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Bután

Iniciado por imParsifal, Mayo 03, 2006, 02:07:40 PM

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imParsifal

Uno de los libros de viajes que más me han cautivado fue el que escribió el primer occidental que consiguió visitar Bután. Desde entonces este pais me atrae muchí­simo. Pero como en el foro, las cosas allí­ han cambiado, os dejo este artí­culo increible y fascinante del que hay mucho para comentar y que sin duda es ejemplo de en que sentido está cambiando el mundo:

BUTíN / LA TELE ACABA CON EL PARAíSO
LA TELE ACABO CON SHANGRILA

Fue el primer periodista en contar la llegada de la televisión a Bután, un reino perdido en el Himalaya. Tras siete años, ha regresado y descubre que ya no es el paraí­so: violencia, drogas, divorcios... Hasta el rey cambió: abdicará y está dispuesto a que el pueblo suprima la monarquí­a. «No puedo asegurar que el heredero no sea un mediocre», dice

DAVID JIMÉNEZ (El Mundo, 2 de abril de 2006). Enviado especial a Bután

El piloto de la lí­nea Druk Air pide a los pasajeros que no se alarmen mientras esquiva los glaciares eternamente nevados del Himalaya e inicia la aproximación al aeropuerto de Paro. Es un descenso de vértigo en el que el avión se abre paso por los huecos que van dejando las montañas, planeando sobre valles sin nombre y aldeas perdidas. Así­ es Bután: el viaje ha merecido la pena antes de haber llegado;
antes de marcharte ya estás pensando en volver.
Y, sin embargo, no estaba seguro de querer regresar nunca al Reino del Dragón del Trueno tras visitarlo por primera vez hace siete años. El paí­s me pareció entonces tan inmensamente bello, el empeño de sus gentes por vivir aislados del mundo tan extraordinariamente terco, que temí­a encontrarme un lugar diferente al que guardaba en la memoria. ¿No serí­a mejor mantenerlo allí­, a salvo de la decepción de las segundas partes?
El motivo de ambos viajes a Bután ha sido el mismo: el rey Jigme Singye Wangchuck. En 1999 asistí­ al 25 aniversario de su coronación y a la llegada de la televisión a uno de los últimos rincones que se habí­a resistido al electrodoméstico más popular del mundo.El monarca habí­a decidido celebrar sus bodas de plata regalándole a sus súbditos una ventana a un mundo que les era ajeno, seguramente consciente de que con ello su reino jamás volverí­a a ser el mismo.
La decisión de regresar a comprobar si habí­a sido así­ vino el pasado mes de diciembre. Una nota perdida en un diario de Bangkok reproducí­a el discurso que más lágrimas ha provocado en la historia de Bután. El rey anunciaba su abdicación en 2008, la eliminación de todos los poderes reales y la cesión de un trono meramente simbólico a su hijo, el joven de 25 años Jigme Khesar Namgyal Wangchuck. «La monarquí­a no es el mejor sistema de Gobierno.Tiene muchos fallos», habí­a dicho Wangchuck abrazando un mensaje republicano que resonó en los palacios monárquicos de medio mundo.«Si el pueblo fuera afortunado, en el futuro podrí­a tener en el trono a una persona dedicada y capaz. Por otra parte, el heredero podrí­a ser una persona de habilidades mediocres e incluso un incapaz».
Bután, no habí­a duda, no era ya el paí­s que yo habí­a conocido siete años atrás. El rey tampoco.
En el aeropuerto de Paro me espera, como si no hubiera pasado el tiempo, Namgay. Mi guí­a en aquel primer viaje de 1999 hizo carrera trabajando en la elaboración de los inacabados mapas de Bután. Durante años recorrió a pie las montañas del paí­s para tratar de situar riscos, valles y aldeas de acceso imposible.El Gobierno premió su labor enviándole a Londres para formarlo como guí­a turí­stico y poco después lo empleó en la agencia turí­stica estatal, cuando el rey Wangchuck decidió abrir el paí­s a los primeros extranjeros a principios de los 90.
Namgay me pareció un buen ejemplo de la maravillosa inocencia de los butaneses. Recuerdo que entonces me contó que durante su viaje a Londres apenas salió de la habitación de su hotel.Habí­a descubierto la televisión y, fascinado ante aquel aparato, pasó los dí­as viendo guerras olvidadas que los noticiarios contaban en apenas unos segundos, siguiendo los amores rotos y reconstruidos una y otra vez por los guionistas de culebrones o contemplando situaciones para él incomprensibles como la transformación de un hombre en una mujer. «Por supuesto era un truco de magia, eso no puede existir. El mundo se terminarí­a», me dijo sobre su primer contacto visual con un transexual.
Pero aquel era el Namgay de ayer. El que me recibe hoy es la prueba misma de lo mucho que han cambiado las cosas. Me cuenta que tres años antes se divorció y que sus cuatro hijos viven con él. El año pasado estuvo en Tailandia de vacaciones gastándose los pocos beneficios de la agencia de viajes que lleva su nombre y que fundó tras despedirse de su trabajo gubernamental. Teléfono móvil en mano, se ha convertido en un hombre de negocios. «Nada es igual desde la llegada de la televisión», dice mientras me pone al dí­a de las novedades.
