libros 2009: a leer pastores...

Iniciado por groucho, Enero 01, 2009, 11:07:58 AM

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California


Merrick

#616
Cita de: antibalas en Mayo 12, 2009, 01:01:19 AM
Pues te recomiendo resucitar el gusanillo de la lectura con esta selección, Merrick:

Pues no vas desencaminado. Tendré que ir de menos a más, porque intentar Vida y Destino de buenas a primeras me parece que no es el camino. De momento, Amazon me ha enviado esto:

SI YORAS PORKE NO PUEDES VER EL SOL LAS LAGRIMAS NO TE DEJARAN VER LAS ESTREYAS XD LOL JAJAJ WAP@ ¡¡!!!!:D

California


Después de dos novelas muy meritorias: La piel frí­a & Pandora en el Congo

ha llegado esto:





tristemente decepcionante

Simpar

Pandora en el Congo ya hacia aguas aunque en lineas generales me gustó y La piel frí­a me pareció muy buena aunque me dejó una sensación de deja vu. Una lástima lo da la tercera, sino avisas me la hubiera pillado.

laura_m

Cita de: Merrick en Mayo 12, 2009, 12:51:30 AM
Como sigan produciendo tantas series tan buenas y tan rápido creo que jamás volveré a leer un libro. Puta indolencia.

Yo ni siquiera estoy consiguiendo acabarme el libro del puñetero sueco ése, que todo el mundo dice que es entretenidí­simo, y hombre, no es que no lo sea, pero es que el Whedon me engancha bastante más. Pero no lo veo como indolencia, sino como sabidurí­a.

Dan

La piel frí­a deja una sensación tremenda de haber leí­do esa historia ya en un Cimoc, Totem, Zona84 o similar.

California

Cita de: Simpar en Mayo 12, 2009, 07:53:02 AM
Pandora en el Congo ya hacia aguas aunque en lineas generales me gustó y La piel frí­a me pareció muy buena aunque me dejó una sensación de deja vu. Una lástima lo da la tercera, sino avisas me la hubiera pillado.

En realidad son 13 cuentos. Pero, ya te digo, me han parecido un poco tontorrones para un escritor de su nivel.


Sin embargo, me leí­ éste para ver que tal:




y me sorprendió muy gratamente. Muy divertido, bien escrito y algo desvergonzado...

más información aquí­








yonodio

"La doctrina del shock, el auge del capitalismo del desastre", de Naomi Klein



Acojonado me estoy quedando y eso que no lo he acabado todavia (me queda un poco menos de la mitad). Como soy muy malo escribiendo reseñas aqui copypasteo algunas referencias:

http://www.elpais.com/articulo/ultima/shock/elpepuopi/20071013elpepiult_2/Tes

La doctrina del shock es la última obra de la canadiense Naomi Klein, otro aldabonazo ético de la autora del célebre No logo, aparecido en el 2001, una especie de manifiesto revolucionario y mordaz contra el poder de las supermarcas y la esclavitud del consumidor. De lo que trata ahora es de las técnicas de sometimiento en la globalización. El método tradicional ha sido la llamada polí­tica "del palo y la zanahoria", aunque los pueblos pueden contar en su historia muchos palos y pocas zanahorias. Serí­a muy aleccionadora una Historia de los Palos. Lo que llamamos memoria histórica es, en el fondo, una memoria de palos, el recuerdo rebelde por los palos impunes. Ahora el palo es el shock. El palo virtual. La producción sistemática de intranquilidad, de piel de gallina. El diagnóstico de Klein se refiere al auge del capitalismo en una "cultura del desastre", pero pareciera inspirado por un seguimiento de la actividad febril de nuestras acreditadas Fábricas de Poner Pelos de Punta. El paí­s del pelo pincho. El producto más vendido de los últimos años ha sido el shock. Se dice que la derecha española no tiene programa, pero esa es una visión anacrónica. Tiene lo que hay que tener: el shock. La razón de que sigamos hablando de José Marí­a Aznar no es por sus dotes como estadista. Un gran estadista dejarí­a en herencia un depósito de esperanza. Lo que nos fascina en él es su doctrinarismo shock. Ese don genuino para popularizar el abismo, para entusiasmarnos con el desastre. Hay dí­as en que España parece el gran laboratorio de la doctrina del shock. El peinado del shock. La polí­tica del shock. La comunicación del shock. La religión del shock. Los budistas recomiendan invertir en sukkha, en bendición. Los obispos españoles sólo predican shock. Han pasado de la igualitaria Epí­stola a los Gálatas ("Ya no hay judí­o ni griego...") a la sectaria Epí­stola del Shock, mientras en las cunetas siguen apareciendo los restos de Cristos asesinados por la "cruzada" franquista. Es el fundamentalismo del shock. Incluso existí­a el temor a que algunos transformaran la fiesta de la Hispanidad en la fiesta del Shock. Lo que tiene el shock es que te acostumbras. "El café, ¿va con shock o sin shock?", pregunta amable el camarero. "Póngamelo sin café".

http://firgoa.usc.es/drupal/node/37426

La constelación neoliberal

El resultado es un libro que puede leerse como una contrahistoria del neoliberalismo contemporáneo. Su tí­tulo, Skock doctrine [La doctrina del shock], introduce inmediatamente en la tesis del volumen: las crisis â€"económicas, sociales o polí­ticasâ€"  y las catástrofes ambientales son usadas para introducir unas reformas neoliberales que han llevado a la demolición del Estado de Bienestar.

El libro entra, para empezar, en el corazón de la Guerra Frí­a. En aquellos años, el futuro premio Nóbel de economí­a Milton Friedman empieza a urdir su tejido para construir una red intelectual de investigadores favorables al libre mercado. Es un economista brillante, pero sus propuestas a favor de la demolición de la intervención estatal en la sociedad y en la economí­a resultan demasiado "extremistas" en relación a lo que hacen las empresas y el gobierno de Washington. Con todo y con eso, su centro de investigación recibe financiación de fundaciones privadas y del gobierno. Milton Friedman sostiene ya entonces que las crisis pueden usarse para una "terapia de shock" a favor del libre mercado.

