Nuevos vientos, viejas tempestades: el cognitariado, el precariado y el negado

Iniciado por Kamarasa GregorioSamsa, Noviembre 19, 2008, 07:46:38 PM

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Kamarasa GregorioSamsa

Porfirio, ¿no querí­as temas "sociales"? Pues venga, temas sociales:

Buenos Aires, 24 de mayo de 2006

De: PEDRO CAZES CAMARERO

Queridos compañeros:

Les escribo para agradecerles vuestra invitación al acto de conmemoración al cuadragésimo primer aniversario de la fundación del Partido Revolucionario de los Trabajadores. Aquellos que pertenecimos al PRT-ERP compartimos sin duda los recuerdos de innumerables combates contra el capitalismo, por la emancipación de nuestro pueblo y la construcción de la sociedad de la sabidurí­a, la belleza y la solidaridad humana: la sociedad comunista. También compartimos el recuerdo emocionado de centenares y miles de amados compañeros revolucionarios, caí­dos en nuestra lucha determinada contra las fuerzas de la oscuridad y la reacción.



Con el respeto que por ello se merecen, deseo ofrecerles algunas reflexiones, destinadas a hacer explí­cito cierto cuerpo de ideas que impregnan la etapa histórica actual y que, a mi parecer, deberí­an tenerse en cuenta al determinar la estrategia y las tácticas para el futuro inmediato.

Nuevos vientos , viejas tempestades

Esbozo popular sobre las ideas renovadoras dentro del pensamiento revolucionario

Pedro Cazes Camarero, mayo de 2006



El retraso de la interpretación teórica respecto de los dramáticos cambios contemporáneos ya no es tan verdadero en el seno de los movimientos revolucionarios como hace un par de décadas, debido a que desde ámbitos académicos y polí­ticos han surgido creativos aportes para interpretar las actuales condiciones de la lucha de clases. Se mantiene sin embargo cierta dificultad para llevar estas nuevas ideas al grueso de los militantes, porque en muchos casos han sido expresadas con cierta complejidad [vaya, hombre].

Este breve ensayo intenta acercar con sencillez algunos de tales aportes, sin perder la riqueza originaria, y sin tener la pretensión de reemplazar el estudio de los originales.

En primer lugar, durante estas décadas han ocurrido cambios profundos, de alcance planetario, por lo que el escenario polí­tico y social, nacional e internacional, se ha modificado dramáticamente. Mencionando a los más importantes, el hundimiento del área del socialismo "real" y la transformación del capitalismo monopolista-imperialista en capitalismo tardí­o.

La caí­da y disgregación de la URSS y la mayorí­a de los paí­ses de su área de influencia, nos muestra que - al contrario de lo que pensábamos - las revoluciones pueden resultar reversibles si no se profundizan permanentemente, lo cual, en términos concretos, habla de pasar del capitalismo de Estado a la liquidación de éste y la instauración de una auténtica democracia proletaria: el comunismo.

En los años sesenta, todaví­a el capitalismo monopolista aspiraba no sólo al dominio imperial sobre el mundo, sino que ocupaba todos los intersticios, tanto del área central como de la periférica. La caí­da implacable de la tasa de ganancia iba siendo neutralizada con medidas provisorias, de corta duración, hasta que a comienzos de los años setenta se desencadenó una crisis que todos los marxistas consideraron importante en términos cuantitativos, pero cuya profundidad cualitativa no se llegó todaví­a a comprender, por lo menos de modo generalizado.

El "Consenso de Washington" se propuso una serie de metas para que, a través de gobiernos derechistas como el de Reagan y Margaret Tatcher, se produjera la reconversión del capitalismo en los paí­ses centrales, aumentando la extracción de la plusvalí­a relativa en esas formaciones económico-sociales, y aumentando la composición orgánica y técnica del capital; mientras que en los paí­ses periféricos como el nuestro, dictaduras militares fascistoides generaban un aumento de la masa total de plusvalí­a a través del aumento de la plusvalí­a absoluta, utilizando métodos de guerra civil abierta para imponer sus mandatos sobre las amplias mayorí­as de la población.

Lo que los ideólogos capitalistas denominaron por entonces como "la globalización", fue estructuralmente el pasaje de la etapa monopolista-imperialista a la etapa del capitalismo tardí­o. Así­ como en el pasaje del capitalismo de "libre concurrencia" al capitalismo "monopolista-imperialista", hubo aspectos esenciales del modo de producción capitalista que fueron respetados, y al mismo tiempo, otros aspectos muy importantes cambiaron profundamente, en este nuevo cambio de etapa la naturaleza profunda, explotadora, del capitalismo (la apropiación privada del fruto del trabajo social) no se ha modificado un ápice, aunque ciertas determinaciones (que muchos creí­amos que difí­cilmente cambiarí­an) soportaron mutaciones fundamentales.

Tal vez el cambio más importante se dio en la naturaleza de la clase obrera, el sujeto histórico de la revolución. El proletariado como clase nació con el trabajo asalariado en las formaciones sociales precapitalistas, pero se independizó (respecto al conjunto del pueblo y de los pobres urbanos) solamente cuando fue "puesta" como su contrario dialéctico por la burguesí­a triunfante. Sin embargo, dado que "el ser social determina la conciencia", las formas especí­ficas de la explotación fueron determinando las formas de la conciencia proletaria acerca de sí­ y del resto de la sociedad.

