"Serán rumores ciertos?"

Iniciado por Menek, Mayo 01, 2006, 11:24:09 AM

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anantic

#30
Cita de: bocanegra en Mayo 09, 2006, 07:38:17 AM
Es una teorí­a interesante, Anantic, pero no acaba de explicar por qué ese proceso de "levitización urbana"
no se extiende a otras ciudades españolas que también podrí­an considerarse emblemáticas.

Me temo que no es una teorí­a, es una realidad. No lo acabo explicando más porque creo que va quedando claro yporque me cuesta mucho ir ciudad por ciudad contando lo mismo. Quiero estar en Toledo con El Greco, entorchada.
Te lo va a contar Paquito Núñez Roldán:

 
 "En los siglos XVI y XVII Dios estaba en todas partes y ocupaba todas las horas de los hombres. Estaba bajo muchas formas y maneras: en las alcobas de los palacios y entre los pucheros de las cocinas, en las calles y en las plazas, en la mesa doméstica y en los altares de los templos, en las encrucijadas de los caminos y en las puertas de las ciudades, en las joyas de las mujeres y en las blafemias de los hombres, en los campanarios y en los claustros, en los sermones de los sacerdotes y en las oraciones de los niños y en las fiestas de los mayores, en el encabezamiento de los testamentos y de las cartas de pago, en las sentencias de los jueces y en la cédulas de los reyes, en los libros de texto de los estudiantes y en los motivos de los artistas, en las promesas de matrimonio y en las profesiones conventuales de las jóvenes, en el nacimiento y el abandono de los niños y entre las sábanas de los moribundos, en la cabecera de las camas de los hospitales y en el patí­bulo de los ajusticiados, en las súplicas de los pobres y en la caridad de los ricos, en el silencio de la noche y en el sonido de las campanas y de los órganos. Todo se hací­a en su nombre y por su voluntad. Nada de lo humano le era ajeno. Nada de lo divino le era extraño. Todo era religión."

Cita de: bocanegra en Mayo 09, 2006, 07:38:17 AM

Pienso en Valladolid, que llegó a ser incluso por breve tiempo capital de España durante Felipe II.

 
 Pues piensas bien poco, pero ya no en el s.XVI, sino en la actualidad, porque me has ido a poner dos ejemplos de ciudades españolas en las que hoy en dí­a sus procesiones de Semana Santa son de las más relevantes. Esta noche tú a mí­ me crucificas. Deja de pensar que Fraga hizo los Paradores y las procesiones de capiruchos para atraer turistas suecas en biquini.

 
 
El Rey Felipe II pide al Papa, en 1593, la creación de la diócesis de Valladolid con obispo propio. La decidida voluntad del Monarca vallisoletano triunfó en esta ocasión Fracasados dos intentos previos de unir en un solo obispado Valladolid y Palencia (el primero de ellos promovido en 1500 por los Reyes Católicos: Alejandro VI lo concede y, sin ejecutarse, León X lo revoca;
y el segundo en 1554 por D. Pedro La Gasca, expresidente del Perú, obispo entonces de Palencia y fundador de la iglesia de la Magdalena). Mediante la bula Pro Excellenti de Clemente VIII, era erigida canónicamente la diócesis de Valladolid el 25 de septiembre de 1595. Para que así­ fuera, en 1596 se concede a Valladolid el tí­tulo de ciudad (necesario para ser sede episcopal y poseer catedral). 
Su territorio fue muy recortado (Valladolid, Medina 
del Campo, Tordesillas) para no perjudicar intereses de obispados limí­trofes. La ciudad contaba entonces con más de 10.000 vecinos, Inquisición, Chancillerí­a, Universidad (trasladada de Palencia), 30 Monasterios con las principales órdener religiosas (franciscanos, dominicos, claras-franciscanas, cistercienses de San Quirce, las de Santa Marí­a la Real de las Huelgas, Agustinos, Jerónimos y Jesuitas), 7 Colegios, 24 Hospitales, 16 Parroquias, 63 Cofradí­as. Valladolid, en el siglo XVI comienza así­ su gran época de explendor. Así­ recibe las visitas de San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz.
 
 Cabe destacar, entre otros hechos notables: el Primer Sí­nodo Diocesano (1606) y la construcción de la catedral que se "dedica"
en 1668.
 

