Mientras no sea una silla eléctrica!".

Tratándose de individuos inteligentes, creo que es mejor no guardar secretos, cosa que impone sobre el sujeto una autoridad falsa y un sentimiento de desamparo (véase Técnica psicoscópica, de T. R. Olma). Por eso le mostré la silla y el casco electródico y le expliqué su funcionamiento. Posee algunas nociones sobre el psicoscopio y sus preguntas también reflejaron sus conocimientos de ingeniero. Se sentó en la silla cuando se lo pedí­. Atemorizado, sudaba profusamente cuando le ajusté la corona y las abrazaderas y, evidentemente, el olor a sudor lo avergonzaba. Si supiera cómo huele Rina después de haber estado haciendo cuadros con excrementos... Cerró los ojos y se aferró a los brazos del sillón con tanta fuerza que perdió el color de las manos. Y también las pantallas estaban casi blancas.

-No hace daño, ¿verdad? -dije al cabo de un rato en tono alegre.
-No lo sé.
-Bien, ¿sí­ o no?
-¿Quiere decir que ya está conectado?
-Sí­, desde hace noventa segundos.

Abrió los ojos y miró a su alrededor todo lo que le permitieron las abrazaderas de la cabeza.

-¿Dónde está la pantalla? -preguntó. Le expliqué que el paciente nunca mira la pantalla en funciona miento, porque la objetivación puede ser muy nociva.
-¿Como la realimentación para un micrófono? -dijo. Su sonrisa al decir esto fue exactamente la misma que la doctora Aven solí­a usar. Sin lugar a dudas, F. S. es una persona inteligente. Nota: ¡Los paranoicos inteligentes son peligrosos!
-¿Qué es lo que ve? -me preguntó.
-Estése quieto, no quiero ver lo que dice sino lo que piensa -contesté.
-Pero eso no le incumbe a usted, ya lo sabe -afirmó amablemen te, casi burlándose.

Entre tanto, la palidez del miedo se habí­a convertido en repliegues volitivos, oscuros, intensos. Pocos segundos después de que dejara de hablar, una rosa apareció en la totalidad de la dimensión Con: una rosa abierta, maravillosamente percibida y visualizada, clara y uniforme, completa.

-¿Qué es lo que pienso, doctora Sobel? -dijo al cabo de un momento.
-Osos en el zoológico.

Me pregunto por qué respondí­ así­. ¿Autodefensa? ¿Contra qué? F. se rió y el Incon se oscureció. Enseguida, la rosa se diluyó y desapareció.

-Era una broma -dije-. ¿Puede volver a pensar en la rosa?

La palidez del miedo volvió a presentarse.

-Escuche -proseguí­-, está muy mal que hablemos así­ en la primera sesión. Tiene mucho que aprender antes de poder coanalizar, y yo tengo mucho que aprender sobre usted. No hagamos más bromas, ¿de acuerdo? Limí­tese a relajarse fí­sicamente y piense en cualquier cosa que le guste.

Hubo agitación y subverbalización en la dimensión Con, y la Incon se desvaneció hasta un tono grisáceo, represión. La rosa volvió a aparecer débilmente unas cuantas veces. F. intentó concentrarse en ella, pero no pudo. Observé varias imágenes fugaces: yo misma, mi uniforme, uniformes de la TRTU, un coche gris, una cocina, el guarda violento (potentes imágenes aurales, chillidos), un escritorio, documentos sobre éste... Se aferró a ellos. Eran los planos de una máquina. Empezó a mirarlos. Era un intento deliberado de supresión, y muy efectivo.

-¿Qué tipo de máquina es ésa? -dije por fin.

Al principio respondió en voz alta. Pero se detuvo y permitió que yo obtuviera la respuesta, subvocalmente, en el auricular.

-Planos para un conjunto motriz rotativo a tracción. -Dijo eso o algo parecido... Las palabras exactas, por supuesto, están grabadas. Lo repetí­ en voz alta, antes de preguntar:
-No se trata de planos secretos, ¿verdad?
-No -contestó en voz alta. Y añadió-: No conozco ninguno secreto.

Su reacción ante una pregunta es intensa y compleja. Cada frase es como un montón de piedras arrojadas a un estanque: los anillos entrelazados se difunden rápida y ampliamente por el Con y penetran en el Incon, provocando respuestas a todos los niveles. Al cabo de pocos segundos todo eso fue ocultado por un gran letrero que apareció en primer término en la alta Con, visualizado deliberadamente como la rosa y los planos, reforzado auditivamente mientras lo leí­a una y otra vez: ¡NO PASAR! ¡NO PASAR! ¡NO PASAR!

La imagen empezó a hacerse borrosa y a fluctuar, dominada por señales somáticas. Flores dijo que estaba cansado y terminé la sesión (a las doce y cinco).

Le quité la corona y las abrazaderas y le ofrecí­ una taza de té que recogí­ en el mostrador del vestí­bulo. Se sorprendió por el detalle y las lágrimas se asomaron en sus ojos. Sus manos, tanto tiempo aferradas al sillón, estaban agarrotadas y le costó trabajo sostener la taza. Le dije que no deberí­a estar tan tenso y temeroso, que intentábamos ayudarle, no hacerle daño.

Me miró. Los ojos son como una pantalla del psicos, pero no puedes leer en ellos. Me habrí­a gustado que aún llevara puesta la corona pero, al parecer, nunca puedes recoger en el psicos los momentos más interesantes.

-Doctora -dijo-, ¿por qué estoy en este hospital?
-Para diagnosis y terapia.
-Diagnosis y terapia... ¿de qué?