Así­, aunque la infancia de la clase obrera se desenvolvió con el trabajo a domicilio y las fábricas manufactureras a fines del siglo XVIII (que utilizaban tí­picamente las técnicas artesanales de la época feudal), fue el maquinismo y la "gran industria", descritos clásicamente por Marx y Engels, los que reunieron grandes cantidades de trabajadores en un solo lugar, donde estaba tan claro el carácter social de la producción (la coordinación de trabajadores cooperando entre sí­) como el carácter privado (y por lo tanto irracional) de la apropiación del fruto de ese trabajo.

El pasaje del capitalismo de libre concurrencia al capitalismo monopolista (con la fusión del capital bancario y el industrial como capital financiero) se produjo al mismo tiempo que la segunda revolución industrial, cuando la máquina de vapor fue reemplazada paulatinamente por el motor de combustión interna y la electricidad. Las condiciones de explotación en la gran industria sufrieron por entonces una dramática reorganización cuyo sí­mbolo es la lí­nea de montaje y que fue conocido como "fordismo" (por el empresario Henry Ford que la aplicó con éxito en Estados unidos a comienzos del siglo XX). El carácter piramidal y autoritario del dispositivo fabril se reforzó hasta el paroxismo.

Sin embargo, el aumento de la composición orgánica y técnica del capital en esas unidades avanzadas de producción, disminuyó la proporción de trabajo necesario (salarios) en el total del capital invertido, por lo cual también resultó menos enérgica la presión patronal sobre la explotación directa (extracción de plusvalí­a absoluta) y permitió obtener con menos esfuerzos ciertas conquistas históricas como la jornada de ocho horas, mucho más difí­ciles en las pequeñas unidades productivas de tecnologí­a atrasada.

El leninismo resumió la comprobación de que la gran fábrica es implí­citamente un gigantesco dispositivo educativo que disciplina al trabajador y predispone a las personas, a lo largo de muchos años, a trabajar unidas y coordinadamente; lo cual, aunque beneficia obviamente al explotador, genera sin embargo las condiciones subjetivas para que los obreros empleen esas cualidades y saberes en su propia organización autónoma de clase, destinada a enfrentar al propio capitalista.

Sin embargo, sostiene el leninismo, el proletariado por sí­ solo no logra superar organizativamente la conciencia sindical, esto es, la lucha por la disminución de la explotación, pero no avanza espontáneamente hacia una negación global del sistema capitalista, o sea la desaparición completa de la explotación. En otras palabras, no pasa de la conciencia sindical a la conciencia polí­tica, a la reivindicación de la colectivización de los medios de producción y a la toma revolucionaria del poder.

Este ambicioso programa, sostiene el leninismo, debe introducirse en el proletariado desde el exterior, a través de la acción educativa, organizativa, propagandí­stica y agitativa del partido revolucionario. Sin descartar las formas cualitativamente inferiores de organización, como los sindicatos, el partido revolucionario proletario constituye una organización de nuevo tipo en la historia humana. Partiendo de la constatación marxiana de la inutilidad de la burguesí­a en el proceso de la producción y reproducción de la riqueza y los conocimientos, y apropiándose de la experiencia de la gran fábrica capitalista, se propone organizar los destacamentos de la clase obrera con la misma disciplina y eficacia, tomando la fábrica como modelo general.

El partido revolucionario leninista, a través de sus intelectuales orgánicos, introduce la cuestión polí­tica del poder desde el exterior del proletariado, superando la conciencia sindicalista espontánea de la clase. Expropiando las formas organizativas de la fábrica "fordista", los hábitos de disciplina y cooperación creados por ésta, pone al servicio de la revolución su potencia y eficacia.

Sin embargo, la gran fábrica "fordista" que conocieron Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci y otros lí­deres revolucionarios de comienzos del siglo XX, no constituye la forma final de la organización productiva capitalista. La "tercera revolución industrial", que ha introducido la electrónica (computadoras, automatización de la producción), ha generado las condiciones para dramáticas modificaciones en las condiciones de explotación, en la organización y naturaleza del trabajo, en la vida cotidiana de los asalariados y, dado que "el ser social determina la conciencia", como vimos más atrás, en la percepción que los trabajadores tienen de sí­ mismos y de la sociedad donde se desenvuelven.

Muchos marxistas se resisten a aceptar que estos cambios sean realmente tan importantes. Creen que, en el fondo, este espectáculo ya lo hemos visto. Después de todo, un salto hacia delante en la composición orgánica y técnica del capital ya se habí­a producido hace un siglo, con la segunda revolución industrial. Muchas cosas cambiaron, es cierto, al compás de esos adelantos técnicos, en la vida del trabajador y en la sociedad capitalista; pero lo esencial, esto es, la explotación, la expropiación de la plusvalí­a por los capitalistas, siguió adelante sin mayores cambios.

Eso es cierto, en el sentido de que la esencia del capitalismo sigue sin duda siendo la misma, y que la burguesí­a continúa su labor expoliadora, cada vez más bárbara e insensata, siempre imperturbable, soberbia y segura de sí­. Sin embargo, las modificaciones en las modalidades de organización del trabajo, los cambios en las condiciones de explotación, son de magnitud tal, que es necesario constatar que nos encontramos ante una tercera etapa en la evolución del sistema mundial capitalista, comparable a la etapa del "capitalismo de libre concurrencia" y a la etapa del "capitalismo monopolista-imperialista". Si existe acuerdo, podrí­amos denominar esta nueva etapa como "capitalismo tardí­o" (lo cual sugiere a la vez dos de los aspectos más visibles de esta modalidad del sistema: a) que es una etapa de decadencia irreversible; b) que es la etapa final, que no será sucedida por otra etapa capitalista sino por un cambio revolucionario del sistema, el cual ya no podrá adaptarse a las innovaciones por él mismo generadas).

