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Misticismo

Iniciado por Kamarasa GregorioSamsa, Noviembre 13, 2007, 01:57:53 PM

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Kamarasa GregorioSamsa

Este es tu hilo, Dionisio. Pero, para empezar, lo mejor es ponerlo en contraste con el personaje antimí­stico por excelencia: UG.

http://www.youtube.com/watch/v/R6nxok_8a5o

Kamarasa GregorioSamsa


Scardanelli

La mí­stica me la hace levitar.



Como dize Aristótiles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenení§ia; la otra cosa era
por aver juntamiento con fenbra plazentera.

Kamarasa GregorioSamsa

Mí­stica que se mastica. Buena erección.

Dionisio Aerofagita

Más masticable a pesar de sus mutaciones que el mí­stico de Krishnamurti, que parece salido del planeta Raticulí­n. Apenas entiendo una palabra de inglés hablado, pero en su página krishamurtica garantizan la erección, digo, la emergencia espiritual con sólo mirar sus fotos. De gustibus non disputandum est. Si no les gustan azules, de todo hay en la viña del no-ser, les dejo con una bruja rubia, mystic arcana.



Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Kamarasa GregorioSamsa

Señor anarkomisticista, compórtese con UG, que ya nos abandonó. Suficiente tuvo con "la calamidad".

Dionisio Aerofagita

Cita de: GregorioSamsa en Noviembre 13, 2007, 07:07:32 PM
Señor anarkomisticista, compórtese con UG, que ya nos abandonó. Suficiente tuvo con "la calamidad".

Ahora que se ha librado del pensamiento, no hay manera de que se ofenda.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Kamarasa GregorioSamsa

Entonces mañana te postearé algo de Grof, para que tu dosis de misticismo no se reduzca drásticamente. Hay que mantenerte cuerdo. ;D

Scardanelli

La literatura mí­stica consiste en hablar por hablar, en la frustrada comunicación de una experiencia inefable, en hacer un vano esfuerzo para hacerse entender por parte del escritor y entender lo que se le dice por parte del lector.

Así­ que si queréis mí­stica (profana) estáis en el lugar adecuado.
Como dize Aristótiles, cosa es verdadera,
el mundo por dos cosas trabaja: la primera,
por aver mantenení§ia; la otra cosa era
por aver juntamiento con fenbra plazentera.


Dionisio Aerofagita

Cita de: GregorioSamsa en Noviembre 13, 2007, 07:55:20 PM
Entonces mañana te postearé algo de Grof, para que tu dosis de misticismo no se reduzca drásticamente. Hay que mantenerte cuerdo. ;D

OK. Aunque tengo que reconocer que mi cordura es una pose.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Kamarasa GregorioSamsa

Cita de: Scardanelli en Noviembre 13, 2007, 08:16:39 PM
La literatura mí­stica consiste en hablar por hablar, en la frustrada comunicación de una experiencia inefable, en hacer un vano esfuerzo para hacerse entender por parte del escritor y entender lo que se le dice por parte del lector.

Así­ que si queréis mí­stica (profana) estáis en el lugar adecuado.

Endeluego. Es el sello areopagita.

Kamarasa GregorioSamsa

¿Cuál es aquel ojo que ve las demás cosas como se ve a sí­ mismo? Aquel que en sí­ mismo ve todas las cosas, y él mismo es todas las cosas.
Giordano Bruno

Lacenaire

Eh, ts,ts, eh...te voy a decir una cosa. Pero mí­rame a los ojos , eh..ts,ts, eh!!

Kamarasa GregorioSamsa

Vamos con Grof.

