Hilo para escritos de asfalto.

Iniciado por malika, Febrero 09, 2007, 07:59:05 PM

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malika


No eran nuevas aquellas palabras oí­das al camarero. Alguien, hací­a ya años, le dijo que sus ojos no conseguí­an disimular lo que no aparentaba ser. Siempre habí­a provocado un cierto desasosiego en quien la observaba. La culpa la tení­a la ausencia de párpados que le daba un aire indefinido....... mitad párvula, mitad mujer fatal.

Seguí­a apoyada sobre la barra de aquel bar con olor a decadencia. A su lado, solo, el desconocido de siempre blasfemaba, un dí­a más, vomitando sus miserias sobre el vaso que apenas sostení­a. Animada por la costumbre de su presencia se atrevió a hablarle: Si hay algo cansino, es la palabrerí­a. Él alzó la vista para averiguar de quién procedí­a esa voz. La miró detenidamente, sin extrañeza. Ella prosiguió: ya habrá tiempo para el ajuste de cuentas. ¿Nos vamos?





Aguirre

Eran sus labios los que la delataron. Aquel rictus maldito.
Tan enlutada y recancanillas. Viuda yerma de nadie..., de nadie, de amores estrafalarios. Paseaba por las calles inundadas de desilusiones. Con aquel  sempiterno sentido practico y aristocrático de la ciudad que siempre tuvo. Iba a la iglesia de Marí­a Concepción vestida de filelí­ a por agua bendita para lavarse. A tal punto.
Ahora, al atardecer, entraba en aquel bar decadente, para que un borracho, corrompido, la cantara. Aquella mujer, que de joven pensaba que la vida era un pájaro, y que ahora cantaba su aria moribunda al lado de un beodo. Eran sus labios los que la delataron. Tuyo para siempre. Ven a buscarme, le dijo el borracho enmarcado en la puerta de la calle. Iré, dijo ella llena de mesura. Iré…   

Imparable

Noche cerrada en la ciudad y la lluvia se estrellaba contra las históricas ventanas desde la que tantos cambios habí­an visto cuatro o cinco generaciones de clientes. En el café la gente tomaba sus infusiones sobre mesitas de madera oscura y fundición decorativa, sentados sobre acolchadas sillas de corte clásico. Debatí­an sobre literatura, filosofí­a, sentimientos y sexo sofisticado con lencerí­a, vino y gilipolleces varias. En una esquina del amplio local una banda tocaba jazz para ambientar un poco el lugar, sin ser atendida por mucha gente más que un par de solitarios que tomaban su whisky apoyados sobre la barra. El aire plomizo y el lento y pesado modo de llover hací­a prever que tarde o temprano estallarí­a la tormenta. Fue anunciada por un relámpado que convirtió por un instante la noche en dí­a, y a los pocos segundos declaró su llegada con un trueno que hizo vibrar todo aquello que fuera de vidrio.
Lo que no se imaginaban los parroquianos era que el Trueno tení­a sus seguidores. Se oí­an himnos de batalla al fondo de la calle y el bar seguí­a vibrando, esta vez al ritmo de centenares de pies y decenas de motores. La joven pareja de junto a la ventana, ambos vestidos de noche, no tuvo la agilidad suficiente para escaparse del camión que derribó parte de la pared y fue a estrellarse contra el espejo que decoraba parte de las estanterí­as de tras la barra. Las demás ventanas estallaron en una escarcha de afilado granizo que arrancaba ojos cuando entraron las Harleys, con sus jinetes amputando miembros a hachazos.
Tras el comienzo de la batalla llegaron ellos, los hermanos de la Noche, los hijos del Asfalto, los siervos del Metal. Su rugido era aterrador, su furia imparable, su aspecto imponente. Cuero y acero, greñas y tatuajes, botas y cadenas. La Batalla se tornó masacre. Los pijos y culturetas eran despojados de sus bienes, de sus complementos chic, de sus órganos y apendices. Las hordas defensoras de la Verdadera Música y de la Auténtica Vida evisceraron en vivo a los músicos con los restos de sus propios instrumentos. Los camareros fueron encadenados a las Harleys y su elasticidad era comprobada a base de revoluciiones...no eran muy duros. De pronto, el trailer abrió un lateral mostrando que era un escenario móvil. Los miembros del grupo que iba dentro empezaron a repartir libros y alcohol. Nietchsze, Shopenhauer, Platon, Aristóteles, Maquiavelo, Lorca, Proust, Freud, Kafka y muchos más ardieron en una pira junto con los clientes moribundos. El concierto dio comienzo entre sus lamentos, aunque nadie pudo evitar ver cómo algunos cuerpos destrozados moví­an sus cabezas al ritmo de la música. A mitad del concierto la tormenta habí­a acabado. Y, cuando comenzó a salir el sol hací­a ya horas que el concierto llegara a su fin, pero no así­ la fiesta. La horda recogió el alcohol y los que habí­an tenido la suerte de pillar cacho salieron de los baños y de detrás de la barra ajustándose como podí­an la ropa, todos de vuelta a sus respectivas madrigueras, o a la de algún colega donde seguir de juerga. Finalmente, cuando la última Harley abandonó los restos humeantes del edificio, este se hundió quedando para la Eternidad sus restos como monumento al dí­a que habí­a empezado la Revolución.