La caracterí­stica de la fábrica industrial avanzada, en el capitalismo tardí­o, consiste en la acentuada separación entre el trabajador y el objeto producido, de manera tal que nunca fue experimentada por el operario corriente de las lí­neas "fordistas" de producción. El obrero de la fábrica altamente automatizada controla el "trabajo" de los robots industriales y permanentemente está tomando decisiones y elaborando "tácticas" productivas en base a su formación cientí­fico-técnica y su experiencia de articulación informática. Por todos esos motivos, se trata de un trabajador que actúa respecto a su trabajo de manera muy diferente que el disciplinado soldado de la lí­nea de montaje, sin dejar de constituir un proletario explotado por el capitalista, al igual que su hermano de tres generaciones atrás.

Este proletario de nuevo tipo es más o menos abundante de acuerdo a la formación económico social; por ejemplo, más numeroso en los centros que en las periferias, y coexiste con el viejo proletariado "fordista" y otras formas de explotación más arcaicas todaví­a. Su relativa debilidad cuantitativa, debida a que las áreas invadidas por la fábrica industrial avanzada van aumentando lentamente, no debe confundirnos: su existencia, su presencia, es dominante respecto a las demás tipologí­as de explotación porque determina la manera cualitativamente más avanzada de dominación de la clase burguesa no ya sobre el proletariado sino sobre el conjunto del cuerpo social.

Ahora bien, debemos llamar la atención acerca de un aspecto especialmente novedoso de la situación descripta: por vez primera, el capitalista es desplazado por completo al exterior del proceso productivo, ha sido privado de su ancestral privilegio de "organizador del trabajo" y de ostentar el monopolio del saber y de las tomas de decisiones. Con el objeto de mantener la tasa de plusvalí­a, el capitalista se resigna a ceder esas funciones al trabajador y queda reducido definitivamente al mí­sero papel de parásito, cortador de cupones de las acciones societarias o dueño de la renta bancaria, que en fondo siempre tuvo, pero ahora sin el camuflaje de "oficial del ejército de trabajadores" que poseí­a en las etapas anteriores de la evolución del modo capitalista de producción.

Por todo ello, algunos teóricos marxistas han dado en llamar "cognitariado" a este proletariado de nuevo tipo, que ya ha expropiado al capitalista una de sus riquezas más preciadas para sostener su dominación de clase: el conocimiento y los hábitos rigurosos de pensamiento crí­tico, que capacitan a tomar decisiones operativas apropiadas, no ya a los cuadros especializados, sino al conjunto de la clase.

Además del "cognitariado", y como condición necesaria para la supervivencia del "capitalismo Tardí­o", coexisten también en esta etapa dos sectores explotados más: las ví­ctimas del "Trabajo Precario" y las del "Trabajo Negado". A diferencia del "capitalismo de Libre Concurrencia" y del "capitalismo Monopólico-Imperialista", en esta etapa final el capitalismo comienza a dejar poros o áreas de la sociedad a los que se siente impotente para explotar. Millones de personas antes empleadas con trabajo seguro y bien remunerado, son lanzadas a la calle y convertidas en desocupados u ocupados con trabajo precario.

Los nuevos desocupados no son iguales al viejo "ejército industrial de reserva", porque no sólo son mucho más numerosos, sino porque no tienen la menor posibilidad de volver a ser explotados, ya que sus lugares en la sociedad capitalista han desaparecido para siempre. Su desocupación es estructural. Los "precariados", por su parte, se hallan condenados a un trabajo en negro, inseguro, de jornadas interminables y pésimamente pagado. Entran y salen del conjunto de los habitantes del fondo del pozo, los desocupados, las ví­ctimas del "Trabajo Negado".

La condición de posibilidad de la extracción de plusvalí­a en este modelo terminal de capitalismo es precisamente la existencia, junto al cognitariado y al proletariado tradicional supérstite, de los desocupados estructurales ví­ctimas del "Trabajo Negado" y de la infinita masa de precariados cuyos salarios se hallan por debajo del "trabajo necesario" y por ello condenados a la indigencia crónica. En otras palabras, todas estas fracciones heterogéneas de la clase obrera se hallan articuladas estructuralmente, y la plusvalí­a es extraí­da por las clases dominantes de la totalidad de la mencionada configuración, pese a que existen, desde luego, tasas diferenciales de explotación.

Es de señalar la importante diferencia existente con la estructura de clases de los perí­odos previos, ya que tanto en el capitalismo de "libre concurrencia" como en el capitalismo "monopólico-imperialista", en principio, sólo los trabajadores del área productiva generan plusvalí­a, y los del área de servicios no lo hacen. En cambio, en la etapa terminal del capitalismo, la plusvalí­a es una emanación del conjunto de la sociedad, ya que, ahora, es imposible por completo establecer los bordes o separaciones entre sectores productivos, intelectuales o de servicios.

