Historias de la Lega / Kalziako Historiak

Iniciado por Bambi, Marzo 06, 2006, 11:53:35 AM

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Pedigí¼eño

Cita de: Gatinho en Enero 31, 2007, 05:37:44 PM
Cita de: al bundy en Enero 31, 2007, 09:59:29 AM
al vencedor de la tanda se le da una victoria por 2 a 0

Muerte.
Así­ pasa lo que pasa. Supongo que el hecho de estar tan cerca de Estados Unidos hace que no les quepa en la cabeza el concepto empate.
Suena a una historia que me contaron de hace muchos años del Madrid de baloncesto, supongo que de la época de Brabender, Luyk o más antigua, no recuerdo. El caso es que habí­an perdido la ida de una eliminatoria europea por, pongamos, cinco puntos; faltaban poquí­simos segundos y ganaba el Madrid por dos, con posesión a favor, y sin la existencia de lanzamientos triples en aquel entonces. Solución: nos metemos una canasta en propio aro, "forzamos" la prórroga, y ganamos luego en el suplemento de cinco minutos por más de cinco puntos. Y así­ fue. Lógicamente, a partir de ese precedente está permitido empatar en el baloncesto partidos de eliminatorias a ida y vuelta.


Cita de: Rí tzia en Enero 31, 2007, 03:50:37 PM
la mayor parte de los atletas de elite han nacido en el primer semestre del año

Maradona, Van Basten y yo somos los mejores futbolistas del mundo, Europa y mi pueblo de los últimos treinta años. Los tres somos escorpiones.
Fin del debate.

Esa historia del Madrid me la contaron de otra manera: era el partido de ida, el Madrid estaba muy castigado por las faltas y andaban empate, con lo cual la mejor solución era meterse una canasta en propio aro, perder de dos evitando la prórroga y remontar bajo el amparo de los grises en la vuelta.
Es una historia verí­dica y mira qué dos versiones tan distintas... imagina lo que debe pasar con los chismes inventados.

Gatinho

Cita de: Pedigí¼eño en Enero 31, 2007, 05:41:58 PM
Esa historia del Madrid me la contaron de otra manera: era el partido de ida, el Madrid estaba muy castigado por las faltas y andaban empate, con lo cual la mejor solución era meterse una canasta en propio aro, perder de dos evitando la prórroga y remontar bajo el amparo de los grises en la vuelta.
Es una historia verí­dica y mira qué dos versiones tan distintas... imagina lo que debe pasar con los chismes inventados.

XDD
Igual es lo que tú dices, ya digo que no me acuerdo bien de cómo fue en realidad, pero el espí­ritu es el mismo que el de los amigos caribeños.
Hoy, mañana, y siempre... con el Barí§a... en el corazón.

Gatinho

#152
Vuelve al hilo mi compañero en la mediapunta:


BARCELONA BLANCA.

Llegó con una maleta cargada de sueños para hacer volar la imaginación de la afición del Barcelona y se fue, dos años después, de madrugada como los truhanes. Diego Armando Maradona, considerado el mejor jugador del mundo, no aportó nada a un club necesitado de triunfos. Una copa del Rey y una Copa de la Liga figuran en las vitrinas del Barí§a como contribución de «el Pelusa». En el museo azulgrana no están registrados los escándalos y los quebraderos de cabeza que proporcionó al presidente Josep Lluí­s Núñez, que no dudó en envolver con papel de celofán al argentino y traspasarlo al Nápoles por 1.300 millones de pesetas. A Núñez le dijeron que estaba loco por desprenderse de Dieguito en una operación en la que sólo ganó 100 millones. Los hechos le dieron la razón.

Cuando Maradona embarcó hacia Nápoles muchos respiraron en Barcelona, especialmente los periodistas deportivos que habí­an tenido que reciclarse como especialistas en sucesos. También los integrantes de la Brigada de Estupefacientes de la Policí­a se sacaron un peso de encima. Y es que durante varios meses estuvieron siguiendo los pasos del futbolista y de los integrantes del numeroso clan que le rodeaba. Nunca se hizo público, pero hubo un momento en que se planteó su detención.

La afición barcelonista jamás recriminó a Núñez el traspaso. Ya no podí­a soportar más que al viajar por los campos de España tuviera que escuchar el grito de guerra de las aficiones rivales: «El Barí§a es más que un club; es un puticlub». Los únicos que se quejaron fueron los innumerables acreedores de Dieguito y su clan. Restaurantes y agencias de viajes fueron los más perjudicados en el frenesí­ barcelonés del futbolista. Algunos todaví­a esperan cobrar.

En una burbuja

Dieguito, posiblemente, desconocí­a las deudas de la empresa Maradona Productions, creada por Jorge Cyterszpiller, amigo de la infancia y uno de los principales culpables de su deterioro fí­sico y de imagen. Cyterszpiler metió al astro en una burbuja y lo rodeó de un clan de más de 20 personas que debí­a protegerlo pero que viví­a de él y le complací­a sus caprichos.