Milton Friedman se convierte en el agit-prop del neoliberalismo, mientras que sus discí­pulos son enviados por el mundo entero en misión de proselitismo. Sus recetas acabarán convirtiéndose en programas de polí­tica económica en Chile, Paraguay, Argentina, Brasil, Guatemala, Venezuela. Hay un pequeño problema. Son programas aplicados con carros blindados en las calles y tortura sistemática en las prisiones, mientras el número de desaparecidos llega a ser tan alto, que ni siquiera los medios de comunicación estadounidenses pueden ignorarlo.

La parte del libro que habla de los años sesenta y setenta cuenta la historia de los golpes de Estado y del uso sistemático de la violencia contra los opositores polí­ticos, y puede parecer un dejí  vu de historias sabidas desde hace tiempo. Pero Naomi Klein lo presenta como la primera crisis del neoliberalismo. Chile, Argentina y Paraguay son laboratorios en los que se enriquecen muchas transnacionales estadounidenses, a las que se les permite apropiarse de muchas materias primas y abrir nuevos mercados para sus productos. Una especie de renovada acumulación primitiva deslocalizada fuera de las fronteras nacionales. Por eso vale la pena financiar, de consuno con Washington, el terrorismo de estado chileno, argentino, brasileño y paraguayo. Y es precisamente en ese perí­odo que la red intelectual tejida por Friedman se consolida y se extiende al mismo tiempo.

Resulta impresionante el trabajo hecho por Naomi Klein de reconstrucción de las carreras polí­ticas, los ví­nculos de amistad, las relaciones de negocios de hombres â€"de Dick Cheney a Donald Rumsfeld, de John Ashcroft a Domingo Cavallo, de Michel Camdessus a Paul Bremen, a Paul Wolfowitz y a la familia Bushâ€" que pasan de un consejo de administración de alguna transnacional a la dirección de un think thank neoliberal, de puestos de responsabilidad en algún gobierno a los despachos del Banco Mundial o del FMI.

La hasta ahora contada es historia conocida fuera de los EEUU. Naomi Klein lo sabe, pero también es consciente de que en los EEUU es historia sabida o desvelada sólo para una minorí­a de activistas o intelectuales radicales. De aquí­ su obra de sistematización de las informaciones antes de entrar a contar la segunda ola neoliberal, que tiene, como la primera, un apóstol. Es otro economista, se llama Jefrey Sachs y quiere demostrar que el libre mercado, a diferencia de lo que pareció ser el caso en América Latina, no es incompatible con la democracia. Es un auténtico "evangelista del capitalismo democrático", y ve en el desplome de la Unión Soviética y del socialismo real la mejor oportunidad para conciliar la democracia con las "leyes naturales" del mundo de los negocios. Aconseja â€"y es escuchadoâ€" a la Polonia de Lech Walesa y a la Rusia de Boris Yeltsin una desregulación radical de sus economí­as. Su receta será un fracaso, pero en ese mismo momento su "terapia de shock" halla un valioso aliado en un FMI ya definitivamente depurado de economistas vinculados todaví­a a las teorí­as de Lord Maynard Keynes. La deuda será el arma vencedora empleada por los neoliberales, que concederán préstamos sólo a condición de que se desregularice completamente la economí­a. Es el llamado consenso de Washington, son su corolario de "programas de ajuste estructural". Como en el pasado, las transnacionales se harán de oros, pero Sachs, lo mismo que los demás "evangelistas del libre mercado", sostiene que lo que ahora corresponde es que todas las actividades productivas y los servicios sociales gestionados por el estado sean puestos en almoneda, aun a costa de sacrificar centenares de miles  de puestos de trabajo sobre el altar de la competitividad internacional. La pobreza, no dejan de repetir, es un efecto colateral que sin embargo acabará siendo despejado por la mano invisible del mercado.

La "terapia de shock" se nutre ya de estrategias de marketing, propaganda y falsificación de datos, tratando de demostrar que el mercado libre es la única ví­a para escapar de la decadencia económica y de la pobreza masiva. Pero el consenso tiene que ser conquistado electoralmente, aun si eso puede llegar a ralentizar el ritmo de "reformas".

La polí­tica woodoo

Para remover ese obstáculo hay una estrategia bien probada durante la "guerra de la deuda" en América Latina: crear el pánico, para luego presionar a fin de que se adopten "terapias" económicas neoliberales. El Banco Mundial y el FMI se convierten entonces en instituciones supranacionales adaptadas al objetivo de limitar la soberaní­a popular y privar a los gobiernos nacionales de cualquier autonomí­a decisional. Los programas económicos son, pues, confeccionados en Washington, pero su aplicación in situ viene garantizada por personal polí­tico "fiel a la lí­nea". Nami Klein muestra documentalmente cómo incluso las crisis asiáticas de los años noventa tuvieron como protagonistas al Banco Mundial y al FMI, que orquestaron a sabiendas la crisis financiera a fin de demoler toda presencia estatal en la economí­a. Y cuando Tailandia, Filipinas, Malasia, Indochina y Corea del Sur capitularon frente al FMI, un "Chicago boy" escribió una columna en el Financial Times parangonando la revolución del libre mercado en Asia con una "segunda caí­da del Muro de Berlí­n".

En América Latina la situación es distinta. Las dictaduras se desplomaron una tras otra y subieron al poder muchas coaliciones de centroizquierda. Es la era, afirma Naomi Klein, de la polí­tica woodoo, caracterizada por programas electorales keynesianos y sucesivas polí­ticas económicas rí­gidamente neoliberales.

La embrollado ovillo que Naomi Klein pacientemente deshilvana muestra no tanto un comité de negocios de la burguesí­a, cuanto un trust de empresas cuyo negocio consiste en el vaciamiento del estado de toda función, incluida la de la guerra. Es el nacimiento del "estado corporativista", según lo define la autora, en donde una restringida elite pasa de una empresa a cargos públicos sin el menor respeto a las normas liberales contra el conflicto de intereses. El "capitalismo de los desastres" no puede sino seguir renovando la inseguridad social. El 11 de septiembre es, desde este punto de vista, un maná para los neoliberales. La "guerra al terror" se convierte así­ en la retórica tras la que ocultar la venta de la defensa nacional a las empresas privadas y el pleno control del petróleo.