La clase obrera, por lo tanto, ha extendido en cierto modo su alcance a la totalidad de los trabajadores y marginados, y no se encuentra restringida en absoluto a los asalariados formales. Los propios desocupados estructurales también la integran, pese a no desarrollar actividad asalariada individualmente, debido a que en esta etapa, es la sociedad en su conjunto la que incorpora valor a la mercancí­a. Debido al alcance y heterogeneidad de los sectores involucrados, muchos teóricos tienden a designar a este conjunto con un nombre de connotaciones más amplias. Antonio Negri y otros autores, por ejemplo, prefieren la categorí­a de "Multitud", extraí­da de desarrollos premarxistas como los de Baruch Spinoza, a quien Hegel menciona como uno de los fundadores de la dialéctica moderna.

Personalmente, si es necesaria una nomenclatura innovadora, prefiero la designación de "Neoproletariado", debido a que la categorí­a de "Multitud" posee un nivel de abstracción que deja de lado un aspecto muy importante de la teorí­a marxista, que es la conexión entre la práctica laboral-productiva y su carácter protagónico en la lucha de clases, conexión que es especí­fica de la clase obrera y que el "Neoproletariado" hereda.

El destino implí­cito al que el sistema capitalista destina a todos las ví­ctimas del "trabajo negado" (desocupados estructurales) y de manera paulatina, a los "precariados", es la extinción fí­sica. Sin embargo, es posible observar que esta incontable masa de condenados, con creatividad admirable, se dan estrategias de supervivencia al margen de la sociedad mercantil que los condena. Se observa, pues, el surgimiento y consolidación de gran número de grupos que cooperan en la producción de valores de uso no destinados al intercambio mercantil, muchos de los cuales se articulan entre sí­ a fin de construir empí­ricamente redes de cooperación en las que los grupos individuales constituyen nodos más o menos laxos. Estos grupos y redes constituyen algunas de las manifestaciones de una ley fenoménica del capitalismo tardí­o, la aparición generalizada de la "autonomí­a".

Autonomí­a es un concepto que viene del griego y que significa "que genera su propia ley". Grupos autonómicos existen desde hace mucho, y no otra cosa eran las cooperativas, mutuales y organizaciones sin fines de lucro creadas durante el siglo XIX y comienzos de XX por las comunidades de inmigrantes, los arrendatarios rurales y los sindicatos, tanto en nuestro paí­s como en muchos otros de América y Europa. Sin embargo, a partir de finales del siglo XX, las condiciones sociales generadas por la globalización provocaron la aparición de un nuevo movimiento autonómico en todo el mundo, con peculiaridades locales muy marcadas.

En Europa, Canadá y Estados Unidos eclosionó el movimiento conocido como altermundista, destinado a enfrentar las salvajes medidas de la globalización neoliberal, que produjo grandes y originales movilizaciones en Sattle, por ejemplo, en Italia, Francia y otros paí­ses centrales. En América Latina, el Zapatismo mejicano y el Movimiento Sin Tierra de Brasil son ejemplos importantes, y en la Argentina las asambleas barriales surgidas después de las insurrecciones parciales del 19 y 20 de diciembre del 2001 tmbién constituyen muestras, y no las únicas, de la oleada autonomista que envuelve el planeta.

Algunas manifestaciones autonómicas, como las fábricas recuperadas, poseen continuidad en el tiempo; generalmente resultan más sólidas si tienen un pequeño número de objetivos, como por ejemplo, la asamblea de Gualeguaychú contra las papeleras, los vecinos de Las Heras contra la represión de la Gendarmerí­a, o los parientes de las ví­ctimas de Cromagnon contra Ibarra y el gobierno de la C.A.B.A. No es imperativo que perduren en el tiempo una vez cumplido con su cometido, pero mientras dura la lucha conservan gran articulación e integridad. En cambio, cuando los objetivos son múltiples y difusos, como las asambleas vecinales del 2002 al 2004, pueden irse desgranando cuando sus integrantes migran hacia otras actividades y el movimiento general se desmoviliza. Esto no significa que se pierdan los avances en la construcción de una nueva subjetividad, sino un  redireccionamiento que se percibirá más adelante en las respuestas que el movimiento global dará a los problemas que se vayan presentando.

Los movimientos autonómicos con objetivos puntuales pueden poseer una vida fugaz, como las movilizaciones que voltearon gobiernos en Ecuador, Argentina, Filipinas y Bolivia, pero con consecuencias polí­ticamente muy significativas; sin embargo, todaví­a estas tormentas de rápido trámite no han planteado un peligro directo hacia la pérdida del poder de los sectores gobernantes, como sí­ ocurre con fenómenos autonómicos más articulados y de larga duración. El EZLN, en Méjico, representa una clara alternativa de doble poder. El MST de Brasil, en tanto, lo hace de manera más implí­cita, construyendo dispositivos de supervivencia, eductivos, de salud y de producción, allí­ donde el Estado deserta de sus incumbencias clásicas.

Una caracterí­stica importante del autonomismo, inclusive en lugares marginales, es el empleo de medios electrónicos de comunicación como los teléfonos celulares, las radios de onda corta, y las redes de Internet. En las grandes movilizaciones semi-espontáneas como las que voltearon los gobiernos de Filipinas y de España, la táctica del "enjambramiento" (sworming en inglés) cumplió un rol importante: consignas sencillas (por ejemplo un lugar y hora de cita) movilizaron a través de ese método a millones de manifestantes.