Cuando llegó a Barcelona, Maradona tení­a tan sólo 22 años. Ya era un fenómeno social. El presidente Núñez se las prometí­a muy felices cuando más de 50.000 personas acudieron a la presentación del equipo. Udo Lattek, un alemán más extrovertido de lo normal, frunció ese dí­a el ceño. Intuí­a lo que se le vení­a encima y máxime teniendo en la plantilla a su compatriota Bernd Schuster. No se equivocaba. Schuster y Maradona propiciaron su destitución, después de llamarle públicamente «borracho».

Maradona y su entorno convirtieron Barcelona en un lupanar. Su casa, una lujosa mansión del barrio de Pedralbes, era un reflejo de la vida que llevaba el clan. Quienes la visitaron alguna vez comprobaron que las estanterí­as del amplio salón estaba llenas de ví­deos pornográficos.

Con tanto trají­n, Dieguito padeció una hepatitis ví­rica de tipo B, que lo dejó inactivo durante tres meses. No obstante, los entonces responsables médicos del Barcelona también ofrecieron a Núñez un anexo al parte: Maradona tiene, además, gonorrea. Naturalmente, no se hizo público el dictamen complementario, pero el puritano presidente se echó las manos a la cabeza.

Núñez buscó una solución de emergencia para frenar los desmanes de «el pelusa». Lo puso a trabajar con otro argentino de reconocido prestigio: César Luis Menotti. Y la verborrea de Menotti anonadó a la junta directiva. Salieron a relucir las famosas «urgencias históricas» y frases ingeniosas como «me siento como un músico antes de salir al escenario». Pero lo cierto es que la orquesta desafinaba.

El bálsamo de la Copa conseguida frente al Madrid restañó las heridas. La figura de Maradona se agrandó porque en la retina de los aficionados quedó el recorte que le hizo al madridista Juan José.

La vida privada de Maradona estaba más que controlada. Y Menotti hací­a la vista gorda, porque tení­a que convencer a Núñez de la bondad de los entrenamientos vespertinos. «Es mejor entrenar por la tarde, presidente», le decí­a con voz grave de tanto trasnochar. «Los biorritmos están en su mejor momento».

Y altos de biorritmos estaban los chicos del aguerrido Athletic de Javier Clemente. El 24 de septiembre de 1983, Goikoetxea realizó una entrada brutal a Maradona por detrás. El parte de guerra era el siguiente: «Maleolo peroneal roto, con desviación del tobillo, rotura del ligamento lateral interno y subluxación de toda la zona». Le diagnosticaron cuatro meses de baja.

Demasiado tiempo de inactividad para un futbolista, joven, famoso y rodeado de golfos. Por eso Maradona siguió haciendo de las suyas, mientras el Barí§a se hundí­a en la mediocridad. El verbo fácil de Menotti ya no convencí­a a Núñez. El «jugamos bárbaro, presidente», ya no colaba.

En la mente de Núñez ya estaba presente el desprenderse de Maradona y Menotti. Curiosamente, el destino hizo que ambos se despidieran del Barí§a en la final de la Copa del Rey. Enfrente, otra vez el Athletic de Clemente. El partido finalizó en una batalla campal en la que Maradona y Goikoetxea, entre otros, se liaron a patadas.

Maradona ya no llevaba en su venas la droga de la violencia, sino también la de la cocaí­na. Y con ella se fue a Nápoles. En Barcelona se quedó enganchado al polvo blanco uno de sus compañeros: Julio Alberto.

Con el Nápoles consiguió el tí­tulo de Liga 86/87. En el 88/89 se proclamó campeón de la Copa de la UEFA y en la temporada siguiente volvió a ganar la Liga. Pero en medio estaba el gran borrón. La gran mancha de la temporada 87/88. Años más tarde se sabrí­a que Diego habí­a entrado en los cí­rculos secretos de la «Familia Giuliano», uno de los jefes de la droga y la prostitución. La afición estaba dispuesta a perdonárselo todo, en su vida privada. En el terreno de juego, ya eran palabras mayores. Y Giuliano manejaba las apuestas deportivas. Mucho más tarde se sabrí­a que, sumergido en un mar de drogas y sexo, le obligaron a perder el campeonato para dárselo al Milán, contra todo pronóstico.

JOSÉ MARíA SIRVENT (7/1/96)


- Si te ofresen droga, simplemente di no.
Hoy, mañana, y siempre... con el Barí§a... en el corazón.

Gatinho

Y ya que estamos, uno al que no le iban bien las cosas desde que Maradona andaba por el Calcio, el Inter:


Historias del Calcio. SEÑALES EN EL CIELO

Hay que hacerse a la idea: el Inter va camino de ser campeón. Ayer se apuntó la 15ª victoria consecutiva en la Liga, algo que sólo habí­an conseguido antes, en 1961, el Real Madrid de Di Stéfano, Puskas y los cinco tí­tulos en fila y, en 2006 (a caballo entre dos campeonatos), el Bayern de Múnich. El Inter mantiene los 11 puntos de ventaja sobre el segundo, el Roma, y, más importante que eso, ha adquirido tal prestancia que los rivales (y los árbitros, que suelen sonreí­r al que gana) se le deshacen entre las manos. Faltaba Adriano y ha vuelto: cinco goles en seis partidos. Los mimos de Mancini y las vacaciones en Brasil han realizado el milagro. Y el equipo es una máquina. El Inter, tradicionalmente célebre por su capacidad de arrancar una derrota en las mismas fauces de la victoria, no se parece en nada a sí­ mismo.


