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La mentira

Iniciado por Quercus Cistensis, Noviembre 30, 2006, 11:23:35 AM

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Bambi

CitarContra más se cae en la tentación de mentir más difí­cil
Joder con el del texto, firmado

Quercus Cistensis

Esto es el experimento sociológico que acaba con todo debate. La mentira es mala.  ;D

http://www.youtube.com/v/vzT_oDrR8U0


Un pobre diablo que tuviera una imposibilidad congénita de mentir durarí­a poco en nuestro mundo. Un mundo como el retratado, en el la tara fuera común....mmmmmmm.......
Pelazo nivel Boris Johnson

Cocó


Hay dos clases de mentiras, dos clases de mentirosos y dos clases de formas de vida: la necesaria (cotidiana) y la "gratuí­ta", la que elaboramos para los demás y la que elaboramos para nosotros mismos, la que nos salva el culo y la que nos esconde de uno mismo

He ahí­, querido Watson, el quid elemental

Antes de tratar más en profundidad sobre la mentira, debemos especificar y acotar a cual nos referimos

Quercus Cistensis

Mode quien ya sabeis ON

Define mentira "necesaria (cotidiana)"

Mode quien ya sabeis OFF

Es que no lo tengo muy claro, ¿por quí¨ cotidianamente es necesario mentir?

Pelazo nivel Boris Johnson

Cocó

Cita de: MastroPierre en Junio 08, 2007, 01:14:33 PMUn pobre diablo que tuviera una imposibilidad congénita de mentir durarí­a poco en nuestro mundo. Un mundo como el retratado, en el la tara fuera común....mmmmmmm.......


Jo, pues por esto mismo

En sí­ la mentira, en su sentido más amplio, no es mala. Su calidad de buena o mala está en función de la finalidad con la que se use. Te pongo un ejemplo, a diario mentimos cuando saludamos con una sonrisa cordial a los vecinos que nos cean gordos en el ascensor, a tu jefe al que mandarí­as a galeras y a ese compañero apestoso de trabajo del que necesitas un informe. Es mentira, pero es necesaria para permanecer en sintoní­a con el entorno y no crearte problemas a la ligera, pero es una mentira leve, cotidiana, sin trascendencia ni repercusiones.

La mentira es como la violencia, Kubrick nos hace un muestrario en La naranja mecánica sobre los tipos de violencia que hay y lo necesaria que es esta para defenderse en el dí­a a dí­a, sin que ello signifique utilizarla de forma lesiva y gratuí­ta contra la sociedad.


California



la verdad y la mentira son cosas que me dan exactamente igual. hay verdades que se convierten en mentiras, y mentiras que se convierten en verdades, y verdades que duran lo que se tarda en pronuciarlas

y esto puede ser verdad... o mentira, da igual

Quercus Cistensis

http://www.elmundo.es/suplementos/magazine/2007/424/1194553582.html




Albert Boadella, escritor, actor y dramaturgo:

“La hipocresí­a es uno de los grandes avances de la civilización. Tiene que existir un equilibrio entre las cosas que te guardas y las que dices. Ser un honesto radical serí­a lo más parecido a un niño crónico, Resultarí­a patético”.
            

Decir siempre la verdad por más que duela

         
Risto Mejide, ex jurado de 'OT' y creativo publicitario: “Si quieres aparezco en tu reportaje, pero yo no te preguntaré si te resulta muy difí­cil trabajar para Pedro J., y tú no tratarás de descubrir a ese Risto sensible y bonachón que crees que llevo dentro”.
Risto Mejide, ex jurado de 'OT' y creativo publicitario:
“Si quieres aparezco en tu reportaje, pero yo no te preguntaré si te resulta muy difí­cil trabajar para Pedro J., y tú no tratarás de descubrir a ese Risto sensible y bonachón que crees que llevo dentro”.

Esperanza aguirre, Presidenta de la Comunidad de Madrid: “Nunca le dirí­a a mi suegra: ‘me caes fatal, no puedo ni verte; ni le dirí­a a un compañero: ‘oye, qué mal estuviste en el discurso de ayer’, aunque si no me ha gustado no le digo que ha estado ‘fantássstico’, como hacen muchos”.
Esperanza aguirre, Presidenta de la Comunidad de Madrid:
“Nunca le dirí­a a mi suegra: ‘me caes fatal, no puedo ni verte; ni le dirí­a a un compañero: ‘oye, qué mal estuviste en el discurso de ayer’, aunque si no me ha gustado no le digo que ha estado ‘fantássstico’, como hacen muchos”.

