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#1
Areópago / Re:Hilo Multiusos que Nadie Le...
Último mensaje por Afirmacionista - Hoy a las 09:23:12 PM
Cita de: SrCualquiera en Hoy a las 06:53:19 PMPor qué negar cuando se puede simplemente dudar.

No hace falta negar la existencia de los dioses, ni tampoco hace ninguna falta dudar de su existencia.

A mí simplemente es que me importa un carajo si existe algún dios. Para qué.
#2
Areópago / Re:Hilo Multiusos que Nadie Le...
Último mensaje por Afirmacionista - Hoy a las 09:18:42 PM
Cita de: SrCualquiera en Hoy a las 06:53:19 PMRespecto a nuestras creencias y sobre cómo las encorsetamos, yo diría que un ateo puede ser creyente de lo sobrenatural sin necesidad de renunciar a su descreimiento de Dios. También hay creyentes en Dios que no creen en fantasmas, uno pone y quita del más allá aquello que intuye o más le interesa, y cómo nadie puede fiscalizarte las creencias realmente, eres libre de hacer y deshacer sin remitirte a ninguna clase de lógica.


De hecho, el próximo 20 de mayo cambian la normas del Vaticano sobre la certificación de las apariciones. Por ejemplo, ahora se pide a los obispos (y de ahí para abajo) que se abstengan de hacer declaraciones públicas sobre la autenticidad o sobrenaturalidad del caso. Se especifica que si los criterios positivos "parecen suficientes", será la autoridad local la que constituirá una comisión de investigación formada por, al menos, un teólogo, un canonista y un perito, antes de trasladar el caso al Vaticano. Y ya lo que diga la santa, apostólica y romana.

También dice el nuevo texto que los católicos tienen derecho a creer o no creer en las apariciones sobrenaturales, independientemente de que la Iglesia le haya dado certificado de autenticidad.

Algo parecido a lo que dices tú ahí arriba, más o menos.
#3
Areópago / Re:Hilo Multiusos que Nadie Le...
Último mensaje por Carson_ - Hoy a las 07:43:06 PM
Hay una trampa argumental en la frase que  escribí, pensé que alguien la pillaría: negar algo sin fundamento entra en la categoría de creencia.

Cuando escribes sereno eres mucho mejor que cuando te crispas, y lo digo yo que no soy precisamente un ejemplo de templanza.
#4
Areópago / Re:Hilo Multiusos que Nadie Le...
Último mensaje por SrCualquiera - Hoy a las 06:53:19 PM
Cita de: Carson_ en Mayo 09, 2024, 01:08:44 PMSí tiene que ver. Como atea niego espíritus, reencarnaciones, presencias del "otro lado" o del más allá. Somos ahora y aquí, después nada.


"Yo era ateo, pero ahora creo, porque un milagro como tú ha tenido que bajar del cielo" C Tangana.

Referido aquí el milagro al maná de las palomas.

De ahí que...

Hum, me alegro de que hayas resuelto el problema.

Respecto a nuestras creencias y sobre cómo las encorsetamos, yo diría que un ateo puede ser creyente de lo sobrenatural sin necesidad de renunciar a su descreimiento de Dios. También hay creyentes en Dios que no creen en fantasmas, uno pone y quita del más allá aquello que intuye o más le interesa, y cómo nadie puede fiscalizarte las creencias realmente, eres libre de hacer y deshacer sin remitirte a ninguna clase de lógica.

Por qué negar cuando se puede simplemente dudar. Afirmar una creencia se parece mucho al acto de cerrar una puerta, te intranquiliza que la puerta esté medio cerrada, se te cuela la corriente inquietante de la duda. Cerramos la puerta y nos olvidamos, pero eso es solo un recurso psicológico contra la ambigüedad, porque la realidad sí lo es, ambigua, y mucho, las puertas se cierran y se abren constantemente.

Por eso creo que es mejor vivir sin creencias, ya decía Ortega que en las creencias se está, y si ya estoy en las creencias que tengo sin quererlo, por qué afirmar cosas sobre algo que no sé y que puedo evitar. Prefiero el misterio. O si tuviera que definirme de alguna forma diría que solo tengo una creencia: y es el ir contra la creencia habitual. Por ejemplo, yo he escrito aquí muchas veces, foro descreído, cínico, materialista, e ingenieril, sobre este tipo de cosas sobrenaturales, y creo que tengo fundadas razones para hacerlo, o al menos para dudar. Pero el secreto placer que extraigo es que me gusta ser un poco magufo aquí precisamente en el areopago. Si me encuentro con alguien, por ejemplo, que tiene las ideas muy afincadas en lo sobrenatural, yo adoptaría el criterio rigurosamente científico. La creencia habitual suele ser siempre la más falsa, ir contra ella no te garantiza que estés en la postura correcta, pero sí que te mueves en la menos equivocada.
#5
Areópago / Re:Hilo Oficial Alicatados Ber...
Último mensaje por javi - Hoy a las 06:44:08 PM
Y no podía haber sido solo una?
#6
Areópago / Re:Hilo Oficial Alicatados Ber...
Último mensaje por Afirmacionista - Hoy a las 06:35:25 PM
El Alcoyano desciende dos categorías de golpe, de forma voluntaria. Pasa de 1ª Federación a 3ª Federación.