Le dije que, aunque en aquel momento no lo recordara, se habí­a comportado extrañamente. Me preguntó cómo y cuándo, y le respondí­ que todo se aclararí­a cuando la terapia hiciera efecto. Aunque hubiera conocido su episodio psicopático yo habrí­a dicho lo mismo. Era el procedimiento correcto. Pero me sentí­ en una posición falsa. Si el informe de la TRTU no hubiera sido secreto, yo estarí­a hablando con conocimiento de los hechos. Y hubiera podido contestar mejor a lo que me preguntó después.

-Me despertaron a las dos de la madrugada -explicó-, me encarcelaron, interrogaron, golpearon y drogaron. Supongo que me habré comportado un poco raro en aquel momento. ¿No le habrí­a pasado lo mismo a usted?
-A veces -dije-, una persona sometida a tensión malinterpreta las acciones de otra gente. Bébase el té y lo llevaré a la sala. Tiene fiebre.
-La sala -dijo, con una especie de estremecimiento. Y añadió, casi desesperado-: ¿De verdad no sabe por qué me encuentro aquí­?

Esto fue extraño, como si me hubiera incluido en su sistema delusivo, en "su bando". Comprobar esta posibilidad en Rheingeld. Deberí­a suponer que ello implicarí­a una cierta transferencia y no ha habido tiempo suficiente para eso.

He pasado la tarde analizando las holografí­as de Jest y Sorde. Nunca he visto una imagen psicoscópica tan perfecta y ví­vida como aquella rosa, ni siquiera en alucinaciones causadas por las drogas. Las sombras de un pétalo sobre otro, la húmeda y aterciopelada textura de los pétalos, el color rosa repleto de luz natural, la corona central amarilla... Estoy segura que hasta el olor habrí­a percibido si el aparato tuviera el sistema adecuado para ello. No se trataba de un recuerdo sino de algo real, enraizada en la tierra, viva y en desarrollo, con el tallo, espinoso y fuerte, bajo ella.

Muy cansada, debo irme a la cama.

Vuelvo a leer las notas de hoy. ¿Llevo bien el diario? Todo lo que he escrito es lo que sucedió y lo que se dijo. ¿Es espontáneo? Por lo menos, era importante para mí­.

5 de septiembre.

Hoy, mientras comí­a, he discutido el problema de la resistencia consciente con la doctora Nades. He explicado que ya habí­a trabajado con obstáculos inconscientes (los niños y sujetos depresivos como Ana J.) y que tengo cierta habilidad para superarlos, pero que nunca me habí­a encontrado con un obstáculo consciente como el letrero NO PASAR de F. S., o con el dispositivo que empleó hoy, efectivo durante toda una sesión de veinte minutos: concentración en su respiración, ritmos corporales, dolor en las costillas e impulso vital partiendo de la sala psicoscópica. La doctora sugirió que le vendara los ojos para superar el último truco, y que fijara mi atención en la dimensión Incon, puesto que él no puede evitar que aparezcan cosas allí­. Con todo, es sorprendente la amplitud de la zona de acción recí­proca de sus campos Con e Incon, y la intensidad de resonancia de uno sobre otro. Creo que su concentración en el ritmo respiratorio le permitió lograr algo parecido a una situación de "trance". Claro está que la gran parte de lo que se denomina trance es mero faquirismo ocultista, un rasgo primitivo sin interés para la ciencia operativa.

Hoy Ana ha pensado para mí­ en "un dí­a de mi vida". Todo tan gris y desvaí­do... ¡Pobrecilla! Ni siquiera le ha complacido nunca pensar en comida, aunque se sustenta con una ración mí­nima. La única cosa clara durante un instante fue un rostro infantil, ojos castaño claro, una gorra de punto rosa, mejillas redondeadas... En la discusión que tuvimos después de la sesión, me explicó que siempre pasa por el patio de una escuela cuando va camino del trabajo porque "me gusta ver a los pequeños corriendo y gritando". Su marido aparece en la pantalla como un voluminoso traje de faena y un murmullo enojado, amenazante. ¿Se da cuenta de que no ve su rostro ni oye palabra alguna que él dijera durante muchos años? Pero no hay razón para hablar de ello. Tal vez sea mejor que no lo haga.

Hoy advertí­ que lo que está tejiendo es una gorra roja.

Por recomendación de la doctora Nades, leo Falta de afecto: un estudio, de De Cams.


6 de septiembre.

En medio de la sesión (respirando de nuevo), grité: "¡Flores!"

Las dos dimensiones psí­quicas quedaron en blanco pero la verificación somática apenas varió. Respondió en voz alta, soñoliento, al cabo de cuatro segundos. No es un "trance", sino una autohipnosis.

-El aparato controla su respiración -dije-. No me hace falta saber que sigue respirando. Es fastidioso.
-Me gusta controlarme yo mismo, doctora.

Me acerqué a él, le quité la venda y lo miré. Tení­a un rostro apacible, el que se acostumbra a ver en hombres que tratan con maquinaria, sensibles pero pacientes, como un asno. Esto es una estupidez. No lo tacharé. Se supone que debo ser espontánea al escribir. Los asnos tienen caras bonitas. Se les atribuye estupidez y rebeldí­a, pero su aspecto es inteligente y bonachón, como si hubieran sufrido mucho pero sin guardar rencor, como si tuvieran algún motivo para no ser rencorosos. Y el cí­rculo blanco que rodea sus ojos los hace parecer indefensos.

-Cuanto más respira -dije-, menos piensa. Necesito su cooperación. Estoy intentando averiguar qué es lo que usted teme.
-Pero yo lo sé -respondió.
-¿Y por qué no me lo ha dicho?
-Porque nunca me lo ha preguntado.
-Eso es ilógico. -Y, pensándolo ahora, es gracioso mostrarse indignada ante un paciente mental por el hecho de que sea ilógico-. Bien, pues ahora se lo pregunto.
-Temo al electroshock. Que me destruyan la mente. Que me retengan aquí­. O que me dejen marchar cuando ya no recuerde nada. -Respiraba con dificultad mientras hablaba.
-Bien, ¿por qué no piensa en eso mientras observo las pantallas?
-¿Por qué debo hacerlo?
-¿Y por qué no? Ya me lo ha explicado, ¿por qué no puede pensar en ello? ¡Quiero ver el color de sus pensamientos!
-El color de mis pensamientos no es de su incumbencia -dijo enfadado.