Lucí­a Etxebarrí­a, escritora: “Agradecí­ mucho al médico que no me ocultase la gravedad de una operación. Y cuando una pareja me ha sido infiel, me ha jodido mucho que mis amigos me lo ocultasen para no hacerme daño”.
Lucí­a Etxebarrí­a, escritora:
“Agradecí­ mucho al médico que no me ocultase la gravedad de una operación. Y cuando una pareja me ha sido infiel, me ha jodido mucho que mis amigos me lo ocultasen para no hacerme daño”.

Por JUAN CARLOS RODRíGUEZ. Fotografí­a de íLVARO VILLARRUBIA

Haga la prueba. Intente registrar mentalmente las pequeñas mentiras que, casi inconscientemente, va soltando alegremente por ahí­. O si lo prefiere, las medias verdades que utiliza para relacionarse con su madre, su pareja, sus hijos, sus amigos, sus compañeros de trabajo, su jefe, su portero, su ligue cibernético... y, por supuesto, consigo mismo. Comprobará que no es usted tan honesto como creí­a. Si le sirve de consuelo, no está solo. Resulta prácticamente imposible decir la verdad en todo momento...

La farsa mueve el mundo. Sin las mentiras, los matrimonios se resquebrajarí­an, los trabajadores irí­an al paro, los gobiernos se colapsarí­an y el ego de mucha gente terminarí­a hecho añicos. Las mentiras del dí­a a dí­a no son tan descomunales como las de Alicia Esteve Head, la catalana afincada en Nueva York que durante tres años se hizo pasar por una superviviente del ??-S e incluso presidió una asociación de ví­ctimas. No somos mentirosos tan patológicos. Usamos mentiras piadosas, verdades disfrazadas, trolas de andar por casa. «No podré ir a cenar, me duele el estómago». «Nunca veo Aquí­ hay tomate». «Mañana sin falta entrego el reportaje». ¿Acaso no se pueden evitar? Complicado. Al menos el psicoterapeuta estadounidense Brad Blanton parece haber encontrado la solución. Y expone su doctrina en un libro titulado Honestidad radical. Según este gurú texano de 66 años afincado en Stanley (Virginia, Estados Unidos), «todos serí­amos más felices si dejásemos de mentir». Esto ya resultarí­a suficientemente radical, un mundo sin mentirijillas.

Pero Blanton va más allá e incita a que nos deshagamos de esos filtros que existen entre nuestro cerebro y nuestra boca. «Si lo piensas, dilo». Confiésale a tu jefe que quieres fichar por la competencia. Si tienes fantasí­as sexuales con la hermana de tu mujer, no sólo debes decí­rselo a tu cuñada, sino también a tu esposa. Si tu amiga rechoncha te pregunta cómo le sienta su nuevo vestido, sácala de dudas: «Estás gorda». No te cortes. ¿Que no te dejan meter baza en una conversación? Haz como Umbral en aquel debate presentado por Mercedes Milá: «¡Yo he venido aquí­ a hablar de mi libro!». Si te hacen una pregunta impertinente, brama como hizo Fernando Fernán-Gómez a un reportero de Caiga quien caiga: «¡A la mierda!».

Mentir lo justo. Blanton considera que la honestidad radical es el único camino hacia una relación auténtica con los demás, hacia la verdadera comunicación. «Yo abogo por no mentir nunca en las relaciones personales. Pero si Ana Frank está escondida en el ático y los nazis llaman a tu puerta... miente. Yo miento en la declaración de Hacienda. También miento en el golf y en el póquer», explica este profeta de la verdad, que se ha casado en cinco ocasiones (su última mujer es una azafata sueca 26 años más joven) e imparte talleres de honestidad radical a 2.800 dólares (?.900 euros) la semana, que implican un dí­a de desnudez total: sus alumnos se exponen a escuchar sus eructos y sus pedos.