La filosofí­a de la ciencia y el papel de los paradigmas

Desde la revolución industrial, la ciencia occidental ha alcanzado un éxito extraordinario y se ha convertido en una poderosa fuerza, moldeando la vida de muchos millones de personas. Su orientación materialista y niecanicista prácticamente ha reemplazado a la teologí­a y a la filosofí­a como principio directivo de la existencia humana y ha transformado el mundo en el que vivimos, hasta un punto inimaginable. Los triunfos tecnológicos han sido tan notables que, hasta hace poco, eran pocos los que poní­an en duda la autoridad absoluta de la ciencia para determinar las estrategias básicas de la vida. Los libros de texto de diversas disciplinas, suelen describir la historia de la ciencia como un desarrollo lineal, con una acumulación gradual de conocimientos sobre el universo, que culmina en el estado actual. Así­ pues, se presenta a las importantes figuras del desarrollo del pensamiento cientí­fico, como contribuidores que han trabajado en problemas de un mismo parámetro y de acuerdo con un mismo conjunto de reglas fijas, establecidas como cientí­ficas por los logros más recientes. Cada perí­odo de la historia de las ideas y los métodos cientí­ficos, se ve como un paso lógico en una aproximación gradual a una descripción cada vez más precisa del universo y de la verdad definitiva de la existencia.
El análisis detallado de la historia y la filosofí­a de la ciencia, revela que ésta es una visión sumamente distorsionada y romántica de la sucesión real de los hechos. Se puede argí¼ir con fuerza y convicción que la historia de la ciencia está muy lejos de ser lineal y que, a pesar de sus éxitos tecnológicos, las disciplinas cientí­ficas no nos acercan necesariamente a una comprensión más exacta de la realidad. El representante más destacado de este punto de vista herético es el fí­sico e historiador cientí­fico Thomas Kuhn. Su estudio del desarrollo de las teorí­as y revoluciones cientí­ficas, se inspiró en primer lugar en su observación de ciertas diferencias fundamentales entre las ciencias sociales y las naturales. Le sorprendió la cantidad y el grado de discrepancias existentes entre los cientí­ficos sociales con relación a la naturaleza básica de los auténticos problemas y enfoques. Esta situación parecí­a contrastar severamente con la de las ciencias naturales. A pesar de que era improbable que los astrónomos, los fí­sicos y los quí­micos contaran con respuestas más firmes y definitivas que los psicólogos, los antropólogos y los sociólogos, los primeros, por alguna razón desconocida, no parecí­an involucrarse seriamente en ninguna polémica relacionada con problemas fundamentales. Explorando dicha discrepancia con mayor profundidad, Kuhn inició un penetrante estudio de la historia de la ciencia, que culminó quince años más tarde con la publicación de su obra La estructura de las revoluciones cientí­ficas (1962), que marcó el inicio de una nueva época.
Con el progreso de su investigación pasó a ser gradualmente evidente que, desde una perspectiva histórica, incluso el desarrollo de las llamadas ciencias fundamentales está muy lejos de ser homogéneo y desprovisto de ambigí¼edad. La historia de la ciencia no consiste en modo alguno en una acumulación gradual de datos y en la formulación cada vez más precisa de teorí­as, sino que muestra una naturaleza claramente cí­clica con etapas especí­ficas y una dinámica caracterí­stica. Dicho proceso obedece ciertas leyes y sus cambios pueden ser comprendidos y previstos, gracias al paradigma, que constituye el concepto central de la teorí­a de Kuhn. En su sentido más amplio, un paradigma puede definirse como una constelación de creencias, valores y técnicas compartidos por los miembros de una comunidad cientí­fica determinada. La naturaleza de algunos paradigmas es esencialmente filosófica, general y amplia, mientras que otros dirigen el pensamiento cientí­fico en áreas bastante especí­ficas y circunscritas de la investigación. Así­ pues, un paradigma en particular puede ser preceptivo para todas las ciencias naturales; otros para la astronomí­a, la fí­sica, la bioquí­mica o la biologí­a molecular; y otros distintos para áreas tan altamente especializadas y esotéricas como el estudio de los virus o la ingenierí­a genética.