Pero yo observaba la pantalla mientras hablaba y vi aquella actividad desguarnecida. Además, todo lo que hablábamos estaba siendo grabado, y lo he estudiado durante toda la tarde. Es fascinante. Hay dos niveles subverbales aparte de las palabras habladas. Todas las reacciones y distorsiones emotivo-sensoriales son vigorosas y complejas. El me "ve" de tres formas distintas, por ejemplo, o quizá más; ¡el análisis es terriblemente difí­cil! Las correspondencias Con-Incon son muy complicadas, los recuerdos y las impresiones nuevas se mezclan con toda rapidez y, con todo, el conjunto está unificado en su complejidad. Es igual que esa máquina que F. estudiaba, muy intrincada pero única, matemáticamente armónica. Como los pétalos de la rosa.

Cuando advirtió que yo estaba observando, empezó a gritar: "¡Mirona! ¡Maldita mirona! ¡Déjeme solo! ¡Váyase!". Después empezó a llorar. Durante varios segundos la pantalla reflejó claramente su imaginación: él mismo rompí­a las abrazaderas de la cabeza y los brazos, destrozaba a patadas el aparato y salí­a corriendo del edificio. En el exterior, la extensa cumbre de una colina, cubierta con hierba poco crecida y reseca, bajo el cielo del atardecer, y Flores allí­, solo. Estaba agarrado a la silla, sollozando.
Acabé la sesión, le quité la corona electródica y le pregunté si deseaba té, pero él se negó a responder. Desaté sus brazos y le traje una taza. Hoy habrí­a azúcar, una caja llena. Se lo hice saber y le dije que le pondrí­a dos terrones. Bebió un poco de té.

-¿Sabe que me gusta el azúcar? -dijo en un tono premeditadamente irónico, porque estaba avergonzado de sus lloros-. Supongo que lo debe saber por su psicoscopio.
-No diga tonterí­as -respondí­-. A todo el mundo le gusta el azúcar cuando pueden conseguirlo.
-No, mi pequeña doctora, no pueden.

En el mismo tono, me preguntó mi edad y si estaba casada. Se mostraba resentido.

-¿No quiere casarse? -preguntó-. ¿Está aferrada a su trabajo? ¿A ayudar a los enfermos mentales a volver a una vida constructiva de servicio a la nación?
-Me gusta mi trabajo porque es difí­cil e interesante. Como el suyo. A usted le gusta su trabajo, ¿no es cierto?
-Me gustaba. Me he despedido de todo eso.
-¿Por qué?
-¡Zzzzzt! -dijo dándose golpecitos en la cabeza-. Todo se ha ido, ¿no es así­?
-¿Por qué está tan convencido de que le prescribirán electroshock? Todaví­a no he dado mi diagnóstico.
-¿Diagnosticarme? Mire, basta de comedia, por favor. Mi diagnóstico ya está hecho. Lo hicieron los instruidos doctores de la TRTU. Caso grave de desafección. Sí­ntoma determinante: ¡Perversidad! Terapia: Encerradlo en una habitación llena de miserias humanas, llorosas y apaleadas, escrutad su mente igual que hicisteis con sus notas, y abrasadla... destrozadla. ¿Cierto, doctora? ¿Por qué todas estas preguntas, diagnósticos, tazas de té...? ¿No puede seguir adelante sin todo esto? ¿Debe escarbar en todo lo que soy antes de pegarle fuego?
-Flores -dije pacientemente-, es usted el que está diciendo "acaben conmigo". ¿No se oye decirlo? El psicoscopio no destruye nada. Y tampoco estoy usándolo para obtener pruebas. Esto no es un tribunal, no se le está juzgando. Yo no soy juez. Soy médico.
-Si usted es un médico -interrumpió-, ¿no puede ver que no estoy enfermo?
-¿Cómo voy a ver nada si me impide el paso con sus estúpidos carteles de NO PASAR? -grité. Sí­, grité. Mi paciencia era una actitud y se rompió en pedazos. Pero comprendí­ que esto le habí­a afectado, y por eso continué-. Parece enfermo, actúa como un enfermo, dos costillas rotas, fiebre, inapetencia, arrebatos de llanto... ¿Es eso estar saludable? ¡Si no está enfermo, demuéstremelo! ¡Déjeme que vea cómo es por dentro, por dentro de todo eso!

Bajó la vista hacia su taza, emitió una especie de risa y se encogió de hombros.

-No puedo ganar -dijo-. ¿Para qué hablar con usted? ¡Parece tan honrada, maldita sea!

Me fui. Es chocante cómo puede herirte un enfermo. El problema es que estoy acostumbrada a los niños, cuyo rechazo es total, como animales que tiemblan, se esconden o muerden en su pánico. Pero con este hombre, inteligente y de más edad que yo, primero hay comunicación, confianza, y luego el ataque. Es peor.

Es penoso escribir todo esto. Vuelve a ser doloroso. Pero es útil. Ahora entiendo mucho mejor muchas cosas que F. dijo. Creo que no se lo enseñaré a la doctora Nades hasta que complete el diagnóstico. Si hay algo de cierto en lo que dijo de que le habí­an detenido por sospecha de desafección (y realmente es descuidado en la forma que habla), la doctora Nades podrí­a pensar que debe hacerse cargo del caso, a causa de mi inexperiencia. Deberí­a lamentarme por eso. Necesito experiencia.

7 de septiembre.