Es probable que ni siquiera el rey Wangchuck imaginara hasta qué punto la irrupción repentina de la televisión iba a confundir a su pueblo. Las estadí­sticas oficiales muestran que el crimen, el alcoholismo, la violencia y los embarazos no deseados entre los adolescentes han aumentado todos los años desde su llegada.
ROBOS Y ASESINATOS
El paí­s vive en estado de shock por el asesinato de un estudiante de 19 años a manos de una banda juvenil en la capital, Thimpu.La delincuencia sigue siendo anecdótica comparada con una gran ciudad europea, pero cada vez más padres tienen que ir a comisarí­a a buscar a hijos que han sido sorprendidos robando cosas que antes jamás habí­an deseado y que la tele ha convertido en necesarias: desde el último móvil a la camiseta de un jugador de la liga inglesa.
Cinco nuevas discotecas han abierto en Thimpu en un intento de entretener a una población extremadamente joven -el 70% de los habitantes de la capital tiene menos de 18 años- que busca acercarse al mundo distorsionado que le ofrecen las modelos de los Vigilantes de la Playa y los raperos de la MTV.
Las primeras ví­ctimas están siendo los trajes regionales -el batí­n (gho) de los hombres, la falda larga (kira) de las mujeres- que todaví­a le dan al paí­s ese ambiente medieval de reino anclado en el pasado. Jaudin, una joven de 18 años, asegura que no trata de ir contra las tradiciones cuando, nada más salir de casa los viernes, se cambia de ropa para reunirse con sus amigos en la discoteca Gravity. «Los vaqueros son más cómodos;
las minifaldas más sexy», dice provocando la risa de sus amigas. En la pista, los adolescentes bailan alocadamente mientras algunos yacen desmayados en la esquina de los borrachos.
Namgay asegura estar preocupado por el mayor de sus hijos. Pronto pedirá permiso para sumarse a las hordas de jóvenes que salen por las noches, una actividad que ninguna otra generación de butaneses habí­a disfrutado antes y que está provocando agrios debates en las familias. «En Bután, durante décadas, hemos usado la marihuana para alimentar a los cerdos, porque les abre el apetito y engordan», explica Namgay. «Pero ahora los jóvenes se lo fuman y están todo el dí­a en las nubes. No quiero eso para mis hijos».
El anuncio de la abdicación del rey no podí­a haber llegado en peor momento para los mayores. Muchos temen que la lenta eutanasia monárquica emprendida por Wangchuck les deje sin una figura paterna que creen necesitar más que nunca entre tantos cambios. El monarca ha respondido a las preocupaciones de los suyos acelerando un proyecto que incluye el establecimiento de la jubilación de próximos reyes en los 65 años y la incorporación en la futura Constitución de un artí­culo que permitirá borrar la institución monárquica para siempre mediante referéndum si así­ lo decide el pueblo.
REY A SU PESAR
Jigme Singye Wangchuck, aún joven a sus 51 años, se marcha sin que nadie se lo haya pedido y con la devoción popular por su figura intacta. Nunca ha sido un rey como los demás. La muerte de su padre le convirtió en el todopoderoso a los 16 años y poco después abolió reglas que según él le alejaban de sus súbditos: mirar al rey a los ojos dejó de ser delito y las nueve reverencias obligadas en las audiencias fueron reducidas a una.
Wangchuck se reservó algunos privilegios -eligió como esposas a cuatro hermanas que hoy viven en cuatro palacios diferentes- y siguió con las reformas. Estableció la escolarización obligatoria, abrió el paí­s al turismo, estrenó la televisión e internet y, más recientemente, convirtió a Bután en el primer paí­s del mundo en prohibir totalmente el tabaco. El final del largo proceso de apertura concluirá dentro de dos años con elecciones generales y la formación de un Gobierno que, por primera vez desde la instauración de la monarquí­a hereditaria en 1907, no tendrá que responder ante el rey. El objetivo es llegar a lo que Wangchuck ha definido con su célebre frase, hoy cita de cabecera de los polí­ticos, de buscar la Felicidad Nacional Bruta (FNB) en lugar del Producto Nacional Bruto (PIB).
Uno de los primeros indicios que ha llevado al Gobierno a pensar que quizá la televisión no está aportando mucho a ese original FNB ha surgido en las escuelas. Los profesores denuncian el aumento de la violencia en sus clases y las continuas peleas en las horas libres. Algunos padres llegan a sus casas del trabajo y se encuentran el salón patas arriba. «Los niños ven la lucha libre americana por televisión y luego la imitan en el colegio o en casa. No comprenden que en la televisión esos combates son una mera representación», admite Rinzi Dorji, director de la empresa de televisión por cable local Sigma. Kinley Dorji, director del único periódico local, el semanario Kuensel, describe la llegada de la televisión a Bután como un «bombardeo aéreo» sobre la identidad cultural de los butaneses.
Para un paí­s pequeño y remoto, que se mantuvo encerrado en sí­ mismo durante siglos, el cambio en los valores sociales está yendo mucho más rápido de lo que sus habitantes, sobre todo los jóvenes, pueden asimilar. Nuevos salones de belleza han abierto en cada esquina de la capital prometiendo a las mujeres una figura delgada y aspecto de actriz occidental.