Un paradigma es tan esencial para la ciencia como la observación y la experimentación; la adherencia a paradigmas especí­ficos es un requisito absolutamente indispensable de todo proyecto cientí­fico consecuente. La realidad es extremadamente compleja y resulta imposible tratarla en su totalidad. La ciencia es incapaz de observar y tener en cuenta todas las variantes que intervienen en un fenómeno determinado, realizar todos los experimentos posibles y practicar todas las manipulaciones clí­nicas y de laboratorio. El cientí­fico tiene que reducir el problema a una escala operable, y para ello se rige por el principal paradigma vigente. Por consiguiente, el cientí­fico no puede evitar la introducción de un sistema de creencias en su área de estudio.
Las observaciones cientí­ficas por sí­ mismas no dictan claramente soluciones únicas y precisas, ningún paradigma explica jamás todos los hechos conocidos y muchos paradigmas diferentes pueden, en teorí­a, justificar un mismo conjunto de datos. Son muchos los factores que determinan la elección de un aspecto de un fenómeno complejo, así­ como los experimentos que se llevarán a cabo, o que se realizarán en primer lugar, entre los muchos concebibles: accidentes de investigación, educación básica y formación especí­fica, experiencia previa en otros campos, personalidad del investigador, factores económicos y polí­ticos, y otras variantes. Las observaciones y los experimentos deben reducir y limitar drásticamente la gama de soluciones cientí­ficamente aceptables, sin cuyo requisito la ciencia se convertirí­a en ciencia ficción. Sin embargo, por y en sí­ mismas son incapaces de justificar una interpretación particular o un sistema de creencias. Por consiguiente, en principio la práctica de la ciencia es imposible sin un conjunto de creencias previas, ciertos supuestos metafí­sicos fundamentales y un criterio preconcebido de la realidad de la naturaleza y del conocimiento humano. Sin embargo, es preciso distinguir claramente la naturaleza relativa de todo paradigma, por muy avanzado y convincente que sea, y el cientí­fico no debe confundirlo con la verdadera realidad.
Según Thomas Kuhn, los paradigmas juegan un papel decisivo, complejo y ambiguo en la historia de la ciencia. Por las razones antes citadas, son absolutamente esenciales e indispensables para el progreso cientí­fico. Sin embargo, en ciertas etapas del desarrollo actúan como constreñidores conceptuales, que dificultan de un modo decisivo la posibilidad de nuevos descubrimientos y la exploración de nuevas áreas de la realidad. En la historia de la ciencia, la función progresista y la reaccionaria de los paradigmas parece oscilar de acuerdo con cierta pauta previsible.
Las primeras etapas en la mayorí­a de las ciencias, que Thomas Kuhn denomina «perí­odos anteparadí­gmicos», se han caracterizado por el caos conceptual y la existencia de numerosas visiones conflictivas de la naturaleza, ninguna de las cuales puede ser claramente descartada como incorrecta, ya que todas son hasta cierto punto compatibles con las observaciones y los métodos cientí­ficos de la época. La conceptualización simple, elegante y plausible de la información, que parezca tener en cuenta la mayorí­a de las observaciones conocidas y que además ofrezca una pauta prometedora para la exploración futura, se convierte entonces en el paradigma dominante.