Lapi_0

Aterrador. Sobre todo lo de practicar sexo con lencerí­a. Y sofisticado, encima.

Dolordebarriga

Que gran texto el del ciclista, pedazo de hijo de puta.

Tú, envidia cochina te tengo;

Dolordebarriga
"Yo siempre documento lo que digo"

malika


Después de unos dí­as fuera, vuelvo a Madrid, la ciudad que habitualmente se cansa con mis paseos. Las persianas parpadean a mi paso temprano sin que su curiosidad sea satisfecha; mientras, las niñas de bustos perfectos wonderbraean a un público sin ojos para mirarse así­ mismas mucho más: incansables, una y otra vez se contemplan el chasis, como cuando notas un olor raro en el coche.

La ciudad sigue en guerra con los relojes y la arena. Mil excavadoras y taladradoras se arrastran y trepan por los edificios y las aceras para borrar sus patas de gallo, para aclarar sus manchas en la piel, para repasarle sus tuberí­as sanguí­neas. Y en mitad de ella, sigo siendo una promesa de pólvora y al fondo, las estrellas. Ignoro si alcanzaré algo más cercano que el azul futuro; pero sí­ puedo sentir cómo la carga se espesa con el paso del tiempo; cómo la promesa sube su apuesta; cómo será la verdad del fogonazo. No, ya no importa el objetivo, esa telaraña abstracta al final de este camino que tejen los insectos del tiempo: Es la ley inexorable del destino.







Nicotin

CitarPitita Ridruejo dice:
el otro dí­a ví­ a un tipo con un perro, y lo vi 5 minutos escasos, y dijo lo mí­nimo, pero yo digo: chalao.

jondias


malika

Cita de: Nicotin en Agosto 10, 2007, 12:18:47 AM
Las arañas no son insectos.

Fundirse en abrazos, en elogios, en vituperios. Fundirse los plomos……. a los plomos…… Confundirse incluso.


(No es el caso)

Nicotin

CitarPitita Ridruejo dice:
el otro dí­a ví­ a un tipo con un perro, y lo vi 5 minutos escasos, y dijo lo mí­nimo, pero yo digo: chalao.

malika

Cita de: Nicotin en Agosto 22, 2007, 11:26:04 PM
No es el caso de qué.


De degollar, en un feliz viaje de los instintos brutales, lo que dices que digo.

(La imaginación como tara)

Nicotin

CitarPitita Ridruejo dice:
el otro dí­a ví­ a un tipo con un perro, y lo vi 5 minutos escasos, y dijo lo mí­nimo, pero yo digo: chalao.

malika


Nunca he dicho que las arañas sean insectos. ¿Dónde se ha visto un insecto con ocho patas?

(Hasta ahí­........ llego)








Y no eres el único en seguirme. Incluso yo, a veces, me pierdo de mí­ misma. Es hasta un ejercicio saludable

Nicotin

No sabes lo que jode a las retinas una letra tan diminuta sobre el brillante fondo blanco. Ha sido casi como meterme un tenedor en el ojo.
CitarPitita Ridruejo dice:
el otro dí­a ví­ a un tipo con un perro, y lo vi 5 minutos escasos, y dijo lo mí­nimo, pero yo digo: chalao.

malika

Cita de: Nicotin en Agosto 24, 2007, 02:57:03 PM
No sabes lo que jode a las retinas una letra tan diminuta sobre el brillante fondo blanco. Ha sido casi como meterme un tenedor en el ojo.


¿Y a que tras el dolor no hay nada, nada, nada?