Con la invasión de Afganistán y del Irak, el warfare, es decir, el uso de la guerra para relanzar la economí­a, se ha elevado a sistema, porque la guerra al terror es una guerra total que no sólo implica al sector militar, sino a la sociedad entera. Iluminador a este respecto resulta el capí­tulo que la periodista canadiense dedica a Israel, haciendo del desarrollo de la industria high-tech de la seguridad y de la llegada de los hebreos de la Europa del Este tras la caí­da del Muro de Berlí­n dos de las claves interpretativas â€"no las únicasâ€" del paso de una hipótesis de paz con los palestinos al funesto paseo de Ariel Sharon por la explanada de las mezquitas que provocó la segunda Intifada. Los prófugos del Este europeo pudieron substituir la fuerza de trabajo palestina a bajo costo, mientras que las empresas high-tech pudieron ofrecer sus productos al mundo entero, visto que la guerra al terror es la guerra de la civilización occidental contra sus enemigos.

La economí­a de la catástrofe

Cuando Naomi Klein comienza a analizar los efectos devastantes del huracán Katrina y del Tsunami descubre que las catástrofes son utilizadas por el FMI como misión creep, es decir, expansión indebida de una misión, en este caso de la máquina pública. Los últimos baluartes del estado como garante de la convivencia social son sometidos a ataque. Nueva Orleáns se ha convertido en el laboratorio de esa ulterior privatización del estado. Análogamente, el Tsunami es utilizado para transformar algunas regiones o aun naciones (Sri Lanka, Tailandia y las Maldivas) en clubes de vacación para las elites globales.

Así­ es narrado el capitalismo de los desastres. Naomi Klein, como ya hiciera en NoLogo, no quiere construir una teorí­a del desarrollo capitalista. Es una excelente publicista y periodista de investigación que se plantea siempre la pregunta correcta: cómo organizar la resistencia al neoliberalismo. Es verdad que su defensa del estado de Bienestar puede parecer ingenua, pero cuando empieza a enumerar qué hacen y qué proponen los movimientos sociales, el suyo resulta un keynesianismo que abre puertas al autogobierno por parte de los movimientos sociales y a una democracia radical.


Shock doctrine es, pues, un libro ambicioso, porque pretende ofrecer un mapa del "capitalismo de los desastres". Es ciertamente un fresco de la reorganización del capitalismo tras el 11 de septiembre y empieza a identificar sus puntos de fuerza, las empresas lí­deres que están emergiendo, su vocación global. Pero también identifica sus puntos débiles. Es, pues, un mapa útil de leer, también para prepararse a resistir la próxima ola de terapia de shock que se alimentará con la próxima catástrofe ambiental y con la próxima etapa de la guerra preventiva. O del anunciado e italianí­simo recorte de los gastos sociales para contrarrestar la decadencia económica.


Hay hechos que no por evidentes o cotidianos merecen menos atención. Vaya esto por delante porque “La doctrina del shock” es un libro que investiga sobre hechos tan actuales como la invasión de Irak o el tsunami de Sri Lanka; eso sí­, aportando ciertos datos que arrojan más luz sobre lo que ha ocurrido en esos lugares y las consecuencias que pueden desencadenar. Naomi Klein ya levantó alguna ampolla con su “No logo”, y parece que se ha propuesto hacer lo mismo con este libro, cuyo subtí­tulo, “El auge del capitalismo del desastre”, ya da una idea acerca del enfoque que la autora ha pretendido darle.
Es difí­cil resumir el contenido de “La doctrina del shock” dados los numerosos ejemplos a los que recurre Klein para cimentar sus tesis. No obstante, hay un punto fundamental para entender todas las situaciones a las que se refiere el libro, y ese punto se llama Milton Friedman. Este hombre fue un economista que impartió clases en la Universidad de Chicago en los años cincuenta del pasado siglo, y que formó a su alrededor un grupo de personas que darí­an lugar a la llamada Escuela de Chicago. Este grupo, con Friedman a la cabeza como mentor teórico y lí­der entusiasta, sentó las bases para la implantación polí­tica de una economí­a basada en el laissez-faire más absoluto, una radical interpretación del capitalismo de libre mercado que se comenzó a imponer por la fuerza en la década de los setenta y que ha terminado por asentarse de una forma más democrática en los últimos años del siglo XX. En su libro “Capitalismo y libertad”, Friedman enunciaba las claves para que su programa económico se pusiera en práctica: en primer lugar los gobiernos deben eliminar todas las reglamentaciones y regulaciones que dificulten la acumulación de beneficios; en segundo lugar deben vender todo activo que posean que pudiera ser operado por una empresa privada y dar beneficios; en tercer lugar deben recortar drásticamente los fondos asignados a programas sociales.
Parece evidente que una economí­a diseñada bajo semejantes premisas darí­a como resultado acontecimientos como los que vemos a nuestro alrededor hoy por hoy. La invasión de Irak, por ejemplo (y no hace falta que Naomi Klein lo analice, si bien lo hace con profusión de datos y con interesantes resultados), no es más que una gigantesca operación empresarial para que empresas estadounidenses (algunas británicas; españolas, mal que les pese a algunos, más bien ninguna) se repartan los despojos del paí­s e implanten su actividad a un coste bají­simo y con unos beneficios desorbitados, en parte proporcionados por el Estado norteamericano en forma de ayudas y subvenciones.
Sin embargo, la autora va un poco más allá y revela los primeros lugares donde esa teorí­a económica se puso en práctica: Chile, Uruguay o Argentina. Los años setenta fueron prolí­ficos en golpes de estado que, generosamente apoyados por Estados Unidos, sirvieron para que la Escuela de Chicago ensayara sus ideas en escenarios reales. Las consecuencias, como todos sabemos, fueron las que fueron. De hecho, Klein denomina a estas teorí­as «doctrina del shock» por unas palabras que el propio Friedman enunció: «… sólo una crisis â€"real o percibidaâ€" da lugar a un cambio verdadero. Cuando esa crisis tiene lugar, las acciones que se llevan a cabo dependen de las ideas que flotan en el ambiente. Creo que ésa ha de ser nuestra función básica: desarrollar alternativas a las polí­ticas existentes, para mantenerlas vivas y activas hasta que lo polí­ticamente imposible se vuelve polí­ticamente inevitable.»
Estas palabras, en boca de un hombre que asesoró a Pinochet en los primeros años del régimen, que visitó la China más implacable poco antes de la masacre de la plaza de Tiananmen y cuyos discí­pulos se encuentran entre los hombres más poderosos y con menos escrúpulos del mundo (léase: Donald Rumsfeld o Richard Cheney), son bastante siniestras. No hay más que acercarse al ejemplo con el que Naomi Klein da comienzo a su libro: en Nueva Orleans, poco después de las graves inundaciones de agosto de 2005, Friedman escribió un artí­culo en el que señalaba la oportunidad que se presentaba para desmantelar el sistema público de enseñanza de la ciudad. A lo largo de los meses siguientes, la administración norteamericana siguió al pie de la letra sus recomendaciones y sustituyó las escuelas públicas por escuelas ‘chárter’ (una especie de enseñanza concertada): de 123 escuelas públicas, Nueva Orleans pasó a tener sólo 4 en el plazo de apenas dos años.
Huelga decir que “La doctrina del shock” tiene abundantes ejemplos de casos similares (Polonia, Rusia, China, Sri Lanka, Sudáfrica…), pero el espacio no me permite ahondar más en ellos. Klein aporta numerosos datos en los que basa su teorí­a del capitalismo del desastre, mostrando de forma concienzuda la manera ilegí­tima, oportunista y antisocial en la que estas medidas se han implantado en numerosos puntos del planeta. La información siempre ha estado ahí­, al alcance de cualquiera, aunque la oscuridad polí­tica y la anestesia social que nos embarga parece que no ponen muy fácil el acceder a ella. Sólo por eso este libro deberí­a ser lectura obligada: porque muestra la realidad tan cruda como es, porque muestra la deshonestidad y la completa falta de preocupación por el prójimo de casi todos los participantes en esto que se da en llamar capitalismo, porque a través de sus ejemplos y sus datos nos obliga a pensar, a reflexionar y a juzgar. Porque juzgar es necesario, como lo es poner nuestro pequeño grano de arena en cada proyecto que signifique dar un paso adelante en pro de la mejora de la calidad de vida, de la igualdad entre las personas y la justicia social. Esta reseña es uno de esos pequeños granos. Esperamos poder aportar alguno más.

