Historias de la Lega / Kalziako Historiak

Iniciado por Bambi, Marzo 06, 2006, 11:53:35 AM

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Bambi

La revolución de Epaminondas
ENRIC GONZíLEZ
EL PAíS 06-03-2006


Los espartanos disponí­an de la mejor infanterí­a de la antigua Grecia. Sus soldados eran valientes, austeros y disciplinados y dejaron en la memoria el sacrificio de las Termópilas. Tení­an un defecto, sin embargo: cargaban con un tradicionalismo casi congénito que les impedí­a innovar sus tácticas. Lo hací­an todo como siempre. Sus propios orí­genes mí­ticos establecí­an un orden eterno: decí­an haber sido un pueblo levantisco y caótico hasta que el rey Licurgo les dio unas leyes inmutables. Según Plutarco, Licurgo adivinó el punto débil de Esparta y "prohibió que se realizaran frecuentes campañas militares contra un mismo enemigo para evitar que éste aprendiera el arte del combate".

Tebas fue enemiga de Esparta. En 371 ya habí­a aprendido todo lo necesario de los espartanos y, bajo el mando de un genio llamado Epaminondas, realizó sus propias invenciones: creó una unidad de élite compuesta por 150 parejas homosexuales, la colocó a la izquierda de la formación de falanges -el flanco derecho era hasta entonces el más fuerte- y se habituó a atacar con columnas de 50 filas de profundidad. En la batalla de Leuctra, Tebas acabó con Esparta.

El ejemplo de Esparta ha sido siempre tenido en cuenta por los estrategas. Fabio Capello, leí­do e informado, sabe que la mayor flaqueza de su Juventus, una máquina de guerra que juega de memoria y ataca sin respiro, es la previsibilidad. Tiene grandes dificultades cuando el contrario lo imita y añade un poco de imaginación.

Cuando Capello abandonó el Roma para mudarse a Turí­n, hace casi dos años, dejó un equipo espartano. Estaba lleno de genios, pero se habí­a habituado a moverse de manera determinada. Ni el efí­mero Prandelli, ni Voeller, ni Del Neri ni Conti hallaron el truco para reordenar una herencia envenenada: el Roma era una peña de tipos locos que podí­an cometer cualquier disparate, pero no imaginar un juego sin tres puntas y medio centro, el que, con Capello, les habí­a dado su único scudetto contemporáneo. Hasta cierto punto, la suya fue una crisis espartana.

Hasta que llegó Luciano Spalletti para ejercer de Epaminondas. La primera mitad del curso presentó las mismas dificultades, agravadas por la ruptura con Cassano, que añoraba la tradición capellista. Cuando se fue, sólo quedó un delantero decente en la plantilla, Montella. Pero Montella se rompió. La crisis era tan grave que cualquier experimento, por peligroso que fuera, estaba justificado. En su revolución, Spalletti no echó mano de parejas homosexuales, sino de centrocampistas. ¿Habí­a dejado Capello la herencia de las tres puntas? Pues se acabaron: portero, cuatro defensas y seis medios. En la pizarra, la posición teórica de ariete le tocó al gran Totti. En la realidad, el Roma adoptó el mecanismo de un motor de seis cilindros, con los pistones subiendo y bajando continuamente y sin dar al contrario puntos de referencia.

El fantasma de Capello quedó olvidado, el juego volvió a embelesar y el Roma encadenó once victorias ligueras consecutivas, batiendo las marcas del calcio. La última, la mejor: a domicilio, en el derby contra el Lazio, pese a la ausencia de Totti. La Gazzetta dello Sport decí­a ayer que el prodigioso magma centrocampí­stico de Spalletti disponí­a de un precedente en el mí­tico Honved, húngaro, de los 50. Nada más y nada menos.

Este texto fue cerrado antes de que se disputara el Roma-Inter de anoche. Fuera cual fuese el resultado, Spalletti-Epaminondas se habí­a convertido ya en el entrenador del año y en la única alternativa auténtica a Capello-Licurgo.

Gatinho

Me alegro de que las buenas costumbres también se hayan traspasado.

No cayó la decimosegunda porque el Madrid B empató en el 90´.
Hoy, mañana, y siempre... con el Barí§a... en el corazón.

Bambi

#2
Este artí­culo de El Mundo es triste para un madridista, pero es bueno.

GALACTICOS DEL PLACER
Raúl, Ronaldo, Beckham o Zidane ganan 2.500 millones brutos de las antiguas pesetas. Hay semanas en las que algunos están más en la discoteca que en el campo. Esta es la intrahistoria de la caí­da de Florentino Pérez. «24 jugadores me crean más problemas que 115.000 empleados», ha dicho

Mallorca. Domingo pasado. Nueve menos cinco de la noche. Palco Presidencial del estadio de Son Moix. Las morbosas miradas del centenar de vips invitados al sancta sanctórum del club mallorquí­n se clavan unánime e instantáneamente en un hombre y en un nombre: un Florentino Pérez que no está para nadie o casi nadie. El triunfador por excelencia acaba de contemplar cómo su equipo del alma firma su tercer año consecutivo en blanco -y nunca mejor dicho-. El presidente del Real Madrid tan sólo habla, y lo justo, con Amancio Amaro, El gallego sabio, y con su alter ego Pedro Antonio Martí­n Marí­n. Su pensamiento se resume en siete palabras repetidas cual papagayo:

-Esto no hay Dios que lo aguante, esto no hay Dios que lo aguante.

El presidente de la tercera mayor constructora de Europa y del mejor equipo de la historia (FIFA dixit) está al borde del llanto. Los ojos le delatan. Su ya proverbial capacidad de autocontrol le ahorra el espectáculo de verse abocado a llorar en público.Que tampoco ha perdido ese fair play que lleva incrustado en el ADN queda meridianamente claro en los minutos posteriores cada vez que un espontáneo le asalta para hacerse una foto con él. En el peor momento de sus cinco años de Presidencia no hay un «no» para nadie: posa cual santo Job, esboza la mejor de sus sonrisas, aguarda el click de rigor, abraza al fan y vuelta a la triste realidad.

El aún presidente blanco rompe su mutismo segundos después con Amancio Amaro. «¿Pero has visto cómo han jugado estos tí­os?», apunta sin creerse todaví­a la pesadilla que le está tocando vivir.El Brujo no le responde ni falta que hace. Simplemente pone cara de póker. El propio Florentino coloca un nuevo interrogante encima de la mesa sin esperar siquiera a la contestación de su 'gurú'
deportivo: «¿Pero / PASA A LA PAGINA 2 cómo se puede jugar a fútbol andando? Esto es impresentable, el único que ha estado a la altura de las circunstancias ha sido el de siempre, Zidane».«El problema, presi», tercia no muy gallegamente el gallego Amancio, «es que estos chicos no sienten los colores, joder, en nuestra época vestir la camiseta del Madrid era el mayor honor del mundo».

Por el subconsciente de Florentino revolotea por unos instantes la frase que pronunció en la misma ciudad pero en distinto foro cuatro meses antes. «Los 24 jugadores del Real Madrid», enfatizó por aquel entonces entre las risas del público, «me crean más problemas que los 115.000 empleados de ACS». Un tercero en discordia esgrime un dictamen demoledor: «No podemos funcionar al margen de los usos habituales en una economí­a de mercado. Es un suicidio pagar lo mismo a un niñato de éstos gane la Copa de Europa, la Liga y la Copa del Rey o no gane absolutamente nada».