Cita de: bocanegra en Mayo 09, 2006, 07:38:17 AM
Pienso en Sevilla, la ciudad más importante de Andalucí­a ya antes de su conquista (a punto estuvo de ser portuguesa), y cómo no, en Córdoba. La influencia religiosa en esas ciudades, aunque pudiera ser importante, no lo fue tanto como para determinar su carácter posterior y anquilosar su desarrollo. ¿Tal vez el hecho de poseer, al contrario que las otras, una estratégica importancia comercial pudo coartar el influjo de la religión?

 
 El arzobispado de Sevilla era el segundo más rico de toda la pení­nsula, después de Toledo. Sus ingresos fueron creciendo a lo largo de todo el siglo XVI y se calcula que en 1533 ascendí­an a 24.000 ducados, en 1557 a 80.000 y a finales de siglo sobrepasaron los 100.000 ducados.

 
 Así­ las cosas, la vida cotidiana de Sevilla, como la de cualquier ciudad española de la época, respiraba actos y pensamientos religiosos. Las manifestaciones de aquella unión que parecí­a eterna entre Dios y los hombres llenaban todo el calendario humano hasta parecer que la vida económica y social y polí­tica no era más que una extensión de la espiritual. Pero en lo más arcano y hondo del flujo de la historia se operaban los cambios, la sustitución de los viejos valores. Sevilla era el escenario ideal para observarlos. Por ser una ciudad cosmopolita y abierta, abundante de toda suerte de gentes y tránsito de todas las almas posibles, las relaciones de sus habitantes con Dios tendrí­an forzosamente que ser distintas a otros lugares.

 
 El entramado religioso de Sevilla de este siglo ofrece personajes como el agustino Fray Martí­n de Ullate atrayéndose a los moriscos (1505);
Fray Bartolomé de las Casas defendiendo al indí­gena americano;
Fadrique Enrí­quez de Ribera peregrinando a Tierra Santa (1518-20) y estableciendo luego el Ví­a Crucis a la Cruz del Campo;
el hermano Pedro Pecador (1543) fundador de hospitales y discí­pulo de San Juan de Dios, sin olvidar a los herejes Egidio y Constantino ni la visita y permanencia de un año que Santa Teresa hizo a la ciudad (1575-76). En contra de lo que cabí­a esperar, a la santa castellana le costó mucho obtener la financiación necesaria para la fundación de un convento en la capital hispalense, de la que estuvo a punto de desistir. No se explicaba la santa como en una ciudad "tan caudalosa y de gente tan rica habí­a de haber menos aparejos de fundar que en todas las partes en que habí­a estado"
(y cómo no le iba a costar, si predicaba el contacto directo con Dios en la intimidad, cuando a los ojos de la gente no habí­a otro camino para llegar a Dios que de manos de la potente y poderosa Iglesia). No obstante, aunque a la carmelita le costara tanto su fundación, hay que señalar que el abundante dinerario circulante permitió levantar importantes edificios religiosos -la Catedral se terminó a inicios del siglo y luego se mejoró-, así­ como la profusión de la creación artí­stica de carácter religioso o los numerosos actos litúrgicos públicos como las procesiones.

 
 
Para atender este fervor religioso habí­a en Sevilla 27 parroquias a principios de siglo, siendo 29 al final por creación de San Roque y San Bernardo. El principal templo de la ciudad, la catedral, era regentado por el Cabildo catedralicio compuesto por Deán (6.000 ducados anuales), Arcediano, Chantre, Maestreescuela, Tesorero, Arcediano de Ecija, Arcediano de Jerez, Arcediano de Reina (esta fue la dignidad que tení­a Maese Rodrigo de Santaella, fundador de la universidad de Sevilla), Arcediano de Niebla, Arcediano de Carmona y Prior de las Ermitas, todos designados por el Arzobispo. Éste junto al Cabildo proveí­an a los 40-42 canónigos (unos 2.000 ducados de renta anual);
los 20 racioneros, que gozaban de 2/3 de la renta de un canónigo;
20 medios racioneros (1/3 rentas de un canónigo);
20 clérigos veintineros (beneficiados) designados por el Chantre (100.000 maravedies) y los servidores representados por capellanes, notarios, sacristanes, cantores, músicos, mozos de coro (unos 50), seises, pertigueros, etc.