El director de Kuensel asegura que hasta hace poco un hombre se giraba al ver pasar a una mujer grande y fuerte, identificada por la cultura local como una madre protectora capaz de cuidar de sus hijos y de trabajar el campo. «Ahora ese tipo de mujer es considerada fea. Son las mujeres que antes eran ridiculizadas por su delgadez las que llaman la atención», explica Dorji.
El Gobierno encargó en 2003 un estudio sobre el impacto de la televisión para tratar de arbitrar en la polémica sobre sus efectos y llegó a una conclusión que deja el debate en tablas: sí­, la caja tonta está deteriorando rápidamente las tradiciones y la cultura local, pero a la vez ha servido para conectar a los ciudadanos con el mundo y darles una educación global que puede ayudar a desarrollar el paí­s.
La tele, en realidad, se ha limitado a enfrentar a los butaneses ante una encrucijada que tení­a que llegar tarde o temprano y que también afecta a los habitantes de las remotas islas del Pací­fico o a las tribus amazónicas. ¿Progreso o tradición? ¿Es posible lo primero sin sacrificar lo segundo? ¿Cómo?
Bután, uno de los paí­ses más pobres del mundo, atrapado entre los gigantes indio y chino y con una población un 90% rural, no tení­a otra elección que aceptar el reto. Los reinos del Himalaya que no se han abierto al mundo a tiempo han sido engullidos por las potencias vecinas. Para los demás, incluidos Nepal y Bután, modernizarse ha sido una cuestión de supervivencia.
El paí­s, pues, se ha puesto en marcha. Miles de trabajadores, la mayorí­a inmigrantes indios, crean la primera carretera de dos carriles de todo el reino. Decenas de nuevos edificios están en construcción en Thimpu -todos respetando escrupulosamente la construcción tradicional- y el primer centro comercial fue recientemente inaugurado en la avenida principal. Entre los hoteles que han surgido de la nada hay cinco de la cadena Amampuri, una de las más lujosas del mundo.
La economí­a nacional es, después de China y La India, la de mayor crecimiento de Asia con saltos anuales superiores al 6%. Thimpu sigue teniendo cierto ambiente de pueblo con sus 99.000 escasos habitantes -la única capital del mundo sin semáforos-, pero los primeros atascos han empezado a formarse en horas punta. Mi hotel, céntrico, cuenta con internet inalámbrico y, en un golpe cruel para quienes seguimos idealizando el mito de Shangri-la, nada más llegar al paí­s recibí­ una llamada del periódico en mi móvil.
Mi buen guí­a, Namgay, no tiene estudios para realizar un gran análisis sociológico sobre Bután, pero encuentro la sabidurí­a de la vida en cada una de sus frases. Podrí­a haberme ahorrado la lectura de los informes oficiales y las entrevistas con los grandes tecnócratas.
Namgay sabe que Bután no será nunca igual porque sus amigos ya no se reúnen para tomar cervezas por las tardes. La gente no se junta como antes porque todo el mundo tiene algún programa de televisión favorito que no puede perderse. Una buena conversación no puede competir con el último partido de la Liga de Campeones, menos aún con una pelí­cula de Angelina Jolie.
Pero tampoco Namgay tiene ya historias increí­bles con las que asombrar a sus vecinos, como cuando volvió de Londres y narró ante la sorpresa de los suyos que habí­a visto la transformación de un hombre en una mujer. «Un truco de magia fantástico», les dirí­a. No es tanto que la televisión haya cambiado a Namgay o a Bután, sino que les ha robado una inocencia que tení­an todo el derecho a dejar atrás.
«Antes ni siquiera podí­amos imaginar cómo eran las cosas lejos de estas montañas. Nada existí­a más allá. El rey nos dio la oportunidad de conocer el mundo a través de la televisión y ahora depende de nosotros saber aprovechar esa oportunidad», dice Namgay la noche antes de mi partida. Si para él, como para la mayorí­a, la abdicación de Jigme Singye Wangchuck es el cambio más difí­cil de aceptar es porque representa mejor que ningún otro la realidad: nada volverá a ser lo mismo.
Al dejar el Reino del Dragón del Trueno, cruzando de nuevo el Himalaya a bordo del avión de Druk Air, tratando de recuperar en mi memoria el Bután de la primera vez, vuelvo a pensar en ese rey que nunca quiso serlo. Y me pregunto si Wangchuck no trajo la televisión a su reino, abriendo una ventana al mundo exterior, para enseñar a su pueblo a vivir sin él.
CASI UN SIGLO DE REYES
Cuatro reyes han ocupado el trono de Bután desde que en 1907 se estableció la monarquí­a. Son, de izq. a dcha y de arriba abajo: Gongsa Ugyen Wangchuck, Jigme Wangchuck, Jigme Dorji Wangchuck y Jigme Singye Wangchuck, el rey actual, quien ya ha anunciado que abdicará en 2008.
TRAS SIETE AÑOS CON TELEVISION
La televisión llegó a Bután el 3 de abril de 1999. Prohibida hasta entonces, fue un regalo del rey por el 25 aniversario de su coronación. Siete años después, los detractores de la «caja tonta» creen que está deteriorando rápidamente las tradiciones y la cultura local: el crimen, el alcoholismo, la violencia y los embarazos no deseados han aumentado todos los años desde su llegada. Los defensores, por contra, dicen que ha contribuido al desarrollo de Bután al conectar a este reino casi medieval con el resto del mundo.