Me propongo el reto de emular a Jim Carrey en Mentiroso compulsivo (?997), aquella comedia en la que un abogado lenguaraz y patrañero se ve obligado a decir siempre la verdad por expreso deseo de su hijo. Una llamada de mi ex jefe, ahora director de El Mundo en Baleares, me brinda la ocasión perfecta para poner a prueba mi experimento. Antes de ocupar su nuevo cargo organizó una cena de despedida con la gente de redacción a la que no fui invitado. Aunque trabajo como colaborador externo, me sentí­ ninguneado, porque al fin y al cabo formo parte del equipo y mantení­amos una antigua y cordial relación profesional, o eso prefiero creer. Estaba a punto de restregarle el asunto, pero en el transcurso de la conversación le invadió la nostalgia: «Cuando vuelva por Madrid me gustarí­a hacerme una foto de recuerdo con todos vosotros». Estuve a punto de soltarle: «¡A la mierda!». Pero lo que salió por mi boca fue: «Supongo que trasladarte de repente a Mallorca tiene que haber sido un caos, incluido el coñazo de buscar colegio para tus hijos».

¡Auxilio! ¡Soy más diplomático de lo que yo pensaba! Para soltar verdades como puños nadie mejor que el doctor House en su serie de televisión, capaz de espetarle a un paciente condenado a muerte: «Tengo que dejarlo nuevecito para que el Estado se lo cepille». Otra opción es hacerse amigo de Risto Mejide, el «jurado borde de Operación Triunfo». Risto, creativo publicitario de 32 años, saltó a la fama gracias a los comentarios radicalmente honestos que dedicaba a los triunfitos. Recordemos algunas ristadas... «Eres como un consolador: perfecta en la ejecución, pero tremendamente frí­a en el sentimiento» (a Lorena, a la postre ganadora del concurso). «Te veo como un producto que no comprarí­a nadie. Esto no es Operación ‘Cachas’, esto es OT»… «Has sacado el Gollum [odioso y feo personaje de El señor de los anillos] que llevas dentro»… «Sólo falta que los de estilismo hagan algo para que nuestros bellos concursantes luzcan más y no las vistan a ellas como putas y a ellos como payasos» (lindeza para los estilistas).

En los encendidos foros de Internet le acabaron rebautizando Risto Mejode, y muchos jóvenes vieron en él a un nuevo héroe borde. Cada vez que aparecí­a en pantalla, la audiencia del programa se multiplicaba por dos: del 22% al 44% de share. Conscientes de que el «factor Risto» enganchaba a los telespectadores, otros reality shows como Factor X o Supermodelo han seguido su estilo.

A solas con Risto. Pero, ¿serí­a Risto Mejide tan honestamente radical como aparentaba? Le enví­o un correo electrónico proponiéndole aparecer en el reportaje e intento buscar su complicidad diciéndole que «no debe ser fácil ser Risto el de la tele las 24 horas del dí­a». ¿Su respuesta? «Si quieres aparezco en tu reportaje, pero yo no te preguntaré si te resulta muy difí­cil trabajar para Pedro J., y tú no tratarás de descubrir a ese Risto sensible y bonachón que crees que llevo dentro». ¿Acaso me habrá tomado por un lameculos? ¡Menudo gilipollas!, pienso. Pero no se lo digo, claro, porque no se prodiga en los medios («mejor que saber estar es saber no estar»).

Después de arrodillarme a los pies de Risto (a la vuelta de vacaciones ya no querí­a participar) y confesarle que podrí­a ser el personaje de portada, decide que mi honestidad merece «el beneficio de la duda» y me cita en el hotel Urban de Madrid. Mi «gurú» saluda con distante amabilidad. Viste camiseta negra con el lema «Y espérate» (que «vale tanto para si las cosas van bien como mal») de su recién creada agencia de publicidad, Aftershare, y luce sus caracterí­sticas gafas de sol graduadas. Ni rastro de su melena.

A Risto, decir lo primero que a uno se le pasa por la cabeza le parece «una inconsciencia». Por el contrario, Blanton no tiene inconveniente en dar detalles sobre su vida sexual si le preguntan por ello: «Me he acostado con más de 500 mujeres y con media docena de hombres. También he practicado sexo con animales y he hecho trí­os. En uno de ellos habí­a una prostituta hermafrodita». Le digo a Risto si serí­a capaz de confesar algo parecido. «Si la ocasión lo requiriese, no me importarí­a. ¿Pero sabes a qué me suena todo esto? Al niño que dice pedo, caca, culo, pis... A ganas de escandalizar, y yo no tengo necesidad de ello».

â€"¿Entonces, no se considera honestamente radical? â€"Si tengo que decirte que me gusta tu camisa, porque te vas a sentir mejor, te lo diré, no tengo ningún problema. Eso no es educación, sino civismo. Pero si tú tienes que salir en televisión, me preocupo por ti y te digo: «No salgas con esa camisa, porque la gente te la va a criticar».