Los grupos polí­ticos organizados de todo tipo vienen crecientemente aprovechando Internet para sostener una prensa, programas de radio y televisión y otras tareas, pero es la plasticidad de los colectivos autonómicos la que se ve particularmente favorecida por los nuevos medios electrónicos. El modelo organizativo autonómico más frecuente, consistente en una red laxa de nodos articulados, sin una estructura jerárquica formal (modelo que no es aplicable en todos los casos, sin embargo, ya que ciertas articulaciones especializadas o conspirativas no se prestan fácilmente) sólo podrí­a aplicarse en colectivos grandes si se cuenta con conexiones electrónicas de este tipo.

Observemos que los colectivos autónomos crecen, se multiplican, invaden los espacios sociales sin perdir permiso, se vuelven ubicuos, reemplazan las funciones de producción, reproducción, organización, etc. del Estado y de muchas empresas capitalistas, frecuentemente con desdén e incluso odio hacia el poder, pero sin plantearse por norma general "tomar el poder". En otras palabras, desde el seno del capitalismo tardí­o, como una propiedad emergente de la sociedad altamente organizada, aparece un modelo de organización humana que hasta entoces era casi desconocido y cuantitativamente marginal, y va ocupando un sitio de peso creciente, ofreciéndose implí­citamente como un modelo alternativo de civilización, como un modo de producción que compite con el capitalista en las distintas formaciones económico-sociales.

Sin embargo, el estado capitalista no se evapora, las relaciones de producción capitalistas no se extinguen por sí­ solas, y es de esperar que combatan ferozamente por su subsistencia y perduración. Así­ que quienes, como nosotros, deseamos liquidar este sistema primitivo que ya es ostensiblemente innecesario en la historia de la humanidad, deberemos, como estuvimos siempre convencidos, derrotarlos en el mundo de la lucha polí­tica. Ellos, los bárbaros, no se irán sin que los echemos. Por eso las organizaciones revolucionarias resultan tan necesarias como siempre.

Los militantes deben articularse, sin duda, para aplicar una estrategia bajo la forma de sucesivas y victoriosas tácticas. Pero ¿es el partido revolucionario leninista la herramienta apropiada para organizarse en esta nueva etapa?

La arquitectura leninista respondí­a a los niveles de organización y conciencia del proletariado fordista del perí­odo monopólico-imperialista. Su dispositivo piramidal, centralizado, hasta dirí­amos militarizado, reflejaba la experiencia proletaria de la gran fábrica capitalista, sus cadenas de montaje, sus pirámides de autoridad, para obtener del partido una eficacia implacable, simétrica a la de la burguesí­a, aunque de signo contrario.

En esta época de capitalismo tardí­o, la fábrica difusa en manos del cognitariado, los precarizados en sus infinitas variantes, y los desocupados estructurales buscando desesperadamente en arquitecturas autónomas una difí­cil supervivencia, no encuentran en los dispositivos burgueses ningún modelo atractivo; por el contrario, desde el mismo corazón del capitalismo tardí­o, el modo de producción y reproducción autónomo ofrece modelos de organización asimétricos con el adoptado por el capitalismo, que resultan profundamente atractivos y que un número creciente de movimientos y militantes hacen suyos.

En reemplazo del partido leninista, con sus células, su comité central, su ejecutivo, su secretariado, etc., el modelo autonómico en red, con sus nodos multijerárquicos, su democracia directa, su voluntad colectiva como emanación o propiedad emergente del conjunto, se nos ofrece con el aditamento de que la teorí­a de la complejidad y de las redes, ofrece un andamiaje teórico (que no desarrollaremos aquí­) capaz de lidiar con las amenazas más siniestras que despliegue el capitalismo tardí­o.

Los viejos sueños de liquidación de la propiedad privada de los medios de producción culminaron lamentablemente, en el stalinismo y el capitalismo de Estado, en numerosas experiencias a lo largo del siglo XX, obligándonos a meditar qué modelo social ambicionábamos. El modo de producción autonómico se abre paso desde las entrañas del modo de producción capitalista ofreciéndose claramente como el universal concreto del socialismo abstracto que proponí­amos en el carácter de primera etapa de la sociedad comunista del futuro. Del mismo modo, el viejo modelo leninista de partido ha de dejar lugar al modelo autónomo de organización revolucionaria. [Las ventajas de ser autónomo, Dan]

ENNAS

Mira tu qué cosa más linda colgó acá GregorioSamsa.

Un resúmen de las tres revoluciones industriales del capitalismo y el papel desempeñado por los trabajadores en éllas.

Está bastante bien.

zruspa


Kamarasa GregorioSamsa


Agarkala


problemaS

Materialismo del bueno...