Cuando un paradigma pasa a ser aceptado por la mayorí­a de la comunidad cientí­fica, se convierte en el enfoque obligatorio de los problemas cientí­ficos. Llegado este momento, también se le suele confundir con una descripción exacta de la realidad, en lugar de aceptarlo como mapa útil, aproximación adecuada y modelo para la organización de la información conocida. Esta confusión del mapa con el territorio es tí­pica de la historia de la ciencia. El conocimiento limitado de la naturaleza que prevaleció a lo largo de perí­odos históricos sucesivos, fue interpretado por los cientí­ficos de la época como una imagen comprensible y amplia de la realidad, incompleta sólo en los detalles. Esta observación es tan extraordinaria que permitirí­a presentar el desarrollo de la ciencia fácilmente como una historia de errores e idiosincrasias, más que como una acumulación sistemática de información y una aproximación gradual a la verdad absoluta.
Cuando se adopta un paradigma, éste se convierte en un poderoso catalizador del progreso cientí­fico; esta etapa es la que Kuhn denomina «perí­odo cientí­fico normal». La mayorí­a de los cientí­ficos dedican la totalidad de su tiempo al cultivo de la ciencia normal y por consiguiente, históricamente, este aspecto particular de la actividad cientí­fica se ha convertido en sinónimo de la propia ciencia. La ciencia normal se basa en el supuesto de que la comunidad cientí­fica sabe cómo es el universo. La teorí­a predominante define no sólo lo que es el mundo, sino lo que no es, determina lo que es posible, además de lo que en principio es imposible. Thomas Kuhn describe la investigación como «un tenaz y rendido esfuerzo destinado a constreñir la naturaleza en los compartimientos conceptuales suministrados por la formación pericial». Mientras se acepte la validez de dicho paradigma, sólo se admitirán como problemas legí­timos aquellos a los que se suponga susceptibles de ser resueltos, con lo cual se garantiza un éxito acelerado de la ciencia normal. En estas circunstancias, la comunidad cientí­fica reprime, a menudo con perjuicios considerables, toda in-novación, por considerarla subversiva con relación a sus objetivos básicos.
La influencia de los paradigmas no es sólo cognoscitiva, sino normativa, además de definir la naturaleza y la realidad, determina también el campo problemático permisible, los métodos de enfoque aceptables y establece los niveles de las soluciones. Bajo la influencia de un paradigma, todos los fundamentos cientí­ficos en una área determinada son inexorablemente objeto de redefinición. Ciertos problemas hasta entonces cruciales pueden considerarse desatinados o anticientí­ficos y algunos quedar relegados a otra disciplina. Por el contrario, ciertas cuestiones antes inexistentes o insignificantes, pueden convertirse de pronto en factores o descubrimientos cientí­ficos significativos. Incluso en áreas donde el antiguo paradigma conserve su vigencia, la comprensión de los problemas, al dejar de ser idéntica, precisa ser traducida y redefinida. La ciencia normal basada en un nuevo paradigma no es sólo incompatible, sino inconmensurable con relación a la práctica regida por el anterior.
La función esencial de la ciencia normal consiste en resolver enigmas, cuya solución ha sido generalmente anticipada por el paradigma y produce pocas innovaciones. Se considera prioritaria la forma de conseguir los resultados y el objetivo constituye otra articulación del paradigma predominante, que contribuye a la amplitud y precisión con que podrá aplicarse. La investigación normal es, por consiguiente, acumulativa, dado que los cientí­ficos seleccionan exclusivamente los problemas susceptibles de ser re-sueltos con los medios conceptuales e instrumentales existentes. La adquisición acumulativa de conocimientos fundamentalmente nuevos, en estas circunstancias, no sólo es escasa y poco común, sino en principio improbable. Sólo aparecen nuevos descubrimientos en el caso de que flaqueen las expectativas acerca de la naturaleza y de los instrumentos del paradigma existente. No pueden emerger nuevas teorí­as sin cambios destructivos en las antiguas creencias sobre la naturaleza.