Ariete

Bah, no te creas nada de lo que diga esa demagoga, puro sensacionalismo.

yonodio

#624
Cita de: Ariete en Mayo 12, 2009, 01:02:08 PM
Bah, no te creas nada de lo que diga esa demagoga, puro sensacionalismo.

supongo que lo dices en coña, no?

Pero si no, dos tazas:

¡Que se vayan todos!

Naomi Klein
The Nation


Viendo a las multitudes en Islandia blandiendo y golpeando ollas y cacerolas hasta hacer caer a su gobierno me acordaba yo de una popular consigna coreada en los cí­rculos anticapitalistas en 2002: "Ustedes son Enron; nosotros, la Argentina".

Su mensaje era suficientemente simple. Ustedes â€"polí­ticos y altos ejecutivos amalgamados en alguna que otra cumbre comercialâ€" son como los temerarios estafadores ejecutivos de Enron (claro que entonces no sabí­amos ni la mitad de lo ocurrido)â€". Nosotros â€"el populacho mantenido al margenâ€" somos como los argentinos, quienes, en medio de una crisis económica misteriosamente parecida a la nuestra, salieron a la calle con ollas y cacerolas al grito de: "Que se vayan todos". Forzaron la dimisión de cuatro presidentes en menos de tres semanas. Lo que hizo única la rebelión argentina de 2001-2002 fue que no iba dirigida contra ningún partido polí­tico concreto, ni tampoco contra la corrupción en abstracto. Su objetivo era el modelo económico dominante: fue la primera revuelta de una nación contra el capitalismo desregulado de nuestros dí­as.

Ha tomado su tiempo, pero, finalmente, desde Islandia hasta Letonia, pasando por Corea del Sur y Grecia, el resto del mundo está llegando al mismo resultado: ¡que se vayan todos!

Las estoicas matriarcas islandesas que sacaban sus cacerolas mientras sus hijos buscaban proyectiles en el frigorí­fico (huevos, desde luego, ¿también yogures?) reproducen las tácticas que se hicieron famosas en Buenos Aires. Un eco de la rabia colectiva contra unas elites que destruyeron un paí­s otrora próspero pensando salir de rositas. Como dijo Gudrun Jonsdottir, una oficinista islandesa de 36 años: "Estoy hasta el moño de todos esto. No me fí­o del gobierno, no me fí­o de los bancos, no me fí­o de los partidos polí­ticos y no me fí­o del FMI. Tení­amos un paí­s estupendo, y se lo han cargado".

Otro eco: en Reikiavik, los manifestantes no se conforman con un mero cambio de rostros en la cúspide (aunque la nueva primera ministra sea una lesbiana). Exigen ayudas al pueblo, no a los bancos; investigación penal de la debacle; y una profunda reforma electoral.

Parecidas exigencias pueden oí­rse en Letonia, cuya economí­a ha experimentado la contracción más drástica dentro de la Unión Europea y en donde el gobierno se halla al borde del precipicio. Durante semanas, la capital se ha visto sacudida por protestas, incluidos unos disturbios en toda regla el pasado 13 de enero. Como en Islandia, los letones están indignados por la negativa de sus dirigentes a aceptar la menor responsabilidad por la catástrofe. Preguntado por la Televisión Bloomberg por las causas de la crisis, el ministro de finanzas letón soltó displicentemente: "ninguna en especial".

Pero los disturbios letones sí­ son especiales: las mismas polí­ticas que permitieron al "Tigre Báltico" crecer a una tasa del 12% en 2006, están ahora causando una violenta contracción que se estima del 10% para este año: el dinero, emancipado de toda barrera, viene tan prontamente como se va, tras rellenar, eso sí­, algunos bolsillos polí­ticos. No es casual que muchas de las catástrofes de hoy sean los "milagros" de ayer: Irlanda, Estonia, Islandia, Letonia.