La ex Bienamada, a la que ya sólo aman los í­ntimos porque no hay quien aguante tal suficiencia, es calificada de "perfecta" por los comentaristas italianos. Traducción: se defiende bien y aprovecha con muy mala uva sus ocasiones de gol. El Inter no se parece a sí­ mismo, sino al Juventus del curso pasado, sólo que sin Luciano Moggi y sin (que se sepa) arreglos arbitrales.

Todo esto puede parecer banal. Siempre hay uno que gana. La cosa, sin embargo, es seria porque se trata del Inter.

El Internazionale de Milán obtuvo su último scudetto (no es elegante contar el tí­tulo administrativo de 2006) en 1989, el año en que cayó el Muro y acabó una era. El anterior lo ganó en 1980, el año en que Silvio Berlusconi creó, de forma poco legal pero rentabilí­sima, la primera televisión privada italiana, dando inicio a lo que todos sabemos. Habrá que ver qué catástrofe ocurre en 2007 si, como parece, el scudetto se cose otra vez sobre el frontal de las camisetas negras y azules.

Quedaba una esperanza, la de la cancelación del campeonato. Esa esperanza se ha revelado vana. En 2006 se descubrió que Moggi llevaba temporadas manipulando el torneo en favor de su equipo, el Juventus, y de unos cuantos amiguetes (Milan, Fiorentina y Lazio, según los jueces deportivos), pero no pasó nada. Hubo sanciones y el calcio siguió adelante. En 2007 ha sido asesinado a golpes de lavabo un policí­a y los ultras han lanzado su enésimo desafí­o al mundo, creando una situación tan grave que se ha planteado la posibilidad de cerrar la competición y tirar la llave al pozo, pero no pasa nada. Aunque en más de la mitad de los estadios se juega sin público, el calcio sigue adelante.

Habrá, porque siempre los hay, descontentos y aguafiestas. Gente que, en vez de saludar el estreno de Ronaldo con el Milan (un equipo tan lento que, en comparación, el robusto Fenómeno parece una centella), se empeña en mirar donde no debe. A la curva del estadio Olí­mpico, por ejemplo, donde un sector de la fiel muchachada romanista se volvió de espaldas al césped mientras se guardaba un minuto de silencio en memoria del policí­a Filippo Raciti. Se volvieron de espaldas y silbaron. ¿Qué problema hay? Son chavales, gente joven con ganas de expresarse. El Olí­mpico, por otra parte, cumple las normas de seguridad. Como dice don Roberto S., papá del chavalí­n de 100 kilos al que se acusa del asesinato del inspector Raciti junto al estadio del Catania, "es la policí­a la que busca los problemas". Y, sí­, los muchachos del Atalanta consiguieron lanzar ayer, en pleno partido a puerta cerrada, una bomba de humo sobre la curva. ¿Qué mal hacen a nadie si el estadio está vací­o? Lo dicho: aquí­ no pasa nada.

Lo cual nos conduce a una conclusión optimista, que compensa el temor a que un scudetto del Inter traiga consigo desgracias tremebundas. En estos tiempos de calentamiento climático y amenazas nucleares, reconforta pensar que, aunque el mar se trague la humanidad, llegue el fin del mundo, estalle el planeta y nos convirtamos en polvo cósmico, el calcio seguirá adelante. No pasa nada.


Enric González es autor de Historias del Calcio
Hoy, mañana, y siempre... con el Barí§a... en el corazón.

Bambi

'The Kop' impulsa al Liverpool
La comunión entre la afición y el equipo inglés tiene su sí­mbolo en las gradas del apasionado fondo del estadio de Anfield



Anfield es algo más que un estadio de fútbol y la grada sur mucho más que un fondo desde el que ver jugar al Liverpool. Oficialmente, The Spion Kop o, simplemente, The Kop para la historia de la ciudad en particular y del fútbol en general, el gol donde no entró una mujer en casi cien años, representa los valores de un equipo singular y diferente como ninguno. The Kop representa una manera de entender el fútbol tanto para quienes crecieron allí­ como aficionados como para los futbolistas que conocieron los años de gloria de un lugar con capacidad para 20.000 espectadores de pie y en el que llegaron a entrar 37.000. Tras la remodelación de 1996, el aforo se redujo a 12.390, lo que significa que por cada asiento de ahora antes habí­a tres hinchas. Aun así­, ni ha perdido carisma ni capacidad para intimidar a los rivales y emocionar a los jugadores locales. "Se me siguen poniendo los pelos de punta cada vez que escucho el You'll never walk alone", reconoce Luis Garcia, nacido en Badalona, criado en el Barí§a y ahora lesionado.