 
 
 "Tiene muy honrada clerecí­a y en muy gran cantidad, porque entre el
 
 
 
 
 muy reverendo cabildo y capellanes y otros sacerdotes que cada dí­a
 
 
 
 
 allí­ dicen misa, pasan de 300 clérigos los que cada dí­a residen en 
 
 
 
 
 
 él"


 
 
 
 
 
 
 
 Luis de Peraza, Historia de Sevilla (1535), refiriéndose a la 
 
 
 
 
 
 
 
 
 Catedral de Sevilla.


 
 
 

 
 
Más de veinte conventos de monjas habí­a en Sevilla al finalizar el siglo XVI, una cantidad que no habí­a dejado de crecer desde el siglo XIII en que fue conquistada para el cristianismo. El real monasterio de San Clemente, fundado por Fernando III el Santo, el más rico y grande del siglo XVI, habí­a recibido en sus celdas durante esos siglos a esposas, hermanas e hijas de reyes, y a imitación de ellas también ingresaron en el convento, magní­ficamente dotadas, muchas mujeres de familias muy principales y otras jóvenes de menos rango. San Leandro, Santa Clara, Santa Inés, Santa Paula, Santa Marí­a la Real, Madre de Dios, Santa Marí­a de Jesús, Regina Angelorum, etc., fueron los nombres de los conventos a los que innumerables sevillanos no olvidaron en sus mandas testamentarias, donándoles rentas, casas, bienes, dotes, limosnas en misas, joyas, tierras, e hijas casi niñas y ví­rgenes. 
 
 
 
 
 Algunos de estos monasterios, sobre todo los más antiguos y los de mayor jerarquí­a y reputación por el origen social de las hermanas que los habitaban y por el lustre de las familias de las que procedí­an, recibí­an bienes suficientes para que aquéllas pudiesen vivir dignamente. Otros, en cambio, dependí­an de las limosnas diarias de los habitantes de la ciudad, hasta el punto de que algunas de sus monjas salí­an de la clausura para solicitarlas o trabajaban tejiendo seda y bordando para poder sobrevivir, pues la vida cotidiana en el interior del claustro no tení­a nada de bucólica.

 
 
Al margen de los conventos estaban los emparedamientos, de los cuales existí­an aún tres a finales del XVI: uno cercano a la iglesia de San Miguel, otro a la de San Ildefonso y el último junto a Santa Catalina. Seguí­an dirigidos por beatas ancianas, recibiendo a las mujeres que voluntariamente se encerraban a expiar culpas o que las autoridades depositaban mientras se dirimí­a algún pleito matrimonial. Observaban las reglas de alguna orden sujetas a la obediencia del arzobispado, pero sin hacer votos de pobreza, obediencia y castidad, aunque privadamente los siguiesen. Viví­an de limosnas, de pequeñas aportaciones personales que llevaban al ingresar (mucho menores que en los conventos) y de rentas o de donaciones que dedicaban también a la caridad. 


 
 "las castas sevillanas (que pretendí­an recogerse y hacer vida sancta
 
 
 debaxo de enterramiento) tomar hábito de Beatas recogidas, y (aviendo
 
 
 dado la obediencia a algún Monasterio de Frailes de los de Sevilla)
 
 
 retraerse en casas particulares y de por sí­ en forma de Monasterios con
 
 
 sus tornos y porterí­as, donde no pudiesen entrar hombres ningunos...y 
 

 
 
 en cada uno de ellos una Beata anciana a quien las demás reconocen
 
 
 obediencia y llaman madre Beata. Recí­bense en ellos cualesquiera
 
 
 doncellas y otras mujeres que tienen con qué poderse sustentar, quando
 
 
 quieren encerrarse y vivir debaxo de aquella clausura y onestidad"


 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Alonso Morgado, Historia de Sevilla, 1587



 
 Sevilla es una ciudad en la que desde muy antiguo el valor estético de sus fiestas religiosas fue cantado por propios y extraños. La fama de la Pasión, según Sevilla, corrí­a ya por el extranjero en el siglo XVI. Gran parte de las cofradí­as actuales se crearon en este siglo.
 