Pero todaví­a hay algo más argentinesco en el aire. En 2001, los dirigentes argentinos respondieron a la crisis con un brutal paquete de austeridad dictado por el FMI: 9 mil millones de dólares de recorte del gasto público, señaladamente en sanidad y educación. Lo que se reveló un error fatal. Los sindicatos de los trabajadores realizaron una huelga general, los maestros sacaron sus clases a la calle, y por doquiera proseguí­an las protestas.

Esa misma negativa de los de abajo a ser inmolados en la crisis es lo que une hoy a muchos manifestantes de todo el mundo. En Letonia, buena parte de la cólera popular se ha centrado en las medidas gubernamentales de austeridad â€"despidos masivos, recorte de servicios sociales y brusca disminución de los salarios en el sector públicoâ€" tomadas para hacer méritos ante el FMI, de quien se espera un préstamo de urgencia: no, definitivamente, nada ha cambiado. Las revueltas del pasado diciembre en Grecia fueron desencadenadas por el asesinato a tiros por la policí­a de un adolescente de 15 años. Pero lo que las mantiene vivas, con los agricultores recogiendo el testigo de los estudiantes, es la general cólera que desierta en el pueblo griego la respuesta del gobierno a la crisis: se ofrece a los bancos un rescate por valor de 36 mil millones de dólares, mientras se recortan las pensiones de los trabajadores y se da a los campesinos poco más que nada. A pesar de las molestias causadas por el bloqueo de carreteras de los tractores, el 78% de los griegos opina que las exigencias de los agricultores son razonables. Análogamente en Francia, en donde la reciente huelga general â€"desencadenada en parte por los planes del presidente Sarkozy de reducir espectacularmente el número de profesoresâ€" se atrajo el apoyo del 70% de la población.

Acaso el hilo más robusto que atraviesa a toda esa revuelta global sea el rechazo a la lógica de la "polí­tica extraordinaria", por emplear la expresión acuñada por el polí­tico polaco Leszek Balcerowicz para describir el modo en que los polí­ticos acostumbran ahora a ignorar las disposiciones legislativas para avilantarse a "reformas" de todo punto impopulares. Un ardid que está dejando de funcionar, como acaba de descubrir ahora el gobierno de Corea del Sur. En diciembre pasado, el partido gobernante trató de servirse de la crisis en curso para lanzarse a un más que discutible acuerdo de libre comercio con los EEUU. Llevando a nuevos extremos la polí­tica de puertas cerradas, los legisladores se cerraron a cal y canto en la Cámara para poder votar en privado: defendieron la puerta con mesas, sillas y butacas. Los polí­ticos de la oposición no se dejaron impresionar: con martillos percutores y sierras eléctricas, echaron la puerta abajo y entraron en el Parlamento organizando una sentada que habrí­a de durar doce dí­as. Se aplazó el voto, a fin de permitir un mayor debate. Una victoria para un nuevo tipo de "polí­tica extraordinaria".

Aquí­, en Canadá, la polí­tica es notoriamente menos pronta a escenas chocarreras que terminan en YouTube, pero tampoco ha estado exenta de sorprendentes acontecimientos. El pasado octubre, el Partido Conservador ganó las elecciones nacionales con un programa sin ambición. Seis semanas después, nuestro primer ministro tory se sacaba de la chistera un proyecto presupuestario que privaba del derecho de huelga a los trabajadores del sector público, abolí­a la financiación pública de los partidos polí­ticos y no contení­a el menor atisbo de estí­mulo económico. Los partidos de oposición replicaron con la formación de una coalición histórica, que no consiguió hacerse con el poder sólo porque se suspendió abruptamente la sesión parlamentaria. Los tories han regresado ahora con un presupuesto revisado: las polí­ticas extremistas de derecha han desaparecido, y hay un paquete de estí­mulos económicos.

La pauta es clara: los gobiernos que responden a la crisis creada por la ideologí­a de libre mercado con una acrecida dosis de la desacreditada medicina, no sobrevivirán al intento. Como están gritando en la calle los estudiantes italianos: "No pagaremos por vuestra crisis".

garbancita

Cita de: yonnondio en Mayo 12, 2009, 12:52:23 PM
"La doctrina del shock, el auge del capitalismo del desastre", de Naomi Klein



de esta tipa me leí­ el No logo.

Ariete

Cita de: yonnondio en Mayo 12, 2009, 01:23:05 PM
Cita de: Ariete en Mayo 12, 2009, 01:02:08 PM
Bah, no te creas nada de lo que diga esa demagoga, puro sensacionalismo.

supongo que lo dices en coña, no?

Pero si no, dos tazas:

¡Que se vayan todos!

Naomi Klein
The Nation


Viendo a las multitudes en Islandia blandiendo y golpeando ollas y cacerolas hasta hacer caer a su gobierno me acordaba yo de una popular consigna coreada en los cí­rculos anticapitalistas en 2002: "Ustedes son Enron; nosotros, la Argentina".

Su mensaje era suficientemente simple. Ustedes â€"polí­ticos y altos ejecutivos amalgamados en alguna que otra cumbre comercialâ€" son como los temerarios estafadores ejecutivos de Enron (claro que entonces no sabí­amos ni la mitad de lo ocurrido)â€". Nosotros â€"el populacho mantenido al margenâ€" somos como los argentinos, quienes, en medio de una crisis económica misteriosamente parecida a la nuestra, salieron a la calle con ollas y cacerolas al grito de: "Que se vayan todos". Forzaron la dimisión de cuatro presidentes en menos de tres semanas. Lo que hizo única la rebelión argentina de 2001-2002 fue que no iba dirigida contra ningún partido polí­tico concreto, ni tampoco contra la corrupción en abstracto. Su objetivo era el modelo económico dominante: fue la primera revuelta de una nación contra el capitalismo desregulado de nuestros dí­as.

Ha tomado su tiempo, pero, finalmente, desde Islandia hasta Letonia, pasando por Corea del Sur y Grecia, el resto del mundo está llegando al mismo resultado: ¡que se vayan todos!