The Kop sigue siendo especial pese a lo acontecido en 1987, cuando unos obreros que trabajaban reforzando las columnas descubrieron un agujero de unos seis metros bajo los cimientos que resultó ser una cloaca victoriana construida en 1860 que causó un derrumbamiento en el suelo, obligó a jugar los tres primeros partidos de la temporada lejos y, además, sentenció a muerte a la vieja grada, demolida ocho años mas tarde. Fue Ernest Edwards, editor del Liverpool Echo, el periódico local, quien bautizó la grada en 1906, cuando se interesó por las obras de su edificación y quedó tan impresionado por la perspectiva del lugar que le recordó la ladera de un monte, la colina Spion, de Suráfrica, escenario en enero de 1900 de una sangrienta batalla entre las tropas del batallón de fusileros de Lancashire y los Boers. El batallón fue aniquilado; 3.000 valientes de Liverpool nunca volvieron a Merseyside. Colina, en el idioma afrikaaner, es Kop y en su honor, en el honor de los miles de hijos de Liverpool que tiñieron de sangre roja y scouser aquella colina, Edwards llamó a esa grada The Spion Kop.

John Aldridge disfrutó de The Kop antes como aficionado que como futbolista. "Tení­a 13 años cuando fui por vez primera a la grada, a la sección de los jóvenes. Llevaba el pelo muy largo. Tras de mí­ habí­a un tipo enorme, de los trabajadores del puerto, y cada vez que The Kop ondeaba, cosa que sucedí­a al final de cada jugada, se me apretaba y al echarse atrás me decí­a: 'Perdona, muñeca'. Al dí­a siguiente me corté el pelo y nunca volví­ a dejármelo crecer". Yo nunca llevaba una libra, ni reloj, ni las llaves de casa. Antes de entrar, me gastaba el último penique en la última pinta", recuerda Peter Sheldon, pintor con residencia en Londres; "si te desmayabas, cosa bastante probable dada la aglomeración, te sacaban en volandas por encima de las cabezas de la gente. Cuando llegabas abajo, no tení­as nada en los bolsillos. Era la ley: el que se desmayaba pagaba una ronda. A menudo, volví­a a casa sin dinero, ni reloj ni nada".

Otra costumbre era orinar allí­ mismo: "No podí­as ir al lavabo, no podí­as ni moverte: enrollabas un periódico y listo. ¿Por qué cree que no entraban chicas?", recuerda Tony Barrett, periodista y escritor, que asegura que la primera vez que pisó The Kop no vio el partido: "Estaba tan fascinado que sólo podí­a mirar a mi alrededor". El mejor encuentro que vio allí­ le costó caro: "Fue en 1987, contra el Everton, y ganamos por 3-1. Me aplastaron contra la valla en uno de los goles y me rompí­ tres costillas, pero valió la pena por ver a Bearsdsley, Rush y Barnes juntos".

"Era una caldera humeante que rugí­a, se moví­a ondulante y cantaba siempre. Lo que allí­ sucedí­a se contagiaba al equipo. Cuando iba con el Ipswich, no podí­a dejar de mirarla. Era fascinante. ¡Nunca les ganamos!", recuerda Bobby Robson. También para los rivales era algo especial. Lo sintió Ian Rush, el hombre que más goles ha marcado en la historia del Liverpool. "Jugando con el Juventus, marqué dos goles en Anfield y The Kop empezó a gritar: "¡Que lo fichen, que lo fichen!". Allí­, en el campo, con la camiseta de las vecchia signora, Rush tuvo claro una cosa: "Mi único deseo fue volver al Liverpool, volver a casa"?. The Kop es una maquina de inventar canciones y uno de los himnos más escuchados es Poor scouser Tommy, que recuerda a un soldado moribundo que, acribillado por los nazis, decí­a que él viví­a en The Kop cantando: "Rush marcó uno, Rush marcó dos, Rush marcó tres... Rush marcó el cuarto".

Para muchos urchins, para los seguidores de los reds, The Kop marcó sus vidas. A muchos futbolistas, también. Por ejemplo, a Gordon West, ex portero del Everton: "La primera vez que jugué en Anfield tení­a 19 años, estaba acojonado y me llamaron de todo. La segunda dije: 'Me haré el gracioso'. Les enseñé un poco el culo y les lancé besitos. Al derby siguiente, saltó un tipo al campo y me dio un bolso con una inscripción: Dulce West. Todaví­a hoy, cuando entro en los bares de Liverpool, alguien me grita: 'Gordon, ¿dónde está tu bolso? ¡Y he jugado para Inglaterra! Aquel tipo de The Kop me arruinó la vida!".

"Sobre nosotros, el cielo", se lee en una pancarta de The Kop en alusión a los 30 años que se pasaron los tipos más rudos de Liverpool soportando la lluvia hasta que se cubrió la grada. En ningún otro sitio se rezan tantos Padrenuestro porque ninguna grada tiene tantos muertos que honrar. "La fuerza de la grada es tan brutal que a veces pensé que aspiraban el balón", afirmó el mí­tico Phil Neal, jugador de los 80.

Kenny Dalglish, ex entrenador y elegido como el mejor jugador de The Kop, siempre tuvo claro que desde aquel fondo de Anfield "se viví­an los sueños de la gente que nos veí­a. Dábamos un esfuerzo extra porque ellos siempre lo daban. Era una relación de respeto y admiración mutua".