â€"Mira que comparar a Lorena con un consolador... â€"Yo decí­a las cosas de la manera más notoria posible, como se hace en publicidad. Buscaba notoriedad en el mensaje y foco en la reacción.

â€"¿Un creativo publicitario miente más que habla? â€"La mentira es inferior a la verdad porque no dura, del mismo modo que la belleza es inferior a la fealdad porque tarde o temprano perece. Nosotros jugamos con la seducción, que tiene que estar basada en la verdad. Normalmente, el que seduce detecta la necesidad del otro.

â€"¿Cuál serí­a la verdad que nunca te gustarí­a escuchar sobre ti? â€"[Se lo piensa durante siete segundos]. Me gustarí­a escucharlas todas.

Cuando la grabadora se apaga le confieso que la entrevista me ha parecido tensa. Tengo la sensación de haber entrevistado a un 'producto', a la marca Risto. Tras la sesión de fotos, le comenta a un amigo que un dí­a se cruzó en este mismo hotel con Darek, el novio de la Obregón. «El tí­o es impresionante. Estoy pensando en hacerme gay». Aunque off the record, quizá sea la única declaración honestamente radical que me llevo de él.

Alejandro Navas, profesor de Sociologí­a de la Universidad de Navarra, entiende que la doctrina de Blanton es una respuesta contra la tiraní­a de lo polí­ticamente correcto y obedece a un viejo afán por escapar de las normas. «Pero el ser humano es cultural por naturaleza; la pura espontaneidad es imposible», argumenta. En su opinión, no decir lo que se piensa no equivale a impedir la comunicación. «La alternativa no es completa transparencia o completa falsedad; lo normal es que seamos veraces, pero sin decir todo lo que pensamos, porque de lo contrario la convivencia serí­a nociva y perjudicial. La gente valora a alguien que habla claro sin insultar ni ser grosero. Paralelamente, que haya gente que diga verdades incómodas, que la mayorí­a no se atreve a decir, puede ser muy beneficioso. En las cortes medievales, el bufón tení­a bula para decir esas verdades que nadie se atreví­a a formular por miedo a contrariar al Rey».

Crí­tico y mordaz con el poder establecido, Albert Boadella, actor y director de la compañí­a teatral Els Joglars desde hace 42 años, bien podrí­a ser la encarnación del bufón contemporáneo (que se lo digan a Jordi Pujol). Pero cree que «la hipocresí­a es uno de los grandes avances de la civilización». En las relaciones con los demás apuesta por la contención: «Tiene que existir un equilibrio entre las cosas que te guardas y las que dices». Para este cómico, una persona honestamente radical no es necesariamente auténtica; «serí­a lo más parecido a un niño crónico, con muchas posibilidades de resultar patético».

Honestidad como arma. Boadella, autor de Adiós Cataluña, último Premio Espasa de Ensayo, contribuyó a fundar la plataforma Ciutadans de Catalunya para luchar contra un nacionalismo catalán que considera excluyente. «Y entonces la honestidad radical se convierte en un arma: las cosas que dices se convierten en puñales porque estás dispuesto a que el otro reciba la puñalada». ¿Consecuencias personales? «La muerte civil en Cataluña, silencio total sobre mi trabajo y la sensación ante la ciudadaní­a de que soy una persona ‘non grata’». No hace mucho, el Ayuntamiento de Bellpuig (Lérida) le otorgó el Premio Boira (niebla) que castiga a los «enemigos de Cataluña». Boadella respondió con una carta al alcalde donde empleó su honestidad radical para desahogarse: «Váyase concretamente a la mierda, usted, sus premios y la Cataluña que nos quieren imponer», finalizaba la misiva.

Una vida de honestidad radical está llena de enfrentamientos diarios. Y la escritora Lucí­a Etxebarrí­a («sagitario con ascendente sagitario, el signo menos diplomático de todo el zodiaco») los ha sufrido desde que tení­a uso de razón. Dice que no sabe mentir. A los ?6 años entró en su casa de madrugada y se encontró a su madre (católica a más no poder, además de franquí­sima) apuntándole a la frente con una pregunta:

â€"¿Has estado en la cama con un hombre? â€"Sí­.