¡Tonta! Por eso te dio el libro de De Cams. Claro que lo sabe. Como directora de la sección tiene acceso al expediente de la TRTU sobre F. S. Me dio este caso deliberadamente.

No hay duda que es educativo.

Sesión de hoy: F. S. sigue colérico y huraño. Intencionadamente ha imaginado una escena sexual. Era un recuerdo, pero cuando ella estaba jadeando bajo F. éste ha cambiado la cara por una caricatura de mi propio rostro. Fue muy ví­vido. Dudo que una mujer pudiera haberlo hecho; la memoria femenina sobre un acto sexual es normalmente menos clara y más sublime, la mujer y su acompañante no se convierten en marionetas de carne, con cabezas recambiables. Al cabo de un rato se cansó de la representación (pese a toda su vividez hubo poca participación somática, ni siquiera una erección) y su mente empezó a errar. Por primera vez. Volvió a surgir uno de los dibujos que habí­a en el escritorio. Debe ser dibujante, porque modificó el plano con un lápiz. Al mismo tiempo sonaba una canción en la radio, en un tono mental puro. Y en el Incon, sobreponiéndose en la zona de acción recí­proca, una habitación muy grande, en la penumbra, contemplada desde la estatura de un niño, los antepechos de la ventana muy altos, anocheciendo tras las ventanas, oscureciéndose las ramas de los árboles, y en la habitación una voz de mujer, dulce, quizá leyendo en voz alta, a veces siguiendo la canción. Mientras tanto la ramera de la cama surgí­a y desaparecí­a en esfuerzos voluntarios, cada vez menos visible, hasta que sólo quedó un pezón. Todo esto lo he analizado por la tarde. Es la primera secuencia, de unos diez segundos, la que he podido analizar con claridad y por completo.

-¿Qué ha aprendido? -preguntó F. al acabar la sesión, con su tono irónico.

Me limité a silbar un trozo de canción, y pareció asustarse.

-Es una tonada muy bonita -dije-. No la habí­a escuchado antes. Si es suya, no la silbaré en ningún otro sitio.
-Es de un cuarteto. -Su cara de "asno", indefenso y paciente, miraba hacia otro lado-. Me gusta la música. ¿No vio...?
-Vi a la chica. Y mi rostro sobre ella. ¿Sabe lo que me gustarí­a ver?

Meneó la cabeza. Arisco, avergonzado.

-Su infancia. -Esto le sorprendió. Estuvo callado un rato.
-De acuerdo -dijo finalmente-. Tendrá mi infancia. ¿Por qué no? En cualquier caso va a obtenerlo todo, ¿no? ¿Puedo ver una grabación? Deseo ver lo que usted ve.
-Claro que sí­. Pero no le parecerá tan significativo como usted piensa. Tardé ocho años en aprender a observar. Empecé con mis propias grabaciones. Las estudié durante meses antes de lograr reconocer alguna cosa.

Le puse en mi silla, con el auricular, y repetí­ para él treinta segundos de la última secuencia. Después se quedó pensativo y serio.

-¿Qué era -preguntó- todo ese movimiento de escaleras arriba y abajo en... en último termino, supongo que es la palabra?
-Observación visual (sus ojos estaban cerrados) e impulso propioceptivo subconsciente. La dimensión Inconsciente y la corporal se sobreponen en gran medida todo el tiempo. Separamos las tres dimensiones porque raramente coinciden por completo, excepto en los bebés. El brillante movimiento triangular, a la izquierda de la pantalla holográfica, era probablemente el dolor de sus costillas.
-¡No lo considero así­!
-Usted no lo ve, ni siquiera era consciente de él en aquel momento. No podemos traducir un dolor de costilla en una pantalla holográfica, por esto lo simbolizamos visualmente. Igual sucede con todas las sensaciones, afectos, emociones...
-¿Ve todo eso de golpe?
-Ya le he dicho que me costó ocho años. ¿Y se da cuenta de que eso es tan sólo una parte? Nadie puede reproducir toda una psique en una pantalla. Nadie sabe los lí­mites de la psique, como no sean los del universo.
-Tal vez no sea tan necia, doctora -dijo al cabo de un momento-. Tal vez es sólo que la absorbe su trabajo. Eso puede ser peligroso. Estar tan absorta en su trabajo... ya sabe.
-Amo mi trabajo, y espero que sea de utilidad.

Yo estaba atenta a sí­ntomas de desafección. F. sonrió un poco y dijo "pedante", en tono de tristeza.

Ana va progresando. Algunos problemas con la comida, todaví­a. La he metido en el grupo de terapia mutua de George. Lo que necesita, o al menos una cosa que necesita, es compañí­a. Después de todo, ¿por qué ha de comer? ¿Quién desea que ella viva? Lo que denominamos psicosis a veces es simple realismo. Pero los seres humanos no pueden vivir tan sólo de realismo.

El modelo de F. S. no se ajusta a ninguno de los tipos psicoscópicos de paranoia clásica del Rheingeld.

Me cuesta trabajo entender el texto de De Cams. La terminologí­a polí­tica es muy distinta de la psicológica. Todo parece atrasado. Debo prestar mucha atención a partir de ahora en las sesiones de gimnasia de los domingos por la noche. Mi mente ha estado muy embotada. O quizá, como dijo F. S., demasiado absorta en mi trabajo... y sin prestar atención a su contexto, a eso se referí­a él. Sin pensar para qué trabajo.

10 de septiembre.