Florentino no dice ni pí­o de la dimisión que anda rumiando desde hace semanas. Se limita a recalcar el secreto a voces que ha hecho correr por los cenáculos madrileños en los últimos meses.«Esto no hay quien lo aguante», insiste en la frase de marras, «no me voy a presentar a la reelección». El sucesor del sucesor del sucesor del sucesor de Bernabéu no miente cuando un amigo mallorquí­n contraataca: «¿Y después de ti, quién?». «Martinsa [Fernando Martí­n]», aclara sin dudarlo un instante, «es el único de la Junta Directiva que quiere y que está dispuesto a soportar este sinvivir».

Florentino, su mujer, Pitina, el señor de Murcia (Luis del Rivero), Amancio, Emilio Butragueño, el padre de Emilio Butragueño y Pedro Antonio Martí­n Marí­n se despiden del presidente mallorquinista, el también constructor Vicente Grande, y lo hacen poniendo al mal tiempo buena cara. Sin solución de continuidad, se suben a los dos monovolúmenes Mercedes que les transportarán al aeropuerto de Son Sant Joan. El silencio durante la hora de vuelo en el jet privado es prácticamente sepulcral, el ambiente parece cortado a cuchillo.

La gota que colma el vaso de la paciencia del presidente del Real Madrid se desborda hora y pico después en su chalé adosado del distrito madrileño de Chamartí­n al contemplar el resumen televisado del drama. De la desolación pasa a la indignación y de la indignación a la estupefacción cuando observa que Mí­chel Salgado y otros jugadores no celebran desde el banquillo el gol de su compañero Sergio Ramos. Tal es su desdén que cualquiera dirí­a que el que acaba de adelantarse en el marcador es el Real Mallorca.

Esta imagen vale más que un millón de palabras. Si hace dí­as era la cabeza la que le pedí­a arrojar la toalla ahora es el corazón el que le reclama a gritos ejecutar la que será la dimisión más sonada de nuestra historia reciente desde la de Adolfo Suárez.A más a más, sus socios en ACS -los March y los Albertos- prefieren que no divida su tiempo entre el Madrid y una empresa que factura ya 12.000 millones de euros. Cuando las cosas han ido bien en el fútbol, no les ha importado mucho la bicefalia, ahora que van mal, no la ven con buenos ojos.

Diecinueve horas después se va con la misma elegancia con la que llegó, culpándose incluso de la actitud de los verdaderos responsables del desaguisado: los «malcriados» de los jugadores.El quid de la cuestión es que el mundo del fútbol en general, y el del Real Madrid en particular, está regido con criterios antediluvianos. La modernización de la estructura empresarial de la institución ha llegado a todas partes menos al equipo.Lo de las retribuciones fijas y variables no cuenta en esta jaula de grillos que es el vestuario del club fundado por el catalán Juan Padrós en 1902. Y así­, sin incentivos, les va como les va.Raúl, Zidane, Ronaldo y Beckham ganan en pesetas constantes diez veces más de lo que ganaba Di Stéfano. Cada uno de los integrantes de este cuarteto tiene un salario neto de 5,5 millones de euros anuales o, lo que es lo mismo, 920 millones de pesetas limpios de polvo y paja o 1.800 brutos, es decir, quinientas veces más que el sueldo medio español. A estos estipendios hay que sumarles el 50% de sus derechos de imagen -la otra mitad va a parar a las arcas madridistas-. Vamos, que a Raúl, a su amigo Ronaldo, a Beckham y a Zidane no los matan por menos de 2.500 millones de pesetas brutas anuales. La nómina de Casillas, Roberto Carlos y Helguera tampoco es moco de pavo: casi seis millones de euros antes de impuestos. Las primas por conquistar la Copa de Europa y la Liga son el chocolate del loro al lado del salario fijo: 300.000 euros por torneo y jugador. «¿Cómo va a meter la pierna cualquiera de éstos sabiendo que hagan lo que hagan cobrarán lo mismo? Esto es como los funcionarios que tienen el trabajo y los emolumentos asegurados aunque estén tocándose los cojones», apunta un cabreadí­simo directivo.



La disciplina, la indisciplina más bien, ésa es la otra cuestión o el segundo agujero negro. Florentino cogió el toro por los cuernos en junio de 2003 cuando los jugadores se negaron a dar la segunda vuelta al estadio que reclamaba a gritos el Bernabéu tras ganar la Liga. Lo que tení­a que ser un dí­a inolvidable se convirtió en una jornada para olvidar por culpa de un desplante infantil.

La que se lió aquel 22 de junio en el asador Txistu fue de las que hacen época. El presidente sofocó como pudo la rebelión encabezada por Fernando Hierro y Raúl con un aviso a navegantes: «Dejaos de niñerí­as y comportaos como adultos».

La noche de los cuchillos largos tuvo sus consecuencias, vaya si las tuvo: el bicampeón de Europa Vicente del Bosque y Fernando Hierro, que dos meses antes estaba verbalmente renovado, se fueron a la calle. La ejemplarizante medida surtió efecto durante unas semanas: el nuevo Madrid de Queiroz logró en agosto la Supercopa.Pero no fue más que un espejismo veraniego toda vez que la nave volvió a hacer aguas en la Liga, en la final de la Copa del Rey y en la Champions, de la que le apeó un club del montón europeo, el Mónaco de Morientes. El invento portugués que se sacó de la manga Valdano pasó por Madrid con mucha pena y ninguna gloria.

Pérez se olvidó de los experimentos con gaseosa tras el gatillazo Queiroz y optó por una apuesta teóricamente segura. «Camachito es el hombre», reflexionó. El murciano dijo «sí­Â» tras olvidar el feo que le habí­a hecho la entidad en tiempos del hombre que metí­a mano a la caja para jugar al póker, Lorenzo Sanz.

El presidente se las prometí­a felices pero hete aquí­ que el 19 de septiembre el emblema de la casta y de la raza cogió las de Villadiego tras admitir públicamente su incapacidad para meter en cintura a los galácticos. «Éste no es el Real Madrid que yo viví­Â», sintetizó el mí­tico lateral. Los jugadores se negaron en redondo a asimilar los métodos de entrenamiento y la disciplina férrea que imponí­a el no muy simpático pero sí­ muy efectivo ex seleccionador nacional.

NOCHES DE FARRA

«¡Cómo iban a pasar por el aro estando, como están, acostumbrados a entrenar y mal poco más de una hora», resume otro alto cargo de la casa blanca. Los futbolistas acaparaban portadas de las revistas del corazón por sus romances, sus juergas y, como en el caso de Ronaldo, por su boda de quita y pon con Daniella Cicarelli.Un integrante del clan carioca tení­a la alucinante costumbre de ir a entrenar con dos horas de sueño tras pasar la noche de farra en la ciudad más divertida del mundo, Madrid.

De aquellos polvos vienen estos lodos: en lugar de cortar cabezas en el vestuario, la Junta Directiva optó por aceptar si más ni más el adiós del mí­ster. Consecuencia: los jugadores se pensaron que todo el monte es orégano.

El tercer agujero negro de este Madrid se llama hedonismo. La Real Academia otorga este nombre a «la doctrina que proclama el placer como fin supremo de la vida». Hay semanas en las que los porteros de los garitos de moda de la capital de España les ven más el pelo que los de la Ciudad Deportiva. La preferida por unanimidad es la discoteca que ocupa el caserón en el que viví­a la familia Huarte en la carretera de La Coruña: el Buddha del Mar. A esta sala, propiedad del ahora televisivo Oscar Lozano (es una de las estrellas del reality Esta cocina es un infierno), acuden en tropel Roberto Carlos, Beckham, Iker Casillas (normalmente con su novia, la miss Eva González), Guti y Mí­chel Salgado. Normalmente después de los partidos en el Bernabéu aunque, en algún caso, el viernes anterior e incluso entre semana. Las escapadas nocturnas están a la orden del dí­a. Ronaldo, que también en esta materia va por libre, es adicto a la sala Gabana. Alguno de ellos suele recalar en el hotel Meliá Castilla antes de irse a dormir. ¿Por qué será?