Un «sí­Â» como una ducha frí­a. «Casi le da un infarto. Ahora que tengo 40 años y soy madre de una niña, creo que fui una inconsciente. Podrí­a haberle ahorrado el disgusto», reflexiona. En diferentes etapas de su vida, Lucí­a ha perdido su trabajo por tachar a su empresa de «xenófoba»; ha sido condenada al ostracismo por una editorial tras pelearse a muerte con un crí­tico literario y hasta ha perdido a un amigo escritor por decirle a la cara que no le gustaba su libro. «Como la he practicado mucho, doy fe de que la honestidad radical es un sistema que no funciona», afirma, dando un corte de mangas a mí­ster Blanton. Su madurez le ha enseñado a «economizar la verdad»: «Si pienso que a mi amiga Puri le queda fatal su vestido nuevo que le ha costado el sueldo de un mes, no se me ocurre decí­rselo. Y si mi amigo Pepito me enseña una escultura nueva que le ha costado seis meses crear, nunca diré que me parece un churro, sino que tiene una influencia de Giacometti».

Sólo se atreve a decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad si cree que eso no causará sufrimiento. «Si una señora me dice que su marido es fiel y yo sé que no, me callo. Pero si la cornuda es amiga mí­a y me pide que le hace falta saber la verdad, se la digo». Para la escritora, las medias verdades piadosas acaban haciendo daño a la larga: «Cuando se le murió el pajarito a mi hija se lo expliqué con tacto, pero no le dije que se habí­a ido a una granja. También agradecí­ mucho al médico que no me ocultase la gravedad de una operación. Y cuando una pareja me ha sido infiel, me ha jodido mucho que mis amigos me lo ocultasen para no hacerme daño».

Carlos Boyero, prestigioso crí­tico de cine, a quien el desaparecido escritor Manuel Vázquez Montalbán comparó con el Sulfatán (una vieja marca de lejí­a) por sus corrosivos comentarios, me cita en su casa. ¿La honestidad radical nos hará más felices?, pregunto. «No lo creo. La verdad descarnada harí­a el mundo bastante más incivilizado de lo que es. Creo que hay que callarse determinadas cosas para no ofender innecesariamente. Pero si un fulano me parece un hijo de puta en su comportamiento cotidiano y encima tiene poder, entonces digo lo que pienso si me lo preguntan». ¿Qué le parece Risto? «Si yo fuera un triunfito le hubiera echado un lapo a la cara». A lo largo de sus 30 años de carrera reconoce que a veces se ha equivocado en sus juicios, «pero como escribo en primera persona nunca digo ‘la verdad es ésta’, sino ‘mi verdad es ésta’», dice.

Boyero, que cita a John Ford, Luis Buñuel, Fernando Fernán-Gómez y Javier Bardem entre sus honestos preferidos, no oculta sus mentirijillas: «He pasado por cinco clí­nicas de desintoxicación; soy alcohólico, entre otras cosas, y a veces me emborracho y desconecto el teléfono, o me invento cualquier excusa para quedarme en casa con mi alcohol y mis ensoñaciones. Pero a mis 54 años creo que estoy vivo porque he tenido la lucidez o la honestidad conmigo mismo de no mentirme nunca... Se me caerí­a el mundo encima si un dí­a descubro que soy un impostor».

Se me olvidó decir que Brad Blanton, el autor de Honestidad radical, se ha presentado en dos ocasiones al Congreso con la original promesa de ser radicalmente honesto. En su distrito de Virginia obtuvo un 25% de los votos presentándose como independiente. Me cuesta imaginar un polí­tico español a su altura. Una experta periodista en polí­tica nacional me saca de dudas: «Sólo conozco a una: Esperanza Aguirre». La presidenta de la Comunidad de Madrid montó un pollo importante con la publicación de su biografí­a autorizada, Yo, presidenta. En el libro afirma que Gallardón es un «joven chapado a la antigua» y que con su sueldo muchas veces no llega a fin de mes. ¿La honestidad, bien gestionada, es un valor en alza en polí­tica? Aguirre recoge el guante: «El ciudadano prefiere que le hablen claro, y en ese sentido yo interpreto mis excelentes resultados electorales». Más que honestamente radical, se considera honesta a secas. «No voy por ahí­ diciendo antipatiqueces a la cara. Nunca le dirí­a a mi suegra: ‘Me caes fatal, no puedo verte’; ni le dirí­a a un compañero: ‘Oye, qué mal estuviste en el discurso de ayer’, aunque si no me ha gustado no le digo que ha estado fantássstico, como hacen muchos». Yo me muestro tal como soy. No oculto nada, pero tampoco es cuestión de ir confesando mis defectos; para eso ya estáis los periodistas».