#7
Areópago / Re:F1 2024: La vida sigue igua...
Último mensaje por javi - Hoy a las 06:28:21 PM
A) la guardia civil llega hasta alta mar...

B) la apertura no fue cosa de Liberty, más bien fue Bernie el que vio el filón al ver que la oleada de nuevos países incorporados (Turquía, Corea, India,pe) se borraban por lo de la crisis, además sentirse timados con un complejo permanente de escaso retorno.

C) lo más triste de todo esto, que va en el fondo de lo que cuenta el Vallin, que las carreras han pasado a un segundo tercer plano, ya que la nueva propiedad quiere otra cosa, otro público y, sobre todo, facturar. A todo el que pueda.
#8
Areópago / Re:F1 2024: La vida sigue igua...
Último mensaje por Baku - Hoy a las 04:35:44 PM
Cita de: Don Pésimo en Hoy a las 04:30:41 PMOs copio de La Vanguardia un artículo de Pedro Vallín, que tantos fans tiene en el Areópago, sobre piratas y fórmula 1:


La piratería fue una actividad vinculada a la aventura porque la mar oceana no es un territorio donde se puedan imponer leyes ni cobrar tributos. Aquí ya hemos contado en alguna ocasión que la aventura es un género narrativo que requiere ausencia de Estado, ausencia de civilización. Por eso el género aventurero siempre ha buscado aquellos escenarios a los que la ley no llega, ya sean la selva, el marco del riesgo y los imponderables, o los territorios de frontera, que son aquellos espacios o épocas en los que la civilización acecha pero aún no ha impuesto su ley.

Lo vemos en el western, en el cine de capa y espada, en el cine colonial o el cine de exploración, en el cine bélico, en las películas espaciales y, por supuesto en las de piratas y en todas las que se desarrollan en el mar, en la selva, en el desierto, en la montaña o en el espacio. Es decir allí donde no puede llegar una patrulla de la guardia civil.

La aventura y la civilización se excluyen mutuamente, de modo que no es difícil hilvanar que el anarcocapitalismo minarquista, con su rechazo al Estado, a la ley, nace de una patente pulsión adolescente, un regreso a la inmadurez y al romanticismo aventurero. Recuerden que el síndrome del que no quiere crecer se llama síndrome de Peter Pan, que no por casualidad habitaba en un lugar de fantasía que era un trasunto de una isla refugio caribeña para bucaneros.

Porque por más que los piratas surquen los mares en una relativa libertad precivil, de vez en cuando hay que aprovisionar y reparar el bajel, y dormir en una cama sin tener que hacerlo con un ojo abierto ante la impertinente llegada de las autoridades. Así nacieron los puertos francos, lugares remotos o secretos donde filibusteros y corsarios pudieran tomar aliento y distribuir y gozar el botín (entre el juego y la prostitución) antes de enfrascarse en una nueva campaña de asaltos.

Quizá el puerto franco más conocido de los relatos de piratería sea la Isla de la Tortuga, en Haití, bautizada así por Cristóbal Colón durante su primer viaje a América. Con una costa norte enriscada e inaccesible por mar y un puerto refugio en su costa Sur, los bucaneros traficaban allí con tabaco, cuero, metales preciosos y otras materias con tal libertad que España y Francia, principales víctimas de la piratería, trataron de controlar este enclave (con éxito relativo) durante todo el siglo XVII, edad de oro de la piratería. Y pese a caer definitivamente bajo control francés, hasta 1670 no estuvo sometida un régimen legal y tributario digno de tal nombre, de modo que fue puerto refugio de los corsarios del Caribe y lugar de contrabandos de todo tipo durante décadas.

La saga de Disney Piratas del Caribe en el cine y las novelas de Emilio Salgari en la literatura de aventuras son las más famosas referencias culturales de la isla, si bien durante los siglos XVII al XIX fue un enclave citado habitualmente en infinidad de novelas de marinería.