Una teorí­a realmente nueva y .radical no consiste jamás en agregarle algo o incrementar el conocimiento existente. Supone un cambio en las reglas básicas, exige una revisión completa o reformulación de los supuestos fundamentales de la teorí­a anterior e implica una reevaluación de los hechos y observaciones existentes. Según Thomas Kuhn, sólo hechos de esta naturaleza representan verdaderas revoluciones cientí­ficas. Éstas pueden ocurrir en cierto campo limitado del conocimiento humano o tener una influencia amplia en diversas disciplinas. Los cambios de la fí­sica aristotélica a la newtoniana, o de la newtoniana a la einsteiniana, el del sistema geocéntrico de Ptolomeo a la astronomí­a de Copérnico y Galileo, o el de la quí­mica flogí­stica a la teorí­a de Lavoisier, constituyen ejemplos sobresalientes de ello. Para que tuvieran lugar cada uno de estos cambios, fue necesario desechar una respetable teorí­a cientí­fica ampliamente aceptada, para sustituirla por otra, en principio incompatible con la misma. En to¬dos los casos, la consecuencia fue una redefinición completa de los problemas existentes, de importancia para la exploración cientí­fica. Además, también se definió de nuevo cómo debí­a ser un problema para considerarlo admisible, así­ como los niveles de su legí­tima solución. Esto condujo a una transformación profun¬da de la imaginación cientí­fica y no es exagerado afirmar que, como consecuencia de su impacto, cambió la propia percepción del mundo.
Thomas Kuhn percibió que a las revoluciones cientí­ficas les precede y las anuncia un perí­odo de caos conceptual, durante el cual la práctica cientí­fica normal cambia gradualmente para con¬vertirse en lo que él denomina «ciencia extraordinaria». Tarde o temprano, la práctica cotidiana de la ciencia normal conducirá ne¬cesariamente al descubrimiento de alguna anomalí­a. En muchos casos, ciertos aparatos funcionan de un modo imprevisto por el paradigma, se acumulan numerosas observaciones incompatibles con el sistema de creencias vigente, o un problema que deberí­a re-solverse se resiste a repetidos intentos por parte de eminentes es¬pecialistas.
Mientras el paradigma siga ejerciendo su hechizo sobre la co¬munidad cientí­fica, las anomalí­as no bastarán para cuestionar la validez de sus supuestos básicos. Inicialmente, los resultados ines¬perados suelen calificarse de «mala investigación», ya que la gama de resultados posibles está claramente definida por el paradigma. La confirmación de dichos resultados con repetidos experimen¬tos, puede conducir a una crisis en el campo en cuestión. Sin em¬bargo, no por ello renuncian los cientí­ficos al paradigma que les ha conducido a la crisis. Cuando una teorí­a cientí­fica ha alcanzado el nivel de paradigma, no se declara inválida hasta que se halla una alternativa viable. La falta de congruencia entre los postula¬dos del paradigma y las observaciones del mundo no es suficiente. Durante algún tiempo se interpreta la discrepancia como un pro¬blema que podrí­a llegar a resolverse con modificaciones y articu¬laciones futuras.
Sin embargo, después de un perí­odo de esfuerzos fastidiosos e infructí­feros, la anomalí­a se convierte de pronto en algo más que un simple enigma y la disciplina en cuestión entra en un periodo de ciencia extraordinaria. Las mejores mentes del campo se con¬centran en el problema. Los criterios que orientan la investigación acostumbran a relajarse y los experimentadores pasan a ser más imparciales y dispuestos a considerar alternativas. En estas condi¬ciones proliferan distintas formulaciones, cada vez más divergen¬tes. Crece el descontento con relación al paradigma vigente y éste se expresa de un modo cada vez más explí­cito. Los cientí­ficos se disponen a recurrir a la filosofí­a y debatir los supuestos funda¬mentales, algo insólito durante los perí­odos de investigación nor¬mal. En épocas de revolución cientí­fica y en las inmediatamente precedentes, también tienen lugar profundos debates sobre méto¬dos, problemas y niveles aceptables. En estas circunstancias de crisis creciente, aumenta la inseguridad de los especialistas. El fracaso de las antiguas reglas conduce a una intensa búsqueda de otras nuevas.