El cansancio me ha impedido escribir este diario las dos últimas noches. Por descontado, todos los datos están grabados y en mis notas de análisis. He trabajado muchí­simo con los análisis de F. S. Es muy excitante. Su mente es francamente inusual. No es brillante, sus test de inteligencia arrojan un buen promedio, no es original o artista, no se perciben signos esquizofrénicos, no puedo decir de qué se trata. Me sentí­ honrada compartiendo la infancia que recordó para mí­. No sé de qué se trata. Habí­a dolor y miedo, por supuesto; la muerte de su padre por cáncer, meses y meses de miseria cuando F. S. tení­a doce años... Eso fue terrible, pero el resultado final no es dolor. No lo ha olvidado o reprimido, sino que lo ha cambiado todo por su amor a sus padres y a su hermana, por la música, por la forma, peso y ajuste de las cosas, por su recuerdo de la luz y los problemas de tiempos muy lejanos, por una mente que siempre actúa silenciosamente, buscando, buscando la integridad.

Aún no puede hablarse de un coanálisis formal, es demasiado pronto, pero él colabora muy inteligentemente. Hoy le pregunté si era consciente respecto a la figura del Personaje Desconocido que acompañaba varios recuerdos Con en la dimensión Incon. Lo describí­ diciendo que tení­a una enmarañada mata de pelo.

-¿Se refiere a Dokkay? -dijo sorprendido.

Aquella palabra habí­a sido audible subverbalmente, pero no la habí­a relacionado con la figura.

Me explicó que, cuando tení­a cinco o seis años, Dokkay era el nombre que poní­a a un "oso" con el que normalmente soñaba o pensaba.

-Yo cabalgaba sobre él -me explicó-. Era enorme, y yo muy pequeño. Derrumbaba las paredes y destruí­a las cosas, las cosas malas, ¿comprende?, los delincuentes, los espí­as, la gente que asustaba a mi madre, las cárceles, los callejones oscuros que me daba miedo atravesar, policí­as armados, el prestamista... A todos los vencí­a. Y después andaba por encima de los escombros, hacia la cumbre de la colina, llevándome en su lomo. Cuando llegábamos se quedaba quieto. Siempre estaba anocheciendo, un momento antes de que salieran las estrellas. Es extraño recordar esto. ¡Han pasado treinta años! Después se convirtió en una especie de amigo, un chico o un hombre, con el pelo igual que un oso. Siguió aplastándolo todo, y yo a su lado. Fue muy divertido.

Escribo todo esto de memoria, no está grabado. La sesión se interrumpió por un corte de corriente. Es exasperante que el hospital ocupe un lugar tan bajo en la lista de prioridades del gobierno.

Esta noche he asistido a la sesión de pensamiento positivo y he tomado notas. La doctora K. habló sobre los peligros y falsedades del liberalismo.


11 de septiembre.

Esta mañana F. S. ha intentado mostrarme a Dokkay, pero no lo ha conseguido.

-Ya no puedo verlo -dijo en voz alta, riéndose-. Creo que en algún momento me convertí­ en él.
-Muéstreme cuándo sucedió eso.
-De acuerdo.

Y al instante empezó a recordar un episodio de sus primeros años de adolescencia. No tení­a nada que ver con Dokkay. F. vio una detención. Se le dijo que aquel hombre habí­a sido detenido por difundir propaganda ilegal. Más tarde pudo ver uno de los panfletos. En el margen de su visibilidad se podí­a leer: "¿Existe una justicia igualitaria?" Lo leyó, pero sin recordar el texto, y tampoco pretendió ocultarlo de mi vista. La detención era un recuerdo intenso. La camisa azul del hombre joven, su tos, el sonido de los golpes, los uniformes de los agentes de la TRTU, un coche que se alejaba, un coche gris con sangre en la puerta... La escena se repitió una y otra vez. El coche enfilando la calle, alejándose por ella... Fue un suceso traumático para F. S. y podrí­a explicar su exagerado temor ante la violencia de la justicia nacional, justificada en aras de la seguridad nacional. Esto pudo llevarle a comportarse irracionalmente cuando le investigaron, dando la impresión de que tendí­a a la desafección. Una impresión falsa, creo.

Y voy a demostrar por qué lo creo.

-Flores -le pregunté después de que recordara el caso-, piense en democracia, por favor.
-Mi pequeña doctora, no puede atrapar a un perro viejo con tanta facilidad.
-No pretendo atraparle. ¿Puede pensar en democracia, sí­ o no?
-Pienso mucho en ella.

E inició una actividad cerebral, música. Se trataba del coro de la última parte de la Novena Sinfoní­a de Beethoven, que reconocí­ gracias al tiempo que pasé estudiando arte en la escuela superior. Lo cantábamos para acompañar algún discurso patriótico.

-¡No cambie de tema! -grité.
-No grite, ya la oigo.

La habitación era a prueba de ruidos, por supuesto, pero el sonido del audio era tremendo, como si el coro fuera de miles de personas.

-No cambio de tema -dijo F. en voz alta-. Pienso en democracia. Eso es democracia. Esperanza, fraternidad, ningún obstáculo... Todos los obstáculos demolidos. ¡Yo, usted, nosotros hacemos el universo! ¿Lo oye?

Volvió a surgir la cumbre de la colina, la hierba poco crecida, la sensación de elevación, el viento, el cielo... La música era el cielo.

Cuando acabamos le quité la corona y le di las gracias.

No entiendo por qué un médico no puede agradecer a un paciente el que le haya revelado tanta belleza, tanta riqueza. Es importante que el médico mantenga su autoridad, claro, pero no es preciso mostrarse dominante. Comprendo que en polí­tica las autoridades deban dirigir y ser acatadas, pero la medicina psicológica es algo distinto. Un médico no puede "curar" al paciente, el paciente se "cura" a sí­ mismo, sin nuestra ayuda; no es nada que contradiga al pensamiento positivo.


14 de septiembre.

Estoy aturdida después de mi larga conversación de hoy con F. S. Voy a intentar clarificar mis ideas.

