LAS CHICAS SON GUERRERAS (II)

Iniciado por Ictí­neo, Abril 28, 2006, 08:23:05 AM

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Ictí­neo

Fin de sueño para los maoí­stas himalayos
La guerrilla nepalí­ constata su escaso arraigo popular y su incapacidad militar, y se integra en la polí­tica

RAFAEL POCH - 28/04/2006
Katmandú. Enviado especial

Tras el golpe real del año pasado, la guerrilla de Nepal se sumió en un mar de discusiones. El brillante intelectual e ideólogo del grupo, Baburam Bhattarai, se enfrentó con el lí­der supremo, Pushpakamal Dahal, alias el Terrible. Bhattarai animaba a un cambio radical y fue acusado por el comité central de "desviacionismo". El ideólogo respondió acusando a Dahal de "culto a la personalidad"
(el Terrible colocaba su efigie junto a la de Mao y Marx). Tras la polémica asomaba el peligro de un ajuste de cuentas violento, tan frecuente en los cí­rculos polí­ticos sectarios vinculados a movimientos armados.

Dos miembros del comité central maoí­sta detenidos acusaron a Bhattarai de haberles vendido. Bhattarai se defendió con un sonado artí­culo publicado en la prensa de Katmandú. Todo este enredo se calmó en abril del 2005: Bhattarai fue restablecido en su puesto en el politburó, y sus partidarios rehabilitados.

Cuatro meses después se produjo un giro sorprendente: el comité central decidió, por unanimidad, participar en el juego polí­tico democrático. Ése fue el paso que abrió la puerta al acuerdo del 22 de noviembre: un compromiso entre la guerrilla y los siete partidos constitucionalistas de Nepal (el histórico Partido del Congreso, dividido en dos sectores, y todo un rosario de partidos comunistas fruto de innumerables escisiones) para desafiar conjuntamente el golpe absolutista que el rey Gyanendra habí­a perpetrado en febrero. El resultado ha sido el actual movimiento loktrantra (democracia popular), un término que tiene sonoridad republicana y que ha cambiado la faz de este paí­s, donde el rey era hasta hace poco sagrado.

La pregunta del millón es por qué los maoí­stas se han hecho tan flexibles. En sus medios es frecuente obtener como respuesta largos discursos sobre los "imperativos de la revolución burguesa y antifeudal", o sobre la paz de Brest-Litovsk, firmada por los bolcheviques en 1918. Pero la realidad es mucho más prosaica. Diez años después de iniciada la janayuddha organización maoí­sta con todos los atributos de una secta marxistoide que opera en un paí­s muy pobre y con más de la mitad de la población analfabeta- ha tenido el suficiente sentido común de constatar su escaso arraigo entre la población y su incapacidad técnica para controlar todo el paí­s.

En general, la población rural nepalí­ no apoya a los maoí­stas. La gente común considera a todos los grupos armados, sean del Ejército Real, sean de la guerrilla, parte de la misma calamidad. Los maoí­stas recaudan el impuesto revolucionario, quedándose con el 10% de los sueldos de los maestros que aún no han huido de los pueblos y de la pequeña industria turí­stica nacional, pero no construyen nada, o muy poco, para la gente. Si lo hicieran, el Ejército Real, principal responsable de las muertes de no combatientes, se encargarí­a de destruirlo.

"La gente los teme y los sufre", sentencia una fuente independiente. Pero los maoí­stas no necesitan el apoyo popular para impedir todo gobierno efectivo en el campo. No tienen en armas más de 5.000 hombres y mujeres*, normalmente muy jóvenes, pero el grueso de los 100.000 soldados del Ejército Real se dedica a proteger las ciudades y no puede con ellos.

Otro factor no despreciable es el cansancio de los dirigentes maoí­stas. Ya superan una media de edad de cincuenta años y están hartos del duro camping guerrillero. Saben que con un regreso al redil parlamentario hallarán un mullido sillón. Hay idealismo en sus filas, pero es idealismo humano, de carne y hueso, y no el de los superhombres de las novelas de la revolución cultural china.

Aún así­, la insurgencia maoí­sta ha realizado en los últimos dos años sus acciones más espectaculares. El 20 de marzo del 2004 atacó la ciudad de Beni y capturó a las autoridades militares, posteriormente entregadas a la Cruz Roja. La brava acción duró 48 horas, pero requirió la movilización de 3.800 guerrilleros -un tercio de ellos mujeres- durante 20 dí­as. La historia se repitió el 1 de febrero de este año, con el ataque a la ciudad de Palpa, en el que se destruyeron todos los edificios oficiales, se requisaron millones de rupias de los bancos y se puso en libertad a 130 prisioneros.


Una guerrillera maoí­sta, con la cara pintada de rojo, aclamada ayer en la localidad de Butwal

Esos sucesos no cambian el hecho de que los maoí­stas no pueden conquistar Katmandú. Así­ es como han llegado a la convicción de una paz necesaria. Pero, para firmarla, hace falta que la otra parte se preste. ¿Será el Ejército Real capaz de realizar su propia Larga Marcha? Más allá de las componendas que el restablecido Parlamento haga hoy a partir de su primera sesión, ésa es la cuestión decisiva para los próximos meses.

*La defensa violenta de los cambios polí­ticos la hacen quien no tiene nada que perder pero por fin toma conciencia de ello.
Primera lección de manual para liberales y progres acomodaticios: El puteo se asume hasta que te convencen de que no hay motivo, que para lo que conservas si no te mueves, mejor lo pierdes todo.
Parece que el feminismo también alimenta el espiritu lukera en esos mundos de diós: la mayorí­a de las guerrillas no africanas ya son mitad y mitad, es lo que tiene hacer los subfusiles de polimeros, que cada vez pesan menos.

¡Viva la monja alférez!


Gonzo


Esemismo

Qué jodidamente repetido, Gonzo...