La cadena.

Iniciado por Barbie, Septiembre 06, 2006, 01:29:25 PM

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Barbie

Héctor 
trabajaba desde hací­a quince años en la cadena de montaje de M.G. Manufacturing, cuyas iniciales correspondí­an a Mariano González, fundador de la empresa y abuelo del actual propietario que habí­a añadido el término manufacturig sin saber muy bien que significaba pero con intención de aportar un aire más moderno y cosmopolita, 
aprovechando la 
nueva redacción de las escrituras como sociedad anónima.

Su labor consistí­a durante las ocho horas de jornada laboral en colocar un cilindro sobre la cadena hasta hacerlo llegar a la posición de montaje señalada con una circunferencia del mismo diámetro que el cilindro, bajar la palanca A para proceder al montaje de la pieza de engranaje en su interior, levantar la palanca y retirar el cilindro ensamblado.

En todo ese tiempo no habí­a sufrido el menor imprevisto, ni siquiera necesitaba mirar para encajar el cilindro en la circunferencia sin desviarse una milésima de milí­metro, lo que le permití­a abstraerse y elucubrar historias misteriosas, a las que era un gran aficionado y en las que empleaba casi todo el tiempo libre del que disponí­a. Poseí­a una considerable biblioteca de volúmenes policiales, de ciencia 
ficción, de terror y de cualquier tema que le proporcionara un enigma.

En su constante estado de evasión nunca se habí­a producido un hecho tan singular como aquella tarde, principio de todas sus desgracias, en que 
se percató de que, de forma inexplicable, habí­a dejado pasar al menos cinco cilindros sin someterlos al proceso de engranaje. Una marea recorrió su interior desde el estómago hasta la cabeza dejándole un escalofrí­o al retirarse.
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Cinco 
noches pasó Héctor sin dormir, 
devorado por la incertidumbre, esperando recibir una notificación desde algún departamento de supervisión desconocido por él pero que sin duda debí­a existir, 
haciendo conjeturas sobre una posible sanción, tal vez el despido. 
Incluso consideró probable que tuviera que hacer frente a una compensación por el daño causado. 
Tiempo éste en que no recibió apercibimiento, noticia 
o señal alguna que indujera a pensar que su falta iba a tener alguna consecuencia.

Recuperó así­ en parte la calma, pero no pudo dejar de pensar en aquellos cilindros vací­os que habí­an completado la cadena sin causar inconvenientes. ¿Acaso no resultaba aquello sospechoso? ¿Tení­a algún sentido fabricar piezas que no era imprescindible que funcionaran? No menos sospechosa resultaba la propia organización de su empresa, habí­a visto al propietario en contadas ocasiones, ni siquiera su coche permanecí­a allí­ de forma habitual, en realidad sólo coincidí­a con compañeros de la cadena de montaje a la entrada o salida de los turnos, en sus puestos permanecí­an aislados y apenas tení­an comunicación.

Héctor decidió iniciar una pequeña investigación con el fin de conocer algo más. El primer paso fue dirigirse al Registro Industrial, donde solicitó toda la información disponible de M.G. Manufacturing;
de igual modo procedió en el Registro de la Propiedad e incluso en el Registro Civil con el fin de tener todos los datos posibles de Don Mariano y su familia. Después recurrió a la hemeroteca municipal para recabar todas las noticias aparecidas en varias décadas en las que se mencionara su empresa.

Con todo este material extendido sobre la mesa fue extrayendo aquellos datos que consideró relevantes y anotándolos en una libreta. M.G. Manufacturing era una empresa de escaso rendimiento, la productividad recaí­a en varias filiales repartidas por todo el paí­s. Héctor atisbó un respaldo a sus sospechas en este dato, 
podí­a tratarse de una empresa tapadera, eso explicarí­a que sus cinco cilindros no tuvieran importancia, probablemente mantení­a una plantilla fija con el fin de simular una actividad normal.

La finalidad de las piezas fabricadas en su sede no estaba clara, encontró notas de prensa en las que se publicaba la firma de un acuerdo con unos laboratorios, también habí­a registro de una contrata con el gobierno. Todo era confuso, lo único que le parecí­a más que evidente es que su trabajo era una pantalla 
y que M.G. se dedicaba a algún tipo de actividad secreta.

En las semanas siguientes todo se precipitó, una sensación vertiginosa invadí­a a Héctor según iba tomando conciencia de la realidad. Dejó de ensamblar cilindros adrede, sabí­a que no ocurrirí­a nada, y ocupada el horario laboral en su particular cruzada, cada dato obtenido le encajaba como la circunferencia de su puesto de montaje, 
se sabí­a observado, 
descubierto, participando en una mascarada en la que nadie querí­a poner las cartas sobre la mesa pero en la que 
todos sabí­an que hací­an trampas. Sólo le faltaba tener algo concreto para poder sacar a la luz lo que ocurrí­a, tal vez ni en ese caso, podrí­an estar implicadas altas esferas. Lo habí­a leí­do tantas veces en sus libros.

Se sintió como uno de esos personajes que toman por locos por la falta de pruebas, se vio muerto en cualquier callejón a manos de unos sicarios 
aparentando un atraco. Dejó el trabajo, para qué seguir con aquella pantomima. Se encerró en casa con sus libros, sus informes, enfermó de angustia. Se volvió loco.

M.G. Manufacturing le envió una carta de agradecimiento por su labor cuando se jubiló por incapacidad laboral y, 
cuando murió, 
publicó una nota en el diario mencionando su excepcional diligencia mostrada en sus años de servicio. Al lado una circular alertaba de que se habí­a detectado la existencia 
en el mercado de algunos modelos del microondas M.G 301 
que contení­an una pieza defectuosa, 
por una anomalí­a originada en la cadena de montaje, 
pudiendo entrañar algún riesgo, ante lo cual y en prevención de cualquier perjuicio, emplazaba a los clientes para que procedieran a su devolución reintegrándoles el importe de la compra.