Flores está intranquilo, no puede participar en una terapia de trabajo debido a su lesión en las costillas. La clasificación "violenta" de su conducta le afectaba profundamente y, por ello, he puesto en juego mi autoridad para que eliminaran la V de su expediente y le trasladaran a la sala B de hombres (eso fue hace tres dí­as). Su cama es la inmediata a la del viejo Arca, y cuando fui a buscarle para la sesión encontré a los dos hombres hablando, F. sentado en la cama del otro.

-Doctora Sobel -dijo F. S.-. ¿Conoce a mi vecino, el profesor Arca, de la facultad de Artes y Letras de la universidad?

Sí­, claro que lo conocí­a. Llevaba allí­ cuatro años, más que yo. Pero F. S. habló con tanta cortesí­a y seriedad...

-¿Cómo está usted, profesor Arca? -dije. Y estreché la mano del anciano.

El profesor me saludó educadamente, como si fuera una extraña. Es normal que no reconozca a una persona de un dí­a para otro. Luego me dirigí­ con F. a la sala psicoscópica.

-Doctora -me preguntó Flores-, ¿sabe cuántos tratamientos de electroshock ha sufrido ese hombre?
-No.

-Sesenta. Me lo repite cada dí­a. Con orgullo. -Hizo una pausa antes de seguir hablando-. ¿Sabí­a usted que era un erudito de fama internacional? Escribió un libro, La idea de la libertad, sobre las ideas del siglo XX respecto a la libertad en polí­tica, arte y ciencia. Lo leí­ cuando me hallaba en la escuela de ingenieros. El libro existí­a entonces. En las bibliotecas. Ahora ya no. En ningún sitio. Pregunte al doctor Arca. Ni siquiera sabe que lo ha escrito.

-Después de una terapia electroconvulsiva -dije-, casi siempre hay fallos de memoria. Pero puede recuperar la conciencia. Es algo que ocurre muchas veces, espontáneamente.
-¿Al cabo de sesenta sesiones?

F. S. es un hombre alto, cargado de espaldas. Su figura es impresionante, hasta vestido con el pijama del hospital. Pero yo también soy alta. No me llama "mi pequeña doctora" porque tenga menos estatura que él. La primera vez que lo dijo fue cuando se enfadó conmigo y lo sigue diciendo cuando está enojado pero, por lo que me conoce, no pretende herirme.

-Mi pequeña doctora -dijo hoy-, deje de fingir. A este hombre le destruyeron la mente con toda deliberación, y usted lo sabe.

Ahora intentaré escribir con exactitud lo que respondí­, porque es importante.

-No apruebo el uso de la terapia electroconvulsiva como método normal. No recomendarí­a su empleo para mis pacientes, a no ser que se tratara de casos especí­ficos de melancolí­a senil. Elegí­ la psicoscopí­a porque es un método integrativo, no destructivo.

Todo esto es cierto, y, sin embargo, nunca antes lo habí­a dicho o pensado.

-¿Qué recomendará en mi caso? -preguntó F.

Le expliqué que, en cuanto terminara mi diagnóstico, mis recomen daciones serí­an sometidas a la aprobación de la directora y subdirectora de la sección. Dije que, hasta el momento, nada en su historia o personalidad justificaba el uso de la terapia de electroshock, pero que, al fin y al cabo, aún no habí­amos avanzado mucho.

-Demos tiempo al tiempo -dijo, mientras caminaba penosamente, con los hombros caí­dos.
-¿Por qué? ¿Le gusta estar así­?
-No. Me gusta usted. Y me gustarí­a retrasar el final inevitable.
-¿Por qué insiste en un final inevitable, Flores? ¿No comprende lo irracional que es pensar en ese único punto?
-Rosa -era la primera vez que utilizaba mi nombre de pila-, Rosa, es imposible ser racional con el infortunio. Hay aspectos que la razón no puede considerar. Claro que soy irracional, me enfrento a una destrucción inminente de mi memoria, de mí­ mismo. Pero no me equivoco. Sabe que no me dejarán salir de aquí­ sin... -Dudó mucho antes de completar la frase-. Sin cambiarme.
-Un episodio psicopático...
-No tuve ningún episodio psicopático. Ya deberí­a saberlo.
-Entonces, ¿por qué lo enviaron aquí­?
-Algunos de mis colegas prefieren considerarse rivales, competidores. Me enteré de que informaron a la TRTU que yo era un liberal subversivo.
-¿Qué pruebas tení­an?
-¿Pruebas? -Habí­amos llegado ya a la sala psicoscópica. Se llevó las manos a la cara por un instante y rió como aturdido-. ¿Pruebas? Bien, hubo una reunión en mi sección y estuve hablando con un visitante extranjero, un colega, un proyectista. Y tengo amigos, ya sabe, gente que no produce, bohemios. Y este verano demostré al jefe de sección por qué un proyecto que ya habí­a sido aprobado por el gobierno no funcionarí­a. Eso fue una tonterí­a. Tal vez me encuentro aquí­ por... por imbécil. Además, leo. He leí­do el libro del profesor Arca.
-Pero todo eso no es importante, usted piensa positivamente, ama su patria, ¡eso no es desafección!
-No lo sé. Amo la idea democrática, la esperanza, sí­, amo eso. No podrí­a vivir sin ello. ¿Pero a la patria? ¿Se refiere a eso que hay en el mapa, fronteras, y que todo lo que hay dentro de las fronteras es bueno, y que no importa lo que haya fuera de ellas? ¿Cómo es posible que un adulto ame una idea tan infantil?
-Pero usted no traicionarí­a la nación ante un enemigo exterior.
-Bien, si tuviera que elegir entre la nación y la humanidad, o entre una nación y un amigo... tal vez lo harí­a. Si es que eso es traición. Para mí­ es moralidad.

F. es un liberal. A eso exactamente se referí­a la doctora Katin el domingo pasado.

Se trata de una psicopatí­a clásica: ausencia de afecto normal. Dijo "tal vez lo harí­a" con tanta frialdad...