â€"Serí­a muy honesto por su parte aparecer en un cartel electoral a cara lavada, sin maquillaje ni photoshop... â€"Pues no, yo aparezco con un montón de maquillaje y una iluminación fantástica. Mi honestidad radical no está reñida con maquillarme ni con aparecer en las fotos lo mejor que pueda.

â€"¿Qué no confesarí­a, si se lo preguntasen? â€"Yo no confieso nunca nada que no me convenga.

â€"¿Se harí­a una lipo? â€"Sueño con hacérmela, pero me da un miedo que me mata, ja, ja.

â€"Ahora en serio: ¿le cuesta llegar a fin de mes? â€"Vamos a ver. Esto se publicó en un momento en que yo estaba pagando el máster de un hijo mí­o. No dije nunca que me costara llegar a fin de mes, sino que a veces se me habí­a acabado el dinero. Será porque soy gastosa o porque no ahorro...

Antes de entregar el reportaje me entra cargo de conciencia. ¿Cómo se sentirá mi ex jefe cuando lea esto y compruebe que me sentí­ ninguneado tras no haberme invitado a su cena de despedida? Creo que le debo una explicación, así­ que le llamo para leerle el párrafo que le atañe y â€"tras decirme que me teme «más que a un nublao»â€" contesta: «No me importa que me pongas a parir públicamente. Lo malo es que yo no organicé la cena, sino que me la organizaron. Ni yo mismo sabí­a qué gente acudirí­a. Por cierto, te eché en falta». ¡Bien, nos estamos comunicando!

Para rematar el artí­culo le enví­o un correo a Brad Blanton con algunas dudas y preguntas, y de paso le pido el favor de que me elabore un test que llevarí­a por tí­tulo «¿Cómo ser honestamente radical?». Su respuesta: «Querido Juan Carlos, no tengo tiempo para esta mierda. Haz tus jodidos deberes y no me pidas que los haga por ti respondiendo a tus superficiales preguntas; no intentes ser majo y entregado. Lee la página web (www.radicalhonesty.com), los extractos de los libros, las respuestas a las preguntas más comunes y, sobre todo, el jodido libro que supuestamente estás revisando. Cuando acabes tu cagada de artí­culo enví­amelo y manda copia a mi publicista, que quizá tenga la paciencia de ayudarte en la confección del test. De lo contrario, bésame el culo».

Mi réplica: «Querido Brad: Tengo poco tiempo para cerrar el reportaje, y menos aún para besarte el culo. No puedo entretenerme demasiado en contestar tu correo, porque de lo contrario nunca acabarí­a este artí­culo y mi jefe se pondrí­a más nervioso de lo que ya está. Honestamente, estoy de la honestidad radical hasta los mismí­simos huevos, y no me pagan lo suficiente como para escribir una tesis sobre tu doctrina. Por cierto, en España no tienen éxito los telepredicadores como tú. Gracias de todas formas por haberme inspirado esta respuesta».

Ha pasado una semana y Brad no da señales de vida. Doy por finalizada esta mierda. A partir de ahora seguiré mintiendo.

+Más información sobre el libro y las tesis de Brad Blanton en www.radicalhonesty.com



Pelazo nivel Boris Johnson

Quercus Cistensis

 http://www.rankia.com/blog/eureka/2008/01/papel-moneda-la-gran-mentira.html




Papel moneda, la gran mentira.

La mentira llegó con la aparición de la vida. Animales y vegetales de todas las clases mienten con todo el descaro. Unos lo hacen para evitar ser comidos y otros para comer mejor. Los humanos, parece ser que, somos un compendio de todo lo bueno y lo malo, por eso mentimos más. Los camaleones mienten cambiando de color y los más vergonzosos de entre nosotros cambiamos de color cuando mentimos, cosa que viene a ser lo mismo pero al revés.

Mentir para aumentar nuestro tesoro particular es una de nuestras aficiones predilectas. Hace muchos, muchos años, un mercader muy pillo se enriqueció con un truco simple. Recorrí­a los mercados de las islas entre Sicilia y el Ponto Euxino, vendiendo ánforas de aceite a buen precio (ojo al dato, cuando encontremos algo a buen precio debemos alertarnos) siempre daba a probar la mercancí­a, normalmente el comprador metí­a un dedo en el ánfora, lo mojaba en el aceite, se chupaba el dedo y quedaba satisfecho de la calidad.