Es urgente que la izquierda comprenda las implicaciones del Cénit del petróleo

Manuel Casal Lodeiro
Rebelión

En el nº 136 del bimensual Diagonal podí­amos leer un análisis de Alejandro Teitelbaum acerca de la cuestión de las pensiones. Los argumentos de este autor, comunes en la izquierda, giraban en torno al aumento “vertiginoso” de la productividad, debido según él, a la “revolución cientí­fico-técnica”, que harí­a posible, con una polí­tica más justa, la liberación de los trabajadores de la necesidad de “buena parte del trabajo fí­sico”. Apoyándose en ese aumento de la productividad, que obviamente él considera permanente, defiende una disminución del tiempo de trabajo y un aumento de salarios y pensiones. Pero un simple análisis de la base energética de la economí­a y de la sociedad en su conjunto, contradice esas suposiciones que no son sino la otra cara del mismo paradigma económico hegemónico de los neoliberales: el de una economí­a desconectada de la realidad fí­sica y de las leyes de la naturaleza. No pongo en duda que la polí­tica distributiva y fiscal esté en la base del actual conflicto por el trabajo y las pensiones, y que toda falacia usada por la derecha en esa lucha social deba ser desmentida con contundencia; pero si no somos capaces de entender el auténtico origen del crecimiento económico y de la productividad en que pretende la izquierda basar sus alternativas, estas quedarán anuladas de partida. No podemos combatir una falacia polí­tica o económica con una falacia termodinámica. La ciencia o la técnica por sí­ solas no son las responsables del aumento de la productividad experimentado a lo largo de las últimas décadas: esta se debe, en primer lugar, a la disponibilidad masiva y creciente de energí­a barata. Es decir, sólo se puede hablar de que cada trabajador(a) ha producido más por unidad de tiempo porque el aparato productivo en su conjunto ha dispuesto de toda la energí­a que ha necesitado para hacer funcionar esas tecnologí­as. Por otro lado, si medimos la productividad en función de los recursos energéticos no humanos empleados (productividad energética) y no del factor tiempo de trabajo, veremos que la productividad en realidad lleva estancada más de medio siglo (datos de la UE). Pese a ser una confusión que lleva a conclusiones peligrosas, mucha gente no distingue entre tecnologí­a (fruto principalmente de la inventiva humana) y energí­a (fruto exclusivo de fuentes naturales: unas renovables y otras no). Así­, creer que la tecnologí­a por sí­ sola es capaz de “producir” energí­a es negar los principios de la Fí­sica y caer en el terreno de la fe más anticientí­fica, una superstición que afecta desgraciadamente a la izquierda desde hace demasiado tiempo, pese a las crí­ticas de autores como Walter Benjamin o al propio reconocimiento de Marx de que la riqueza proviene en última instancia de la naturaleza y de que el trabajo es “fuerza” de trabajo, es decir una fuente de energí­a natural más. A poco que analicemos racionalmente cómo surge el progreso técnico en la historia humana, ¿podremos negar el papel fundamental del carbón en la Revolución Industrial y en el aumento de productividad que supuso? ¿Fue la máquina de vapor quien la hizo posible o fue el combustible fósil que la alimentaba? (De hecho la tecnologí­a base de tan decisivo invento ya se conocí­a desde la época clásica grecorromana.) Y también es evidente que el motor de explosión nos permitió otro salto de gigantes en la productividad y en la industrialización, pero sin la explotación del petróleo, esta hubiera sido imposible y dicha invención hubiera quedado en los museos de la tećnica como una curiosidad más sin aplicación posible a gran escala.

El Cénit del petróleo

Y es precisamente al petróleo a donde querí­a llegar. Si defendemos la viabilidad de polí­ticas alternativas basándonos en una productividad que sólo es posible gracias al inmenso flujo de energí­a â€"principalmente fósilâ€" que ha manado durante las décadas del industrialismo, dichas polí­ticas se demostrarán impracticables en el contexto de descenso energético al que se enfrenta actualmente nuestra civilización y estarán condenadas de antemano al fracaso. Según el informe anual publicado recientemente por la Agencia Internacional de la Energí­a (AIE), el cénit del petróleo convencional (momento a partir del cual cada año se extraerá menor cantidad) ya se ha producido: de hecho, tuvo lugar en 2006. Después de tantos años negando este fenómeno por presiones estadounidenses, o prediciendo que tardarí­a aún una década en suceder, los obstinados datos reales les han obligado a dar la razón a los cientí­ficos y divulgadores de la asociación internacional ASPO â€"entre otrosâ€", que llevan años intentando alertar al mundo de que este irreversible declive energético habí­a comenzado. Aunque para que no cunda el pánico en las bolsas, la AIE maquilla de forma escandalosa las gráficas rellenando la diferencia entre demanda y oferta previstas con un petróleo que nadie â€"ni siquiera ellosâ€" sabe de dónde va a salir y haciendo creer que otros petróleos de peor calidad energética podrán sustituir a tiempo y en la debida proporción al petróleo crudo convencional de alta densidad energética. Las consecuencias son demasiado graves como para que la izquierda polí­tica y social siga con los ojos cerrados: más del 90% del transporte mundial depende del petróleo, así­ como la práctica totalidad de los sectores industriales, y â€"lo que es mucho más preocupanteâ€" el sistema de producción y distribución de alimentos que sostiene a una población de ya casi 6.700 millones de personas. ¿Hablamos de pensiones, de reparto del trabajo? Lo que nos tocará repartir será seguramente la miseria energética, reparto que será por fuerza muy diferente al de la época de la jauja petrolera.