No. Eso no es verdad. Lo dijo con dificultad, con dolor. Fui yo la que se sorprendió por no sentir nada... impasible, frí­a...

¿Cómo voy a tratar este tipo de psicosis, una psicosis polí­tica? He leí­do dos veces el libro de De Cams y creo que ahora lo entiendo, pero sigue habiendo este vací­o entre lo polí­tico y lo psicológico. El libro me enseña cómo pensar, pero no cómo actuar positivamente. Comprendo como deberí­a pensar y sentir F. S., y la diferencia entre eso y su presente estado mental. Pero no sé cómo educarle para que piense positivamente. De Cams dice que la desafección es una condición negativa que debe ser superada con ideas y emociones positivas, pero esto no encaja con F. S. El vací­o no está en él. De hecho, es en ese vací­o de De Cams, entre lo polí­tico y lo psicológico, donde encajan sus ideas. Pero si son ideas erróneas, ¿cómo explicarlo?

Necesito que me aconsejen, pero no puedo pedí­rselo a la doctora Nades. Cuando me dio el De Cams me dijo que allí­ encontrarí­a todo lo que me hiciera falta. Si le digo que no ha sido así­ estarí­a confesando mi incompetencia y me quitarí­a el caso. Realmente, creo que es una especie de caso de prueba, que me están probando. Necesito esta experiencia, estoy aprendiendo, y además el paciente confí­a en mí­ y me habla con toda libertad. Porque sabe que todo lo que me diga será confidencial. Así­ que no puedo enseñar este diario o discutir estos problemas con nadie hasta que la curación esté en marcha y no sea imprescindible el secreto.

Pero no veo cuando puede llegar ese momento. Parece como si la confidencia tuviera que ser siempre algo esencial entre nosotros.

Debo enseñarle a que adapte su conducta a la realidad, o le enviarán a terapia de electroshock cuando la sección revise los casos en noviembre. En eso F. tiene toda la razón.


9 de octubre.

Dejé de escribir el diario cuando el material de F. S. le pareció (o me pareció a mí­) "peligroso". Acabo de leerlo todo esta noche y me he dado cuenta de que nunca podré mostrárselo a la doctora N. Voy a proseguir y escribiré todo lo que me venga en gana. Tal como ella me dijo, aunque creo que siempre esperó poderlo leer. Pensó que yo se lo enseñarí­a, y así­ lo hice, al principio, o que no tendrí­a problemas si me pedí­a verlo. Y ayer lo hizo, pero respondí­ que lo habí­a dejado porque sólo repetí­a las cosas que ya constan en los registros de análisis. Su desaprobación fue evidente, pero no dijo nada. Nuestra relación maestra-alumna ha cambiado durante las últimas semanas. Ya no estoy tan necesitada de dirección, y tras la salida del hospital de Ana Jest, el documento sobre el autismo y mi logrado análisis de las grabaciones de T. R. Vinha la doctora ya no puede pretender que siga dependiendo de ella. Pero es posible que se resienta de mi independencia. He arrancado las tapas del cuaderno y conservo las páginas sueltas en el hueco de la cubierta del Rheingeld. Será difí­cil que las encuentre allí­. Mientras estaba haciendo eso me dio dolor de estómago y de cabeza.

Alergia: Una persona puede ser expuesta al polen o picada mil veces por las pulgas sin manifestar reacción. Pero si contrae una infección virulenta, un trauma psí­quico o le pica una abeja, empezará a estornudar, toser, rascarse, llorar, etc., a la próxima ocasión que encuentre polen o que le pique una pulga. Lo mismo ocurre con otros irritativos. La persona debe ser sensibilizada.

¿Por qué hay tanto miedo allí­?, me preguntaba hace algún tiempo. Ahora ya lo sé. ¿Por qué no hay intimidad? Es injusta y sórdida. No puedo leer los archivos "secretos" que ella tiene en su oficina, pero yo trabajo con los pacientes y ella no. Yo no debo tener material "secreto". Eso corresponde sólo a las personas autorizadas. Todos sus secretos son buenos, hasta cuando son mentiras.

Escucha. Escucha, Rosa Sobel. Doctora en medicina, titulada en psicoterapia, titulada en psicoscopia. ¿Te estás adaptando?

¿A quién pertenecen tus pensamientos?

Has estado trabajando de dos a cinco horas diarias durante seis semanas en el interior de la mente de una persona. Una mente generosa, í­ntegra, sana. Nunca antes habí­as hecho algo así­. Sólo habí­as trabajado con inválidos y asustados. Nunca antes te habí­as enfrentado a esto.

¿Quién es el terapeuta, tú o él?

Pero si él está bien, ¿qué es lo que tengo que curar? ¿Cómo puedo ayudarlo? ¿Cómo puedo salvarlo?

¿Enseñándole a mentir?


(Sin fecha).

He pasado las dos últimas noches, hasta las doce, revisando las pruebas psicoscópicas del profesor Arca, grabadas cuando fue admitido, hace once años, antes del tratamiento electroconvulsivo.

Esta mañana la doctora N. me preguntó por qué habí­a buscado "expedientes tan antiguos" (eso significa que Selena le informa de los expedientes que se emplean). (Conozco perfectamente la sala de psicoscopí­a pero es igual, la escudriñaré diariamente a partir de ahora.) Contesté que me interesaba estudiar el desarrollo de la desafección ideológica en los intelectuales. Coincidimos en que el intelectualismo tiende a nutrir el pensamiento negativo y puede desembocar en psicosis, y que los que lo padecí­an debí­an ser tratados mentalmente, igual que el profesor Arca, y devueltos a la sociedad en el caso de que siguieran siendo competentes. Fue una discusión interesante y armoniosa.

Mentí­. Mentí­. Mentí­ deliberadamente, sabiendo que lo hací­a. Ella mintió. Es una mentirosa. ¡También es una intelectual! Toda ella es una mentira. Y una cobarde, me temo.