Ahora entraba en acción el vendedor diciendo así­: Con la venta de este aceite esperaba conseguir cien ánforas de trigo, pero he tenido noticia de que mi hija ha enfermado y debo partir en un barco que zarpará a mediodí­a, cuando el sol esté en lo alto; dice el piloto, que a esa hora, sopla el viento Euro, que en esta costa suele ser altano racheado y algo traidor, pero, pese a su mala calidad, servirá a nuestros propósitos, y si Eolo es constante y tenemos buena mar, dentro de diez dí­as llegaré a casa. (Esta digresión del vendedor sirve para distraer la atención del comprador). Solo por esta razón, si de verdad está usted interesado en mi mercancí­a se la dejo solamente por cincuenta, con el fin de poder regresar a casa donde sobra aceite y falta trigo. Y si usted lleva el trigo a mi barco, yo mismo haré el trasvase y le devolveré los cascos, pues llevo muchas ánforas vací­as.

El comprador, más pillo y cobarde que el vendedor, accedí­a a comprar y corrí­a en busca del trigo para cerrar el trato lo antes posible. Hecha la operación cada uno iba por su camino. El comprador transportaba a su almacén el aceite y aún tardarí­a unos dí­as en descubrir que en cada una de las ánforas solo habí­a medio palmo de aceite flotando sobre agua clara.

En esta época los pagos se hací­an en especie, más tarde se inventó el dinero; mejor dicho, lo que se inventó fue la moneda porque dinero es cualquier cosa susceptible de cambio. La moneda fue de oro, de plata, de cobre, de conchas y de piedras. Las conchas negras valí­an más que las blancas; y algunos, pintaban las blancas de negro, otros doraban la plata, y otros limaban sutí­lmente las monedas para quedarse con el polvo. El padre de Diógenes el cí­nico fue falsificador, se le condenó y se le confiscaron los bienes. No se sabe si Diógenes se dijo a si mismo: “ya que no voy a ser el más rico, seré el más pobre. De una manera u otra seré el más". Y como era hombre que no andaba por las ramas, se fue a vivir a un tonel con vistas al mar.

El papel moneda se empezó a distribuir en los tiempos de la revolución francesa y desde entonces empezó a armarse la gorda. A partir de aquel momento han sido muchas las catástrofes, y como la mayorí­a de nosotros lo ignoramos, tan tranquilos estamos.

Somos extremadamente crí­ticos con las pequeñas mentiras, cogemos gran cabreo si alguien intenta engañarnos un poquito, pero estamos encantados con las mentiras más grandes, como son: el amor y el papel moneda, y a pesar de que estas mentiras hieren de muerte a muchos, casi todos coquetean con ellas.

La mentira no es propia de las mentes perfeccionadas, al contrario, son las mentes más simples las que más mienten, (fijémonos en los niños); ocurre que hay eruditos dotados de una mente muy simple. Platón dijo: “Erudición no es conocimiento”.

Poco nos preocupa saber si una cosa es buena o mala, verdad o mentira, con tal de que se acomode a nuestros deseos. El mejor cómplice del falso vendedor de aceite, era el comprador que estaba ciego de deseo por llevarse el chollo.

Hay mucho que rascar en el campo del papel moneda.
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Pelazo nivel Boris Johnson

Quercus Cistensis

"Si te molesta que te mientan, no preguntes"

Azucarillo.
Pelazo nivel Boris Johnson

Recolectando

Confieso que no he leí­do el hilo ni en zig zag, pero siempre me ha parecido pertinente distinguir entre mentir y engañar.  La mentira podrí­a definirse asépticamente como transmitir un mensajo falso, por su parte el engaño inplica voluntad en el sujeto que lo teje, la voluntad de confundir al destinatario, de hacer que tomé como cierto lo falaz y actúe en consecuencia, siempre para ventaja del emisor.  A raí­z de algunos debates (ejem) de esta semana he dado un paso más: se puede mentir sin voluntad de engañar, mientras que a la inversa, se puede tender el engaño dando datos verdaderos.

_Amazonia_


_Amazonia_


Perdona la interrupcion Mon, hay cosas que no pueden esperar.

Como te decia, discrepo. La mentira siempre va deribada hacia el engaño, la diferencia entre mentir y engañar, es que el engaño obtiene frutos y la mentira no.

Ejemplo: Tu puedes mentir sobre mi condicion de troll sin que nadie te crea, esto...seria mentira sin mas. Si alguno se lo traga y aparezco ante sus ojos como un troll, seria engaño.