Las estoicas matriarcas islandesas que sacaban sus cacerolas mientras sus hijos buscaban proyectiles en el frigorí­fico (huevos, desde luego, ¿también yogures?) reproducen las tácticas que se hicieron famosas en Buenos Aires. Un eco de la rabia colectiva contra unas elites que destruyeron un paí­s otrora próspero pensando salir de rositas. Como dijo Gudrun Jonsdottir, una oficinista islandesa de 36 años: "Estoy hasta el moño de todos esto. No me fí­o del gobierno, no me fí­o de los bancos, no me fí­o de los partidos polí­ticos y no me fí­o del FMI. Tení­amos un paí­s estupendo, y se lo han cargado".

Otro eco: en Reikiavik, los manifestantes no se conforman con un mero cambio de rostros en la cúspide (aunque la nueva primera ministra sea una lesbiana). Exigen ayudas al pueblo, no a los bancos; investigación penal de la debacle; y una profunda reforma electoral.

Parecidas exigencias pueden oí­rse en Letonia, cuya economí­a ha experimentado la contracción más drástica dentro de la Unión Europea y en donde el gobierno se halla al borde del precipicio. Durante semanas, la capital se ha visto sacudida por protestas, incluidos unos disturbios en toda regla el pasado 13 de enero. Como en Islandia, los letones están indignados por la negativa de sus dirigentes a aceptar la menor responsabilidad por la catástrofe. Preguntado por la Televisión Bloomberg por las causas de la crisis, el ministro de finanzas letón soltó displicentemente: "ninguna en especial".

Pero los disturbios letones sí­ son especiales: las mismas polí­ticas que permitieron al "Tigre Báltico" crecer a una tasa del 12% en 2006, están ahora causando una violenta contracción que se estima del 10% para este año: el dinero, emancipado de toda barrera, viene tan prontamente como se va, tras rellenar, eso sí­, algunos bolsillos polí­ticos. No es casual que muchas de las catástrofes de hoy sean los "milagros" de ayer: Irlanda, Estonia, Islandia, Letonia.

Pero todaví­a hay algo más argentinesco en el aire. En 2001, los dirigentes argentinos respondieron a la crisis con un brutal paquete de austeridad dictado por el FMI: 9 mil millones de dólares de recorte del gasto público, señaladamente en sanidad y educación. Lo que se reveló un error fatal. Los sindicatos de los trabajadores realizaron una huelga general, los maestros sacaron sus clases a la calle, y por doquiera proseguí­an las protestas.

Esa misma negativa de los de abajo a ser inmolados en la crisis es lo que une hoy a muchos manifestantes de todo el mundo. En Letonia, buena parte de la cólera popular se ha centrado en las medidas gubernamentales de austeridad â€"despidos masivos, recorte de servicios sociales y brusca disminución de los salarios en el sector públicoâ€" tomadas para hacer méritos ante el FMI, de quien se espera un préstamo de urgencia: no, definitivamente, nada ha cambiado. Las revueltas del pasado diciembre en Grecia fueron desencadenadas por el asesinato a tiros por la policí­a de un adolescente de 15 años. Pero lo que las mantiene vivas, con los agricultores recogiendo el testigo de los estudiantes, es la general cólera que desierta en el pueblo griego la respuesta del gobierno a la crisis: se ofrece a los bancos un rescate por valor de 36 mil millones de dólares, mientras se recortan las pensiones de los trabajadores y se da a los campesinos poco más que nada. A pesar de las molestias causadas por el bloqueo de carreteras de los tractores, el 78% de los griegos opina que las exigencias de los agricultores son razonables. Análogamente en Francia, en donde la reciente huelga general â€"desencadenada en parte por los planes del presidente Sarkozy de reducir espectacularmente el número de profesoresâ€" se atrajo el apoyo del 70% de la población.

Acaso el hilo más robusto que atraviesa a toda esa revuelta global sea el rechazo a la lógica de la "polí­tica extraordinaria", por emplear la expresión acuñada por el polí­tico polaco Leszek Balcerowicz para describir el modo en que los polí­ticos acostumbran ahora a ignorar las disposiciones legislativas para avilantarse a "reformas" de todo punto impopulares. Un ardid que está dejando de funcionar, como acaba de descubrir ahora el gobierno de Corea del Sur. En diciembre pasado, el partido gobernante trató de servirse de la crisis en curso para lanzarse a un más que discutible acuerdo de libre comercio con los EEUU. Llevando a nuevos extremos la polí­tica de puertas cerradas, los legisladores se cerraron a cal y canto en la Cámara para poder votar en privado: defendieron la puerta con mesas, sillas y butacas. Los polí­ticos de la oposición no se dejaron impresionar: con martillos percutores y sierras eléctricas, echaron la puerta abajo y entraron en el Parlamento organizando una sentada que habrí­a de durar doce dí­as. Se aplazó el voto, a fin de permitir un mayor debate. Una victoria para un nuevo tipo de "polí­tica extraordinaria".

Aquí­, en Canadá, la polí­tica es notoriamente menos pronta a escenas chocarreras que terminan en YouTube, pero tampoco ha estado exenta de sorprendentes acontecimientos. El pasado octubre, el Partido Conservador ganó las elecciones nacionales con un programa sin ambición. Seis semanas después, nuestro primer ministro tory se sacaba de la chistera un proyecto presupuestario que privaba del derecho de huelga a los trabajadores del sector público, abolí­a la financiación pública de los partidos polí­ticos y no contení­a el menor atisbo de estí­mulo económico. Los partidos de oposición replicaron con la formación de una coalición histórica, que no consiguió hacerse con el poder sólo porque se suspendió abruptamente la sesión parlamentaria. Los tories han regresado ahora con un presupuesto revisado: las polí­ticas extremistas de derecha han desaparecido, y hay un paquete de estí­mulos económicos.

La pauta es clara: los gobiernos que responden a la crisis creada por la ideologí­a de libre mercado con una acrecida dosis de la desacreditada medicina, no sobrevivirán al intento. Como están gritando en la calle los estudiantes italianos: "No pagaremos por vuestra crisis".