ENFRENTADOS

Del verano a esta parte los marchosos futbolistas compatibilizan el Buddha del Mar y Gabana con las salas Bisú y la Nueva Fontana.También conocen bien el color del dinero de los galácticos en las boutiques de esa milla de oro capitalina que es la calle Ortega y Gasset. El que más el que menos es un habitual de Dolce&Gabbana, Chanel, Armani, Versace o Louis Vuitton.

El cuarto agujero negro de la galaxia es la división total del vestuario en varios grupúsculos irreconciliables. Los galácticos hace tiempo que olvidaron aquello de que «la unión hace la fuerza».Punto y aparte es Ronaldo, al que la mayor parte de los jugadores, especialmente los españoles, no traga. ¿Por qué? Pues, lisa y sencillamente, porque, como subraya una fuente cercana, «no defiende, no corre, pasa de todo, sólo busca el mayor beneficio personal con el mí­nimo esfuerzo». «Por si fuera poco», abunda, «también es el más egoí­sta fuera del campo».

Uno de los que peor se lleva con él es un Mí­chel Salgado que, al finalizar el partido contra Osasuna, le soltó una carga de profundidad: «¡No me digas que te vas a duchar después de lo que has hecho en el campo!». El malestar del núcleo duro del vestuario con el crack era aquel frí­o sábado de diciembre pasado más agudo que nunca porque hizo caso omiso al toque de atención que le dieron en el descanso. Cuentan también que Raúl se despachó a gusto en noviembre pasado cuando Florentino acudió al hospital a ver a los recién nacidos gemelos del 7 madridista. «¿Han venido tus compañeros a verlos?», curioseó el constructor. «No, pero yo tampoco hubiera ido a ver a sus hijos», soltó el delantero.

El justificado mosqueo de Raúl va camino de convertirse en patológico.En los tres meses que ha estado lesionado ha echado de menos gestos solidarios de sus compañeros, alguna delicatessen en público como grabar su foto en la camiseta interior y mostrarla en público.Lo cierto es que hacia el delantero no ha habido, salvo honrosas excepciones, ni una buena palabra ni una buena acción. Para los demás galácticos es como si no existiera. Los no alineados son Guti y Helguera. Una garganta profunda del vestuario madridista los tilda sin dudarlo un segundo de «muy especiales». El carácter del émulo torrejonero de Beckham es ciclotí­mico: «Unos dí­as está locuaz y bromista a partes iguales. Otros parece ausente». Un comportamiento que, al parecer, se traslada al terreno de juego.Helguera no goza de las simpatí­as del resto de la plantilla ni de la Junta. A los directivos les pone de los nervios «que se crea mejor que Beckham». «Lo único bueno es que nunca ha habido lí­os de faldas, jamás hemos discutido por una mujer», se consuela garganta profunda.

¿Y ahora qué? Fabio Capello es el que cuenta con más boletos en esta tómbola. ¿Y qué pasará si el duro Fernando Martí­n contrata al duro Capello? Pues, ni más ni menos, que hará tabla rasa.Si el mejor entrenador del mundo (ahí­ está su palmarés) vuelve al Bernabéu deberán hacer las maletas Ronaldo, Zidane, Woodgate, Roberto Carlos, Helguera, Pablo Garcí­a, Diogo y, quizá, Guti.Y, entre carta de libertad y carta de libertad, Fernando Martí­n deberá sacar la chequera y estirarse. El italiano quiere a Ibrahimovic, Adriano, Gerrard y la eterna asignatura pendiente, Patrick Vieira.Y, mientras tanto, Florentino verá los toros desde la barrera como las parturientas «dolorido pero aliviado» esperando que algún dí­a se cumpla el objetivo que se puso con su renuncia: «Que los jugadores recuperen el hambre».

PD: Edito para añadir bucólica instantanea

El Miserable

Yo he leí­do este artí­culo de Relaño hoy en el As, y me ha gustado mucho. Sobre todo lo que destaco en negrita:

"El inevitable morbo en torno a Ronaldo"

Se quejaba López Caro de que le preguntaran por qué no habí­a convocado a Ronaldo. "¿Y por qué nadie me pregunta por Pavón?". Ahí­ van unas cuantas razones: porque Pavón no tiene dos balones de oro ni es campeón del mundo, porque no gana mil millones netos, porque no es famoso en toda la tierra, porque no ha dicho que el Bernabéu no le quiere, porque el capitán Raúl no ha declarado nada contra él, porque él no dijo cuando se fue Florentino: "Era el único en el Madrid que me apoyaba". Por esas razones y algunas más que me estaré olvidando es obligado preguntarle a López Caro por Ronaldo, y no lo es preguntarle por Pavón.

Ronaldo es diferente. Es refractario al entrenamiento y en los partidos sólo se mueve si ve posibilidad de hacer gol. No presiona la salida del rival, no disputa los saques de cabeza, no contribuye al tránsito del juego. (Cuando rara vez pretende esto último no mejora las cosas, porque no tiene soltura para ello). Es un especialista en la arrancada con terreno por delante. Para eso ha gozado de una velocidad descomunal y de una singular habilidad para quitarse los porteros de delante. También tiene un buen tiro desde el borde del área. A sus veintinueve años, sus defectos no son corregibles. Ha llegado hasta aquí­ haciendo eso y sólo eso.

Lo malo es que ha pasado el tiempo, no ha cuidado su condición natural de deportista extraordinario y empiezan a espaciarse más sus goles. Sus defectos son los de siempre, su explosividad y sus goles, menos. En el modelo de Florentino era inimaginable dejarle en el banquillo, pero Florentino ya no está y el núcleo duro de la plantilla empuja al crack fuera del equipo. López Caro tiene un grave dilema ante Highbury. ¿Salir con o sin Ronaldo? Entiendo su azoramiento, porque frente a la presión del bloque que quiere apartar a Ronie se eleva el recuerdo de aquellos tres goles en Old Trafford. Y de eso no hace tanto tiempo...

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Y me ha gustado porque... es todo cierto. Haciendo memoria, no alcanzo a recordar si alguna vez he visto saltar a Ronaldo disputar de cabeza un saque largo del portero, o similar.

Increí­ble.

E.M.





al bundy

Ya echaba de menos este hilo .

Que peazo artí­culos , los dos


Un saludo
i s'ha demostrat, s'ha demostrat, que mai ningú no ens podrà  tòrcer

Gatinho

Quique perdió los papeles en Getafe y todaví­a no los ha encontrado. Comprendo que es una profesión devoradora y estresante, con el agravante de que, además, has de dar la cara públicamente aún en caliente, pero son pocos los que no caen en la tentación de matar al mensajero, o, en el mejor de los casos, verlos como el problema.
Un ejemplo de saber estar es Rijkaard, un tipo inmutable en la derrota y en la victoria;
sí­, vale, con ayuda del cannabis, pero cualquier entrenador de Primera gana lo suficiente como para consumirlo y dar fe de sus positivos efectos tranquilizadores.
Y quizá como estratega no me acaba de convencer, pero el fútbol, lamentablemente, y sobre todo en los equipos grandes, se dirige más al culto a la imagen y a la mercadotecnia, claro reflejo de la sociedad que lo ha encumbrado como uno de los opios más influyentes.