Busqué las grabaciones de Arca para obtener una perspectiva. Para demostrarme que Flores no es único ni excepcional. Esto es cierto. Las diferencias son fascinantes. La dimensión Con del doctor Arca era espléndida, arquitectónica, pero el material Incon era menos consistente e interesante. El doctor Arca sabí­a mucho más que Flores y la potencia y belleza de los movimientos de su pensamiento era también muy superior. Flores es a menudo muy confuso. Eso constituye un elemento de su vitalidad. El doctor Arca es... fue un pensador abstracto, igual que yo, y por eso disfruté menos con sus grabaciones. Eché a faltar la solidez, el realismo espaciotemporal y la intensa claridad sensorial de la mente de Flores.

Esta mañana, en la sala de psicoscopí­a, expliqué a F. lo que habí­a estado haciendo. Su reacción, cosa normal, no fue la que yo esperaba. Aprecia al anciano y pensé que esto le gustarí­a.

-¿Han conservado las grabaciones y han destruido la mente, es eso lo que me está diciendo? -dijo.

Le aclaré que todas las grabaciones se conservan para usos educativos, y le pregunté si eso no le alegraba, si no le confortaba saber que aún existí­a un registro de los pensamientos originales de Arca. Después de todo, ¿no era algo parecido a su libro, el resultado final de una mente que tarde o temprano envejecerí­a y que, de todas formas, morirí­a?

-¡No! -repuso-. ¡No, porque el libro está prohibido y la grabación es secreta! ¿Sin libertad ni intimidad, ni siquiera en la muerte? ¡Eso es lo peor de todo!

Al finalizar la sesión me preguntó si me atreverí­a a destruir sus grabaciones de diagnóstico, en el caso de que fuera enviado a terapia de electroshock. Respondí­ que era muy fácil archivar mal o perder ese tipo de registros, pero que me parecí­a una pérdida cruel. Yo habí­a aprendido de él y otras personas podrí­an hacer lo mismo, más tarde.

-¿Es que no comprende que no podré servir a la gente con pasaportes de seguridad? No me utilizarán, esa es toda la cuestión. Usted nunca me ha utilizado. Hemos trabajado juntos. Hemos cubierto el plazo los dos juntos.

En el último perí­odo, la cárcel habí­a ocupado ampliamente sus pensamientos. Fantasí­as, ilusiones de cárceles, campos de concentración... Sueña con la cárcel igual que un preso sueña con la libertad.

Realmente, si yo supiera la forma adecuada, le enviarí­a a la cárcel. Pero es imposible: está aquí­. Si informara que él es peligroso, polí­ticamente hablando, volverí­an a llevárselo a la sala de violentos y le aplicarí­an el electroshock. Aquí­ no hay jueces para condenarlo a vivir. Tan sólo médicos para dar sentencias de muerte.

Lo único que puedo hacer es prolongar el diagnóstico tanto como sea posible, y hacer una solicitud para coanálisis total, acompañada de un firme pronóstico de curación completa. Pero ya he redactado tres veces el informe y resulta muy difí­cil escribirlo de forma que quede claro que yo conozco el carácter ideológico de la enfermedad (para que no anulen al instante mi diagnóstico) y al mismo tiempo parezca un caso benigno y curable de modo que me permitieran tratarlo con el psicoscopio. Y entonces, ¿por qué malgastar un año empleando un equipo muy costoso, cuando se tiene a mano una cura económica y sencilla? No importa lo que yo diga, siempre recurrirán a este argumento. Faltan dos semanas para la revisión de casos de la sección. Debo escribir el informe de tal manera que les resulte imposible rechazarlo. Pero... ¿Y si Flores tiene razón? ¿Y si todo esto es sólo una comedia, mentira tras mentira? ¿Y si ellos tienen órdenes, ya desde el principio, de la TRTU? "Destruidlo..."



(Sin fecha).

Hoy revisión de la sección.

Si me quedo aquí­ puedo hacer algo, algo bueno. No no no no no quiero no quiero ni siquiera esto qué puedo hacer ahora cómo puedo detenerlo.



(Sin fecha).

La noche pasada soñé que corrí­a a lomos de un oso por un profundo desfiladero entre escarpadas montañas, que se elevaban hacia un cielo oscuro, era invierno, habí­a hielo en las rocas.



(Sin fecha).

Mañana por la mañana le diré a Nades que dimito y pediré que me trasladen al hospital infantil. Pero ella debe aprobar el traslado. Si no lo hace estoy perdida. Ya lo estoy ahora. He cerrado la puerta para escribir esto. En cuanto lo haya escrito lo quemaré todo. Todo se ha terminado.

Nos encontramos en el vestí­bulo. El estaba con un enfermero.

Le tomé la mano. Era grande, huesuda, y estaba muy frí­a.

-¿Ha llegado el momento, Rosa? -preguntó-. ¿El electroshock...?

Me habló en voz baja. Yo no querí­a que perdiera la esperanza antes de que bajara las escaleras y llegara al pasillo. El pasillo es muy largo.

-No -contesté-. Algunas pruebas más... un electroencefalograma, probablemente.
-Entonces, ¿nos veremos mañana?
-Sí­.

Y nos vimos. Entré allí­ esta tarde. F. estaba despierto.

-Soy la doctora Sobel, Flores -dije-. Soy Rosa.
-Mucho gusto en conocerla -respondió en un murmullo.

Padece una ligera parálisis facial en el lado izquierdo. Desaparecerá.

Soy Rosa. Soy la rosa. La rosa, soy la rosa. La rosa sin flor, la rosa toda espinas, la mente que él hizo, la mano que el tocó, la rosa de invierno...

poshol na

Joder con la cita, como para memorizarla para poder citarla.