Museo Nacional Areopagita

Iniciado por Bambi, Diciembre 13, 2006, 06:33:43 PM

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Bambi

De nada.


IX
-Le alegrará saber que he decidido no aceptar más clientes -le dije-. He sacado mis anuncios de las guí­as de los bajos fondos. En adelante sólo voy a seguir viendo a los clientes que ya tengo.
-¿Me alegrará? -preguntó Adrián.
-Bueno, pensé que le gustarí­a.
Inclinó su cabeza y me miró.
-¿Acaso debe complacerme? -me preguntó amablemente.
La pregunta me desconcertó. La presunción de la misma. Tení­a en la punta de la lengua media docena de respuestas sarcásticas, pero, por una vez, las repasé pensando antes de hablar.
-Sí­ -contesté finalmente.
Mi respuesta le satisfizo. Pude ver el esfuerzo que hací­a para no sonreí­r.
Cumplí­ mi palabra. Reduje mi clientela, veí­a sólo a unos quince hombres diferentes con los que ya habí­a establecido una historia considerable.
Mario era uno de ellos. De hecho, no habí­a razón alguna por la que dejarle jamás. Su capricho era la privación de los sentidos y era con diferencia mi cliente más fácil. Era el director de una corporación multimillonaria, y nadie cuestionaba las tres horas que se tomaba para comer cada viernes. Mi función se limitaba a supervisar su transformación de ejecutivo corporativo a momia embutida en látex y a atarlo a mi acolchada mesa de sometimiento. Se quedaba ahí­ estirado durante un total de noventa minutos, en un interludio sin tiempo ni espacio, en silencio, en suspensión ciega. Su cabeza, como su cuerpo, quedaba totalmente cubierta. La única abertura era un delgado tubo negro insertado entre sus labios a través del cual podí­a tomar aire.
Mi única responsabilidad como supervisora de este extraño ritual era asegurar que respiraba. Después de Spot, Mario era mi sumiso favorito. Era amable y educado, cortés, tení­a una cierta dignidad.
-¿De qué se trata, Mario? -le pregunté a Adrián. Todos ellos despertaban siempre mi curiosidad-. ¿Es sólo que quiere desconectarse por completo de vez en cuando?
-No, no -repuso-. Es más profundo que eso. Es la cosa más profunda que puedas imaginarte. Por debajo del fondo del océano, al otro lado de un agujero negro. Me serí­a imposible encontrar palabras para explicártelo.
Una vez, mientras lo estaba envolviendo, escuché que murmuraba algo casi inaudible. Los ojos, los oí­dos, y la nariz ya habí­an desaparecido y me incliné para atrapar las palabras que se escapaban por lo que quedaba de su boca.
-Bórreme -susurró.