Sobre los artí­culos, siempre me ha gustado el sentido común de Relaño, que ordenará tales y cuales portadas porque lo primordial es vender, pero que en sus artí­culos siempre ha escrito cosas sensatas.

Sobre las movidas del vestuario, yo creo que éstas se producen en todos los equipos, y no digamos las salidas nocturnas de sus veinteañeros y ricos integrantes. Pretender que esta gente no viva la vida es de hipócritas, aunque bien es cierto que puede exigirse un mí­nimo de profesionalidad, como en el caso del "integrante del clan carioca que tení­a la alucinante costumbre de ir a entrenar con dos horas de sueño", que me recuerda a aquella vez que Kluivert llegó "de empalme"
a un entrenamiento todo ciego, o las ya varias ocasiones que empleados del Depor han tenido que ir a "rescatar"
a Tristán del casino de Coruña.
Curiosamente, todas estas noticias salen a la luz cuando el equipo no funciona en lo deportivo, pero estoy seguro, como demuestra el tamborilero enmascarado, que eso sucede en todas partes. No creo que ése haya sido el problema del Madrid, los jugadores no se han hecho malos porque salen de noche más o menos, sino porque los años pasan para todos, y que en un equipo de once jueguen cuatro o cinco rémoras, no hay Dios ni Real Madrid que lo aguante.

Hoy, mañana, y siempre... con el Barí§a... en el corazón.

javi

Es que es muy sencillo. Veo la foto de guti, supongo que saliendo del entrenamiento a las doce de la mañana, dirigiéndose a por su deportivo y piensas: ¿acaso no harí­a yo lo mismo? Pues claro que sí­, con un par. A casa, una siesta y a la disco, que siempre habrá pibones dispuestas a todo.

De los entrenadores actuales me gusta mucho cuando habla Lotina.
Running is life. Anything before or after is just waiting

Bambi

Las tres hermanas
ENRIC GONZíLEZ
13-03-2006



Aquí­ están otra vez las tres hermanas del calcio. Juventus, Milan y posiblemente Inter, si el martes supera su partido pendiente con el Ajax, pisan por enésima vez los cuartos de final de la Liga de Campeones. Las tres hermanas viven junto a los Alpes y llevan un vestido con franjas negras. Por lo demás, no hay en el mundo hermanas menos parecidas.

La mayor, la Vecchia Signora, blanca y negra, se hace pasar a veces por la reina de Turí­n. No lo es. La Juve es más italiana que turinesa. Si trasladara su estadio a Palermo o a Roma, tendrí­a quizá más espectadores que en el gélido de los Alpes. A diferencia de otras sociedades, crecidas en un ámbito geográfico determinado y ligadas a un cierto paisaje, el Juventus fue desde joven un equipo de empresa. La empresa, Fiat, era de Turí­n. Pero era también el estandarte industrial de toda Italia y recogí­a a personas de todas las procedencias, mayormente del Sur.

Pese a todos sus esfuerzos, nunca alcanzó una hegemoní­a indiscutible en los sentimientos de sus convecinos, que hoy siguen amando aún el sueño romántico del Torino. Los sucesivos magnates Agnelli educaron al equipo de la empresa familiar en la disciplina, el esfuerzo y el orden, todo ello de tradición piamontesa, y lo uncieron al yugo de Fiat. Luego alzaron la bandera blanquinegra e invitaron a todos los italianos a cobijarse bajo ella. Si alguien tuviera interés en descubrir no cómo son los italianos, sino cómo querrí­an ser, harí­a bien en escudriñar el alma ambiciosa, tenaz, seca y prepotente del Juventus.

La hermana mediana, roja y negra, nació en 1899, dos años después que la Signora, y salió medio extranjera. Como la fundó un inglés, Alfred Ormonde Edwards, fue bautizada con un nombre inglés, Milan, acento en la primera sí­laba, y no con el nombre italiano de su ciudad, Milano. No está muy clara la razón, pero desde el principio -avasallador, con un primer scudetto en 1901 que rompió el dominio del Génova- prefirió la compañí­a de los obreros. En la ciudad más burguesa de Italia, el Milan, como sus colores, se convirtió en sí­mbolo del proletariado. Hasta los años 50, cuando el dinero empezó a marcar diferencias entre un club y otro, no tuvo como presidente a un patrón, a un empresario o, por utilizar el término local, un potente.

El carácter de la hermana mediana definió, por exclusión, el de la hermana menor. El Internazionale, más conocido como Inter, azul y negro, nació en 1908 de una costilla burguesa del Milan. Un grupo de patrones y profesionales, hartos de no mandar en el club de su ciudad, lo abandonaron y fundaron otro. Si el Milan era alegre, optimista, pobretón y un poco hortera, el Inter se convirtió de forma inexorable en casi lo contrario: lo suyo fue el dinero, malgastado;
el pesimismo, la derrota elegante y una especie de permanente angustia existencial que reflejaba, acaso, las dudas de una clase dominante o las dudas de todo un paí­s: si el Inter es también conocido como La Bienamada será por algo.

El Milan, la hermana proletaria, ha pasado por la Segunda División, una tragedia que las otras dos nunca han vivido. También ha pasado por las manos de Silvio Berlusconi, lo que alguno podrí­a considerar no menos trágico. Hay que reconocer, sin embargo, que el hombre más rico de Italia se ajusta como un guante a la tradición milanista y que su gestión como presidente del Milan -otra cosa es la presidencia del Gobierno- muestra pocos fallos. Berlusconi es optimista, chistoso y un pelí­n farsante, como la peña de currantes que constituyeron la primera masa social. Impuso desde el principio de su mandato una norma fundamental: si él poní­a dinero, y lo poní­a, el técnico y los jugadores debí­an poner de su parte un fútbol bello y agresivo. Esa ley interna ha funcionado durante más de un cuarto de siglo y ha dado, además de éxitos, continuidad a la tradición milanista.

El Milan, que pasó meses muy malos tras la desgracia del año pasado en la final de Estambul, vuelve a intentarlo. Por su pasado, por su estilo y por su indestructible ánimo proletario, serí­a hermoso que dispusiera de una nueva oportunidad.


Sobre el odio
fansdelmadrid.blogspot.com

Siempre lo he dicho, las dos frases favoritas de los aficionados sobre los futbolistas son "¡Es el mejor!", y "¡Está acabado!". Efectivamente, la lí­nea entre el amor y el odio es muy fina. Además, no se odia a cualquiera. Se dice que el odio conlleva una carga de respeto, pues a los que nos parecen insignificantes simplemente los despreciamos. Por ello, por la especial significancia que tienen en nuestras vidas, llegamos a odiar a los futbolistas. Lo normal serí­a odiar al futbolista enemigo, pero no pocas veces las iras van dirigidas a uno de nuestro bando.

Lo cierto es que, para empezar, pocos futbolistas son realmente simpáticos;
con pocos se irí­a uno a tomar unas copas (por lo menos yo). Suelen ser personajes incultos, tirando a zafios y en general aburridos. ¿Alguien ha oí­do hablar a Julio Salinas, o a Agustí­n? Sólo son dioses por sus cualidades futbolí­sticas (bueno, Julio Salinas no). De los últimos años del Madrid pocos se librarí­an de esto. Me vienen a la cabeza Solari o César. Con todo, aguantamos a las estrellas de turno mientras brillan sobre el césped. Pero ay, cuando comienza su decadencia, llegamos a sentir un verdadero odio africano. A mí­ me han llegado a parecer realmente insufribles Figo y Zidane, entre otros estrellones. Ronaldo está en proceso, y Roberto Carlos, que empezó siendo popularí­simo, ha ido viendo cómo se degradaba su imagen debido a su ego y a sus a menudo cargantes declaraciones.