En todo caso, muchísimas ciudades portuarias prosperaron desde el Renacimiento a la Edad Contemporánea, pero incluso las integradas en Estados más o menos sólidos se adhirieron a este relajo de la ley y el orden en beneficio del comercio. Piensen en la Venecia de Renacimiento, el Nueva York del siglo XX o localizaciones singulares para el comercio marítimo como Singapur o Panamá. Este vínculo entre el relajo de las leyes y el acceso al mar ha perdurado por los siglos: si el mar es la jungla y la ciudad es la ley, el puerto es un territorio de frontera y como tal se rige por las leyes de la frontera que no son las leyes del Estado. De hecho, hasta hace bien poco, en las ciudades con puerto mercante de cualquier país europeo, los barrios aledaños a los muelles han sido lugares de escasa reputación, mala vida y francamente desaconsejables para la gente de orden cuando caía la noche.

La tradición comercial de Holanda, un país robado al mar, se basa precisamente en sus puertos, y no ha de extrañar que fuera precisamente en este lugar donde surgiera la primera versión radicalizada del liberalismo, los llamados librecambistas que, como relata José María Lassalle en El liberalismo herido, son los genuinos antepasados de los neoliberales de Milton Friedman y de su reciente versión tumoral, los anarcocapitalistas de Javier Milei. Si, como hemos visto, la ley y el orden son anatema para la aventura pero indispensables para la civilización, también son un verdadero estorbo para los negocios dudosos y jugosos.

La paradoja es que, con el paso de las centurias, los antiguos puertos francos han ido conviviendo con su versión financiera, los paraísos fiscales, y en este arranque de siglo, con las megaurbes obsesionadas con los flujos de grandes capitales, que se vuelven en sí mismas un producto y no un escenario de vida urbana. Cada emirato árabe está obsesionado con desarrollar este modelo de ciudad pensada para atraer y cobijar el dinero antes que las personas. Y están Las Vegas, Miami, Montecarlo, Doha...

Si la ciudad es el producto, hay que anunciarla. El fondo de inversión Liberty Media (ojo al nombre), propietario de la Fórmula 1, ha encontrado en ellas un nicho de negocio evidente: al margen del interés que despierte en el público local el deporte en cuestión, el anuncio planetario bien vale lo que el fondo estadounidense cobra. Es curioso repasar, al lado de los circuitos clásicos del calendario, las ciudades que se han ido incorporando los últimos años a la F1, la mayoría con recorridos urbanos, y ver ese sesgo con la tradición portuaria y mercader. Sangay (China), Yeda (en Arabia Saudí), el viejo Zandvoort (en Holanda), Valencia (España), Las Vegas y Miami (Estados Unidos), Abu Dhabi, Shakir (Bharéin), Bakú (Azerbaiyán) y, claro, Singapur, a las que por supuesto hay que sumar nuestro veterano Gran Premio de Mónaco, donde ya no hay carreras sino procesiones, porque no se puede adelantar. Por supuesto, no ganan dinero con la F1, lo gastan.

Y nada, que la Fórmula 1 viene a Madrid. Nuestra Isla Tortuga.


Aquí en vaso de vídeo:

https://x.com/LaVanguardia/status/1791407846212423844
#9
Areópago / Re:F1 2024: La vida sigue igua...
Último mensaje por Don Pésimo - Hoy a las 04:30:41 PM
Os copio de La Vanguardia un artículo de Pedro Vallín, que tantos fans tiene en el Areópago, sobre piratas y fórmula 1:


La piratería fue una actividad vinculada a la aventura porque la mar oceana no es un territorio donde se puedan imponer leyes ni cobrar tributos. Aquí ya hemos contado en alguna ocasión que la aventura es un género narrativo que requiere ausencia de Estado, ausencia de civilización. Por eso el género aventurero siempre ha buscado aquellos escenarios a los que la ley no llega, ya sean la selva, el marco del riesgo y los imponderables, o los territorios de frontera, que son aquellos espacios o épocas en los que la civilización acecha pero aún no ha impuesto su ley.

Lo vemos en el western, en el cine de capa y espada, en el cine colonial o el cine de exploración, en el cine bélico, en las películas espaciales y, por supuesto en las de piratas y en todas las que se desarrollan en el mar, en la selva, en el desierto, en la montaña o en el espacio. Es decir allí donde no puede llegar una patrulla de la guardia civil.

La aventura y la civilización se excluyen mutuamente, de modo que no es difícil hilvanar que el anarcocapitalismo minarquista, con su rechazo al Estado, a la ley, nace de una patente pulsión adolescente, un regreso a la inmadurez y al romanticismo aventurero. Recuerden que el síndrome del que no quiere crecer se llama síndrome de Peter Pan, que no por casualidad habitaba en un lugar de fantasía que era un trasunto de una isla refugio caribeña para bucaneros.