Mañana, el Barí§a deberá subir por la colina de Anfied.

Bambi

De loco a héroe del pueblo
Tras el cabezazo que le dio Zidane, el patriótico Materazzi se ha convertido en un sí­mbolo del 'calcio'



Allá donde Italia veí­a antes a un loco, con un larguí­simo historial delictivo dentro del campo, ahora ve a un patriota. A un héroe que representa las esencias primarias del pueblo italiano: la solidaridad, la sencillez y el orgullo frente a la presunción de los vecinos franceses. Ése es el nuevo Marco Materazzi, central del Inter, de 33 años, convertido en sí­mbolo de su equipo y de la selección después de que la cabeza de Zidane impactara brutalmente en su pecho en la final del pasado Mundial de Alemania que ganó Italia. De pronto, Italia descubrió que Materazzi era, junto a Gattuso y Buffon, el alma del vestuario, el lí­der que asume responsabilidades -marcó de cabeza en la final y también en los penaltis-, envalentona a sus compañeros y dirige la defensa. Meses antes, en noviembre de 2005, en un amistoso en Messina ante Finlandia, el seleccionador de la azzurra, Marcelo Lippi, le habí­a otorgado la capitaní­a ante la indignación de la hinchada, que lo consideró un escándalo. Pero llegó junio, se lesionó el calladito Nesta y Lippi casi se alegró secretamente: sabí­a que Materazzi era "un lí­der natural".



Algo que advirtieron los periodistas que siguen al Inter cuando éste disputó un partido a puerta cerrada: sólo se oí­an las voces de Materazzi. Palabras de ánimo para sus compañeros e imprecaciones para los rivales, según la vieja escuela italiana de la provocación verbal. De eso sabe mucho Zidane, que reaccionó violentamente y la FIFA lo castigó con tres partidos, por los dos a Materazzi. El central italiano le pedí­a esta semana una disculpa al fenómeno francés, refractario a perdonar a quien propició un final tan amargo de su carrera. Convertido a raí­z de ese episodio en un personaje de fama universal, Materazzi decidió aprovecharlo: escribió un libro supuestamente irónico sobre las 249 frases posibles que le dijo a Zidane y que éste ha tachado de "reclamo publicitario" pese a que los beneficios son destinados a UNICEF; participó en una lí­nea de ropa cuyo sí­mbolo es un hombre que da un cabezazo a otro; saludó la aparición de cientos de videojuegos...

Hace dos semanas, los jugadores del Valencia entraron impresionados al vestuario de San Siro por los regalos del central interista: insultos, patadas, codazos y las más diversas intimidaciones que también experimentó Quique, el entrenador valencianista. Según Materazzi, los españoles son unos "cuentistas" después de que éstos se quejaran del codazo que recibió en la cara Morientes del zaguero italiano. Eso sí­, Materazzi, que perdió de muy joven a su madre, no soporta que nadie se la miente de mala manera. Monta en cólera. En cuanto a su padre, dirigió al Lazio y ahora entrena en la segunda división. Marco, desde luego, es un tipo familiar. Su voluminoso cuerpo está tatuado con los nombres de sus tres hijos. Y hubo otra imagen durante el Mundial que contribuyó a humanizarlo en Italia: en el descanso ante la República Checa, su mujer, Daniela, muy alejada del perfil de la modelo casada con el futbolista, le cambiaba el pañal a su hija pequeña en las gradas del estadio del Hamburgo. Lo que faltaba: Marco como emblema de la familia media italiana.

"Por mi parte, no hay ningún problema, pero debe hablar antes con el jefe de prensa del Inter", responde Materazzi al ser requerido por este periódico para una entrevista. Marco es un tipo abierto y espontáneo con la prensa, de los pocos futbolistas que dice lo que piensa. Otra cosa es el muro que levanta el Inter ante sus jugadores.

Precisamente el Inter, que ahora lo venera, estaba dispuesto a venderlo antes del verano. Tuvo una oferta del Villarreal que el jugador desechó. E incluso el Milan estaba a punto de llevárselo cedido de no haberse topado con la negativa de los ultras milanistas. Los radicales del Inter, por su parte, lo tienen en un altar y no es ajeno a esa beatificación sus ideas filofascistas y sus saludos romanos brazo en alto para celebrar los goles. Marca muchos, por cierto, para tratarse de un defensa. En 2000-01 logró 12 cuando jugaba en el Perugia, un récord para un defensa en el calcio que le abrió las puertas del Inter, que pagó 18 millones. Hace valer su 1,93 metros de estatura para imponerse en el área, pero también su disparo con la zurda, más que aceptable técnicamente (en el Perugia lanzaba los penaltis). A veces se atreve con una chilena que lo sitúan entre los mejores goles de 2006. Antes estuvo cedido en el Everton, inglés, donde fue expulsado tres veces en un curso. Nunca ha permitido que se aflojara su fama de duro y, entre otros, lesionó a Inzaghi, Ibrahimovic -ahora compañero- y Shevchenko, a quien agredió en los testí­culos.