El caso paradigmático serí­a Raúl. Es un tipo hosco, directamente soso. Recuerdo sus primeros tiempos, cuando en las celebraciones de los tí­tulos era el más expresivo y el que mostraba más algarabí­a, pero siempre sospeché que esa actitud era una impostura. Como si fuera consciente de su seriedad congénita e intentara compensarla montando mucha jarana. Con su declive futbolí­stico, la antipatí­a por Raúl se expande incontrolada por los cuatro confines (menos en el silente Bernabéu, ese recinto de reglas indescifrables). Además, por ser un futbolista con un juego poco vistoso, está teniendo una decadencia especialmente arrastrada, no cuajada de destellos como la de Zidane. Simplemente corre mucho, suda, falla y nos cabrea a todos.

Por todo esto, no son muchos los futbolistas que salen por la puerta grande. La etapa decadente puede hacerse larga y a veces hay que sacarlos a escobazos. Recordemos los más bien tristes finales de Hierro, Butragueño, Suker, Figo... El caso más tremendo que recuerdo fue la retirada de Mí­chel: En su último partido, el público exhibió una pancarta de despedida enorme, dedicada... ¡a Laudrup! El danés abandonaba el club también ese dí­a, tras tan sólo dos temporadas en el mismo, contra las diecinueve de Mí­chel, once de ellas en el primer equipo. Ni una mí­sera ovación para el madrileño... Claro que en esta ocasión (con todos los peros que se puedan poner al personaje), se podrí­a hablar de ruindad más que de odio. Esa es otra, la de los caprichos del público madridista, pero de eso ya hemos hablado en otras ocasiones.

Seguramente es una cuestión de saber dosificar... El otro dí­a, en Highbury, salió en el minuto 40 de la segunda parte Bergkamp, con 36 años. Creo que esa es la forma correcta de tratar a los veteranos, guardarlos como una especie de lujo, como un arma secreta... le sacan al final del segundo tiempo y la gente dice "¡ey, tenemos a Bergkamp!"
Si nosotros hiciéramos eso con Zidane podrí­amos tenerlo dos o tres temporadas más, no me importarí­a. Pero como parece que aquí­ o se es titular o nada, estoy deseando que salga escopetado. Un jugador al que dosificamos bien fue Sanchí­s, por eso salió en loor de multitudes. Sí­, sin duda la modestia e irse a tiempo es lo mejor, como pasó con Camacho, Santillana, Gallego, Chendo... Sin modestia pero a tiempo se fue Hugo Sánchez;
incluso se podrí­a haber quedado algún añito más. Otros se fueron cuando aún estaban en plenas facultades, como Seedorf o Schuster.

Pero volviendo al Madrid actual, puedes llegar a sentir odio por alguien que normalemte te dejarí­a por completo indiferente, como es el caso de López Caro. Este buen señor, que habrí­a pasado plácidamente inadvertido en la vida si fuera panadero, es ahora vilipendiado por millones de personas porque es él quien tiene la tarea de colocar los muñecos, y además lo hace rematadamente mal. Quién se lo iba a decir.

De lo que ocurra en los próximos meses dependerá que pase esta espiral de antipatí­a. Si se derrama la sangre simbólica que reclama la afición, los ánimos se calmarán considerablemente. Ya están listos en el altar de los sacrificios Zidane, Ronaldo, Roberto, Helguera y alguno más. Está por ver que en el último momento no le tiemble la mano al sumo sacerdote. Raúl, como es una especie de sacerdote asistente, parece que se librará. Así­, nos quedamos a la espera de nuevos í­dolos que levanten nuestros corazones, y deseamos no tener que llegar a detestarlos nunca.

Paco

te ha faltado llamarlo "hilo oficial de historias del calcio"

Bambi

HISTORIAS DEL 'CALCIO'

Zapping
ENRIC GONZíLEZ
20-03-2006

Para muchos aficionados españoles, en general para quienes no tifan por el Barcelona o por el Villarreal, la Liga de Campeones se ha convertido en una cuestión estética, en un asunto más filosófico que pasional. Hay quien se traga el sapo y, en nombre de la patria, apoya al equipo español que sigue vivo. Hay también quien no se traga nada y desea que el rival eterno sufra una eliminación de lo más dolorosa. Patrias y rencillas al margen, la actitud contemplativa de quien está ya fuera puede inducir al zapping en las próximas eliminatorias. Nuestro afán de servicio nos impele a ofrecer una pequeña guí­a sobre las situaciones en las que resulta aconsejable detenerse en un partido disputado por el Juventus de Fabio Cape llo, el Milan de Carlo Ancelotti o el Inter de Roberto Mancini.

- El Juventus pierde por 1-0. La Juve tiene algo de Mae West: cuando es buena, es muy buena;
cuando es mala, es mejor. Y saca toda su maldad cuando le toman ventaja. La Vieja Señora no está habituada a perder y con un gol en contra se eriza, araña, patalea y padece una agoní­a. Ningún equipo sufre de una forma tan carnal como el Juventus. Tiembla el mentón de Capello, Nedved cae muerto al borde del área por un soplido del defensa, Emerson y Vieira sudan y empujan como posesos... El Juventus suele acabar remontando -por pura chiripa si hace falta, como ante el Werder Bremen-, pero, mientras pierde, ofrece un espectáculo de los que cortan el aliento. Muy aconsejable para sadomasoquistas.

- El Milan gana por 2-0. El Milan dispone de un mecanismo interno muy sencillo: un compás, Pirlo;
un muelle, Kaká, y dos percutores, a elegir entre Shevchenko, Gilardino e Inzaghi. Pero el equipo es grandote, culón, de timón lento. Le cuesta frenar si adquiere ventaja, por lo que suele arrollar por goleada a los adversarios -los cuatro goles al Bayern Múnich-, pero también le cuesta virar cuando las cosas se tuercen -la remontada del Liverpool en la final de Estambul-. Más que del entrenador, el problema procede de la defensa, muy veterana, muy acostumbrada a marcar el centro de gravedad y con tanto peso especí­fico que atrae hacia sí­ al resto del equipo. El Milan tiene talento para regalar y una cierta carencia de agilidad, fí­sica y mental. Con un 2-0 a favor, puede marcar tres más o puede acabar perdiendo. Muy aconsejable para los amantes de los marcadores sensacionales.

- El Inter gana por 1-0. El Inter sabe jugar al fútbol. Mancini no ha inventado nada, pero cuenta con un buen ventilador, Verón, que da oxí­geno a las alas, Figo y Stankovic, y al poderoso, ciclotí­mico e imprevisible Adriano. Lo que pasa es que el Inter es más auténtico cuando duda, cuando se fí­a porque va con ventaja, cuando descubre sus flancos. En esos momentos le vienen los suspiros y las melancolí­as y puede ocurrir de todo. Puede marcar otros dos goles con dos zarpazos lánguidos o puede complicarse muchí­simo la vida. En ese momento del 1-0, de luz incierta, resalta además el juego como medio centro del argentino Cambiasso, una madraza generosa que lo hace todo sin decir nada, que cubre todos los huecos y perdona todos los errores. Para el Inter, Cambiasso es casi una señal del cielo: después de tanto tiempo vendiendo joyas y comprando churros o caballeros venidos a menos por la edad, el pivote de la selección albiceleste llegó casi regalado del Madrid y resultó una maravilla. El partido en el que el Inter va un paso por delante en el marcador resulta, en definitiva, muy aconsejable para los aficionados al suspense

Dan

Cita de: alvaro en Marzo 20, 2006, 01:46:42 PM
Para el Inter, Cambiasso es casi una señal del cielo: después de tanto tiempo vendiendo joyas y comprando churros o caballeros venidos a menos por la edad, el pivote de la selección albiceleste llegó casi regalado del Madrid y resultó una maravilla.