 En este tiempo, estamos asistiendo a un cambio de mentalidad en las cofradí­as, al origen de la cofradí­a de penitencia, la que hace estación en los dí­as de Semana Santa, que aparece a finales del siglo XV y sobre todo en el XVI, cuando puede que aparezcan los disciplinantes. Las cofradí­as ya existí­an en los siglos XIII al XV, pero de este pasado, no conservan más que el nombre, pues la cofradí­a pasará a ser otra completamente distinta.

 
 En la Edad Media, sólo se sacaban en procesión las reliquias, las imágenes lo hacen en el XVI, si bien es cierto, que en Sevilla existen procesiones en las que un Crucifijo es portado en mano. Así­ pudo ocurrir en la cofradí­a de la Vera Cruz, del convento de San Francisco, desde 1468 y en la del Santo Crucifijo, del convento de San Agustí­n, allí­ colocado en 1314. Precisamente, estas dos son las cofradí­as más antiguas de Sevilla.
 
 El número de hermandades y cofradí­as de penitencia, de sangre, de luz y vela y de gloria, era crecidí­simo en este siglo XVI. Doce mil cofrades de penitencia dice Sigí¼enza que habí­a en su tiempo, 1579;
cifra que no llama la atención si se recuerda la de los fieles que asistieron a uno de los jubileos, que ascendió, según Mal-Lara a cuarenta mil hombres y noventa mil mujeres, cifras muy generosas y posiblemente calculadas a ojos vista, pero en cualquier caso, eran muchos.
 
 No hay que olvidar que el Concilio de Trento, que se celebró entre 1545 y 1563, recomienda la estación pública, exponiendo la necesidad y ventajas que se derivan del culto a las imágenes, verdadera efigie de Jesús y de su madre y piensa que estas imágenes deben salir a la calle para que el que por su voluntad no entra en la iglesia, al encontrarse con ellas en la calle piense en el momento de la Pasión de Nuestro Señor que esta imagen representa. Su legislación de desarrollo intentó controlar la representación de la Pasión a través de una reglamentación que la jerarquí­a debí­a sancionar. Se intentó asegurar este control mediante disposiciones relativas al decoro de imágenes y cortejo, sirviéndose para ello de penas que incluian la excomunión.
 

 
 Todas las clases sociales, en sus diversos oficios, participaban o integraban las hermandades de penitencia: los Veinticuatro y Jurados salí­an con el Cristo de San Agustí­n o del Santo Crucifijo;
los magistrados y letrados en nuestro Padre Jesús de la Pasión;
los nobles en Nuestra Señora de la Concepción, la de Regina y la de la Antigí¼a;
los comerciantes en la Veracruz;
los negros en el Cristo de la Fundación;
los estudiantes en las Negaciones y Lágrimas de San Pedro;
los mulatos con el Ecce Homo de San Ildefonso;
los medidores de la Alhóndiga en la Entrada en Jerusalén;
con el Cristo de la Expiración iban los plateros;
los toneleros, en Ntra. Señora de la Luz;
los alfareros y marineros acompañaban a la Virgen de la Estrella;
los panaderos se agrupaban en torno al Prendimiento, etc...

 
 Nunca más como en el siglo XVI se volverán a fundar cofradí­as en torno al Crucificado, su Sangre, los Misterios de su Pasión y Muerte. El siglo XVI es el siglo de la fundación de las cofradí­as en torno a la Pasión y Muerte de Cristo, de manera que los siglos siguientes vivirán para mantener aquella gran explosión de cofradí­as cristí­feras, cuya vida se prolongará por la influencia de diferentes motivos intrí­nsecos y extrí­nsecos a la misma religiosidad cristiana.

 
 De Córdoba vete haciendo una idea.

 
 

Cita de: bocanegra en Mayo 09, 2006, 07:38:17 AM

Y pienso también en Roma, ciudad literalmente en manos del obispo por antonomasia, que en esta época ha logrado sacudirse el yugo de las familias aristocráticas y gobierna con puño de hierro. Se construyen decenas de iglesias, los papas destinan ingentes cantidades de recursos a edificios con un enorme poder simbólico... y aunque quizá no diera de sí­ todo lo que podí­a, y estuviese plagada de vagos, monjes, prostitutas y demás ociosos, no se anquilosa ni se convierte en una simple Meca o Shangri-La espiritual.

¿Y por qué no piensas en verde y te lo cuento con una cerveza?. Mira que horas.

