Microrelatos again

Iniciado por California, Abril 16, 2009, 03:52:13 PM

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Dee Dee

Ayss Luke, soy una tí­a deprimente. ¿qué le vamos a hacer?

lukera

No, en absoluto. Me referí­a a que está tan bien escrito que como lo lea alguien que esté depre es capaz de cortarse las venas.

¡Guapa!

Controlcé

Un dí­a, de repente, yo dejé de ser él.

lukera

No te pongas tan dramático porque te hayan cambiado la apariencia del nick.

Dee Dee

En un instante se sintió renacer.  Poco a poco la paz regresó y fue ocupando el espacio vacio que dejaba en sus venas la sangre que, como un manantial, brotaba de sus muñecas.

ferdinand

Era una cobarde. Pero, al fin y al cabo, estaba viva; aunque no tuviera valor para decir ninguna de las dos cosas.

Dee Dee

Si hubiera sido capaz de pensar en lo que estaba haciendo, quizás hubiese terminado la noche con la cabeza enterrada en el vater y no en su cama, como tantas otras veces antes del dolor.

La realidad me golpea en la forma de un efí­mero orgasmo. Todo ha terminado. 

Me levanto y me dirijo al puente mientras se escapan de las tiendas notas de villancicos que se rien de mí­.  En un instante sólo soy un dulce chapoteo.

Lacenaire

Cita de: ferdinand en Julio 15, 2010, 03:34:28 AM
Era una cobarde. Pero, al fin y al cabo, estaba viva; aunque no tuviera valor para decir ninguna de las dos cosas.

Mola.

Dionisio Aerofagita

OLVIDO IMPERDONABLE

El papel amarillento y pegajoso se enganchó entre las barbas de la escoba. Tres dí­as debí­a de llevar aquel mensaje del pasado despegado del congelador. Dios mí­o, Dios mí­o, seguro que se le habí­a olvidado algo importante. Cogió el papel con impaciencia. "No olvides amar a Javier". Dios mí­o, Dí­os mí­o, lo habí­a olvidado completamente. Qué desastre, qué desastre, ¡tres dí­as sin querer a su hijo y no se habí­a dado cuenta!
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

ferdinand

- ¿Papá?
- ¿Qué dices, hijo?
- ¿Por qué no me oyes, papá?
- Anda. Apártate del cristal.

Dionisio Aerofagita

RUBíES

Todo el que encontraba los rubí­es, se olvidaba pronto del resto de las cosas. Abandonaba familias, reinos, honores y riquezas para perderse en la contemplación de aquellas piedras. Renunciaba al goce de todos los sentidos y al cuidado de su cuerpo y de su alma. Dejaba de comer y de beber y al final terminaba exhalando su último suspiro abrazado a aquellos cristales refulgentes, que luego desaparecí­an en las tinieblas para que los encontrara algún otro desgraciado. Un dí­a, sin embargo, halló los rubí­es una niña delgada y pálida, que enseguida los cogió cuidadosamente con un pañuelo gris y algo raí­do. Fue a ver a su padre, que era un artesano hábil y le pidió que engarzara aquellas gemas en las cuencas de sus ojos para que todo el universo pudiera teñirse con su luz prodigiosa.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Dee Dee

Cita de: Dionisio Aerofagita en Octubre 12, 2010, 05:04:35 PM
OLVIDO IMPERDONABLE

El papel amarillento y pegajoso se enganchó entre las barbas de la escoba. Tres dí­as debí­a de llevar aquel mensaje del pasado despegado del congelador. Dios mí­o, Dios mí­o, seguro que se le habí­a olvidado algo importante. Cogió el papel con impaciencia. "No olvides amar a Javier". Dios mí­o, Dí­os mí­o, lo habí­a olvidado completamente. Qué desastre, qué desastre, ¡tres dí­as sin querer a su hijo y no se habí­a dado cuenta!

:'(

Que duro y en qué momento lo he leí­do.

Don Pésimo

No me cagué en tu puerta porque a mí­ no me quiere nadie.
Me cago en el Sistema Solar

Iñaki

Cita de: Don Pésimo en Diciembre 12, 2010, 09:40:01 PM
No me cagué en tu puerta porque a mí­ no me quiere nadie.

Si he de elegir, me quedo con mi mierda.

Dee Dee

Como cada dí­a, le vió llegar a la puerta a media mañana.  Miguel iba sereno, aunque se adivinaban sin esfuerzo los estragos del alcohol en cada surco de un rostro enjuto y abotargado, como de goma.  La eterna barba mal recortada, los dientes amarillos y la gorra raí­da que respetuosamente se habí­a descabalgado de la cabeza antes de que Sor Marí­a le entrase a hurtadillas en el pequeño cubí­culo de recepción, completaban la imagen estereotipada de un sin casa.  La historia de Miguel era como la de otros que, de tanto repetirse resultaba ya poco creí­ble y anodina.  Mala suerte, pereza, cobardí­a.  Cada uno podí­a colocarle el adjetivo que quisiese dependiendo de lo blando que tuviese el corazón.

Miguel acudí­a todos los dí­as que Sor Marí­a tení­a turnos en recepción al olisqueo de un par de buenos bocadillos y un poco de humanidad.

Ella le habí­a tomado cariño como se le toma a un hombre, no a un perrillo. 

No le acariciaba el lomo mientras se sentí­a henchida de orgullo al arrojar una monedita al bote.  Ni siquiera era consciente de que hiciese caridad.  Era un hermano. Era Dios.

Sor Marí­a llamó a la cocina en busca de la complicidad de la cocinera para que bajase a recepción las viandas que, estaba segura, serí­an lo único sólido que entrarí­a en el estómago de Miguel a lo largo de ese dí­a. 

Al teléfono sonó la voz estridente de una de las hermanas. ¿qué querí­a?  -Un par de bocadillos para un necesitado- -¿No sabí­a que estaba prohibido atender a vagabundos?  ¿qué esperaba, que se llenase el lujoso hall del edificio con gente de mal vivir, pecadores oliendo a vino añejo? 

¡Qué dirí­an las visitas de los allí­ ingresados que pagaban religiosamente cada fin de mes una pasta gansa para que su familiar estuviese bien atendido en un lugar con nivel!

Sor Marí­a colgó el teléfono sin acabar de escuchar la perorata. La naúsea invadió su vientre. Miró a Miguel que inevitablemente habí­a escuchado la voz gritona de la otra. Habí­a una mota de brillo en sus ojos apaleados y fijos en los de la monja.  Ella se tragó la bilis, abrió el cajón de la comunidad y le entregó todo el dinero.  Sabí­a que acababa de escribir el punto final.