Durante el perí­odo de transición, los problemas que pueden resolverse con el antiguo paradigma y los que pueden resolverse con el nuevo se sobreponen. Esto no es sorprendente, ya que los filósofos de la ciencia han demostrado en numerosas ocasiones, que a un mismo conjunto de datos se le puede aplicar siempre más de una estructura teórica. Revoluciones cientí­ficas son aquellos episodios no acumulativos, en los que se reemplaza el antiguo pa¬radigma, en su totalidad o en parte, por otro nuevo incompatible con el mismo. La elección entre dos paradigmas rivales no se pue¬de llevar a cabo por medio de los procedimientos evaluativos de la ciencia normal, ya que éstos son una extensión directa del antiguo paradigma, cuya propia validez depende del resultado de la elec¬ción. Por consiguiente, la función del paradigma es necesariamen¬te circular; puede persuadir, pero no convencer con argumentos lógicos, ni siquiera probabilí­sticos.
Entre las dos escuelas rivales existe un grave problema de co¬municación o de lenguaje. Ambas operan en base a postulados, supuestos acerca de la realidad y definiciones de los conceptos elementales diferentes. Por consiguiente, ni tan sólo coinciden en la identificación de los problemas importantes, en la de su natura¬leza o en lo que constituirí­a la solución de los mismos. Sus crite¬rios sobre la ciencia no son los mismos, sus argumentos dependen del paradigma en el que se basen y una confrontación significativa entre ambas es imposible sin una traducción inteligente. En los confines del nuevo paradigma se redefinen radicalmente los anti¬guos términos, dotándolos de significados completamente nue¬vos, por lo que parecerán relacionarse entre sí­ de un modo muy diferente. La comunicación entre la división conceptual es sólo parcial y confusa. Los significados completamente diferentes de conceptos tales como materia, espacio y tiempo en los modelos respectivos de Newton y Einstein constituyen un ejemplo tí­pico de lo dicho. En algún momento dado, interviene también el con¬cepto de valoración, ya que distintos paradigmas difieren en cuan¬to a los problemas que se proponen resolver y a las cuestiones que dejan sin respuesta. El criterio que permite evaluar dicha situa¬ción está por completo fuera del alcance de la ciencia normal.
El cientí­fico que practica la ciencia normal se dedica esencial¬mente a resolver problemas. Acepta incondicionalmente el para¬digma y no se interesa por poner a prueba su validez. En realidad, le interesa que se conserven sus supuestos básicos, debido en par¬te a motivos humanos perfectamente comprensibles, tales como el tiempo y energí­a consumidos en su propia formación, o los des¬cubrimientos í­ntimamente relacionados con la explotación del pa¬radigma en cuestión. Sin embargo, las raí­ces del problema son mucho más profundas y van mucho más allá de los errores huma¬nos y de los lazos sentimentales. Están relacionados con la natura¬leza intrí­nseca de los paradigmas y su función para con la ciencia.
Una parte importante de esta resistencia se debe a la profun¬da dependencia del paradigma vigente, en cuanto a su verdadera representación de la realidad y la convicción de que acabará por resolver todos los problemas. Así­ pues, en un último análisis, la resistencia al nuevo paradigma procede de la propia actitud que posibilita la ciencia normal. El cientí­fico que practica la ciencia normal se asemeja a un jugador de ajedrez, cuya capacidad y forma de resolver problemas depende plenamente de un rí­gido conjunto de reglas. La finalidad del juego consiste en buscar las soluciones óptimas, dentro del contexto de dichas reglas preconcebidas. Da¬das las circunstancias, serí­a absurdo poner las mencionadas reglas en cuestión y aún más cambiarlas. En ambos casos se aceptan in¬condicionalmente las reglas del juego, que representan una serie de puntos de referencia necesarios para la solución de problemas. En la ciencia, la novedad por sí­ misma no es deseable, como lo es en otros campos creativos.