 
 
 
 A sus pies, garrapiñados.



bocanegra

Me temo que no me he hecho hacer entender, Anantic. Justamente el ejemplo de Sevilla es el que mejor expresa lo que quiero decir: porque si bien es cierto que durante los siglos XVI y XVII es cuando allí­ alcanza su apogeo la epifaní­a (literalmente, "proclamar, expresar, mostrar") religiosa, también es cuando alcanza su apogeo como ciudad comercial. De modo que creo que podemos estar de acuerdo en que, por mucha cofradí­a que tuviese, y muchas saetas y madrugás primitivas que inundasen las calles, no se convierte en la Avila del sur, una ciudad beata y con estrechez de miras. Por su parte, el obispado de Valladolid contiene justamente la estratégica villa de Tordesillas, y la cabeza de la todopoderosa Mesta ganadera, Medina del Campo, cuya importancia aún se mantiene durante el siglo XVII. Así­ tenemos una ciudad con una gran influencia religiosa pero con un gran poder comercial, mientras que ciudades vecinas como Avila, Salamanca o Zamora carecen de este último y van languideciendo.

Cita de: anantic en Mayo 10, 2006, 02:17:45 AM
¿Y por qué no piensas en verde y te lo cuento con una cerveza?. Mira que horas.

Prefiero pensar en el color tostado de la malta de una, precisamente, cerveza de abadí­a religiosa. Una Grimbergen Optimo Bruno, o en su defecto la Trippel, es lo más apropiado para una conversación profunda. La verde, por no hablar de la "probablemente, mejor cerveza del mundo", las fabrico en casa metiendo una lata de birra Lidl bajo el agua del grifo.

anantic

Cita de: bocanegra en Mayo 10, 2006, 07:50:54 AM
Me temo que no me he hecho hacer entender, Anantic. Justamente el ejemplo de Sevilla es el que mejor expresa lo que quiero decir: porque si bien es cierto que durante los siglos XVI y XVII es cuando allí­ alcanza su apogeo la epifaní­a (literalmente, "proclamar, expresar, mostrar") religiosa, también es cuando alcanza su apogeo como ciudad comercial. De modo que creo que podemos estar de acuerdo en que, por mucha cofradí­a que tuviese, y muchas saetas y madrugás primitivas que inundasen las calles, no se convierte en la Avila del sur, una ciudad beata y con estrechez de miras. Por su parte, el obispado de Valladolid contiene justamente la estratégica villa de Tordesillas, y la cabeza de la todopoderosa Mesta ganadera, Medina del Campo, cuya importancia aún se mantiene durante el siglo XVII. Así­ tenemos una ciudad con una gran influencia religiosa pero con un gran poder comercial, mientras que ciudades vecinas como Avila, Salamanca o Zamora carecen de este último y van languideciendo.

Cita de: anantic en Mayo 10, 2006, 02:17:45 AM
¿Y por qué no piensas en verde y te lo cuento con una cerveza?. Mira que horas.

Prefiero pensar en el color tostado de la malta de una, precisamente, cerveza de abadí­a religiosa. Una Grimbergen Optimo Bruno, o en su defecto la Trippel, es lo más apropiado para una conversación profunda. La verde, por no hablar de la "probablemente, mejor cerveza del mundo", las fabrico en casa metiendo una lata de birra Lidl bajo el agua del grifo.




Tú todo lo que no entiendas, me lo dices que yo te lo doy picadito y sin miga.

bocanegra

Es posible que acepte la invitación. Hoy me apetece un buen cuscús, y no estarí­a mal acompañarlo de una crema de puerros. Mientras comemos, tú me intentas convencer de que el influjo eclesiástico ha sido el único en provocar el anquilosamiento y decadencia de esas ciudades, y yo procuraré no distraerte demasiado con explicaciones etimológicas. Me llevaré algunas en el zurrón para amenizar la velada, desde el espí­ritu excelso y eterno hasta lo más húmedamente carnal.

Casio

Muy interesante, pequeña saltamontes.

Aún siendo cierto que es la Iglesia la que corta el bacalao en esto de simbolizar la nueva ideologia modificando la fisonomia urbana de las ciudades españolas a mí­ siempre me llamó la atención el palacio de Carlos V en Granada:






Es el cuadrado gordo con un circulo enmedio, plantado como una bandera de combate entre 
arrayanes .