Este artí­culo con el que me das la segunda taza es un buen ejemplo de lo que decí­a. Demagogia populista. Coge ejemplos de aquí­ y de allá y los engloba a todos en una narración común: la lucha de los pueblos del mundo contra el gran capital internacional.

Pero eso es no tener ni idea ni de las causas de lo que pasó en Argentina ni en Islandia. Como es mucho rollo económico y hay que matizar mucho pá qué, ea. Se queda solo con la imagen de madres dando caceroladas e hijos tirando huevos y ya está. Es tan emocionante...

yonodio

Cita de: Ariete en Mayo 12, 2009, 01:57:35 PM
Cita de: yonnondio en Mayo 12, 2009, 01:23:05 PM
Cita de: Ariete en Mayo 12, 2009, 01:02:08 PM
Bah, no te creas nada de lo que diga esa demagoga, puro sensacionalismo.

supongo que lo dices en coña, no?

Pero si no, dos tazas:

¡Que se vayan todos!

Naomi Klein
The Nation


Viendo a las multitudes en Islandia blandiendo y golpeando ollas y cacerolas hasta hacer caer a su gobierno me acordaba yo de una popular consigna coreada en los cí­rculos anticapitalistas en 2002: "Ustedes son Enron; nosotros, la Argentina".

Su mensaje era suficientemente simple. Ustedes â€"polí­ticos y altos ejecutivos amalgamados en alguna que otra cumbre comercialâ€" son como los temerarios estafadores ejecutivos de Enron (claro que entonces no sabí­amos ni la mitad de lo ocurrido)â€". Nosotros â€"el populacho mantenido al margenâ€" somos como los argentinos, quienes, en medio de una crisis económica misteriosamente parecida a la nuestra, salieron a la calle con ollas y cacerolas al grito de: "Que se vayan todos". Forzaron la dimisión de cuatro presidentes en menos de tres semanas. Lo que hizo única la rebelión argentina de 2001-2002 fue que no iba dirigida contra ningún partido polí­tico concreto, ni tampoco contra la corrupción en abstracto. Su objetivo era el modelo económico dominante: fue la primera revuelta de una nación contra el capitalismo desregulado de nuestros dí­as.

Ha tomado su tiempo, pero, finalmente, desde Islandia hasta Letonia, pasando por Corea del Sur y Grecia, el resto del mundo está llegando al mismo resultado: ¡que se vayan todos!

Las estoicas matriarcas islandesas que sacaban sus cacerolas mientras sus hijos buscaban proyectiles en el frigorí­fico (huevos, desde luego, ¿también yogures?) reproducen las tácticas que se hicieron famosas en Buenos Aires. Un eco de la rabia colectiva contra unas elites que destruyeron un paí­s otrora próspero pensando salir de rositas. Como dijo Gudrun Jonsdottir, una oficinista islandesa de 36 años: "Estoy hasta el moño de todos esto. No me fí­o del gobierno, no me fí­o de los bancos, no me fí­o de los partidos polí­ticos y no me fí­o del FMI. Tení­amos un paí­s estupendo, y se lo han cargado".

Otro eco: en Reikiavik, los manifestantes no se conforman con un mero cambio de rostros en la cúspide (aunque la nueva primera ministra sea una lesbiana). Exigen ayudas al pueblo, no a los bancos; investigación penal de la debacle; y una profunda reforma electoral.

Parecidas exigencias pueden oí­rse en Letonia, cuya economí­a ha experimentado la contracción más drástica dentro de la Unión Europea y en donde el gobierno se halla al borde del precipicio. Durante semanas, la capital se ha visto sacudida por protestas, incluidos unos disturbios en toda regla el pasado 13 de enero. Como en Islandia, los letones están indignados por la negativa de sus dirigentes a aceptar la menor responsabilidad por la catástrofe. Preguntado por la Televisión Bloomberg por las causas de la crisis, el ministro de finanzas letón soltó displicentemente: "ninguna en especial".

Pero los disturbios letones sí­ son especiales: las mismas polí­ticas que permitieron al "Tigre Báltico" crecer a una tasa del 12% en 2006, están ahora causando una violenta contracción que se estima del 10% para este año: el dinero, emancipado de toda barrera, viene tan prontamente como se va, tras rellenar, eso sí­, algunos bolsillos polí­ticos. No es casual que muchas de las catástrofes de hoy sean los "milagros" de ayer: Irlanda, Estonia, Islandia, Letonia.

Pero todaví­a hay algo más argentinesco en el aire. En 2001, los dirigentes argentinos respondieron a la crisis con un brutal paquete de austeridad dictado por el FMI: 9 mil millones de dólares de recorte del gasto público, señaladamente en sanidad y educación. Lo que se reveló un error fatal. Los sindicatos de los trabajadores realizaron una huelga general, los maestros sacaron sus clases a la calle, y por doquiera proseguí­an las protestas.

Esa misma negativa de los de abajo a ser inmolados en la crisis es lo que une hoy a muchos manifestantes de todo el mundo. En Letonia, buena parte de la cólera popular se ha centrado en las medidas gubernamentales de austeridad â€"despidos masivos, recorte de servicios sociales y brusca disminución de los salarios en el sector públicoâ€" tomadas para hacer méritos ante el FMI, de quien se espera un préstamo de urgencia: no, definitivamente, nada ha cambiado. Las revueltas del pasado diciembre en Grecia fueron desencadenadas por el asesinato a tiros por la policí­a de un adolescente de 15 años. Pero lo que las mantiene vivas, con los agricultores recogiendo el testigo de los estudiantes, es la general cólera que desierta en el pueblo griego la respuesta del gobierno a la crisis: se ofrece a los bancos un rescate por valor de 36 mil millones de dólares, mientras se recortan las pensiones de los trabajadores y se da a los campesinos poco más que nada. A pesar de las molestias causadas por el bloqueo de carreteras de los tractores, el 78% de los griegos opina que las exigencias de los agricultores son razonables. Análogamente en Francia, en donde la reciente huelga general â€"desencadenada en parte por los planes del presidente Sarkozy de reducir espectacularmente el número de profesoresâ€" se atrajo el apoyo del 70% de la población.