Una ví­ctima más reciente fue Sorí­n, a quien le rompió el pómulo antes de la eliminación interista de la pasada Champions a manos del Villarreal. Nada de eso ha frenado a una Organización Mundial por la Paz, que se pasó en febrero por Appiano Gentile, sede de entrenamiento interista, le entregó una placa y lo propuso como embajador de la organización a este "hombre de paz" que expresa la "verdadera naturaleza de nuestro campeón".

Excesivo en todo, icono del mal en Francia y del bien en Italia, los delanteros del Valencia deberán sufrirlo el martes en Mestalla. O quién sabe si disfrutarlo: su lentitud puede ser una bendición para el veloz Villa. El destacadí­simo Inter llega con la intención de defender el orgullo del calcio. Y en eso Materazzi, que nunca se esconde, se siente una autoridad.

Bambi

¡Por fin...

A- La vida de Lentini
B- Su precio, 9.300 millones me he pasado yo la vida jurando y perjurando ante la mofa ajena. Llevaba yo razón. Me cago en el copón.


El beso de la desgracia ajena

Serí­a el colmo, pero cada domingo parece más posible: el Torino se arriesga a descender y cruzarse con el Juventus por el camino. Todo el esfuerzo realizado por el Toro para volver a la Serie A tení­a un objetivo supremo, el de jugar de nuevo un derby turinés y ganarlo. Aunque sólo fuera una vez. Este año no puede ser porque la Vieja Señora purga sus corrupciones en la Serie B. En septiembre próximo, el Juventus estará, sin ninguna duda, de vuelta en la Serie A. Quien puede no estar es el Torino. Y el sueño del derby se habrá esfumado, al menos, por un año más.



La desgracia, es bien sabido, viste una camiseta grana. Desde la catástrofe de Superga (1949), cuando el mejor Torino de todos los tiempos desapareció en un accidente aéreo, una sombra persigue a los vecinos del Juventus. El caso de Gigi Meroni, la mariposa grana, el jugador emblemático que murió atropellado por un joven seguidor del Toro (para rizar el rizo, el muchacho que conducí­a llegó a ser presidente del club), es sólo la más tremenda en una lista de fatalidades.

Otro Gigi del Torino, jugador de banda como Meroni y como Meroni propenso a la vida loca, también recibió el beso de la desgracia grana. La trayectoria de Gigi Lentini es una parábola perfecta, en el sentido evangélico.

Lentini tení­a 20 años cuando deslumbró a los aficionados del Toro. Ofrecí­a la magia del fantasista y la emoción del extremo. Parecí­a destinado a tocar el cielo. A nadie le extrañó que el Milan y el Juventus se pelearan por contratarle en una subasta que elevó su precio hasta los 65.000 millones de liras, unos 33,5 millones de euros. Era 1992 y Lentini, con sólo 23 años, se convirtió en el futbolista más caro de todos los tiempos. Se lo llevó el Milan de Silvio Berlusconi, que pagó una parte en dinero negro. El pastel se descubrió, pero no pasó nada: el sumario fue sobreseí­do años después. Sí­ pasó algo entre la gente grana, que se enfureció por el traspaso de su estrella. La sede del club sufrió un asalto por parte de un grupo de salvajes. La mayorí­a de los aficionados no asaltó nada y se limitó a irse a su casa con el corazón roto.

Lentini se instaló en pleno centro de Milán, en el barrio de la moda y las modelos, y se compró un Porsche Turbo. Al año siguiente, 1993, el Porsche de Gigi Lentini derrapó en una curva de una autopista piamontesa, dio varias vueltas de campana y se incendió. El futbolista fue rescatado en estado de coma y con el esqueleto quebrado por todas partes. Tardó meses en recuperarse, sufrió una pérdida parcial de memoria y Fabio Capello, entonces entrenador del Milan, prefirió no volver a contar con él. Capello se fue al Madrid, pero llegó Tabárez, quien tampoco contó con Lentini.

El que fue el jugador más caro de todos los tiempos se marchó al Atalanta (1996-1997) y regresó luego al Torino, donde jugó cuatro temporadas. Se reencontró con un Toro hundido en la miseria. Las falsificaciones contables que habí­an permitido camuflar parte de los ingresos de la venta del propio Lentini, la venta del histórico estadio Filadelfia y todo tipo de trapacerí­as financieras concluyeron en quiebra y refundación. El Torino era un equipo ascensor que pasaba más tiempo en la planta baja que en el ático de la Serie A. En 2001, con 31 años, Lentini pasó al modesto Cosenza.