Para construirlo Carlos V destruyó parte de los antiguos edificios nazaries. Se trataba de simbolizar la victoria de el Occidente cristiano sobre el pasado que se desea olvidar. El edificio es pura racionalidad renacentista. 
 La imposición triunfante de la escuadra y cartabón sobre el sedimento orgánico creado por alarifes anónimos.


esto



Es vencido por esto




La desamortización de Mendizabal, fue uno de los pocos actos realmente revolucionarios de los que ha disfrutado el pais. Y la quema de iglesias parece indicar que la simbolización urbana no dejó indiferente a nadie.

anantic

 
 Me tienes silvestre, Casio.

 
 La Alhambra cargada de connotaciones de exaltación, fe y poder islámico, obtuvo su respuesta de quien se sentí­a heredero de los últimos cruzados -¡y de qué manera asumí­a Carlos V las herencias!- incluso él mismo portagonizaba todaví­a en el Mediterráneo la lucha contra el infiel. Seducido, sin duda, por el impresionante conjunto cargado de espiritualidad, Carlos V decide establecer la corte en Granada. Rodeado de los mejores arquitectos del momento, a la cabeza el toledano Machuca, su ideal estético para el proyecto es claro, todo un ideal imperial, afortunada o desafortunadamente, inacabado.

 
 En efecto, la combinación de cuadrado y cí­rculo que componen la plata del edificio, viene avalada desde finales del s. XV por tratadistas italianos como Francesco di Giorgi Martini, quien la propone de modelo para una villa apropiada para prí­ncipes. Un importante antecedente clásico lo apoya el casino circular de la Villa de adriano en Tí­voli, cuyo diámetro del patio circular (42 metros) coincide curiosamente con el de Carlos V.







 
 Esta misma referencia y la misma determinación compositiva del elemento circular, concebido para no ser cubierto, no ha podido por menos que servir de piedra de toque para las más recientes y elaboradas reflexiones crí­ticas acerca del significado global del palacio puestas en relación con la catedral de Granada, en el sentido de que se trata de dos rotondas, una cubierta -la de la catedral- y otra descubierta, la que aquí­ comentamos, ambas con referentes romanos (el Panteón y Villa Adriano), que permiten establecer la hipótesis de una "translatio"
del centro polí­tico y cultural de la "Roma pontificia"
a Granada, o la idea de un universo nuevo basado en el principio imperial de la "universitas christiana".

nuagazezo

CitarAún siendo cierto que es la Iglesia la que corta el bacalao en esto de simbolizar la nueva ideologia modificando la fisonomia urbana de las ciudades españolas a mí­ siempre me llamó la atención el palacio de Carlos V en Granada:


Muy ilustrativo el hilo, gracias anantic. Pero sigue sucediendo hoy lo mismo? Hoy las ciudades se configuran entorno al nuevo sí­mbolo que son los grandes centros comerciales, las nuevas iglesias del consumo del S. XXI, donde no existe el frio ni el calor, ni el dí­a, ni la noche. Que vacian el centro de las ciudades del pequeño comercio y lo convierten en lugares donde la convivencia no tiene espacios ya que estos son ocupados por la marginación.
Y aquí­ pegarí­a algún texto de Vicente Verdú que tiene cosas escritas muy interesantes sobre el particular, pero voy a procrastinar un rato.
;)

anantic

Cita de: nuagazezo en Mayo 15, 2006, 11:29:33 AM
CitarAún siendo cierto que es la Iglesia la que corta el bacalao en esto de simbolizar la nueva ideologia modificando la fisonomia urbana de las ciudades españolas a mí­ siempre me llamó la atención el palacio de Carlos V en Granada:


Muy ilustrativo el hilo, gracias anantic. Pero sigue sucediendo hoy lo mismo? Hoy las ciudades se configuran entorno al nuevo sí­mbolo que son los grandes centros comerciales, las nuevas iglesias del consumo del S. XXI, donde no existe el frio ni el calor, ni el dí­a, ni la noche. Que vacian el centro de las ciudades del pequeño comercio y lo convierten en lugares donde la convivencia no tiene espacios ya que estos son ocupados por la marginación.
Y aquí­ pegarí­a algún texto de Vicente Verdú que tiene cosas escritas muy interesantes sobre el particular, pero voy a procrastinar un rato.
;)


La "orientación histórica"
dentro de este hilo de Casio, es sorprendente. Como bien apunta, todo esto cambia de signo con la desamortización de Mendizábal.
 