Si hablamos de productividad del factor trabajo y del factor energí­a, ¿qué tipo de incremento deberí­a tener el primero para compensar el declive irreversible del segundo? Si pensamos que la energí­a contenida en un barril de petróleo equivale como poco a 2.000 h de trabajo humano (trabajo duro, a razón de 700 kcal/h), y que la civilización humana consumió 84 millones de barriles al dí­a durante 2009, nos podemos hacer una idea de lo insensato que serí­a esperar que la supuesta alta productividad humana tecnologizada puidese llegar a compensar el declive petrolí­fero. Poco a poco se van filtrando informes que â€"por supuestoâ€" no llegan a los grandes medios de comunicación, y que hablan de un probable colapso de las economí­as nacionales en un periodo más o menos corto de tiempo debido a los cortes de suministro, los nuevos picos de los precios, y la caí­da en cadena de una industria tras otra en un sistema mundializado que sólo funciona si crece y que requiere un constante y masivo flujo de energí­a para mantener su alto grado de complejidad. Concretamente el actual sistema monetario es dudoso que resista por mucho más tiempo, debido a que la creación del dinero bancario basada en deuda es insostenible en un contexo de decrecimiento económico continuado, inevitable dada la absoluta correlación existente entre consumo de petróleo y producción de bienes y servicios, contexto en cual que no sólo será imposible crecer para pagar los intereses de la deuda â€"tanto pública como privadaâ€" sino que ni siquiera se podrá devolver el principal de los préstamos. Cientí­ficos y militares de diversos paí­ses advierten en informes que sólo ahora empiezan a aparecer sobre las mesas de debate de los colectivos y partidos de izquierda, de las dramáticas consecuencias que afronta una civilización con sus dí­as contados. Está alarmantemente cerca el momento en que la combinación de extracción decreciente y rendimiento energético también decreciente deje de aportarle el excedente energético del petróleo que dicha civilización necesita para sostener un nivel de complejidad tan elevado. Destacados cientí­ficos han demostrado que ninguna combinación posible de energí­as renovables será capaz más que de aliviar ligeramente la pobreza energética que nos espera y que no hay ni tiempo ni energí­a para sustituir con ninguna otra fuente un petróleo al que nos hemos hecho adictos y que en 10 años podrí­a llegar al sistema económico industrial tan sólo en un 50% de su capacidad energética actual total (David Murphy). Los conflictos por la energí­a ya empezaron antes de que muchos oyésemos si quiera hablar del “peak oil” (Irak, Afganistán...), y sólo pueden exacerbarse en un sistema geopolí­tico alérgico a la democracia, la justicia y el consenso.

La izquierda debe anticiparse y adaptarse

Este panorama de inminente catástrofe civilizatoria comienza a ser asimilado por parte de la izquierda, al menos parcialmente. Izquieda Unida presentó en junio de este año una pregunta al gobierno español acerca de esta cuestión y de las manipulaciones de la AIE que habí­an destapado algunos medios europeos. Pero de momento Zapatero ni sabe ni contesta: la pregunta parece haber sido archivada sin respuesta incumpliendo las más básicas normas del sistema parlamentario. El 10 de noviembre al comisario europeo de energí­a se le escapó en una comparecencia de prensa el reconocimiento de que el petróleo “ha tocado techo” pero, mientras, la UE sigue proponiendo sin el menor sonrojo polí­ticas radicalmente incompatibles con este hecho. La lucha social no se puede plantear en los mismos términos en una fase â€"excepcional, anómala en la historia humanaâ€" de exuberancia (el famoso “reparto de la tarta” que crece y crece... y de la cual el capital acepta repartir sus migajas mientras promueva la rueda salario-consumo para devolver el agua a su molino de la plusvalí­a), que en una fase de permanente e irreversible escasez, en la que serí­a suicida aceptar medidas que tratan de imponernos con la excusa del sacrificio necesario para volver a una irrecuperable abundancia “para todos”, a un crecimiento que choca con la finitud de la energí­a fósil y a un “pleno” empleo, más mito que nunca. Estas polí­ticas lo único que logran en realidad es desarmar y despojar aún más a esas clases que llamaban “medias” y que ya no hay manera de disimular que vuelven a ser “bajas”, situadas al otro lado de un abismo social que no se volverá a estrechar. En consecuencia, la izquierda debe abordar este radical cambio de escenario con urgencia, revisando estrategias e incluso principios hasta ahora sagrados, como el derecho al trabajo asalariado o el protagonismo de una clase obrera condenada en su mayor parte a reconvertirse de nuevo en clase agraria a medida que buena parte de las industrias y las ciudades se conviertan en insostenibles. La izquierda deberí­a también abjurar de un industrialismo y un productivismo que se van a quedar sin combustible, renegar del mito del crecimiento perpetuo y la tecnologí­a taumatúrgica, convertirse en decrecedora y neorrural, poner la soberaní­a alimentaria y energética como puntas de lanza de la lucha social y polí­tica, y ser la primera en abandonar el Titanic capitalista industrial para comenzar a construir, desde abajo, múltiples y heterogéneas alternativas autogestionadas de vida simple, orgánica y local guiadas por los principios de la Economí­a Ecológica que ofrezcan â€"sin esperar más a asaltar ningún palacio de inviernoâ€" una alternativa tangible para los millones de náufragos del sistema. El caos y resentimiento social que con toda seguridad acompañarán los próximos años o décadas de colapso de esta civilización industrial petróleo-dependiente serán caldo de cultivo para el autoritarismo y el fascismo pero también una oportunidad para una revolución no meramente social o polí­tica, sino antropológica; una revolución que una izquierda postindustrial deberí­a poner en marcha de manera anticipada si quiere que dé origen a una sociedad necesariamente más modesta, pero más justa.

Manuel Casal Lodeiro. Miembro de la asociación Véspera de Nada por unha Galiza sen petróleo
No vemos las cosas como son, sino como somos.