Dan


Ariete

Pues precisamente acaban de estrenar hace un par de semanas un documental, "Dragon house", de producción española, que describe ese paí­s y muestra todos esos cambios que ha traido la modernidad. Yo estoy esperando a ver cuando sale en el emule para verlo.

http://cine.lycos.es/peliculas_listado2.php?orden2=The_Dragon_House

fumanchu

el mejor libro de viajes, las cartas de relación de méxico de Hernán cortés a SM charlie the first, siempre que en tus viajes vayas pensando en como conquistarí­as a los nativos.

ejemplo, descripción de tenoxtitlán:

"Esta gran ciudad de Temixtitán está fundada en esta laguna, y desde la Tierra Firme hasta el cuerpo e la dicha ciudad, por cualquier parte que quisiesen entrar en ella, hay dos leguas. Tiene cuatro entradas, todas de calzada hecha a mano, tan ancha como dos lanzas jinetas. Es tan grande la ciudad como Sevilla y Córdoba. Son las calles della, digo las principales, muy anchas y muy derechas, y algunas destas y todas las demás son la mitad de tierra y por la otro mitad es agua, por la cual andan en sus canoas, y todas las calles, de trecho a trecho, están abiertas, por do atraviesa el agua de las unas a las otras, e en todas estas aberturas, que algunas son muy anchas, hay sus puentes, de muy anchas y muy grandes vigas juntas y recias y bien labradas, y tales, que por muchas dellas pueden pasar diez de caballo juntos a la par. E viéndo que si los naturales desta ciudad quisiesen hacer alguna traición tení­an par ello mucho aparejo, por ser la dicha ciudad, edificada de la menera que digo, y que quitadas las puentes de las entradas y salidas nos podrí­an dejar morir de hambre sin que pudiésemos salir a la tierra, luego que entré en la dicha ciudad di mucha priesa a facer cuatro bergantines, y los fice en muy breve tiempo, tales que podí­an echar trecientos hombres en la tierra y llevar los caballos cada vez que quisiésemos."


Pornosawez

Cita de: laura_m en Mayo 03, 2006, 03:57:20 PM
Qué bonito. Parece Gabriel Garcí­a Márquez contando la llegada del tren a Macondo.

Precisamente por eso es igual de ficticio.

Los periodistas no pasan del estadio turistas en sus crónicas.

Así­ les va.
"España es el paí­s donde más fácilmente se puede hacer uno rico"

Carlos Solchaga