 Hasta ahora, y desde que comencé con la cita de Lipovetski, lo que estamos 
tratando de explicar es el tipo de ciudad que hemos heredado, la que habitualmente llamamos histórica, patrimonial. Pese al largo excurso historicista que llevamos, estamos hablando del lenguaje del triunfo en lo estético, para mostrar que la huella que nos ha dejado el espí­ritu de la Contrarreforma, no sólo es, como habitualmente se dice, un movimiento que renueva la estructura ideológica y moral de la Iglesia, sino, sobre todo, algo más, un ordenamiento simbólico que materializa sus presupuestos en la realidad geofí­sica, económica y social de las más importantentes ciudades españolas, imprimiendo en ellas un carácter, un signo gravemente transcendente, cuyo superior destino en nuestro propio tiempo ahora debemos de explorar.

 
 Podemos afirmar y construir así­ la hipótesis central de este medio hilo. A saber, que ese "aura metafí­sica"
que envuelve las viejas ciudades españolas, fuerza una suerte de filosofí­a general con que se abordará entre nosotros los lugares consagrados de la memoria, el mundo patrimonial heredado.

 
 Hay una época en que esa recepción de lo que el pasado español en verdad significa es singularmente densa, importante. En la primera mitad del siglo veinte se puede decir que las ciudades patrimoniales españolas respiran un aura que es de inmediato captada por los discursos de representación, que enseguida la toman como objeto ideal, como paisaje de sus inspiraciones, como campo de vivencias, como lugar central, incluso, también, según sabemos, de las organizaciones biográficas.

 
 Pues esto siempre nos debe de asombrar en el caso de muchos de nuestros intelectuales y artistas de esa primera mitad del XX, de los que definitivamente hemos heredado nuestro concepto de una singular y tormentosa vida española. El que, desdeñando la posibilidad abierta de las grandes capitales del pensamiento y la acción, trasladen sus vidas a los ámbitos modestos de estas ciudades patrimoniales españolas, en las que logran tramar su vida y su obra en una suerte de diálogo tenso frente al pasado. Así­ tal Falla, tal Unamuno, de igual modo que el Machado de Soria, el Zuloaga de Segovia, el Gabriel Miró de la jesuí­tica Orihuela, el Azorí­n que convirtió Monóvar en el centro de su mundo narrativo.

 
 Pero ahora que sabemos de dónde procede en realidad la ciudad histórica española, tal y como se presenta todaví­a hoy a nuestros ojos, es preciso preguntarse también de dónde viene su poética, su estética y hasta su misma ética. Y hay que decir a este 
respecto que esa dimensión discursiva sobre la ciudad, esta dimensión razonante, dirí­amos, sobre sus realidades mito-poéticas, ha sido construida enteramente entre nosotros, precisamente a lo largo de la primera mitad del s. XX, cortada bruscamente por la Guerra Civil.

 
 Es en esa franja cronológica, donde los más potentes creadores sitúan sus visiones peculiares, e, influenciados por la densidad misma que adquiere la herencia histórica y artí­stica, abren entonces una reflexión tensa, dramática, "fuerte", en la que estas ciudades, marcadas a fuego por la simbologí­a de lo transcendente, adquieren el papel del espacio de un drama coral y a la vez í­ntimo.

 
 Pues es cierto en ellas que lo que se visualiza en aquel tiempo es el desenvolvimiento trágico, el sinsentido y hasta la inviabilidad misma de los destinos personales, así­ como una cierta fatalidad de que se adorna la historia colectiva española, siempre susceptible de ser interpretada en términos de decadencia, de venida a menos, de melancólica disolución de una empresa gigantesca y desmedida.

 
 En suma, en términos benjaminianos, los "lugares de memoria", al menos los más caracterí­sticos y siginificados, son vistos como "espacios de ruina y catástrofe". Esta es, prioritariamente considerada, la visión que imponen aquellos que no creen, como tantas veces les pasa a los nuestros, en los mitos del progreso y la modernización.

 
 La ciudad histórica se presenta así­ a los ojos de aquellas generaciones del primer medio siglo, bajo la cobertura de constituirse siempre en una suerte de "capital del dolor";
lugar donde se realiza la percepción de la estructura fí­sica de un objeto o mundo, prioritariamente sentido como melancólico.