Lacenaire

CitarEn consecuencia, la izquierda debe abordar este radical cambio de escenario con urgencia, revisando estrategias e incluso principios hasta ahora sagrados, como el derecho al trabajo asalariado o el protagonismo de una clase obrera condenada en su mayor parte a reconvertirse de nuevo en clase agraria a medida que buena parte de las industrias y las ciudades se conviertan en insostenibles. La izquierda deberí­a también abjurar de un industrialismo y un productivismo que se van a quedar sin combustible, renegar del mito del crecimiento perpetuo y la tecnologí­a taumatúrgica, convertirse en decrecedora y neorrural, poner la soberaní­a alimentaria y energética como puntas de lanza de la lucha social y polí­tica, y ser la primera en abandonar el Titanic capitalista industrial para comenzar a construir, desde abajo, múltiples y heterogéneas alternativas autogestionadas de vida simple, orgánica y local guiadas por los principios de la Economí­a Ecológica que ofrezcan â€"sin esperar más a asaltar ningún palacio de inviernoâ€" una alternativa tangible para los millones de náufragos del sistema.

Esto es como que un poco muchí­simo flipante, no?

Dee Dee

Ostia, este tipo propugna una invasión del agro por millones de urbanitas, que se piensan que teniendo mil metros de parcela, ya pueden sobrevivir.

§

Cita de: Doppelgí¤nger en Diciembre 27, 2010, 10:44:53 AM
Esto es como que un poco muchí­simo flipante, no?

Lo flipante es que te lo hayas leí­do, gafapasta, anodino, bibliotecario, messi, desustanciaó. Tienes que leer menos y hacerte más pajas, que si no le irrigas flujo sanguí­neo al apéndice ese que te cataloga como hombre según las convenciones lingí¼í­sticas, se te va a necrosar el cuerpo cavernoso ese y se te va a descomponer el temita. Verás qué risas. Ahí­ sí­ que ibas a tener que tirar de dedito í­ndice.

Por cierto, ¿cómo lo llevas?, lo del í­ndice, no lo de las pajas.

Lacenaire

Cita de: Porfirio en Diciembre 27, 2010, 11:00:51 AM
Ostia, este tipo propugna una invasión del agro por millones de urbanitas, que se piensan que teniendo mil metros de parcela, ya pueden sobrevivir.

Si la visión es tan apocalí­ptica, y se cumple al final, lo que se va a imponer es un ajuste demográfico de la hostia. Sienes y sienes de minolles de muertos por todas partes.

Dee Dee

Realmente yo también tengo una visión apocalí­ptica del asunto. Estoy segura que más pronto que tarde, todo se va a ir al garete y habrá una hecatombe mundial.  La cuestión es alargarlo un poco más y que no pase mientras yo estoy viva.

problemaS

Lo que diga Pozí­... y Porfirio...

El análisis que he traí­do tiene sus cosas, claro, pero me parece un buen revulsivo para cierta izquierda que se ha tragado el cuento del planeta infinito y que cree que basta con quitarle un mucho a los que más tienen para que todos tengamos un pedacito de cielo en la tierra.

La cosa es que comeremos mierda y encima no habrá para todos.
No vemos las cosas como son, sino como somos.

Dee Dee

Yo es que ya ando de vueltas de ideales y de salvadores del mundo. 

No confí­o ni un ápice en la humanidad. 

No hay cuentos que tragarse.  Hoy dí­a, el que más y el que menos ha ido dejando los sueños en una mochila que se ha colgado a la espalda,  y visionarios comprometidos hay poco.  No es cuestión de derechas ni de izquierdas.  Es cuestión de un egoismo feroz que ha ido creciendo de la mano del capitalismo y la propiedad privada.  Tener, tener, tener.  Atesorar propiedades, posesiones, cargos, dineros, consumir... Y no veo yo ningún tipo de solución ni a corto, ni a medio, ni a largo plazo.

El tipo plantea una especie de "involución".  Esto conllevarí­a una renuncia de tal magnitud a todo lo que durante siglos nos han vendido como mejorí­a, progreso, que acarrearí­a mayormente lo que dice Dop. Una revuelta social de tal envergadura que provocarí­a un caos total en nuestra sociedad.   

Si es necesario ese caos para regenerarnos, es ya otra cuestión.  Pero, la verdad, yo no veo en toda la historia de la humanidad, que el hombre haya aprendido mucho de sus errores.

Lacenaire

No, si eso sí­ y tal, pero la visión del retorno a sociedades hortofrutí­colas atomizadas puede estar muy bien en Galicia donde las unidades de producción son o se pueden reconvertir en relativamente autónomas, pero la gran parte del agro está funcionalmente especializado mediante segregación del suelo. Por mucho que se produzca un éxodo desde las ciudades los productos tendrí­an que seguir siendo transportados de un sitio al otro y de manera bastante más ineficiente, ya que los destinatarios no están todos en un mismo sitio. Uséase, muertos a capón.

Y digo yo que antes del repentino agotamiento de reservas lo que habrá será un encarecimiento de la hostia. Igual hay que remodelar los AVE para convertirlos en transporte de masas obreras en lugar de un puto lujo. El que se haya puesto al dí­a con los medios de transporte colectivos lo tendrá un pelí­n más fácil que el resto. Goodbye, USA-Canadá, goodbye.

Dee Dee

Y que el cultivo intensivo del terreno provoca su empobrecimiento y si vamos al tema ecológico, la producción serí­a muchí­simo menor, con la consiguiente escasez, carestí­a y hambruna.

Y deberí­amos ir enseñando en las escuelas ya artesaní­a.