Una mentira es ...un almendro en flor, un engaño un almendro repleto de sabrosas almendras, mentira y engaño van encaminadas a que un tercero termine saboreandolas.

Te lo dice una experta.

_Amazonia_


PD: Espero que no seas tu el-la usuaria que me ha ignorado, me doleria profundamente que me negaras fluir.

Quercus Cistensis

Cita de: Mon en Junio 13, 2008, 02:25:14 AM
Confieso que no he leí­do el hilo ni en zig zag, pero siempre me ha parecido pertinente distinguir entre mentir y engañar.  La mentira podrí­a definirse asépticamente como transmitir un mensajo falso, por su parte el engaño implica voluntad en el sujeto que lo teje, la voluntad de confundir al destinatario, de hacer que tomé como cierto lo falaz y actúe en consecuencia, siempre para ventaja del emisor.  A raí­z de algunos debates (ejem) de esta semana he dado un paso más: se puede mentir sin voluntad de engañar, mientras que a la inversa, se puede tender el engaño dando datos verdaderos.

Está muy bien la diferenciación, Mon. Una pregunta:¿ la mentira piadosa, que en principio no busca la ventaja para el emisor sino la del receptor donde la situarí­as?
Pelazo nivel Boris Johnson

Recolectando

#74
Así­, a bote pronto, dirí­a que una mentira piadosa no siempre implica el uso de lo falso ni hacer creer lo que no es al destinatario.  Puede ser simplemente un recurso empleado para ceñirnos al Princio de Cortesí­a, el cual consiste en la utilización de estrategias de atenuación para no herir la sensibilidad de quien nos escucha. Así­, por ejemplo, cuando nos invitan a comer y los platos no son de nuestro gusto, o incluso la cocinera (cocinero, cocinere) no ha logrado el punto de cocción adecuado o le ha salido directamente un churro incomestible, si se nos pregunta qué nos parece o se nos interroga sobre por qué no hemos terminado el plato, tenemos la opción de decir la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, y declarar lacónicamente, 'está crudo', 'está recocido', 'no me gusta', etc. o, por el contrario, acudir a subterfugios, en caso de un plato fallido siempre podemos elogiar algo que esté bien en él, 'me gusta mucho cómo lo has presentado, se come con los ojos', e incluso in extremis está el socorrido 'yo como de todo'; y en caso de que sea algo que no nos agrada y hemos hecho el esfuerzo de no dejar el plato intacto evadirnos con un enunciado del tipo, 'es que me habí­as puesto mucho', 'yo no como demasiado' etc.

No hemos acudido a la mentira, decir 'no como demasiado' sólo señala que no cometes excesos, pero no cuánto comes habitualmente, y en caso de haber elogiado lo único salvable has utilizado una verdad que camufla el resultado del conjunto.  No mientes, en sentido estricto tampoco engañas, sólo has atenuado el mensaje y te das tiempo para introducir las puntualizaciones cuando el contexto situacional las haga ser adecuadas. Ni toda pregunta busca por respuesta un enunciado descriptivo, que son los que pueden ser calificados de verdaderos o falsos, ni siempre es adecuado utilizarlos.  En muchas situaciones comunicativas lo propio es el empleo de enunciados realizativos, los que, más que afirmaciones verbales, son actos. En el ejemplo que he utilizado, el anfitrión no busca ser informado sobre la calidad de su guiso, sino que lo que está pidiendo es el beneplácito; y la atenuación cortés te hace posible dárselo, tal cómo darí­as tu pésame cuando te están pidiendo una condolencia. ¿Hipocresí­a? No, respeto que facilita la convivencia.  Y el emisor saca provecho de su enunciado realizativo, no sólo porque queda bien, sino porque se evita un conflicto y un desencuentro. 

Este es el esquema que subyace en la práctica totalidad de casos donde el sentido común nos aconseja mediar mentiras piadosas.  Amazonia me pregunta no sé qué un poco más arriba, ¿realmente busca conocer una verdad? No, su objetivo es obtener la aceptación social por parte del grupo, pide una acción realizada con lenguaje, y el silencio es también expresivo y realizativo.  En este caso, yo acudo al silencio como fórmula de atenuación cortés.  Cabrí­a ver en que situaciones lo adecuado, pragmáticamente hablando, es suspender el Principio de Cortesí­a, porque, haberlas, haylas.

Pd.: Brad Blanton quizás sea un excelente psicoterapeuta, pero en materia de Teorí­a de la Comunicación y de lingí¼í­stica es un ignaro peligroso.