 
 "El dolor intelectual (la melancolí­a) exige su propio decorado", habí­a escrito Rodembach, que por aquellos años construye con Brujas, la muerta, la novela que ha tratado con más intensidad de teorizar sobre la adecuación entre el espacio y el ánimo interno, estableciendo con su simbolismo una evidente relación carnal entre el espí­ritu y el ámbito que le soporta y mantiene.

 
 Y es justamente por ello que esta visión anima la idea de decadencia latente, que es desde luego central como valor sustancial que se hace preciso conectar con el aura que exhala la ciudad del pasado. Es en ese ámbito de decadencia, decrepitud y melancolí­a activa, desde donde los poetas, como el Machado de los Campos de Castilla, levantan su canto funeral, su elegí­a pasatista, en la que la estructura de la historia y los monumentos e hitos alcanzan un papel trascendental.

 
 La ruina, el abandono, la desidia de que se invisten las viejas ciudades españolas, se sitúa entonces como teatro de la condición melancólica, la condición intelectual por antonomasia. El intelectual de principios de siglo se ve como esa conciencia melancólica de la ciudad, que vive y potencia en ella su peculiar travesí­a por los signos del pasado.

 
 Se trata del "guardián del pasado"
que desarrolla, en términos proustianos, una nostalgia activa e incurable por el "tiempo de las catedrales". Intelectuales de una estirpe que podí­an reconocer en el proceso material y técnico al verdadero "asesino de las catedrales", al liquidador de Dios y de su huella en la tierra.

 
 Un autor menor de la generación del 98 -Manuel Gálvez- escribe por aquel entonces en su Solar de la raza (1912):

 
 
 
 
 
"Segovia, Toledo, Venecia ¿por qué no quedan eternamente para
 
 
 
 
 
 servir de refugio, en las intemperies de la vida moderna (que son
 
 
 
 
 
 de las que tú nos hablas, nuagazezo), a los soñadores incurables,
 
 
 
 
 
 a los vencidos, a los atormentados por la inquietud espiritual?".

 
 En efecto, se trata de la construcción simbólica de quiméricas o virtuales "patrias espirituales". La mirada cargada de sentido (que "encuentra"
el sentido en la deriva por la ciudad del pasado), deviene sin ambages ni ocultación en una mirada trágica, pues inevitablemente ante ella se le ofrece la historia como la historia del sufrimiento de la humanidad, y se muestra visualizada la evidente frustración que recibe el impulso heroico y sobredeterminado. De nuevo aquí­ el aire penitencial, purgativo, que supieron imprimir a sus intervenciones urbaní­sticas las viejas ordenes de la reforma hispana, colabora decisivamente al aire al establecimiento de esta percepción del ámbito, ello en tanto que lugar no-placentero, no hedonista.

 
 Si nos preguntamos por la constitución í­ntima de esta mirada o modo de percepción singularizada que se desliza, en Unamuno, en Azorí­n, en Miró, hacia el pesimismo y la melancolí­a y, también, la angustia metafí­sica, verí­amos como la misma se alimenta extraordinariamente del conflicto de las temporalidades, y hace basar toda su dialéctica, fundamentalmente, en el choque lógico que produce el percibir una perdurabilidad en la piedra que en modo alguno existe en el hombre.

 
 La ciudad histórica es condensación de estructuras despóticas, tensadas al lí­mite por una retórica del trompe l´oeil y de la persuasión. En ella, el "documento de cultura"
que es monumento es, al mismo tiempo, "documento de barbarie", que expresa la violencia del poder o la imposición jerarquizante ante la masa ciudadana.

Oddball

Cita de: nuagazezo en Mayo 15, 2006, 11:29:33 AM
CitarAún siendo cierto que es la Iglesia la que corta el bacalao en esto de simbolizar la nueva ideologia modificando la fisonomia urbana de las ciudades españolas a mí­ siempre me llamó la atención el palacio de Carlos V en Granada:
Hoy las ciudades se configuran entorno al nuevo sí­mbolo que son los grandes centros comerciales

Sí­ yo fuera Riofisa dirí­a que dios te oiga, porque no es verdad.

(Los centros comerciales no son polos de desarrollo urbaní­stico, si no mas bien al contrario, creo yo.)