Acaso el hilo más robusto que atraviesa a toda esa revuelta global sea el rechazo a la lógica de la "polí­tica extraordinaria", por emplear la expresión acuñada por el polí­tico polaco Leszek Balcerowicz para describir el modo en que los polí­ticos acostumbran ahora a ignorar las disposiciones legislativas para avilantarse a "reformas" de todo punto impopulares. Un ardid que está dejando de funcionar, como acaba de descubrir ahora el gobierno de Corea del Sur. En diciembre pasado, el partido gobernante trató de servirse de la crisis en curso para lanzarse a un más que discutible acuerdo de libre comercio con los EEUU. Llevando a nuevos extremos la polí­tica de puertas cerradas, los legisladores se cerraron a cal y canto en la Cámara para poder votar en privado: defendieron la puerta con mesas, sillas y butacas. Los polí­ticos de la oposición no se dejaron impresionar: con martillos percutores y sierras eléctricas, echaron la puerta abajo y entraron en el Parlamento organizando una sentada que habrí­a de durar doce dí­as. Se aplazó el voto, a fin de permitir un mayor debate. Una victoria para un nuevo tipo de "polí­tica extraordinaria".

Aquí­, en Canadá, la polí­tica es notoriamente menos pronta a escenas chocarreras que terminan en YouTube, pero tampoco ha estado exenta de sorprendentes acontecimientos. El pasado octubre, el Partido Conservador ganó las elecciones nacionales con un programa sin ambición. Seis semanas después, nuestro primer ministro tory se sacaba de la chistera un proyecto presupuestario que privaba del derecho de huelga a los trabajadores del sector público, abolí­a la financiación pública de los partidos polí­ticos y no contení­a el menor atisbo de estí­mulo económico. Los partidos de oposición replicaron con la formación de una coalición histórica, que no consiguió hacerse con el poder sólo porque se suspendió abruptamente la sesión parlamentaria. Los tories han regresado ahora con un presupuesto revisado: las polí­ticas extremistas de derecha han desaparecido, y hay un paquete de estí­mulos económicos.

La pauta es clara: los gobiernos que responden a la crisis creada por la ideologí­a de libre mercado con una acrecida dosis de la desacreditada medicina, no sobrevivirán al intento. Como están gritando en la calle los estudiantes italianos: "No pagaremos por vuestra crisis".


Este artí­culo con el que me das la segunda taza es un buen ejemplo de lo que decí­a. Demagogia populista. Coge ejemplos de aquí­ y de allá y los engloba a todos en una narración común: la lucha de los pueblos del mundo contra el gran capital internacional.

Pero eso es no tener ni idea ni de las causas de lo que pasó en Argentina ni en Islandia. Como es mucho rollo económico y hay que matizar mucho pá qué, ea. Se queda solo con la imagen de madres dando caceroladas e hijos tirando huevos y ya está. Es tan emocionante...

Pues me gustaria concer tu contraopinion, por contrastar

Ariete

#628
Es que eso que me pides es muy dificil e igual me viene grande. Mi opinión es que cada cosa tiene sus causas, que son muchas y más complejas. No sé si así­ vale.

Ten en cuenta que la tiparraca esta coge y opina asi en unas pocas lí­neas de, atención: la guerra frí­a, el golpe de Pinochet, la dictadura militar argentina, el corralito, la crisis financiera de Islandia y Letonia, las protestas de campesinos griegos y las medidas tomadas por el gobierno canadiense. Entre otras cosas. Y no se ha metido a opinar sobre fí­sica cuántica porque ya no le cabí­a otro párrafo, que si no se iba a enterar el Schroedinger ese.


Ya que estamos en este hilo, un libro reciente que he leí­do y que es bastante didáctico que trata sobre algunos de estos temas es "El club de la miseria". Está muy bien para cualquiera que tenga algo de interés sobre las causas de la pobreza de los paí­ses del tercer mundo. Las verdaderas, digo, las que no caben en una consigna. Su autor ha sido directivo del Banco Mundial (o sea, es del lado de los supervillanos) y es especialista en economí­a africana, así­ que sabe bastante de lo que habla.

Por resumirlo, viene a decir que el problema básico son los monstruosos grados de corrupción que hay en esos paí­ses, que impiden cualquier desarrollo. Pone el ejemplo de un seguimiento de la inversión realizada para construir un hospital en Camerún o Senegal o por ahí­. Pues bien, parece que só´lo el 1% del dinero destinado ahí­ llegó a emplearse efectivamente en el hospital. El 99% restante se quedó por el camino a base de "mordidas" de funcionarios corruptos y cualquiera que pasara por ahí­. Luego hay otras causas, como la falta de infraestructuras, la falta de salida al mar, los paí­ses vecinos (tener vecinos ricos te hace rico, tener vecinos pobre te hace pobre, por lo general), la inseguridad jurí­dica, la inestabilidad polí­tica, las decisiones caprichosas del dictador que haya.. etc.


Rednuts

Cita de: yonnondio en Mayo 12, 2009, 02:11:10 PM
Cita de: Ariete en Mayo 12, 2009, 01:57:35 PM
Cita de: yonnondio en Mayo 12, 2009, 01:23:05 PM
Cita de: Ariete en Mayo 12, 2009, 01:02:08 PM
Bah, no te creas nada de lo que diga esa demagoga, puro sensacionalismo.

supongo que lo dices en coña, no?

Pero si no, dos tazas:

¡Que se vayan todos!

Naomi Klein
The Nation



LADRILLACO


Este artí­culo con el que me das la segunda taza es un buen ejemplo de lo que decí­a. Demagogia populista. Coge ejemplos de aquí­ y de allá y los engloba a todos en una narración común: la lucha de los pueblos del mundo contra el gran capital internacional.

Pero eso es no tener ni idea ni de las causas de lo que pasó en Argentina ni en Islandia. Como es mucho rollo económico y hay que matizar mucho pá qué, ea. Se queda solo con la imagen de madres dando caceroladas e hijos tirando huevos y ya está. Es tan emocionante...

Pues me gustaria concer tu contraopinion, por contrastar

A la tipa esta ya le dieron lo suyo los autores de Rebelarse Vende. Si quieres una contraopinión elaborada en forma de libro, pilla ese.
Tú no tienes convicciones porque tú eres de Málaga