En 2004 le llegó el momento de la retirada. Pero hizo algo insólito. Como si quisiera justificar por cantidad, ya que no habí­a podido hacerlo por calidad, su gigantesco traspaso de 1992, Gigi Lentini fichó por el Canelli, un equipo de aficionados. Su ayuda y la de su amigo Fuser, otro semiretirado, llevó al Canelli a la Serie D, ya dentro de la categorí­a profesional. Lentini cobra 2.500 euros mensuales y mantiene una estrecha relación con la desgracia grana: recientemente, el ciclomotor que conducí­a se estrelló contra un coche sin otro daño para él que unos rasguños. Sigue jugando al fútbol.

javi

Un asunto de familia

ENRIC GONZíLEZ 02/04/2007

Los paí­ses de tradición católica no suelen ser puritanos. El mecanismo de la confesión y la penitencia genera conciencias elásticas. Por eso el Vaticano vive pendiente de España e Italia: teme que el escepticismo religioso nos lleve a la amoralidad y la indecencia, sin estaciones intermedias. Y hace algo parecido a una oferta. Vale con que no vayan a misa, viene a decir, pero protejan la familia tradicional. En esta defensa, la Iglesia católica utiliza argumentos relacionados con la moral, la historia, la pedagogí­a, la psicologí­a, la sociologí­a y el derecho. Quizá resulten convincentes en el caso español. En Italia, sin embargo, podrí­an bastar tres palabras: economí­a, Agnelli, Juventus.

En Italia, el paí­s más mediterráneo del Mediterráneo, el Estado no inspira devoción. Ni siquiera temor. Viene a ser una cosa útil para colocarse o colocar a los parientes. La justicia es lenta y errática, la polí­tica es indescriptible, el pueblo de al lado cae muy lejos y cae antipático, los ideales sólo son buenos mientras duran y todo es negociable. La auténtica fe se deposita en la familia, la nuclear y la clánica. Italia es un paí­s de empresas familiares y de asuntos familiares. La cosa, a su modo, funciona. Y emana una extraña naturalidad. ¿Por qué la gente simpatiza con los Corleone de El padrino? No por los crí­menes, ni por su código de honor, sino porque son una familia de aroma italiano.

¿Qué habrí­a sido de Italia si el primer Agnelli o el primer Barilla no se hubieran casado? Muchas dinastí­as industriales fracasan, pero las que sobreviven se hacen casi indestructibles gracias a la fuerza de la sangre y a los lazos del clan. Esto de la sangre suena a burrada, pero es la única explicación posible ante ciertos fenómenos. Ahí­ está el caso de John y Lapo Elkann, dos muchachos neoyorquinos, crecidos en Brasil y educados entre Francia e Inglaterra. Su madre es una Agnelli y su abuelo fue Gianni Agnelli, el imponente Avvocato; ellos sufren aún cierta dificultad para expresarse en italiano.

John tení­a 22 años cuando ingresó en el consejo de Fiat. Tení­a 28 en 2004, cuando, a la muerte del tí­o-abuelo Umberto, fue nombrado vicepresidente y cabeza de familia. Apoyado en Luca Cordero di Montezemolo, el fiel consigliere que asumió temporalmente la presidencia para dar un poco de aire al muchacho, John se concentró en las empresas familiares. Fiat, que todos daban por muerta, resucitó. El diario La Stampa se renovó con éxito. Ferrari siguió siendo Ferrari.

Quedaba la Juve, un asunto de familia desde que Edoardo Agnelli asumió, en 1923, su presidencia. Era un asunto sentimental de los viejos Agnelli, no daba dinero y causaba muchas preocupaciones. El año pasado dio el disgusto definitivo con la corrupción y el descenso de categorí­a. John y Lapo no simpatizaban con el régimen de Antonio Giraudo, consejero delegado, y Luciano Moggi, director general. Lapo, por dislexia, lapsus freudiano o simple mala leche, les llamaba Caí­n y Babel. Tras el escándalo, lo normal habrí­a sido mantener el Juventus hasta su vuelta a la Serie A y venderlo a buen precio para reforzar otras actividades. Al fin y al cabo, John y Lapo, a diferencia de su abuelo o de Berlusconi, no son muy futboleros.

Esta semana, con la Vieja Señora en camino del ascenso, los Elkann-Agnelli han efectuado una fortí­sima ampliación de capital en el Juventus: 105 millones de euros, 70 de los cuales son de la familia, que pondrá también una de sus marcas, New Holland, en las camisetas, lo que les costará otros 33 millones. Y se declaran dispuestos a seguir pagando hasta que el club vuelva a la élite mundial.

¿Por qué? Porque el Juventus es un asunto de familia. Y con la familia no se juega. No hay otra explicación plausible.
Running is life. Anything before or after is just waiting

Neo

Donde se consiguen estas joyas originalmente? Cada escrito que he leí­do es mejor que el anterior.

What do I know about knowing stuff?

javi

En El Paí­s, los lunes hasta que Rajoy lo cierre.
Running is life. Anything before or after is just waiting

el de la 13

Cita de: Rí tzia en Abril 03, 2007, 10:28:05 AM
Cita de: javi en Abril 03, 2007, 08:56:47 AM
En El Paí­s, los lunes hasta que Rajoy lo cierre.

Si se diera el caso, podrí­amos hacerle una oferta en RBBE, si el consejo de redacción considerase que tiene la calidad suficiente.

Joputa.

Este ultimo es para cogerlo y meterlo en una antologia de algo. Aunque si escribiera para RBBE, habria podido decir que a Lapo (menudo nombre, el pobre) fue cazado hace algunos años en un fiesta privada en la que compartio muchos gramos de farlopa con lo mas granado de la comunidad transexual de Milan.
Sus voy a hacer una pubricidad mala.