Eso tiene que doler, ¿no?

Bambi

Pues no. En el Madrid empezó muy bien y se fue empocheciendo hasta dar auténtica pena. Es gracioso que ahora sea tan importante en el Inter pero aquí­ habí­a consenso en mandarlo a paseo. Es como lo de Etoo, un putadón, pero nadie querí­a al "hermano"
por Ronaldo. Serí­a de chiste. En el fútbol una cosa es tener buen ojo y otra muy distinta ser la puta Bruja Lola.

HISTORIAS DEL CALCIO
El fantasma de Adriano
ENRIC GONZíLEZ
27-03-2006

Un espectro recorre los estadios italianos. Se llama Adriano Leite Ribeiro y no mete un gol ni a tiros. Convertido en el fantasma de sí­ mismo, acosado por una jaurí­a rival, Adriano resopla, empuja, cae, se levanta, vuelve a intentarlo, y así­ pasa un partido, y luego otro, y otro. Lleva tres goles este año, tres goles facilones contra dos adversarios facilones, Cagliari y Sampdoria. El gol se le ha olvidado.

Adriano no es un bluff. Quien le vió jugar cuando era Adriano, no su fantasma, sabe lo que vale. Sufre, sin embargo, de dos males graves: uno, la ansiedad por jugar;
dos, la ciclotimia. Un delantero no tiene por qué entender el juego. Es probable que la mayorí­a de los medios aficionados sepan más que Hugo Sánchez, Muller o Romario. A un ariete le basta el instinto porque en su oficio no se piensa, se actúa: hay que adivinar por dónde llegará el balón y soltar el cuerpo e ir en busca del gol. Hacen falta un pie exquisito, una coordinación sobrehumana, una cabeza a prueba de porrazos y un punto de maldad;
para pelotear están los otros.

Cuando Adriano no encuentra la porterí­a, se empeña en ir para atrás. Eso dice mucho de su pundonor, pero no sirve de nada. Dar un pase en corto en el cí­rculo central sin tener un plan en la cabeza es como pintar un palote sin saber que es una i. Y mientras está detrás no está delante, vagueando a la espera de un rebote, como hacen los arietes en sus dí­as tontos. Tampoco le salen ya aquellas cabalgadas de 40 metros, porque cuando llega al área dispara contra el lí­nier. Cuanto más falla, más se desespera y más penoso resulta verle bufar, como una ballena que gime y busca una ví­a de fuga mientras la despedazan los cachalotes.

Cuando le salen las cosas parece el jugador total, el concepto platónico del futbolista. Cuando le salen mal, hace lo necesario para que le salgan peor. Su ciclotimia no es nueva. El Inter lo compró al Flamengo en 2000, con 18 años, y se lo llevó a un Trofeo Bernabéu para exhibirle. Dado que hablamos del Inter, fue cedido al Fiorentina. Al año siguiente se interesó por él el Parma, que gastó en el sueldo de Adriano sus ahorros. Fue Sacchi, por entonces director deportivo del Parma, quien se empeñó. "Espero no equivocarme", dijo Sacchi, "porque es un fenómeno, pero hace cuatro meses que le sigo y hace cuatro meses que juega asquerosamente mal".

Adriano se recuperó, salvó al Parma y volvió al Inter. Con algún pequeño bache, habí­a funcionado gloriosamente bien hasta ahora. Hizo a la afición regalos de los que no se olvidan, como cuando fue a Brasil para enterrar a su padre, volvió, fue casi directamente del avión al campo y arrasó. Demasiado hermoso para ser eterno.

Su entrenador, il bello Roberto Mancini, habla de "problema psicológico". Lo es. Si Adriano se sometiera a un psicoanálisis, el bloqueo quizá se resolviera en cuanto se nombrara a Zico. Zico fue el í­dolo de Adriano y sigue siéndolo. Alguien deberí­a decirle a Adriano que, aunque tire las faltas casi tan bien como Zico, no trabaja de capitán general, sino de infante de asalto, y que no debe obsesionarse con el fútbol. Debe convencerle de que basta esperar. De que lo suyo es tener paciencia, como los predadores o los vendedores de seguros.

javi

No es -exactamente- "Historias del Calcio", pero se acerca bastante.



Un análisis marxista 

ENRIC GONZíLEZ 

Milán
EL PAíS 

Deportes - 30-03-2006


Silvio Berlusconi tiene razón: el marxismo está muy vivo y merodea por los alrededores de su casa, con la olla de hervir bebés en una mano y la hoz expropiatoria en la otra. Ayer el marxismo se adueñó de San Siro, el estadio que el Inter comparte con el Milan berlusconiano, y habrá que regar con zotal el césped para que el pobre Cavaliere no sufra un ataque de alergia la semana próxima.

El Villarreal compareció en la catedral del calcio con las hechuras de un clásico equipo marxista-leninista de lí­nea dura: un secretario general infalible que sólo responde ante la Historia (Riquelme), un comisario polí­tico que vela a patadones por la ortodoxia revolucionaria (Peña), un ideólogo perfectamente razonable (el técnico Pellegrini), una ala extremista enloquecida y secretamente reaccionaria (José Mari) y un trotskista infiltrado que trabaja para el enemigo (el portero Viera).

La ventaja del viejo comunismo consiste en que no permite perder la esperanza, gracias a todo aquello del cuanto peor, mejor. Es sabido que las condiciones objetivas para la victoria se crean con un gesto audaz, que las masas seguirán a la vanguardia del proletariado y que la victoria es el resultado ineluctable del mecanismo cientí­fico que mueve la Historia. El Villarreal, en fin, no murió en Milán. Al contrario, quedó bastante vivo y pudo volverse a casa con la esperanza de que la lucha final, agrupémonos todos, le proporcione el éxito que siempre espera, por que se lo merece, el honesto proletariado. El partido de ida dejó entreabiertas las puertas del Palacio de Invierno.

El Inter tiende a otra clase de marxismo, el que reconoce sus fundamentos ideológicos en Sopa de ganso. Aunque Roberto Mancini aporta su variante personal: si el bello Roberto hubiera sido el director artí­stico de los hermanos Marx, en lugar de técnico del Inter, todos los chistes los habrí­an contado Zeppo y Gummo, esos hermanos tan graciosos a los que el pesado de Groucho condenaba a una injusta y desviacionista marginación.

Llega un momento en la vida en que uno se pregunta qué pinta Cesar en una eliminatoria europea, o por qué a un jugador diestro como Stankovic le da tanto repelús jugar por la derecha, o por qué uno de los clubes más ricos de Italia se enreda con un señor como Wome, o cuánto ganarí­a el juego de Oba Oba Martins si no se cayera a cada paso.