Porque por más que los piratas surquen los mares en una relativa libertad precivil, de vez en cuando hay que aprovisionar y reparar el bajel, y dormir en una cama sin tener que hacerlo con un ojo abierto ante la impertinente llegada de las autoridades. Así nacieron los puertos francos, lugares remotos o secretos donde filibusteros y corsarios pudieran tomar aliento y distribuir y gozar el botín (entre el juego y la prostitución) antes de enfrascarse en una nueva campaña de asaltos.

Quizá el puerto franco más conocido de los relatos de piratería sea la Isla de la Tortuga, en Haití, bautizada así por Cristóbal Colón durante su primer viaje a América. Con una costa norte enriscada e inaccesible por mar y un puerto refugio en su costa Sur, los bucaneros traficaban allí con tabaco, cuero, metales preciosos y otras materias con tal libertad que España y Francia, principales víctimas de la piratería, trataron de controlar este enclave (con éxito relativo) durante todo el siglo XVII, edad de oro de la piratería. Y pese a caer definitivamente bajo control francés, hasta 1670 no estuvo sometida un régimen legal y tributario digno de tal nombre, de modo que fue puerto refugio de los corsarios del Caribe y lugar de contrabandos de todo tipo durante décadas.

La saga de Disney Piratas del Caribe en el cine y las novelas de Emilio Salgari en la literatura de aventuras son las más famosas referencias culturales de la isla, si bien durante los siglos XVII al XIX fue un enclave citado habitualmente en infinidad de novelas de marinería.

En todo caso, muchísimas ciudades portuarias prosperaron desde el Renacimiento a la Edad Contemporánea, pero incluso las integradas en Estados más o menos sólidos se adhirieron a este relajo de la ley y el orden en beneficio del comercio. Piensen en la Venecia de Renacimiento, el Nueva York del siglo XX o localizaciones singulares para el comercio marítimo como Singapur o Panamá. Este vínculo entre el relajo de las leyes y el acceso al mar ha perdurado por los siglos: si el mar es la jungla y la ciudad es la ley, el puerto es un territorio de frontera y como tal se rige por las leyes de la frontera que no son las leyes del Estado. De hecho, hasta hace bien poco, en las ciudades con puerto mercante de cualquier país europeo, los barrios aledaños a los muelles han sido lugares de escasa reputación, mala vida y francamente desaconsejables para la gente de orden cuando caía la noche.

La tradición comercial de Holanda, un país robado al mar, se basa precisamente en sus puertos, y no ha de extrañar que fuera precisamente en este lugar donde surgiera la primera versión radicalizada del liberalismo, los llamados librecambistas que, como relata José María Lassalle en El liberalismo herido, son los genuinos antepasados de los neoliberales de Milton Friedman y de su reciente versión tumoral, los anarcocapitalistas de Javier Milei. Si, como hemos visto, la ley y el orden son anatema para la aventura pero indispensables para la civilización, también son un verdadero estorbo para los negocios dudosos y jugosos.

La paradoja es que, con el paso de las centurias, los antiguos puertos francos han ido conviviendo con su versión financiera, los paraísos fiscales, y en este arranque de siglo, con las megaurbes obsesionadas con los flujos de grandes capitales, que se vuelven en sí mismas un producto y no un escenario de vida urbana. Cada emirato árabe está obsesionado con desarrollar este modelo de ciudad pensada para atraer y cobijar el dinero antes que las personas. Y están Las Vegas, Miami, Montecarlo, Doha...

Si la ciudad es el producto, hay que anunciarla. El fondo de inversión Liberty Media (ojo al nombre), propietario de la Fórmula 1, ha encontrado en ellas un nicho de negocio evidente: al margen del interés que despierte en el público local el deporte en cuestión, el anuncio planetario bien vale lo que el fondo estadounidense cobra. Es curioso repasar, al lado de los circuitos clásicos del calendario, las ciudades que se han ido incorporando los últimos años a la F1, la mayoría con recorridos urbanos, y ver ese sesgo con la tradición portuaria y mercader. Sangay (China), Yeda (en Arabia Saudí), el viejo Zandvoort (en Holanda), Valencia (España), Las Vegas y Miami (Estados Unidos), Abu Dhabi, Shakir (Bharéin), Bakú (Azerbaiyán) y, claro, Singapur, a las que por supuesto hay que sumar nuestro veterano Gran Premio de Mónaco, donde ya no hay carreras sino procesiones, porque no se puede adelantar. Por supuesto, no ganan dinero con la F1, lo gastan.

Y nada, que la Fórmula 1 viene a Madrid. Nuestra Isla Tortuga.
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Areópago / Re:Algún miserable hijo de put...
Último mensaje por Afirmacionista - Hoy a las 03:50:04 PM
Cita de: javi en Hoy a las 12:03:13 PMAl final, el buque no hará escala en Cartagena

No le habrá gustado el programa de La Mar de Músicas 2024.