Por consiguiente, el paradigma sólo se pone a prueba cuan¬do, después de fracasar persistentemente en los intentos de solu¬cionar una dificultad importante, se crea una crisis que conduce a la existencia de dos paradigmas rivales. El candidato a nuevo paradigma debe cumplir ciertas condiciones importantes para ser elegible; debe aportar soluciones a algunos problemas esen¬ciales en áreas donde el paradigma anterior habí­a fracasado. Además, deberá conservarse la capacidad para resolver proble¬mas de su predecesor después del cambio de paradigma. Tam¬bién es importante que el nuevo enfoque augure soluciones a problemas en nuevas áreas. Sin embargo, siempre hay pérdidas además de ganancias en las revoluciones cientí­ficas, que por lo general se aceptan tácitamente y se ocultan, siempre que el pro¬greso esté garantizado.
Así­ pues, en la mecánica newtoniana, al contrario de la diná¬mica aristotélica y cartesiana, no se explican las fuerzas de atrac¬ción entre partí­culas de materia, limitándose a aceptar la grave¬dad como un hecho consumado. Esta cuestión fue planteada y resuelta más adelante por la teorí­a general de la relatividad. Los rivales de Newton interpretaron su dependencia de las fuerzas in¬natas, como un retorno a la época del oscurantismo. Otro tanto ocurrió con la teorí­a de Lavoisier, que no tení­a respuesta para el hecho de que varios metales fueran tan semejantes, tema tratado con éxito por la teorí­a flogí­stica. Sólo en el siglo xx, la ciencia fue capaz de plantearse nuevamente esta cuestión. Los rivales de La¬voisier se quejaron de que la sustitución de los «principios quí­mi¬cos» por los elementos de laboratorio suponí­a una regresión de una explicación establecida a un mero nombre. Asimismo, Eins¬tein y otros fí­sicos se opusieron a la interpretación probabilí­stica dominante de la fí­sica cuántica.
La elección del nuevo paradigma no ocurre por etapas, paso por paso, bajo el inexorable impacto de la demostración y de la ló¬gica. Es un cambio instantáneo, semejante al de la conversión psi¬cológica o al del desplazamiento de la percepción de lo concreto a lo general y se rige por la ley del todo o nada. Los cientí­ficos que abrazan el nuevo paradigma hablan de ello como una experiencia reveladora, la solución inesperada, o el destello de intuición ilu¬minadora. Las razones para que eso ocurra son, evidentemente, bastante complejas. Además de la capacidad del nuevo paradig¬ma para rectificar la situación que ha conducido al antiguo a la cri¬sis, Kuhn menciona motivos de naturaleza irracional, idiosincra¬sias de origen biográfico, la reputación anterior o nacionalidad de su iniciador y otros. Las cualidades estéticas del nuevo paradig¬ma, tales como su elegancia, su simplicidad y su belleza, también pueden jugar un papel importante.
En la ciencia se ha tendido a ver las consecuencias de un cam¬bio de paradigma como una nueva interpretación de la informa¬ción anteriormente existente. Según este punto de vista, las obser¬vaciones vienen determinadas sin ambigí¼edad alguna por la natu-raleza del mundo objetivo y del aparato perceptivo. Sin embargo, esta idea depende a su vez de cierto paradigma y constituye uno de los supuestos básicos de la visión cartesiana del mundo. Los datos escuetos procedentes de la observación están muy lejos de ser representativos de la percepción pura; conviene no confundir el estí­mulo con la percepción o las sensaciones. Estas últimas es¬tán condicionadas por la experiencia, la educación, el lenguaje y la cultura. En ciertas circunstancias, los mismos estí­mulos pueden conducir a diferentes percepciones y distintos estí­mulos a la mis¬ma percepción. Lo primero puede ejemplarizarse con imágenes ambiguas que inducen a un cambio radical de la percepción glo¬bal. Las más famosas de estas imágenes son las que pueden perci¬birse de dos modos distintos, por ejemplo como un pato o un co¬nejo, o como una vasija antigua o dos perfiles humanos respecti¬vamente. Un caso tí­pico de lo último lo constituirí­a una persona con lentes invertidas, que aprenda a corregir la visión del mundo. No existe un lenguaje neutro de la observación, basado exclusiva¬mente en impresiones de la retina. La comprensión de la naturale¬za de los estí­mulos, de los órganos sensoriales y la de su interrela¬ción mutua, refleja la teorí­a de la percepción y de la mente huma¬na vigente.