Luego queda la cuestión de la melancolí­a de Adriano. Ayer al menos marcó, lo que aconseja aplazar el debate sobre la crisis adriánica hasta la próxima reunión del politburó. En último extremo, el juego del Inter es disciplinado y ortodoxo en su lí­nea de fútbol dadaí­sta, y mantiene fidelidad a la vieja e inmarcesible proclama marxista-grouchista: "¡Estos son mis principios! ¡Y si no le gustan, tengo otros!".
Running is life. Anything before or after is just waiting

Bambi

LUCIANO, CESARE Y LA TERCERA EDAD

El otro dí­a, cuando terminó el entrenamiento, Luciano Spalletti le dijo a Okaka que se quedara en el campo. Mientras los demás jugadores del Roma cantaban bajo la ducha, Spalletti centraba balones y Okaka remataba de cabeza. Los dos solos, entre bromas, como un par de amigos. Okaka tiene 16 años y ayer jugó contra el Fiorentina. También jugaron Acquilani (22) y Rosi (18). De Rossi, que a los 22 se ha convertido en uno de los mejores medios centro del calcio, se quedó en el banquillo por lesión.

A mediados del segundo tiempo, cuando el Roma marcó el gol que igualaba el de Toni (el 26 de la temporada), Cesare Prandelli hizo cambios. Introdujo a Montolivo y llamó a Bojinov para conversar un instante. La cosa fue más o menos así­: "¿Te va bien seguir por la izquierda?". "Sí­, mí­ster;
estoy cómodo". "Pues tú, por la derecha, Montolivo". "Vale". Y el Fiorentina tomó la iniciativa al final.

La cosa, que concluyó en empate (1-1), permitió comprobar el buen trabajo de los dos técnicos más eficientes, dialogantes, imaginativos y honrados del campeonato italiano (Pillon, del Chievo, también estupendo, se queda por ahora un poco por debajo del dúo de moda). Uno, Prandelli, inventó a principios de curso un esquema eficaz basado en Toni, el prolí­fico hombre en punta. El otro construyó sobre la base de Totti, que para el Roma viene a ser como la suma de Ronaldo y Ronaldinho, y fue perdiendo piezas por el camino (Cassano se fue, Montella se rompió) hasta perder al propio Totti. ¿Qué hizo? Sacar a los chavales y enseñarles a jugar en movimiento continuo para que todos fueran a la vez creadores y ejecutores y la suma de su esfuerzo cubriera el hueco del gran Francé. Lo que salió, la llamada Banda de Hermanos, es uno de los equipos más humildes, esforzados y vistosos del torneo.

Fiorentina y Roma, Prandelli y Spalletti, compiten por el cuarto puesto. Los tres primeros, como siempre, están reservados para las tres hermanas. El scudetto lo ganará Fabio Capello, que se enfadó el sábado con Ibrahimovic. Capello lleva dí­as enfadado. Le molesta que se vea el cartón de su supuesta magia y en las eliminatorias europeas, cuando su robusto y veterano cuadrado mágico (Cannavaro, Thuram, Vieira y Emerson) ha empezado a ir mal de bofe y ha dejado de gozar de lo que los italianos, con deliciosa discreción, llaman "sumisión psicológica"
de los árbitros a la Juve, el cartón ha asomado por todas partes.

Roberto Mancini, el atildado técnico interista, tiene sólo 41 años y deberí­a apostar por la juventud y la inventiva. Ocurre al contrario: parece fiarse sólo de jugadores cercanos a su generación. Sus hombres de confianza son Verón y Figo, treintañeros. Por no hablar de su mano derecha, Mihailovic, que a los 37 parece del otro lado de la frontera escatológica (en un sentido filosófico, no excrementicio).

A Carlo Ancelotti le gusta que su Milan juegue al ataque. Pero, si repasamos las partidas de nacimiento de los que alineó el sábado ante el Lecce, desde los venerables Costacurta (40 años) y Maldini (38) hasta los Cafú (35) y Rui Costa (33), se entiende que el Milan perdiera ante uno de los colistas.

En el momento culminante de la competición europea, los equipos italianos, mucho más vetustos que el Arsenal, el Barcelona o el Lyón, corren el riesgo de asfixiarse en la última cuesta. Ya pasó algo parecido la temporada pasada: lo del Milan frente al Liverpool no fue despiste, ni exceso de confianza ni mala suerte;
fue, muy probablemente, un simple achaque.

Enric González es autor de Historias del Calcio

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EL FÚTBOL “ES” UN LENGUAJE CON SUS POETAS Y PROSISTAS por Pier Paolo Pasolini


Aviso, hoy “droga dura”. Después de dudarlo mucho tiempo me decido a colgar el ensayo futbolí­stico-literario del polifacético Pier Paolo Pasolini. Il calcio “í¨â€ un linguaggio con i suoi poeti e prosatori fue publicado en Il Giorno, el 3 de enero 1971. Al final, aunque resulte algo extenso (y muy interesante), voy a subirlo en una única entrada.

En el debate sobre los problemas lingí¼í­sticos que artificialmente distancian a literatos de periodistas y a periodistas de futbolistas, fui preguntado por un atento periodista, para el “Europeo”: pero en la rotativa mis respuestas han resultado un poco reducidas y flojas (¡debido a las exigencias periodí­sticas!). Como el tema me gusta, desearí­a retomarlo con un poco de calma y con la plena responsabilidad de lo que digo. ¿Qué es una lengua? “Un sistema de signos”, responde, de la manera más exacta hoy, un semiólogo.

Pero ese “sistema de signos” no es sola y necesariamente una lengua escrito-hablada (ésta que usamos aquí­ ahora, yo escribiendo y tú, lector, leyendo).

Los “sistemas de signos” pueden ser muchos. Pongamos un caso: yo y tú, lector, nos encontramos en una habitación donde están presentes también Ghirelli y Brera, y tú quieres decirme de Ghirelli algo que Brera no debe escuchar. Entonces no puedes hablarme por medio del sistema de signos verbales, debes adoptar forzosamente otro sistema de signos: por ejemplo, el de la mí­mica: entonces empiezas a gesticular con los ojos y la boca, a agitar las manos, a hacer movimientos con los pies, etcétera. Eres el “cifrador” de un discurso “mí­mico” que yo descifro: eso significa que tenemos en común un código “italiano” de un sistema de signos mí­mico.

Otro sistema de signos no verbal es el de la pintura;
o el del cine;
o el de la moda (objeto de estudios de un maestro en este campo, Roland Barthes), etcétera. El juego del futball es un “sistema de signos”;
es decir, una lengua, aunque no verbal. ¿Por qué hago este discurso (que quiero continuar esquemáticamente después)? Porque la querelle que enfrenta el lenguaje de los literatos con el de los periodistas es falsa. Y el problema es otro.

Veamos. Cada lengua (sistema de signos escritos-hablados) posee un código general. Pongamos el italiano: yo y tú, lector, al usar este sistema de signos, nos comprendemos, porque el italiano es nuestro patrimonio común, “una moneda de cambio”. Sin embargo, cada lengua está articulada en varias sublenguas, de las que cada una posee un subcódigo: así­ pues, los italianos médicos se comprenden entre sí­ -cuando hablan su jerga especializada- porque cada uno de ellos conoce el subcódigo de la lengua médica;
los italianos teólogos se comprenden entre ellos porque poseen el subcódigo de la jerga teológica, etcétera.

También la lengua literaria es una lengua jergal que posee un subcódigo (en poesí­a, por ej., en vez de decir “speranza” se puede decir “speme”, pero ninguno de nosotros se sorprende de esta cosa extraña, porque todos sabemos que el subcódigo de la lengua literaria italiana requiere y admite que en poesí­a se usen latinismos, arcaí­smos, palabras apocopadas, etc.).