Dan

Cita de: CHE en Abril 03, 2007, 10:49:52 AM
Así­ que lo metió en Marketing para que no molestara demasiado

Suele pasar.
Así­ sale después lo que sale, aunque éste, sorprendentemente, no sea el caso.

javi

El final de la primavera
ENRIC GONZíLEZ 07/05/2007

En Sicilia hay dos primaveras. Una, estacional, se repite cada año con un estallido de luz y aromas. La otra es aní­mica y de periodicidad irregular. Se habla de primavera siciliana cada vez que brota en la isla una llamarada de resistencia cí­vica contra la mafia, o cuando repunta fugazmente la economí­a, o cuando los equipos de fútbol locales obtienen algún éxito. Esa primavera del ánimo suele ser efí­mera.

Dos años atrás, en 2005, el calcio siciliano empezó a disfrutar de una primavera deliciosa. Palermo y Messina se encontraron en la Serie A y un soplo de aire cálido llenó los estadios. Las gradas de Palermo y Messina vibraban de entusiasmo. El aparente renacimiento se completó en 2006 con el ascenso del Catania. Tres equipos en la máxima categorí­a: sólo la región más rica de Italia, Lombardí­a, tení­a con el Inter, el Milan y el Atalanta un peso igual al de Sicilia.

Una historia edificante simbolizó esa primavera. Fue la de Giuseppe Sculli, un prometedor muchacho siciliano que jugaba en el Verona y acababa de alcanzar la internacionalidad sub 21. Sculli era nieto de Giuseppe Morabito di Africa, uno de los principales jefes de la mafia calabresa, la N'drangheta. Tras 12 años en paradero desconocido, Morabito di Africa fue detenido en el estadio del Verona: la policí­a supuso, con acierto, que el mafioso no resistirí­a la tentación de ver jugar a su nieto y distribuyó agentes entre el público.

El joven Sculli fue fichado por Luciano Moggi para el Juventus, pero la detención del abuelo le hundió aní­micamente. Lucianone, que, como se supo después, tení­a mucha mano en muchas cosas, decidió que a Sculli le convení­a un periodo de rehabilitación en el Messina. Allí­ jugaba Gaetano d'Agostino, hijo de un arrepentido de la Cosa Nostra y, como tal, condenado a muerte por la mafia. D'Agostino tení­a la misma edad que Sculli y se habí­a visto obligado a abandonar el Roma, en el que se entrenaba con escolta, por causas más graves que las de Sculli. Los aficionados acogieron con calor a los dos muchachos. D'Agostino, centrocampista, y Sculli, atacante, recuperaron un buen nivel. Este espacio recogió la historia de los dos refugiados en septiembre de 2005.

La buena temporada del hijo del arrepentido y del nieto del jefe mafioso llamó la atención de otros equipos. Un año después, sus destinos se separaron. D'Agostino se fue al Udinese. Ayer jugó y perdió frente al Cagliari. Sculli se fue al Génova, a punto de ascender a la Serie A, pero ayer no jugó. Lleva tiempo sin hacerlo.

Poco después de llegar a Génova, Giuseppe Sculli fue acusado de asociación para delinquir (tí­pico delito mafioso) por un juez de Reggio Calabria. Luego, fue acusado de participar en una campaña de amenazas contra los habitantes de Bruzzano Zefirio, un pueblecito calabrés, encaminada a conseguir la reelección de la alcaldesa Rosa Marrapodi, presunto peón de la N'drangheta.

Sculli está pendiente de proceso. No juega porque también se descubrió que, cuando formaba parte del Crotone, habí­a amañado un partido para que ganara el rival, precisamente el Messina. El pasado 28 de noviembre, la justicia deportiva le descalificó por ocho meses.

La primavera de Sculli, aquel chico que parecí­a la ví­ctima inocente de los delitos de su abuelo, duró muy poco. También resultó breve la primavera del Messina, que ayer, vencido 0-1 por un Inter desganado, perdió toda esperanza de salvación. El Messina, como el Ascoli, penará en la Serie B la temporada próxima. El Catania, castigado por los terribles disturbios de febrero, en los que murió un policí­a, está a sólo tres puntos del descenso. Y el Palermo, que allá por diciembre parecí­a aspirar al scudetto, lucha por conseguir una plaza en la Copa de la UEFA.

Se acabó la primavera de Sicilia.
Running is life. Anything before or after is just waiting

el de la 13

Por cierto y ya que se reflota este hilo. Aprovechando que Alvaro estí  moribundo en la cama, yo me fui el sabado al estadio, llamemosle asi, del Mantova a ver el Mantova-Napoli, duelo en la cumbre de la serie B.

Ganamos, claro, 1-0* en uno de los partidos mas bonitos que he visto en mi vida, con 4000 napoletanos en un campo de 14000 plazas, y le jodimos de paso parte de las posibilidades de ascenso directo al Napoli.

El play-off de ascenso este año puede ser algo maravilloso.



* y pudo ser un 4-0, que la segunda parte, con el Napoli con 10, fue un bukkake.
Sus voy a hacer una pubricidad mala.

Neo

Señores, qué ha pasado con éstas columnas? me he quedado esperando por más...
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