El periodismo no es más una rama menor de la lengua literaria: para comprenderlo nosotros nos valemos de una especie de sub-subcódigo. En pocas palabras, los periodistas no son más que unos escritores, que, para vulgarizar y simplificar conceptos y representaciones, se valen de un código literario, digamos -por permanecer en el ámbito deportivo- de serie B. También el lenguaje de Brera es de serie B respecto al lenguaje de Carlo Emilio Gadda y de Gianfranco Contini.

Y el de Brera es, quizá, el caso más noblemente cualificado del periodismo deportivo italiano. Por lo tanto, no existe conflicto “real” entre escritura literaria y escritura periodí­stica: es esta segunda la que, siendo servil como ha sido siempre, y enaltecida ahora por su empleo en la cultura de masas (¡que no es popular!), tiene pretensiones un poco soberbias, de parvenu. Pero pasemos al football.

El football es un sistema de signos, o sea un lenguaje. Tiene todas las caracterí­sticas fundamentales del lenguaje por excelencia, el que nosotros nos planteamos en seguida como término de confrontación, o sea el lenguaje escrito-hablado.

De hecho, las “palabras” del lenguaje del fútbol se forman exactamente igual que las palabras del lenguaje escrito-hablado. Ahora bien, ¿cómo se forman estas últimas? Se forman a través de la llamada “doble articulación”, o sea a través de las infinitas combinaciones de los “fonemas”: que son, en italiano, las 21 letras del alfabeto.

Los «fonemas», por tanto, son las «unidades mí­nimas» de la lengua escrito-hablada. ¿Queremos divertirnos definiendo la unidad mí­nima de la lengua del fútbol? Veamos: “Un hombre que usa los pies para chutar un balón” es tal unidad mí­nima: tal “podema” (si queremos seguir divirtiéndonos). Las infinitas posibilidades de combinación de los “podemas” forman las “palabras futbolí­sticas”: y el conjunto de las “palabras futbolí­sticas” forma un discurso, regulado por auténticas normas sintácticas. Los “podemas” son veintidós (casi igual que los fonemas): las “palabras futbolí­sticas” son potencialmente infinitas, porque infinitas son las posibilidades de combinación de los “podemas” (en la práctica, los pases de balón entre jugador y jugador);
la sintaxis se expresa en el “partido”, que es un auténtico discurso dramático.

Los cifradores de este lenguaje son los jugadores, nosotros, en las gradas, somos los descifradores: así­ pues, poseemos en común un código.

Quien no conoce el código del fútbol no entiende el “significado” de sus palabras (los pases) ni el sentido de su discurso (un conjunto de pases).

No soy ni Roland Barthes ni Greimas, pero como aficionado, si quisiera, podrí­a escribir un ensayo mucho más convincente que esta mención, sobre la “lengua del fútbol”. Pienso, además, que se podrí­a escribir también un bonito ensayo titulado Propp aplicado al fútbol: porque, naturalmente, como toda lengua, el fútbol tiene su momento puramente “instrumental”, rigurosa y abstractamente regulado por el código, y su momento “expresivo”.

En efecto, antes he dicho que toda lengua se articula en varias sublenguas, cada una de las cuales posee un subcódigo.

Pues bien, en la lengua del fútbol se pueden hacer también distinciones de este tipo: también el fútbol posee unos subcódigos, desde el momento que, de ser puramente instrumental, pasa a convertirse en expresivo.

Puede haber un fútbol como lenguaje fundamentalmente prosí­stico y un fútbol come lenguaje fundamentalmente poético.

Para explicarme, pondré -anticipando las conclusiones- algunos ejemplos: Bulgarelli juega un fútbol en prosa: él es un “prosista realista”. Riva juega un fútbol en poesí­a: él es un poeta “realista”.

Corso juega un fútbol en poesí­a, pero no es un “poeta realista”: es un poeta un poco maudit, extravagante.

Rivera juega un fútbol en prosa: pero la suya es una prosa poética, de “elzevir”.

También Mazzola es un elzeviriano, que podrí­a escribir en el Corriere della Sera: pero es más poeta que Rivera: de vez en cuando él interrumpe la prosa, e inventa en seguida dos versos fulgurantes.

Quiero aclarar que entre la prosa y la poesí­a no hacemos distinción de valor;
la mí­a es una distinción puramente técnica.

Sin embargo, entendámonos: la literatura italiana, sobre todo la reciente, es la literatura de los “elzevirios”: ellos son elegantes y extremadamente estetizantes: su fondo es casi siempre conservador y un poco provinciano... en fin, democristiano. Entre todos los lenguajes que se hablan en un paí­s, incluso los más jergales y difí­ciles, hay un terreno común: que es la “cultura” de ese paí­s: su actualidad histórica.

Así­, precisamente por razones de cultura y de historia, el fútbol de algunos pueblos es fundamentalmente en prosa: prosa realista o prosa estetizante (este último es el caso de Italia), mientras que el fútbol de otros pueblos es fundamentalmente en poesí­a.

En el fútbol hay momentos que son exclusivamente poéticos: se trata de los momentos del “gol”. Cada gol es siempre una invención, es siempre una perturbación del código: todo gol es “ineluctabilidad”, fulguración, estupor, irreversibilidad. Precisamente como la palabra poética. El máximo goleador de un campeonato es siempre el mejor poeta del año. En este momento lo es Savoldi. El fútbol que expresa más goles es el fútbol más poético.

También el “dribbling” es de por sí­ poético (aunque no “siempre” como la acción del gol). De hecho, el sueño de todo jugador (compartido por todo espectador) es salir del centro del campo, driblar a todos y marcar. Si, dentro de los lí­mites permitidos, se puede imaginar en el fútbol una cosa sublime, es precisamente ésta. Pero no sucede jamás. Es un sueño (que he visto realizado sólo en Maghi del pallone de Franco Franchi, que, aunque sea a nivel rústico, ha conseguido ser perfectamente oní­rico).

¿Quiénes son los mejores dribladores del mundo y los mejores goleadores? Los brasileños. Por lo tanto, su fútbol es un fútbol de poesí­a: de hecho, en él todo está basado en el dribbling y en el gol.
El catenaccio (encadenado) y la triangulación (que Brera llama geometrí­a) es un fútbol de prosa: en efecto, está basado en la sintaxis, o sea en el juego colectivo y organizado: es decir, en la ejecución razonada del código. Su único momento poético es el contraataque, con el “gol” añadido (que, como hemos visto, no puede más que ser poético). En definitiva, el momento poético del fútbol parece ser (como siempre) el momento individualista (dribbling y gol;
o pase inspirado).

El fútbol en prosa es el del llamado sistema (el fútbol europeo). El “gol” está encomendado a la “conclusión”, a ser posible de un “poeta realista” como Riva, pero debe derivar de una organización de juego colectivo, basado en una serie de pases “geométricos” ejecutados según las reglas del código (Rivera en esto es perfecto: a Brera no le gusta porque se trata de una perfección un poco estetizante, y no realista, como en los centrocampistas ingleses o alemanes).

El fútbol en poesí­a es el del fútbol latinoamericano. Esquema que para ser realizado debe requerir una capacidad monstruosa de driblar (cosa que en Europa es repudiada en nombre de la “prosa colectiva): y el gol puede ser inventado por cualquiera y desde cualquier posición. Si dribbling y gol son los momentos individualistas-poéticos del fútbol, es por eso que el fútbol brasileño es un fútbol de poesí­a. Sin hacer distinción de valor, sino en sentido puramente técnico, en México la prosa estetizante italiana ha sido vencida por la poesí­a brasileña.

Pier Paolo Pasolini, cineasta italiano (y escritor, y pintor, y crí­tico teatral, etc.)